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jueves, 19 de diciembre de 2013

¡FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO 2014!

Como cada año, Corra, jefe, corra quiere desear una feliz Navidad y próspero año nuevo a sus lectores. Como son muchas las navidades que llevamos pasando juntos, cada vez resulta más difícil encontrar ilustraciones, portadas, viñetas, historietas...relacionadas con el tema navideño sin repetirnos.

En esta ocasión, nuestra aportación viene de la mano de Juan Manuel Muñoz. El dibujante ha mostrado recientemente una peculiar felicitación de manos de los dos personajes más catastróficos de la TIA: Mortadelo y Filemón. Con su autorización, queremos compartirla con vosotros, y con ella os enviamos nuestros mejores deseos para estas fechas tan señaladas.Sirva también la calidad del dibujo para disipar cualquier duda acerca de quién es el mejor candidato para tomar los lápices cuando Ibáñez decida dejarlo.


Les animamos a alzar su copa con Mortadelo y Filemón para brindar por todo lo bueno que nos ha de traer 2014, que esperemos que sea mucho. Desde Corra, jefe, corra, solo pedimos estar, por lo menos, un año más en su compañía.

Nosotros volveremos en enero cargados de nuevos temas, algunos de los cuales ya están preparados.
¡ Sinceramente les deseamos FELIZ NAVIDAD a todos y PRÓSPERO 2014!

domingo, 3 de noviembre de 2013

PLURILÓPEZ CON MORTADELO Y FILEMÓN: RECORDANDO A TRAN

Parece que últimamente nos toca despedir. Si la semana pasada le dijimos adiós a un icono de la cultura popular como fue Manolo Escobar, hoy toca rendir homenaje a alguien mucho más relacionado con el mundo de la historieta. Se trata del dibujante José Luis Beltrán Coscojuelas, mejor conocido por Tran. Nacido en Zaragoza en 1931, Tran nos dejó el pasado 21 de octubre, dejando tras de sí una notable carrera como ilustrador, dibujante y pintor. Aunque se le asocia a la tercera generación de la escuela Bruguera, ya que sus obras más famosas datan de finales de los setenta, lo cierto es que ya desde la década anterior nuestro autor publicó en Tío Vivo y El DDT.  A pesar de no llegar a ser una primera espada de la editorial, muchos recordarán la presencia de sus personajes en las revistas de la casa, siendo especialmente reseñable Constancio Plurilópez (1977), que solía aparecer en la revista Mortadelo y sus derivados. Este éxito más o menos tardío lo llevó a figurar entre los autores más reconocibles de Bruguera de finales de los 70 y principios de los 80.  Plurilópez reflejó, en cierta forma, una realidad que resultará ajena a los lectores más jóvenes, dada la coyuntura actual. Nos referimos al fenómenos del pluriempleo: al señor que por la mañana trabajaba en un banco, por la tarde llevaba la contabilidad de una empresa y por la noche tocaba la trompeta en un café de su barrio, todo con objeto de pagar los plazos del automóvil, televisor, lavadora, etc.

Plurilópez será, precisamente, el personaje elegido por Tran para participar en el homenaje al 25 aniversario de Mortadelo y Filemón, con una historieta en la que, como en las demás participantes en la efeméride, el dibujante dejaba los huecos para que Ibáñez insertara a sus criaturas más famosas. Veamos los resultados de esta colaboración.



La historieta en cuestión se titula "Idea genial", tiene cuatro páginas y el guion corre a cargo de Julio Fernández. El argumento resulta tópico: para poder escaquearse de sus compromisos con su pareja, Plurilópez acuerda con Mortadelo y Filemón que estos aparecerán por su casa fingiendo ser atracadores y, cuando él se haya hecho el héroe delante de su amorcito, fingir que los lleva a comisaría para tener la noche libre lejos de la paz del hogar. Lamentablemente, Mortadelo y Filemón llegan tarde y Plurilópez se enfrentará a un auténtico atracador, saliendo mal parado. Al final de la historieta, el maltrecho protagonista perseguirá, en venganza, a los agentes de la TIA.

Se trata de una de las historietas de homenaje a Ibáñez en la que menos participan Mortadelo y Filemón, ya que el peso de la narración lo lleva Plurilópez y el ladrón que lo ataca. Los agentes de la TIA no aparecen sino en la segunda página, eclipsándose nuevamente hasta la última. A pesar de su escasa presencia, cabe destacar la impecable realización gráfica de Ibáñez, quien seguramente entintó a sus propias criaturas. El juego de autores, en el que seguramente Tran abocetó las posturas que debían presentar los personajes de Ibáñez, permite ver a Mortadelo y Filemón en posiciones poco habituales, lo cual siempre es agradable para los lectores. No sabemos hasta qué punto estaban en el guion original detalles jocosos como el de Filemón metiéndose el dedo en la nariz (viñeta 8, pág. 2) o perdiendo un diente por un gesto de Mortadelo (viñeta 9, pág. 2), rasgos que parecen corresponderse con los recurso habituales de Ibáñez para dar más "salsa" a las situaciones.



En cuanto al guion, no deja de sorprender que Mortadelo y Filemón aparezcan como "dos buenos tíos" dispuestos a mojarse por ayudar a su amigo Plurilópez. Eso sí, al final de la historieta no dudan en cachondearse de él al verlo en paños menores por la calle.Como es habitual en Julio Fernández, la presencia en sus guiones de las artes marciales es una constante, dedicando varias viñetas al desarrollo de golpes de kárate (viñetas 6,7 y 8 de la página 4), a la vez que Plurilópez afirma ser "cinturón negro". Esta pasión de Julio Fernández por esta disciplina, que Ibáñez ya reflejó a través de Kar-Akol, el mongol en  Contra el gang del "Chicharrón" (1969), se ve también en las historietas de Mortadelo y Filemón en las que Fernández se hace cargo del guion, como prueba la aparición del personaje Taka-Ñaka.

Este fue, pues, el crossover entre Plurilópez y Mortadelo y Filemón, pero, ¿qué hay de Ibáñez? ¿Dibujo él en alguna ocasión al personaje estrella de Tran? Nosotros hemos localizado una, en la portada del Súper Humor 31 de los antiguos de Ediciones B, con un Plurilópez amargado porque solo a él se le puede ocurrir poner un puesto de helados en medio de la nieve. Quede este cameo como una prueba de la popularidad que el personaje de Tran alcanzó durante los últimos años de la década de los 70 y los primeros de la de los 80.


Descanse en paz.

martes, 15 de octubre de 2013

LOS SERIALES DE EL BOTONES SACARINO



Los seriales de El botones Sacarino se publicaron en el DDT paralelamente a los protagonizados por otras de las estrellas ibañezcas de Bruguera: Mortadelo y Filemón (Pulgarcito) y Pepe Gotera y Otilio (Tío Vivo), coincidiendo con un periodo de gracia creativa por parte de su autor, como testifican sus páginas firmadas a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Probablemente, el método de la serialización se vio influido por la “moda” de las historietas largas, conocida en España principalmente por Astérix, protagonista de unos álbumes recopilatorios que marcarían el camino a seguir para algunas de las series autóctonas, especialmente Mortadelo y Filemón. Es por ello que, imitando el modelo de la principal serie de Ibáñez, también Sacarino empieza a vivir aventuras más extensas que se dividen en episodios aparentemente “cerrados” de dos páginas cada uno. La extensión de estos capítulos es variable, combinando historietas de 4 ó 6 páginas con otras autoconclusivas sin solución de continuidad. Posiblemente, la posterior recopilación en álbum estuvo en la mente de los directivos de la empresa desde un principio. En dichas recopilaciones, normalmente se eliminaba el nombre  de la serie que aparecía en la primera viñeta (no pocas veces también la firma del autor era borrada) y se sustituía por un título escogido por la editorial[1], o bien por un texto que indicaba una continuidad temporal, del tipo “al día siguiente…”, “unas horas después…”, etc.



Antes de analizar el contenido de los seriales, haremos un breve recorrido por la historia de Sacarino que nos conducirá a conocer el estado de la serie en el momento en que estos se iniciaron.  El botones Sacarino, de “El Aullido Vespertino”, título inicial de la tira, apareció por primera vez en el número 628 de El DDT, con un formato peculiar: dos columnas de seis tiras cada una que apenas esbozaban una anécdota cotidiana protagonizada por un botones holgazán y su irascible director. En el origen de esta premisa y en el mismo diseño gráfico del personaje es innegable la influencia de modelos foráneos, concretamente de André Franquin, aunque de este aspecto nos ocuparemos después. En 1967, el resurgir de DDT permite una renovación de la serie, iniciando así su etapa más popular. Además de algunos cambios físicos, el personaje se ve ahora acompañado del “Dire” y del “Presi” (cuyo diseño parece una evolución del que mostraba el director de su época primigenia).

Con respecto a esta  nueva etapa, Antonio Guiral opina que “el influjo del creador belga Franquin sobre Ibáñez, que siempre fue reconocido por el humorista catalán, ya evidente en las primeras páginas de El botones Sacarino, cobró a partir de entonces más fuerza, remarcándose el evidente `homenaje´ que suponía la serie a dos personajes realizados por Franquin y publicados en la revista Spirou: el botones Spirou y Gaston Lagaffe[2]. Nosotros no estamos en absoluto de acuerdo con esta afirmación, pues, aunque la sombra de Franquin aún planea sobre las historietas del botones durante esta época (y posteriormente daremos ejemplos de ello), lo cierto es que la influencia del autor belga es mucho menor en esta nueva etapa de las andanzas de Sacarino. De hecho, fue en su primer momento (valga como ejemplo la primera historieta publicada) cuando Ibáñez realizó viñetas cuyo guion y planteamiento general resulta prácticamente idéntico al de las historietas de Gastón Lagaffe, con algunas transposiciones casi literales de las corredurías del despistado mozo del semanario Spirou. Al introducir la nueva figura del “Dire”, Ibáñez centra en este sus historietas, así como en el Presidente, dejando a Sacarino relegado a desempeñar el escueto papel de ser el que prepara la trastada desencadenante de la trama para, posteriormente, desaparecer. Como afirmamos anteriormente en Corra, jefe, corra: “la incorporación del Director a la serie supone una afirmación de la personalidad artística de Ibáñez, que sabe escapar de las imposiciones editoriales dotando a todas sus creaciones de un toque personal, único e intransferible.


Desde el punto de vista argumental, encontramos una serie de esquemas básicos que servirán de soporte a los distintos seriales. Así, bien se puede partir de una chapuza realizada por el botones (La percha; DDT nº 150) o de los numerosos inventos de este para mejorar la vida en la oficina: un sistema antirrobo en la caja fuerte (Sistemas anti-robo; DDT, 185), una goma elástica para “transportar” paquetes (“Dire” contra “Presi”; DDT, 155), una vagoneta con su sistema de raíles (La vagoneta; DDT, 208), un mecanismo para el fichero (Más fichero-locuras; DDT 214), etc. No deja de ser curioso que para los seriales de su serie principal, Ibáñez recurriera también a la faceta de inventor de Mortadelo, que ya había apuntado a mediados de los 60, como señala Miguel Fernández Soto[3].



Otro de los argumentos más recurrentes (y aquí se hace visible la herencia de Gaston Lagaffe) es la introducción en la editorial de cualquier objeto distorsionador del trabajo de oficina. Así, vemos que el espíritu lúdico de Sacarino lo lleva a llevar a la redacción animales varios: cangrejos, pájaros, calamares…, y objetos de ocio como una pelota saltarina, piezas de un ninot o máscaras. Todo es válido para dinamitar (inconscientemente, claro) la vida gris y burocrática que representan sus superiores.


Otro de los esquemas de algunas de estas historietas consiste en la visita de una persona importante que propicia que se actualice el viejo recurso brugueriano de tener que “quedar bien” ante un individuo destacado: el conde del Rastrojo, la esposa del Presidente, el administrador general, etc. En muchas ocasiones, estos dos últimos esquemas básicos se combinarán y será el “elemento distorsionador” el que arruine la imagen de la empresa y sus directivos ante las visitas de turno. Sobre estas premisas básicas se construyen la mayoría de las historietas seriadas de Sacarino, aunque no se trata de reglas rígidas, pues Ibáñez se permite flexibilizarlos cuando así conviene. 

En muchas ocasiones, el serial avanza porque Ibáñez parte de un elemento ya conocido y le da una vuelta de tuerca en el capítulo siguiente, sacando el máximo partido posible al mismo. Así, en historietas como La vagoneta, el botones inventa una vagoneta con su sistema de raíles en el primer episodio; en el segundo, Ibáñez sigue explotando este invento pero introduce una novedad, un motorcito electrónico que permite jugar con las descargas eléctricas  que padecen los personajes; en una tercera parte, Sacarino cambia la ubicación de la vagoneta y pasa a instalarla en el techo, generando el mismo tipo de gags pero con esa ligera variante. Estas páginas (extrañamente retituladas por Bruguera como tres historietas independientes) son un ejemplo de cómo Ibáñez va añadiendo elementos a una idea básica para crear la continuidad. En otras ocasiones, la conexión no es tan evidente, pues el elemento que va a protagonizar el siguiente episodio, aparece únicamente al final del capítulo anterior. Tal ocurre con la aparición de Matador, el perro del “Presi” que será el protagonista del siguiente tramo de historieta y que aparece en la última viñeta de La percha, creando así una cohesión bastante forzada entre las partes.

 Cronológicamente, y obviando las marcas temporales introducidas a posteriori por la redacción de Bruguera para crear la ilusión de continuidad tras eliminar el título de la primera viñeta, se entiende que entre uno y otro capítulo del mismo serial han transcurrido unos días, aunque hay algunas excepciones, como en Máscaras (DDT, 148), donde la acción del segundo episodio se inicia inmediatamente después de la última del episodio anterior. El espacio es el mismo prácticamente en todas las historietas: las oficinas del DDT. El tipo de aventuras del botones, enmarcadas en el ámbito de lo estrictamente laboral, hace que los personajes apenas salgan de ese ambiente burocrático y opresor. Al no dotar a sus personajes de profundidad psicológica ni vida privada apenas, Ibáñez no cae en las visitas al campo, a la playa, a la carretera…tal y como hace Franquin con Gaston Lagaffe en la serie que le servirá de modelo al dibujante español.

La comicidad de estas historietas lleva el “sello Ibáñez” de humor físico, de garrotazo y tentetieso, pero aderezada esta vez con el juego de equívocos que parece más propio del vodevil y de la comedia de situación, con raigambre en clásicos como Plauto y su Anfitrión. Así, prolifera la confusión de identidades, bien por equívocos visuales (Máscaras), bien por malentendidos lingüísticos (Matador; DDT, 151), que conforman algunas de las páginas más cómicas firmadas por el dibujante catalán. Otros de los recursos humorísticos más acertados, también típico del autor, son las caracterizaciones de los animales, dotados de inteligencia y portadores de algunos de los comentarios más jocosos e irónicos de estas historietas (El gusanito- DDT, 163-, El gato belicoso- DDT, 236- etc.).

Desde el punto de vista gráfico, se mantiene el nivel estándar de Ibáñez a principios de los 70. Algunas de las historietas, como ocurre con los seriales de sus otros personajes, presentan el inconveniente de un entintado poco eficaz, sin apenas diferencia de grosores y realizado con excesiva premura, lo cual hay que achacar a los entintadores de la editorial, pues la sobrecarga de trabajo impedía que Ibáñez se ocupara personalmente de ese último paso. En otras ocasiones, la falta de espacio (hasta la historieta El pájaro las planchas son de seis tiras) lleva al autor a economizarlo bien y a no permitirse alardes. Así, el gran dibujante de proboscidios que es Ibáñez sólo puede incluir la pata de uno de ellos en su historieta La puerta automática (DDT, 196), pues dibujar al animal completo hubiera supuesto utilizar más viñetas de las que disponía para su narración. Sí encontramos algunos hallazgos interesantes, como el hecho de mostrar en una misma viñeta el lateral de un muro que separa dos habitaciones para indicar la simultaneidad de las acciones (“Dire” contra “Presi”)  o reflejar la actitud excesivamente amable y empalagosa del “Dire” haciendo que el bocadillo sea una mancha que se derrama de un tarrito de miel (El gusanito).

El botones Sacarino forma parte, junto con sus hermanos de tinta, del universo global de Francisco Ibáñez. Aunque en otras ocasiones ya ha habido un flirteo entre Sacarino y las otras series del autor, nos vamos a centrar en los “cameos”  encontrados en la época que estamos estudiando. Así, Mortadelo y Filemón aparecen como “esquiroles” intentando encontrar al “Dire” por orden del Presidente, en La plataforma elevadora (DDT, 223). Del mismo modo, Pepe Gotera y Otilio serán contratados por la empresa para colocar un extractor en Portazos (DDT, 207). Pero la palma se la lleva el más ubicuo de los personajes de Ibáñez: Rompetechos. El mítico cegatón aparecerá desempeñando su tradicional rol pasivo en historietas ajenas, consistente en interpretar la realidad a su manera en historias como El balón saltarín (DDT, 165) o Un caso de mala pata (DDT, 154). Más activa es su participación en Un boquete en la pared (DDT, 175), donde ejerce de albañil y acaba tapiando la puerta del despacho del “Presi” justo antes de un incendio.



Pero no son las propias historietas de Ibáñez  la única referencia que encontramos en estas páginas. Desde que el botones forma parte de la plantilla del DDT, las alusiones a la redacción de Bruguera son constantes. Así, en Abelardo, el calamar (DDT, 172), aparece el nombre de la revista en la puerta de la redacción, mientras que en El cactus (DDT, 177) el Presidente porta un globo publicitario de la empresa. Las alusiones al resto de compañeros tampoco son extrañas. Una de las más delirantes es la referida a Raf, de quien el “Presi” solicita el expediente psicológico en El fichero (DDT, 213), mientras sostiene un monigote supuestamente dibujado por el padre de Sir Tim O´theo. Estos puyazos entre Ibañez y Raf, que eran buenos amigos, son constantes en la obra de ambos, y sacan de ellos un excelente rendimiento humorístico. Sanchís no sale mucho mejor parado, pues su obra (un dibujo ridículo de un pez) es usada por Sacarino para tapar un hueco en la pared, a falta de otra cosa, en Un boquete en la pared. Especialmente irónicas son las alusiones a Armando Matías Guiu, conocido redactor y humorista, que en aquel tiempo era jefe de redacción. En El oso (DDT, 211 y 212) se habla del estrepitoso fracaso de “Don Armando” como comediógrafo en Cáceres, lo cual parece estar basado en algún hecho real, dado que Matías Guiu fue autor de varias obras teatrales. En ocasiones, encontramos que la decoración de la redacción hace referencia a distintos personajes de la casa, como es el caso de Don Pelmazo Bla,bla,blá, creación de Raf (El juego de la bolita- DDT, 162), recurso ya utilizado por Franquin, quien retrataba a los distintos personajes de Dupuis en su serie Gaston Lagaffe.

Por supuesto, tampoco faltan las autoalusiones. Así, Ibáñez será el dibujante más citado en esta particular redacción del DDT. Son muchas las bromas relacionadas con el aspecto económico, en las que Ibáñez aparece reflejado como un dibujante cicatero y exigente con respecto a sus jefes. Así, en El cangrejo (DDT, 158), Director y Presidente se felicitan porque Ibáñez lleva una semana sin pedir un aumento. En El patatús del “Presi” (DDT, 168), el “Dire” informa de que el dibujante ha pedido un anticipo de cien mil pesetas, que le serán devueltas descontándole dos pesetas por página. El Presidente, harto de lo que parece ser algo rutinario, apuesta por darle un golpe en la cabeza. En otra ocasión, el “Presi” ironiza acerca de los numerosos atrasos de Ibáñez (Sistemas anti-robo). En Alto voltaje (DDT, 209) el Director califica de “electrizante” la última historieta entregada por Ibáñez. Más tópica es la alusión a la calva de Ibáñez, que es comparada con una lámpara de bola, en El gato belicoso.


Aunque anteriormente hemos señalado que a principios de los setenta, la serie El botones Sacarino había dejado atrás la imitación, el calco casi literal a Franquin. Sin embargo, esto no quita que todavía hallemos algunas historietas en las que encontremos alguna semejanza en cuanto al planteamiento. Así, además de la convivencia en la oficina con animales como el cangrejo, el gato o el pájaro (todos ellos se encuentran en la serie Gaston Lagaffe), detectamos algunas coincidencias, como ocurre entre las historietas del serial El balón saltarín  y la tira 513 de Gastón; El “ninot” de la falla (DDT 182-184) reproduce el esquema franquiniano del caco que se infiltra en la redacción de Dupuis y sale escaldado por las trastadas de Gastón (la mano gigante del ninot tiene su correlato en la que aparece en la tira 590 de Lagaffe); La puerta automática plantea semejanzas con las tiras 171, 181  185 del personaje belga; El fichero y Más fichero-locuras tienen relación con las tiras 126 y 127 del mismo personaje; La bola de cañón (DDT, 217), Sigue la bola (DDT, 218), y La bola tienen que ver con las tiras “gastonianas” 309 y 609; además, el sistema de transporte interno por raíles diseñado por Sacarino en La vagoneta Alto voltaje y Más inventos (DDT, 210) tiene su correlato foráneo en las tiras 667 y 668 del personaje de Franquin. Sin embargo, estas influencias no pueden ser consideradas como plagios, pues ya no se trata de calcos exactos de lo hecho en el extranjero, sino de historietas que tienen simplemente una premisa, un punto de partida común, pero con un desarrollo totalmente autónomo e independiente, lo cual se permite contrastar en los estilos bien diferenciados que presentan ambos autores.

 Así, podemos decir que en las historietas de El botones Sacarino de principios de los años setenta, Ibáñez consolida una serie que, partiendo de un modelo externo, ha pasado a ser una de las más características de su producción como historietista. Una serie que, al igual que otras suyas, se beneficia de un Ibáñez en plena forma que va construyendo, viñeta a viñeta, páginas antológicas en las que unos personajes nacidos en la década anterior alcanzan su máximo esplendor, al disponer de más espacio donde desarrollar sus gags, convirtiéndose en adalides de un humor dinámico, trepidante, que no deja un respiro al lector entre escena y escena, con gags bien medidos reforzados por unos diálogos frescos, concisos, eficaces, sumamente irónicos. Aunque la serie haya arrastrado para algunos lectores el sambenito de “copia” desde su nacimiento, ya a comienzos de los setenta,  los seriales de El botones Sacarino (en los que la relación a tres bandas entre el protagonista y sus dos jefes llega a su cénit de comicidad), son un claro ejemplo del buen hacer de su autor. Sin duda, entre las historias de estos seriales encontramos algunas de las páginas más divertidas que jamás haya firmado Francisco Ibáñez.

Esta entrada ha sido posible gracias al siempre impagable estímulo de Miguel Fernández Soto, que me animó a escribirla.




[1] A lo largo de este artículo, citaremos las distintas historietas de Sacarino por estos títulos, tal y como se recogieron en las diversas recopilaciones, aunque se citará también el número de la revista de su publicación original.
[2] GUIRAL, ANTONIO, Prólogo a Clásicos del Humor. El botones Sacarino, RBA, 2009.
[3]  
FERNÁNDEZ SOTO, Miguel, El mundo de Mortadelo y Filemón, Palma de Mallorca, Dolmen, 2005.

viernes, 23 de agosto de 2013

MÁS MORTADELADAS GASTONIANAS

A nadie le ha de sorprender a estas alturas que se hable de las influencias de Franquin en la obra de Francisco Ibáñez. El tema ha sido suficientemente abordado en libros, artículos, páginas webs e incluso en este blog, con una serie de entradas al respecto.  Estas influencias son más que conocidas por los aficionados al mundo del cómic: van desde el diseño gráfico de El botones Sacarino hasta sus argumentos, pasando por varias historietas cortas de Mortadelo y Filemón de principios de los sesenta, sin olvidar la culminación de esta influencia en las primeras aventuras largas de los agentes de la TIA, como son El sulfato atómico (1969), Safari callejero (1970) o Valor...¡y al toro! (1970), así como en las primeras portadas de la revista Mortadelo. Conforme va avanzando la década de los 70 Ibáñez encuentra su propia voz y una fórmula humorística y estética que va haciendo innecesarias las referencias a otros autores, si bien aún podemos encontrar restos franquinianos en obras como La caja de diez cerrojos (1971), Operación bomba (1972), Los invasores (1974), etc., prácticamente irrelevantes.

Con esto no queremos decir que la huella de Franquin se borrara por completo en la producción de Ibáñez, pues en los albores del nuevo siglo encontramos anecdóticos parecidos con la obra del autor francés en álbumes tan destacados como Su vida privada (1998) y La vuelta (2000). Sin embargo, a lo largo de los años podemos encontrar pequeñas pinceladas, restos, huellas de Franquin que siguen apareciendo en las historietas de Francisco Ibáñez. Se trata de parecidos casi insignificantes, menores, pero que están ahí. Repasemos algunos de ellos.

Los seguidores de Gastón el Gafe recordarán que el personaje de Franquin, en su tira 687, filmó todas sus vacaciones con una taladradora...Algo similar a lo que le ocurrió a Mortadelo en una de sus misiones de espionaje en el álbum El atasco de influencias (1990).




Del mismo modo, en la viñeta final de la tira 747 del personaje extranjero, vemos cómo Gastón y su amigo Jules juegan al billar usando como tapete el suelo de la oficina. Exactamente lo mismo que hicieron Mortadelo y Filemón en La perra de las galaxias (1988).





En la historia 718 de Gastón, Buenavista y De Mesmaeker ven roto su contrato por culpa del artefacto volador del "chico para todo" de la oficina. En El 35 aniversario (1992) Sacarino, con su avioncito, arruina justamente los contratos que Mortadelo va a ofrecerle en nombre de su Agencia de Información.







La más reciente de estas influencias la encontramos en El coche eléctrico (2012), historieta en la que el coche de Mortadelo y Filemón se dedica a jorobar a un guardia urbano, tal y como Gastón importunó al pobre gendarme Longtarin con su vieja carcacha. La coincidencia no daría más de sí si no fuera por la viñeta en la que el coche de los agentes de la TIA alza la rueda para orinarse sobre el agente de la ley, tal y como ocurre en el sueño de Longtarin en la tira 842 de Gastón el Gafe, si bien en la historieta foránea se resuelve la situación con mayor sutileza.




Como se puede observar, se trata de coincidencias anecdóticas, irrelevantes, que no quitan ningún mérito a la capacidad creativa de Francisco Ibáñez,  y más teniendo en cuenta la ingente cantidad de páginas que constituye su producción. En muchos casos puede que no se trate más que de lugares comunes tratados a su manera y de forma independiente por dos autores humorísticos ante la necesidad de rellenar más y más planchas con situaciones cómicas. No obstante, dada la tradicional influencia de Franquin en Ibáñez, nos parece oportuno, por lo menos, señalar estas coincidencias entre los dos geniales historietistas.

domingo, 7 de julio de 2013

LAS ONOMATOPEYAS EJEMPLARES DE IBÁÑEZ



Si consideramos que parte un rasgo definitorio de la historieta (como medio) consiste en la combinación de palabras e imágenes, no cabe duda de que se puede afirmar que la onomatopeya constituye la quintaesencia de la misma. Antonio Altarriba lo explica mejor que yo en Los hijos de Pulgarcito:

            Existe un punto, allá al fondo de la viñeta, donde la palabra se visualiza como imagen y la imagen se lee como palabra. Cada vez que, con motivo de cualquier acción contundente, hace obligada aparición, el autor no sabe muy bien si tiene que escribirla o dibujarla”.

             Dicho esto, se puede concluir que un buen barómetro para calibrar la habilidad de un autor a la hora de desenvolverse en el medio historietil son sus onomatopeyas. En este aspecto, como en tantos otros, Francisco Ibáñez vuelve a destacar.


            Una prueba de ello la tenemos en la obra de 1986 Dibujemos cómics, escrita por Jordi Vives y editada por Labor. En esta guía para jóvenes dibujantes, aunque el autor se decanta claramente por los cánones del dibujo realista y no parece apasionado por la obra de Ibáñez, recurre a nuestro dibujante cuando tiene que ejemplificar a los pequeños lectores lo que son las onomatopeyas, como pueden ver en la imagen.

                                              


            Llama la atención que todos los ejemplos pertenezcan a Francisco Ibáñez (no se acredita, pero resulta obvia su autoría) y que no se trate de una combinación de aportaciones de dibujantes diversos. 

            Esto es, sin duda, fruto del innegable talento que el padre de Mortadelo y Filemón posee para el arte de la historieta. Sus onomatopeyas, síntesis entre la palabra y la ilustración, son directas, contundentes, creativas, de enorme valor expresivo. No en vano fueron escogidas por Jordi Vives como ejemplo para los jóvenes creadores.


domingo, 23 de junio de 2013

LOS SOBRINETES (1988)



           Los sobrinetes es una historia anómala dentro de la biografía de Mortadelo y Filemón, ya que en esta ocasión la misión les afecta en lo personal: un enemigo de la TIA, Anselmo el “Cefalópodo”, ha secuestrado a los sobrinos de la pareja de agentes y amenaza con liquidarlos si la TIA no destruye las pruebas que tiene contra él. En realidad, la aventura es una excusa para mostrar las travesuras de unos “Zipi y Zape a la Ibáñez”.

            No son estos los primeros “niños terribles” de Ibáñez, ya que encontramos precedentes entre los infantes de los Trapisonda y, especialmente, en los hijos del ama de casa de 13, Rue del Percebe. El efecto humorístico que persigue Ibáñez en todos estos casos radica en el contraste entre la presupuesta inocencia y bondad intrínsecas en los niños y el carácter gamberro y diabólico de los mismos. En la historia de nuestra historieta hay que destacar que fue Manuel Vázquez uno de los autores que llevaron estas constantes a su máxima expresión con el inmortal Angelito ( Tío Vivo, 1964). El hecho de que los protagonistas se vean acompañados de unos sobrinitos con gran parecido a ellos mismos, cuyos padres no aparecen, recuerda a los cartoons clásicos, concretamente a los de la factoría Disney.

            En cuanto a la parte gráfica de la historia, Juan Manuel Muñoz ha afirmado en este mismo blog que las primeras doce páginas son obra de Ibáñez, mientras que el resto corrió a su cargo. Lo cierto es que si no fuera por esta apreciación de Muñoz, no hubiéramos asegurado que los dos primeros capítulos fueran obra de Francisco Ibáñez. De todas formas, Juan Manuel ya nos advierte del deficiente entintado, que recayó en manos ajenas y que  resta presencia al conjunto de la obra.

            La premisa inicial del álbum nos recuerda a la presentación en el mundo mortadelero de Tete Cohete, cuyo álbum homónimo data de 1981. En este primer caso, Mortadelo lleva a su vecino a las instalaciones de la TIA, mientras que ahora los dos agentes son acompañados de sus sobrinos (como si fuera lógico llevar a los niños de la familia a visitar una organización secreta). Sin embargo, frente a la falta de argumento de Tete Cohete, Los sobrinetes presenta una historia ligeramente más sólida: los niños no se limitan a deambular por la TIA, sino que son secuestrados por un criminal que chantajea a la organización. Del mismo modo, mientras que Mortadelo y Filemón mantienen su protagonismo en la historia de inicios de los ochenta, aquí son los sobrinos, junto a Anselmo el “Cefalópodo”, los que llevan el peso de la historieta.



            El primer capítulo de seis páginas presenta la típica introducción histórica, con referencias a personajes históricos como Calígula, Nerón, Billy “el Niño”, los siete niños de Écija o un jovencito Albertito Einstein. Se trata de un capítulo de presentación en el que los niños se dedican a hacer gamberradas por la TIA, con un gag como el de la brocha sacado de Los gamberros (1978), con poco más que destacar. El segundo episodio supone una continuación con el anterior, con la salvedad de que entra en acción el malo de la historia, un tipo que recuerda (incluso en el coloreado) al villano de La Tergiversicina (1991). El “Cefalópodo” secuestrará a los sobrinos de Mortadelo y Filemón y no tardará en convertirse en su triste víctima.

            En el tercer episodio, ya con el relevo de Muñoz a los lápices, sienta las bases de lo que será el resto del álbum. La entradilla de cada historia vendrá marcada por el modo en que Filemón se ve perjudicado por los disfraces de Mortadelo, al malinterpretarlos. Esto nos recuerda a álbumes como  A la caza del cuadro (1971), Misión de perros (1976), Los que volvieron de allá (1987) o los futuros Maaaastrich…¡Jesús! (1992) y El disfraz, cosa falaz (1995). Por algún motivo, el villano de turno la ha tomado especialmente con el sobrino de Filemón, al que amenaza con mutilar, ante la insensibilidad de Mortadelo, otra constante que se repetirá en cada capítulo. Destaca el hecho de que en ningún momento se hable de los padres de los niños, ya que serán los tíos los que se encarguen de la investigación. El resto del capítulo transcurre en una granja, donde los verdaderos protagonistas del álbum, los niños y el malhechor, protagonizan algún momento destacable, como el running gag de los dedos del “Cefalópodo”. Son de plena actualidad las críticas a los políticos (relativas al olor del Congreso y a los nombramientos a dedo). Otras historias de Mortadelo y Filemón que han tenido momentos ambientados en granjas son A la caza del cuadro,  Los diamantes de la gran duquesa (1972), Los gamberros y el futuro ¡Espías! (2012), entre otros. Cabe señalar que la portada del álbum estará basada en este episodio.



            El cuarto capítulo comienza con un disfraz poco logrado de Mortadelo y un chiste forzado: el del bestiosaurio. Aquí los agentes vuelven a recuperar el protagonismo, en un episodio que transcurre en las alcantarillas, como vimos también en Los diamantes de la gran duquesa y en el futuro El atasco de influencias (1990). El quinto capítulo empieza con el rebuscado gag del disfraz de romana (nos preguntamos cuántos niños conocen la polisemia del término) y lleva a nuestros hombres a Nueva Celedonia, repartiendo el protagonismos entre agentes y sobrinos de forma equitativa, tres páginas para cada uno. Hay que destacar el poco ímpetu que Mortadelo y Filemón ponen en esta investigación, aun tratándose de sus sobrinos, pues tampoco se matan por encontrar a sus sobrinos, de manera que la llegada de los agentes coincide siempre con el momento en que el villano abandona el lugar con sus rehenes. A observar el gag surrealista de las olas que golpean de forma extraña.

            Prueba de la poca inquietud que suscita este caso en los protagonistas es el hecho de que el tío de una de las víctimas, Mortadelo, pase el día disfrazándose, algo para lo que el capítulo sexto no será una excepción. El reparto de intervención será aquí menos equitativo, dos páginas para Mortadelo y Filemón y cuatro para el malo y los niños, que desarrolla sus gags en un barco, escenario habitual de otras aventuras como A la caza del cuadro, Los secuestradotes (1976), El plano de Ali-Gusa-No (1974), Contrabando (1978), Los gamberros, El bacilón (1984) La estatua de la libertad (1984), La Gomeztroika (1989), La ruta del yerbajo (1993), El trastomóvil, Llegó el euro (2001)…así como en las historietas cortas de la pareja El carguero Chatárrez (Super Mortadelo, nº 13), Rumbo a la isla (Mortadelo Extra Primavera, 1973) y Misión en el Queen Cascajo (Mortadelo Extra de Verano, 1974), al igual que en el álbum A Seúl en un baúl (1987), de Chicha, Tato y Clodoveo.
 
            El último episodio, de ocho páginas, muestra nuevamente la fijación del “Cefalópodo” por Filemoncete, al que pretende liquidar definitivamente. En esta ocasión tiene a los niños ocultos el la Cueva del Ojo Negro, cuyo nombre da pie al surrealista gag del parpadeo. En este capítulo se observa una evolución de los personajes infantiles, que lejos de ser los gamberros de antaño, son totalmente inocentes, incluso algo tontainas, lo que en Ibáñez se síntoma de peligro público. Y eso serán precisamente para Anselmo el “Cefalópodo”, al que acabarán derrotando bajo el peso de una roca en una misión, en la que, no lo olvidemos, Mortadelo y Filemón no han hecho nada.  Desgraciadamente, al final los infantes se cargarán las pruebas contra su raptor (¿un subconsciente síndrome de Estocolmo?) y acabarán siendo perseguidos por el Súper, mientras ellos aluden al conflicto generacional con comentarios que supuestamente reproducían el lenguaje de los jóvenes de la época, algo que ya vimos en Tete Cohete.

             Concluye así un álbum en general poco valorado por los lectores, que lo consideran una muestra de la “época negra” de Ibáñez, aunque nuestro autor sí intervino en el guion y en el lápiz de las doce primeras páginas. El resto, a cargo de Muñoz, deja ver cómo el ayudante de Ibáñez se defiende notablemente en solitario, si bien es cierto que las tintas en manos ajenas deslucen el resultado final, al igual que la pésima rotulación de los diálogos, con una letra que no está a la altura del nivel gráfico de la serie. A pesar de todo, se trata de un álbum entretenido y en cierta forma, algo original, ya que el protagonismo no recae en los agentes, que apenas aparecen casi testimonialmente en algunos capítulos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

EL ANSIA DE PODER (1989)

Tan solo seis años después de El ascenso , una de las historias más recordadas por los fans, Mortadelo y Filemón vuelven a lidiar con la ambición propia y ajena en El ansia de poder, que junto con la historieta anteriormente mencionada y con Hay un traidor en la TIA (1983) constituye la trilogía de historietas en que los agentes de la organización pugnan entre sí, bajo el signo de  la competencia o la desconfianza. Estaríamos ante una de las que hemos llamado "historietas sin misión", ya que el Super-intendente no asigna ningún cometido a Mortadelo y Filemón a lo largo de las 44 páginas del álbum. De hecho, nuestros agentes deambulan haciendo trabajos menores por los pasillos de la TIA, sin ningún objetivo concreto salvo la ambición personal de medrar. Es por ello que apenas salimos de la organización, conformando así una "historieta de interiores", de las que tanto abundan en esta época.

Centrándonos en el contexto, estamos dentro de lo que se ha dado en llamar "etapa negra", época que va de 1987 a 1990 y que se caracteriza por la desigual participación de Ibáñez en su propia obra. El ansia de poder, de hecho, ha sido dibujado íntegramente por Juan Manuel Muñoz, si bien es cierto que las tintas corrieron a cargo de manos menos expertas. La firma de Ibáñez es la característica firma-tampón con la que se adornan varias de las historietas de este periodo.

El trabajo de Muñoz, como siempre eficaz, llevó a que durante muchos años la aventura fuera considerada, incluso por los fans más avezados, como un "Ibáñez auténtico". Solo rasgos apenas perceptibles para el ojo experto relativos a la composición de alguna viñeta o al hieratismo de alguna figura, delatan que no estamos ante una obra de Ibáñez. También se nota en algunos de los disfraces, campo en el que los distintos dibujantes que han intentado imitar al maestro no logran destacar como él. Algunos ejemplos los tenemos en los disfraces de ciempiés (pág. 4), lata, (pág. 8), morcilla (pág. 11) o guitarra (pág. 12). No obstante, Muñoz, discípulo aventajado del maestro, logra algunas caracterizaciones muy conseguidas, como la del Mortadelo-demonio, en la página 9.

Como corresponde a muchas aventuras de esta época, El ansia de poder se compone de seis capítulos de seis páginas y uno de ocho, serializados en los números comprendidos entre el 119 y el 125 de la revista Mortadelo en Ediciones B. El primer episodio comienza con un breve prólogo que es una declaración de intenciones con respecto a lo que será el álbum: una disección del ansia de poder del ser humano, de su ambición insana por llegar a la cúspide pisando a quien haga falta. La visión del guionista Ibáñez no está exenta de crítica, cuando presenta los medios agresivos gracias a los cuales se ha intentado medrar a lo largo de la historia, no sin antes señalar que el cerebro humano ha sido el menos utilizado.



La historia comienza con Mortadelo vestido con un disfraz inusual, el de Goliath, que no será el único disfraz bíblico que encontremos en el álbum. Al principio del capítulo sexto, se disfrazará de profeta, con un físico que recuerda al futuro álbum El profeta Jeremías, cuyos dibujos también corresponden parcialmente al lápiz de Muñoz. En este episodio vemos a un Filemón especialmente responsable, que llama a su subordinado para pedir un expediente al agente Venancio, al que ambos (cosas veredes) critican por vago. Este es quien les informa de que el director general va a jubilarse y está buscando sucesor. Mortadelo y Filemón no se lo piensan: el puesto debe ser suyo, aunque parece que no les mueve otra motivación que la de jorobarse mutuamente. En las páginas siguientes, sus intentos de peloteo hacen quedar mal al Súper, con simpáticos equívocos que parece que dan ya por muerto al director. En estas páginas vemos de nuevo la sorprendente faceta resposable de Mortadelo, que pretende arreglar la alcantarilla general de la TIA, y la detallista de Filemón, que le lleva un ramo de flores a Ofelia por su cumpleaños. 

En cuanto al diseño del director general,que aparece por primera vez en este capítulo, no se corresponde con los arquetipos que normalmente suele dibujar Ibáñez: el señor de las cejas y bigote poblado o el de las gafas redondas. Esta vez se trata de un personaje creado ex profeso, quizás porque se sabía que no volvería a ser utilizado: en él se destaca su aspecto avejentado y achacoso, para justificar su pronta jubilación. La TIA ya tuvo otro director bastante anciano en Concurso-Oposición (1975).

En el segundo capítulo, los agentes tratan  que el Súper quede mal delante del director general. En lugar de intentar acumular méritos propios, la naturaleza ruin de Mortadelo y Filemón los lleva a echar por tierra a los demás. Por otra parte, hay que decir que los medios por los que intentan promocionar en El ansia de poder son bastante menos meritorios que los de El ascenso. En la historieta antigua, los agentes basaban su progreso en puntos que iban acumulando de misiones resueltas. Ahora se basan en el mero pelotilleo al superior, que es igualmente responsable de esta actitud de sus hombres, ya que basa sus criterios de aprobación en detalles superficiales y nada profesionales. Lo hilarante de este capítulo es que los intentos de dejar mal al Súper se vuelven contra Filemón, y solo al final el Super-intendente se verá desprestigiado ante el director general.

El capítulo tres comienza con un disfraz original de Mortadelo: el de cinco pesetas de vellón. En esta ocasión es Ofelia la que intentará prosperar, influida por las mujeres de las revistas que lee. El machismo de este fragmento no se limita al director general,que queda prendado de la bella Irma a pesar de que es Ofelia la que lleva la voz cantante; la misma Ofelia también recurre a tópicos machistas, ya que pretende prosperar mediante sus dotes culinarias y su actitud servil ante el varón. Este capítulo tiene como subtrama el dolor de pies de Filemón, que volverá a meter la pata ante el director al final del episodio, aunque Ofelia ya habrá quedado totalmente desprestigiada ante él. El fragmento contiene una subida de tono que prefiguraba los álbumes más modernos: el director, con una viga de hierro le dice a Ofelia en la página 17 que él sí que le va a dar "una cosa ferruginosa", a lo que ella responde calificándolo de atrevido, por decirle eso a una chica soltera. En este caso, la alusión sexual es clara para el público adulto, aunque pase inadvertida para el infantil.


En el cuarto capítulo, descubrimos de nuevo la ambición de Bacterio, que ya mostró en El ascenso. Eso sí, el científico pretende prosperar por méritos propios, mostrando sus inventos al director. El esquema del episodio será el siguiente: Mortadelo y Filemón se los birlarán al científico para presentarlos como propios al director, con el subsiguiente desastre. Resulta paradójico que, dada la desconfianza que las invenciones de Bacterio han suscitado siempre a nuestros hombres, ellos le enseñen a su superior los inventos sin haberlos probado antes. Una estupidez tan grande como la del propio Bacterio, que a lo largo de todo el capítulo no ha caído en la cuenta de que le birlaban los inventos...justo después de hablar con Mortadelo y FIlemón. En el episodio destacan la imagen del mosquito gigante,que remite a El sulfato atómico (1969), la mención explícita de una marca comercial, como es el Cola-Cao y el fallo del colorista que deja en blanco una lámina que, según se especifica en los diálogos, debía de haber sido roja.

El quinto episodio cede el protagonismo a Gilifláutez, personaje pequeño y apocado que, sin ser fijo en la serie, resulta un remedo de Migájez, el celebrado secundario de El ascenso. El hecho de reutilizar el arquetipo demuestra la conveniencia de que Ibáñez hubiera dejado como personaje fijo a Migájez, un agente al que todo le sale bien, en la línea del Feliciano de Vázquez, y que hubiera sido un buen contraste con el resto del personal de la TIA. En este tramo encontramos algunos de los gags más ingeniosos del álbum, como el de la daga malaya, el whisky y el cristal de bohemia, el del cuadro de Picotazo...Lo hilarante es que aquí todos los intentos de dejar mal a Gilifláutez redundan en su beneficio. De hecho, el capítulo acaba con unos Mortadelo y Filemón desesperados y un director encantado con Gilifláutez, por lo que no sabemos por qué no le da el puesto a él directamente.

El sexto episodio nos muestra a Mortadelo y Filemón como un equipo, ya que van juntos a hacerse los simpáticos ante el director. Su principal competidora en esta ocasión será la señorita Irma, que aquí ya no parece la mujer decidida que conocimos como encargada de la sección de terrorismo en Terroristas (1987), sino que es mucho más cursi en su forma de hablar, se asusta de las armas y no sabe reconocer ni siquiera una granada. Poco queda ya de esta antigua experta en terrorismo, ahora rebajada a mera secretaria. Algunos gags presentan gran ingenio, como el del agujero del cinturón o la forma en que descubren al traidor Cabrítez. Lo que en realidad es temeridad, como escribir con un cartucho de goma 2 en la máquina, es valorado como valentía por el director, que por otra parte se decepciona cuando Irma se asusta de una araña. Esto confirma el carácter voluble y el criterio poco riguroso del director general, que incluso piensa en llamar de nuevo a Mortadelo y Filemón (él también los considera un equipo), aunque ya tiene motivos de sobra como para descartarlos como sucesores.



El séptimo episodio, de ocho páginas, es un "todos-contra-todos" en el que destacan algunos gags divertidos como el de la trampa de ratones, el del hueso en el suelo del despacho, etc. No obstante, desde el punto de vista del guion encontramos algunas anomalías, como en la última viñeta de la página 40, en la que Ofelia le pregunta al director qué le ha parecido su regalo. Lo esperable es una reacción (burra,todo sea dicho) por parte del "dire", pero al volver la página encontramos que hemos cambiado de escena y que nos quedamos sin la viñeta que todos esperamos de Ofelia siendo agredida por el director. 

Finalmente, encontramos un gag reutilizado de Misión de perros (1976), cuando Mortadelo consigue atrapar a un can disfrazado de hueso gigante, algo que ya hizo el Anacleto de Vázquez a principios de los setenta. El clímax humorístico del episodio llega con la hilarante escena en que el Súper, Bacterio, Ofelia e Irma van a llevar cada uno un regalo al director. Acto seguido, Mortadelo realiza el cambiazo y se crea un gran efecto cómico, pues ha sustituido los presentes por un bulldog, lo cual hace que las palabras de los lisonjeros resulten paradójicas y llenas de comicidad. Puestos todos ellos fuera de combate, Mortadelo y Filemón creen que son los únicos candidatos, por lo que nos preguntamos: ¿qué pasa con el resto de la organización, incluido el mismo Gilifláutez?

Sin embargo, el director general parece pensar igual que ellos, pues desvela el misterio de su sucesión solo a los protagonistas del álbum. Finalmente, el elegido es Popeye, cuyas apariciones en la serie ya fueron reseñadas por Mortadelón en su blog. Esto desata el furor de los miembros de la TIA contra Mortadelo y Filemón, que acaban perseguidos por todos ellos. ¿Por qué un personaje como el director general, que llega a ser co-protagonista de esta historia no vuelve a aparecer en la serie? Fácil, señores, porque se ha jubilado.

El ansia de poder presenta un guion adecuado y superior a la media de los de la etapa negra, aunque no haya sido así reconocido aún por la mayoría de los seguidores de la serie. Existen algunos fallos ortográficos, como "almohadón" sin "h" en la viñeta 9 de la página 31 o "habían" como verbo principal en la viñeta 3 de la página 44. El guion, aunque es de Ibáñez, seguramente fue transcrito por Ana María Palé, lo cual puede explicar algunas expresiones impropias del autor, como "idiótilo" o "locatis", esta última mucho más propia de Martz-Schmidtz.

En conclusión, podemos decir que estamos ante un álbum bastante simpático, que entre risa y risa nos muestra la amarga naturaleza del espíritu humano. Quienes hayan tenido alguna experiencia laboral en este sentido, podrá haber comprobado que el ansia de poder desata lo peor, las miserias del alma humana. Ibáñez, siempre certero, disecciona a la perfección esta mezquindad y la plasma en un álbum que, sin llegar a la categoría de El ascenso, arrancará seguro más de una sonrisa. El mismo autor lo cita como uno de los álbumes que le recomendaría a Felipe González (así como a sus predecesores y sucesores), junto a El atasco de influencias (1990) o Corrupción a mogollón (1994),en una ingeniosa respuesta a una insidiosa pregunta de un periodista.

 No en vano es este el único álbum de la "etapa negra" que, sin haber sido dibujado por Ibáñez, fue adaptado para la serie de televisión de BRB internacional en 1994. Cabe destacar que en la versión animada, el personaje final que aparece no es Popeye, sino Dartacán, por cuestiones obvias de derechos de autor. El acertado guion y la habilidad de Juan Manuel Muñoz para recrear en papel el universo de Ibáñez hacen de El ansia de poder una obra digna de ser rescatada y revisada.


domingo, 9 de diciembre de 2012

UN CARADURA EN CASA DE LOS TRAPISONDA

Se acercan las Navidades, y con ellas las inevitables visitas de los parientes. Algunas son bien recibidas...y otras no tanto. Un ejemplo de este segundo tipo lo retrató Ibáñez en una historieta de 1960 de La Familia Trapisonda. 

Y es que a este grupito, como si no le bastara ya con ser la monda, se le agregó un nuevo pariente: el tío Manolo. El quid de la historieta radica en que mientras que Pancracio cree que es un tío de Leonor, su esposa (sí,porque en esta historieta no eran hermanos, sino matrimonio, tal y como era la idea original de Ibáñez) pensaba que el susodicho era tío de su marido.

Si los personajes hubieran sido hermanos, el gag habría sido imposible, ya que en tal caso ambos conocerían a los parientes del otro...¡porque hubieran sido los mismos!

La cuestión es que el tito de turno campó a sus anchas por la casa de la familia, devorando todo cuanto encontraba a su paso. Solo al final se dará cuenta de que iba a otro piso y que no era pariente de ninguno de los habitantes de la casa.Pero llegados a ese punto ya será demasiado tarde, pues el individuo ya habrá arruinado por completo a los Trapisonda.

El caso es que, si analizamos la fisonomía del tito en cuestión...¿No les recuerda a nadie? Esa matilla de pelo mal peinado, esa barriga cervecera, el bigotejo desaliñado, las pecas de la nariz... Los mejor pensados dirán que, como mucho, se trata de Manolo, el habitante del ático de 13, Rue del Percebe. Y no irán del todo descaminados, no. Los más avispados ya habrán visto que se trata de Vázquez, con quien comparte también nombre el personaje.

Vemos que, ya desde sus inicios, Ibáñez utiliza el gag del propio Vázquez de incluirse en sus historietas cada vez que aparece un personaje pícaro, caradura y algo sinvergüenza.

Sabiendo ya de quién se trata, desconocemos si, finalmente, el tito Manolo tenía algún pariente en el edificio de los Trapisonda, o si ese sobrino Pepe , que supuestamente vive en el piso de arriba, no es sino una excusa para entrar a gorronear a otra casa.



A ustedes, lectores, les deseamos una feliz semana y ¡mucho ojo con los tíos caraduras!

domingo, 25 de noviembre de 2012

TAKAÑAKA, ¿UN NUEVO "PERSONAJE FIJO" EN MORTADELO?

A finales de los 80, Ediciones B pretendía seguir sacando al mercado historietas largas de sus recién adquiridos personajes Mortadelo y Filemón. Hasta que se firmara el acuerdo con Ibáñez, allá por 1988, diversos serán los autores que se encargarán de guionizar y dibujar a la pareja estrella del autor catalán. Uno de ellos será el antiguo redactor de Bruguera Julio Fernández, responsable del guion de El profesor Probeta contraataca.

En esta historietas, Fernández introduce un pequeño personaje,  Takañaka, un asiático de minúscula estatura dotado para las artes marciales y cuya especialidad es la de "convencer" a Mortadelo y Filemón para que acudan a las misiones más peligrosas que les encarga el Súper. 



La aparición no dejaría de ser anecdótica si no fuera porque un par de álbumes después, Takañaka vuelve a aparecer en la historieta larga apócrifa El "lavador" de cerebros. Esta vez, debido al "baile" de dibujantes, el diseño del personaje es distinto, no teniendo en común con el anterior Takañaka más que la pequeña estatura y su origen asiático. El nuevo Takañaka es calvo y luce un típico bigote oriental. 

Sin embargo, no hay que dudar de que se trata del mismo personaje, pues además del nombre, mantiene su habilidad para las artes marciales y su cometido de llevar a los dos agentes protagonistas ante la presencia del Súper. Por si fuera poco, no olvidemos la expresión de Filemón al verlo aparecer en El "lavador" de cerebros : "¡Él otra vez!" (viñeta 4, pág. 2).


La inclusión de este personaje puede atribuirse a la pasión del fallecido Julio Fernández por las artes marciales, que dio lugar a que no pocas veces sus compañeros lo caricaturizaran presentándolo como un luchador oriental. Un ejemplo de ello lo tenemos en el personaje de Kar-Akol,el mongol, uno de los villanos de Contra el "gang" del Chicharrón (1969), caricatura de Fernández.

En estas historietas guionizadas por el antiguo redactor, encontramos que se pone el acento en la afición del guionista, con numerosas escenas de lucha de artes marciales, que desglosan en distintas viñetas los distintos tipos de golpe de estas especialidades de lucha, creando así secuencias de peleas muy poco Ibañezcas.



A colación con este tema, apuntaremos que es más que probable que la aventura El crecepelo infalible fuera también guionizada por Julio Fernández, no solamente porque El profesor Probeta contraataca sea su continuación, sino porque en ambas encontramos algunos rasgos de guion similares, como el gusto por rescatar elementos anteriores de la obra de Ibáñez, como los villanos del Gang del Chicharrón o inventos clásicos del profesor Bacterio.

La reaparición de Takañaka en El "lavador" de cerebros nos lleva a preguntarnos si su autoría corresponde también a Julio Fernández o si, quizás, algún otro guionista del Equipo B consideró que este secundario tenía potencial y decidió reutilizarlo. Nosotros nos inclinamos por la primera opción, ya que el rescate de Takañaka como personaje fijo y de peso en la historieta parece sacar a relucir una indudable predilección por este personaje, que solo comprendemos desde la óptica de ser el alter-ego de su creador, Julio Fernández.

Quede este análisis como testimonio de que, al menos durante un breve periodo de tiempo, Mortadelo y Filemón tuvieron un nuevo compañero, un nuevo personaje fijo (aunque apócrifo), obra de Julio Fernández.