El racista es una aventura de Mortadelo y Filemón publicada entre los números 100 y 105 de Super Mortadelo (Ediciones B) en la que Ibáñez, que acaba de descubrir las ventajas comerciales del apego a la actualidad de los lectores, aborda un tema espinoso: el racismo. Ya a principios de los 90, distintos sectores sociales habían empezado a denunciar los sentimientos y actitudes racistas que se observan en la vida cotidiana. Aunque con menor intensidad que en nuestros días, este rasgo de corrección política permitió romper con manidos clichés y tópicos raciales, lo cual influyó también en el campo del humor.
Como corresponde a estas historietas de principios de los 90, el lápiz es de Ibáñez, mientras que el acabado y entintado es de Juan Manuel Muñoz. Característica de esta época es la estilización de las figuras de los protagonistas, algo que se observa en todas las historietas de este periodo. Otro rasgo típico de esta aventura a nivel gráfico son los bocadillos, con la singularidad de resaltar en negrita las palabras más importantes de los mismos. En cuanto a la fecha de la historieta, el primer capítulo, según vemos junto a la firma de Ibáñez, es de 1991, y el resto de 1992. Lo mismo ocurre con El Quinto centenario (1992), cuyos primeros episodios son de 1991 y el resto de 1992. Puede ser que Ibáñez y Muñoz realizaran ambos álbumes a la vez, ante la inminencia de la celebración del Quinto centenario del descubrimiento de América.
El primer capítulo de ocho páginas comienza con una elocuente viñeta que ilustra acerca del tema del racismo, con imágenes de las distintas razas convertidas en bolos mientras un individuo, el racista, se supone, se dispone a tirar la bola. La historia comienza con un original prólogo en el que se habla de la lucha de razas en la especie animal, vegetal y humana. Dentro de este último apartado destaca la crítica a la colonización española en Hispanoamérica, aludiendo a las matanzas y violaciones de los indígenas, ante la pasividad de la Iglesia. La escena en que un conquistador persigue a una nativa nos recuerda a la del cruzado que anda tras una sarracena en Bajo el bramido del trueno (2006). Tampoco falta la alusión a las matanzas de indios en el oeste americano, aunque Ibáñez parte de una referencia más cinematográfica que histórica, con alusiones a Erroly Flynn y John Wayne, que aparece caricaturizado. Tampoco falta el humor negro alusivo al Ku-Kux Klan, a la guerra de Vietnam e incluso al holocausto judío, con una caricatura de Hitler incluida.
La aventura propiamente dicha comienza con un gag acerca de las entradas secretas que contiene una buena dosis de absurdo, al más puro estilo de la serie clásica. Ya en la TIA, nos enteramos que distintos miembros de la organización han sido humillados por un nuevo vicepresidente racista, a causa de sus antepasados. Así, comprobamos que el Súper tuvo ascendientes musulmanes; la Ofelia, gitanos y el Bacterio, judíos. Aparece también el jefe de personal, que presenta el mismo diseño que en El premio No-vel (1989) y La tergiversicina (1991), por lo que planteamos la duda de si se puede considerar un efímero personaje fijo de la serie.
La misión que plantea el Súper a sus hombres es peculiar: ayudar a los agentes de otras razas, a quienes el vicepresidente manda a misiones complicadas para que queden como unos inútiles y así poder despedirlos. No deja de ser curioso que el Súper encomiende aquí una misión al margen de uno de sus superiores. También comprobamos en esta ocasión que el Superintendente no es el único en asignar misiones a los agentes, ya que el “vice” hace lo mismo. Precisamente Mortadelo y Filemón son requeridos ante su presencia, ya que los va a ascender de agentes de tercera (los dos parecen tener el mismo rango) a segunda. Así, presenciamos algunos de los gags que definirán este álbum: nos referimos a las humillaciones que sufren los agentes de razas diversas a causa de la actitud despótica del nuevo directivo. Cierra el episodio un simpático gag lingüístico como es el de masticar “alcachofas”, que lleva a Mortadelo y Filemón a camuflarse, el primero de elefante y el segundo dentro de la boñiga del mismo.
El segundo episodio comienza con un gag relativo a las entradas secretas, en el que un mendigo que vive en un cubo de basura se siente un privilegiado al ver a Mortadelo y Filemón entrar los dos en una caja de cartón. El chiste recuerda a uno con el que Vázquez abrió la historieta de Anacleto publicada en el número 71 de Gran Pulgarcito, en 1970. A este chiste de entradilla le sucede (en este y en próximos capítulos) otro relativo a los precarios despachos que el vice adjudica al Súper por tener antepasados musulmanes. Precisamente será un musulmán, Abdullah, a quien Mortadelo y Filemón tendrán que ayudar en esta ocasión.
Antes de entrar en contacto con él, veremos, como en los capítulos restantes, la ingenuidad de Filemón, quien cree todavía en la bondad del vicepresidente general, aunque el trato de este hacia sus subordinados siempre lo desengañe. Sin embargo, quien está verdaderamente antológico en este episodio es Mortadelo, que hace gala de una bobería propia de su época más clásica. Así, lo vemos desbaratar el plan de Filemón en un tugurio de mal vivir, aplaudir durante un sigiloso asalto a una casa, preguntarse si un coche sabe hablar (aludiendo directamente a la serie de televisión “El coche fantástico”) y fracasar en un arduo intento de contar hasta cinco. Finalmente, con la “ayuda” de nuestros hombres, la misión de Abdullah será un desastre, con lo que el vicepresidente ha ganado esta partida. Destacan en este episodio algunos de los escasos detalles absurdos que hay de fondo en el álbum, como son el perro leyendo el periódico y el hombre cuyo ojo se sale al sonarse la nariz.
El tercer capítulo, también de ocho páginas, reproduce el esquema de entradilla con varios gags recurrentes: uno relativo a la llamada del Súper, otro acerca de la entrada secreta (con una curiosa viñeta que nos muestra la habilidad de Ibáñez para dibujar interiores lujosos) y el que se refiere a la mesa del Súper. En este episodio se presenta a un orondo director general , el señor Paquidérmez, aunque en el capítulo final veremos al director general al que estamos acostumbrados. Puede considerarse esto (y lo es) como un despiste de Ibáñez, pero dentro de la lógica interna de la historieta podemos considerar el cargo como algo variable y que el primer director ha sido cesado de sus funciones.
Esta vez Mortadelo y Filemón tendrán que ayudar al judío Levy Pashar a transportar un microfilm aunque, por supuesto, acaban perjudicándolo. Destacan el forzado juego de palabras que nos permite ver a Mortadelo disfrazado de Dante (antes se había hecho mención a Hamlet, en una historia muy literaria) y el momento en que el transformista calvo dispara sedantes a su jefe cuando este está a punto de ser devorado por un bulldog.
En la entradilla del cuarto episodio podemos comprobar que Mortadelo y Filemón no viven juntos y que Rompetechos, ahora agente de la TIA, sirve para hacer chistes sin ni siquiera aparecer. En esta ocasión, el compañero al que deben ayudar es M´orrongo, de raza negra, que permite que afloren los pensamientos del Mortadelo más racista. Así, el personaje vuelca en el agente de color todos los estereotipos acerca de la raza negra: lo acusa de caníbal, cree que se suele trasladar montado en una cebra, que solo como cacahuetes…Además, tanto él como Filemón lo ponen a trabajar mientras ellos descansan. Destacan también los juegos de palabras alusivos a la raza del compañero, los cuales, a pesar de jocosos, son políticamente incorrectos. ¿Está Ibáñez denunciando las actitudes racistas del españolito medio o solo está haciendo chistes a costa de ellas? Se trata, sin duda, de uno de los capítulos más recordados del álbum y que difícilmente se podría publicar hoy en día.
El quinto episodio, de seis páginas, se inicia con gags típicos alusivos al zapatófono, en una entradilla que tiene como elemento más destacable el comprobar que Filemón asiste a los mítines del Partido Popular. En esta ocasión el agente ayudado será un oriental que debe entregar un tubo explosivo cuya menor sacudida haría volar la ciudad. Esto hace que nuestros agentes se desvivan por evitar que su compañero se lleve ningún golpe, por lo que no dudarán en llevárselos ellos mismos. Esto nos recuerda a la historieta corta Un chorizo explosivo (Super Pulgarcito, 12) y a un capítulo de Armas con bicho (1988). Misión de perros (1976), Contrabando (1978) y Los verdes (1997) contienen también gags relativos a la tensión generada por un objeto que está a punto de explotar. Ibáñez retoma, aunque con resultado distinto el chiste de “tener un estómago a prueba de bomba” que ya utilizó en Magín el Mago (1971). Como toda bomba que se precie en una historieta de Ibáñez, finalmente explota, propiciando así una persecución que culmina con un escatológico Mortadelo que manda a sus superiores “a la…” , frase que Ibáñez tapa con un cartel de “Censurado”, lo cual constituye un recurso no demasiado habitual en sus historietas.
El sexto episodio comienza con nuestros agentes plácidamente dormidos en la TIA, siendo despertados por un inoportuno trompetista. La venganza de Mortadelo no se hará esperar, hasta el punto de dejar la duda al lector acerca de si, efectivamente, ha matado al emisario del Súper. Tras estropear la captura del agente de la Polinesia, todo parece indicar que el vice se ha salido con la suya, pero Mortadelo guarda un as en la manga. Su original plan consiste en presentarse ante el vicepresidente y el director general (este sí es el clásico) caracterizado como diversos agentes de razas distintas, cuyas virtudes y proezas cantará Filemón ante un director general cada vez más entusiasmado con las nuevas razas. Por la originalidad del episodio, las hiperbólicas historias inventadas por Filemón, la calidad de los disfraces de Mortadelo y las elocuentes reacciones del vicepresidente y del director, podemos decir que el capítulo es un broche de oro para este simpático álbum de la pareja. Finalmente, el director general mandará al vicepresidente a dar betún a los bantúes y se hará fan de la diversidad racial, lo que lo lleva a remodelar el organigrama de la TIA, relevando al Súper de sus funciones, por lo que este acabará persiguiendo a Filemón y a Mortadelo, en una viñeta en la que vemos que este último cede el paso a un nativo de raza negra…justo antes de llegar a una zona de arenas movedizas.
Esta última actitud de Mortadelo nos plantea dudas: ¿sabe el personaje que hay arenas movedizas o lo ignora? En caso de saberlo, ¿deja pasar al negrito para librarse él de caer en ellas o por racismo? Estas preguntas se pueden aplicar al conjunto del álbum: ¿parodia Ibáñez las actitudes racistas o solo las utiliza como pretexto para los chistes? De ser cierta la segunda opción, podemos preguntarnos si Ibáñez, al reflejar los tópicos de cada raza, está ayudando sin querer a la perpetuación de dichos tópicos. Puede que la respuesta sea más sencilla que todo esto: Ibáñez es un humorista bastante satírico, especialista en burlarse de toda tendencia, ideología o postura. Es por ello que sí, parodia al típico racista, pero tampoco hace un cómic comprometido, por ejemplo, a la manera de Jan. Y esa es una de las cosas que más nos gustan de Ibáñez, que es un humorista insobornable, que no hace concesiones a lo políticamente correcto.
Precisamente esto le trajo alguna queja respecto a este mismo álbum. Se produjo en Alemania, país donde, después de en España, más éxito han tenido sus personajes. El racista, titulado en el país teutón Er ist fies und klein - und soooo gemein!, sorprendió al público germano por la evidente caricatura de Hitler que Ibáñez recrea en la figura del vicepresidente general. Nuevo ejemplo de incorrección política por parte de Ibáñez.
En conclusión, podemos decir que El racista es una de las historietas más originales de este periodo de Mortadelo y Filemón. Se trata de una misión inusual, de “asuntos internos”, con gags poco usuales y un clímax humorístico poco trillado. A pesar de que, en el fondo, es otra historia en la que nuestros agentes tienen que proteger a otros individuos, dejándolos maltrechos, los elementos antes mencionados hacen que El racista sea uno de los álbumes de los noventa más recordados por los lectores.