La conmemoración del IV Centenario de la publicación de la primera
parte de Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes fue la excusa ideal para que Ibáñez diera a
luz una de sus obras más populares en los últimos tiempos: Mortadelo de la
Mancha (2004). No es esta la primera vez que vemos a Mortadelo enfundado en el
atuendo del Caballero de la Triste Figura. Ya en 1983, protagonizó una campaña
publicitaria de Plumas Parker titulada Las incredibles fazañas del caballero
Mortadelo de la Mancha. En esta ocasión,
un invento del Bacterio lleva a Mortadelo y Filemón a asumir las personalidades
de Don Quijote y Sancho Panza, respectivamente. Un esquema similar semejante
desarrolló Ibáñez en la historieta corta Mortadelilly el “Niño”, publicada en
1976. Existe una historieta de Ramón Mª Casanyes, titulada La gran locura
(1980) en la que Mortadelo asume, asimismo, la personalidad de El Cid
Campeador.
Quizá
el planteamiento del nuevo álbum hubiera sido más atractivo si Ibáñez hubiera
llevado a nuestros agentes a la novela de Cervantes, sobre todo por la
diferente ambientación que esto hubiera supuesto, a lo que podemos sumar los buenos resultados que esto dio en El Quinto Centenario (1992).
Aunque Ibáñez confiesa que nunca leyó entero El Quijote, ya que en su época era
utilizado como instrumento para enseñar a leer a los infantes con la aversión
que ello genera, las múltiples referencias que se hallan en Mortadelo de la
Mancha, más allá de las alusiones más obvias, revelan un cierto conocimiento de
la obra por parte del autor.
En
realidad, en muchos sentidos, el humor de Francisco Ibáñez es heredero del que
ya en 1605 enarboló Miguel de Cervantes. Si el autor de Alcalá de Henares
planteó a su protagonista como una parodia de los infalibles caballeros andantes
que poblaban las novelas de caballerías, Ibáñez diseñó a sus personajes como la
réplica a los también omnipotentes agentes secretos del estilo de James Bond.
De hecho, algunos de los rasgos del humor de Ibáñez fueron ya cimentados en la
novela de Cervantes, como son la pareja protagonista de personalidades opuestas
y complementarias, el predominio del humor físico (díganme que Ibáñez no podría
haber firmado el gag de los molinos de viento), la desmitificación de los
ideales de la ficción, etc.
Centrándonos
ya en Mortadelo de la Mancha, la historia comienza con tres páginas y media de
simpática introducción sobre el mundo de los libros. Entre las alusiones de
dicha introducción destacan la figura del propio Ibáñez firmando la camiseta de
una exuberante fan, algo que, según ha declarado el dibujante en alguna
ocasión, le encanta hacer. También encontramos representadas las figuras de
Moisés, de Joe Dalton (es inevitable que nos acordemos del Lucky Luke de
Morris), así como la de George Bush (hijo). Este último aparece ataviado como
un tejano cargando una pistola, ya que el álbum se produjo durante la polémica
guerra de Irak promovida por este político. Algunas páginas más adelante será
la gallina del Bacterio convertida en político la que llamará a Bush para
declarar otra guerra. Ibáñez siempre supo cómo pulsar el sentir popular en cada
momento. Destacamos también de estas páginas la alusión a aquellas personas que
compran libros al por mayor solamente como elemento decorativo del salón,
sátira que viene muy al pelo en relación con el libro de que nos ocupamos, El
Quijote, que tiene el dudoso honor de ser uno de los libros que está en más
hogares, aunque no el más leído.
El
hecho de pasar por el sitio menos adecuado en el momento menos adecuado lleva a
Mortadelo y Filemón a convertirse en conejillos de indias del nuevo invento del
Bacterio, gracias al cual se puede asumir la personalidad de cualquier
personaje literario. Nuestros hombres, ante el temor de probar otro invento del
científico, salen corriendo hasta esconderse entre los faldones del por
entonces
Papa Juan Pablo II, el cual critica la medida del expresidente del
Gobierno de España,
José Luis Rodríguez Zapatero, que legitimaba el matrimonio
homosexual.
Ibáñez no solo refleja al Sumo Pontífice como un personaje
decrépito y cruel (propone que se queme a los gays),
sino que se dio el
infortunio de que el Papa muriera cuando el álbum salió a la luz. Esto traerá a
Ibáñez algún dolor de cabeza, pues es solo la punta de lanza del
anticlericalismo que se respira en todo el álbum, ejemplificado también en el
sacerdote evidentemente homosexual que pide clemencia para estos pecadores.
Abordaremos este aspecto más adelante.
Finalmente,
presionados por su superior, los personajes acceden a probar el invento del
Bacterio, pero el Súper, al meter una novela de James Bond (claro referente de
la serie) sella, como apunta un Ibáñez metido a narrador, el destino de los
personajes, en una frase que nos recuerda a la que el propio Ibáñez alude en El
caso de los señores pequeñitos (1982). En realidad, las tapas de la novela de
James Bond ocultaban un ejemplar del Quijote que estaba leyendo la
inesperadamente culta Ofelia, por lo que nuestros hombres asumen la
personalidad de nuestros protagonistas, convirtiéndose en Mortadelo de la
Mancha y Filemoncho Panza. A partir de aquí, una vez ataviados con las ropas y
las monturas adecuadas, los personajes deambulan por las calles de la ciudad
viviendo “aventuras”, al más puro estilo de la novela cervantina. En realidad,
los personajes, con sus extraños atuendos y actitudes, generan el mismo
desconcierto en la sociedad que los antihéroes de Cervantes.
La
primera aventura parodia el encuentro de
Don Quijote con los molinos de viento,
en esta ocasión convertidos en un cabaret de moral disoluta, una obsesión de
Ibáñez que ya hemos tratado en este
blog. Ante el cruento desenlace, el
narrador Ibáñez corre un velo diplomático. El toque soez llega cuando Mortadelo
pretende llevarle a su amada Dulcinea una orquídea que no es otra cosa sino una
caca de perro. Como no puede ser de otra manera,
la mujer que Mortadelo
confundirá con Dulcinea será Ofelia, siendo esta
la primera vez que el
personaje se siente enamorado de ella, aunque esté enajenado. Esto da pie a
varios gags chuscos relacionados con la boñiga, que llevan a Mortadelo y
Filemón a refugiarse en la azotea, allí confundirán unos gigantescos globos que
parecen pellejos de vino con gigantes. En estos globos van
Aznar (que a pesar
de que por entonces ya ni siquiera era líder de la Oposición, sigue llevándose
palos por parte de Ibáñez),
Rajoy, Zaplana, Cascos y Acebes. Ibáñez presenta a
estos miembros del Partido Popular, especialmente a Aznar como prepotentes,
malos perdedores, creedores de tener la verdad absoluta, etc. Por si no fuera
bastante, por culpa de Mortadelo estos líderes políticos se dan el golpe de su
vida. Una escena prácticamente idéntica a la descrita encontraremos pocos años
después en
Eurobasket 2007 (2007).
Después
asistimos a otro encuentro desgraciado con Ofelia, del que los personajes salen
airosos gracias a un disfraz de Mortadelo. Nótese que este es uno de los
álbumes en que el protagonista se prueba menos disfraces, aunque también es en
el que menos rato lo vemos con su clásica levita. Cuando la grúa se lleva el caballo
de Mortadelo, este y su escudero se ven a lomos de un caballo de madera que,
debido a un atentado, acaba saliendo por los aires, en remembranza del episodio
de Clavileño. Este gag desemboca en otro relacionado con la obra Ricardo III,
ya usado en Moscú 80, con lo que además de Cervantes, también Shakespeare se
hace presente en esta historieta.
Posteriormente,
Mortadelo sustrae de un kiosco un ejemplar del Kama-Sutra que se empeña en
enseñar a dos monjas una de las cuales, como suele ocurrir en Ibáñez, se
muestra encantada. El chiste es una salida de tono que, sin ser explícita, no
resulta adecuada para los posibles lectores infantiles del cómic, lo cual
demuestra que Ibáñez sigue teniendo presente al público adulto. Cuando le hacen tragar al kiosquero sus propios
periódicos, el autor logra una inteligente alusión al célebre discurso de “las
armas y las letras” de Don Quijote. Las
siguientes cinco páginas reproducen paródicamente la aventura del león, que sigue
aquí el esquema del atacante que sale mal parado ante nuestros agentes, en un
episodio que guarda cierta semejanza con una historieta corta de los 70 en la
que un león es también víctima de Pepe Gotera y Otilio. Destacan de este pasaje
la alusión a la Cueva de Montesinos y la inclusión de Ibáñez como narrador,
esta vez ataviado de época y remitiendo al capítulo de la obra de Cervantes,
algo que irá haciendo a lo largo de todo el álbum.
Tras
un chusco encuentro con un jardinero municipal al que confunden con un marqués,
Mortadelo se enfrenta a la aventura de la liberación de los galeotes, en la que
el efecto cómico viene provocado por la irónica versión de los motivos de su
arresto que hace cada preso, confrontada con la viñeta que reproduce la
realidad. Al igual que en la novela de Cervantes, los reos liberados pagan mal
a su paladín y acaban apaleándolo. Hay que observar cómo el episodio
cervantino, al ser ya propiamente humorístico, apenas necesita modificación por
parte de Ibáñez, lo cual es otro ejemplo de la proximidad del humor de los dos
autores. Durante las siguientes 5 páginas, Ibáñez da un respiro a la actividad
callejera y lleva a sus hombres a la TIA, reproduciendo el episodio del
encantamiento de Dulcinea (Ofelia). En este caso, Mortadelo preparará un
brebaje (posible alusión al bálsamo de Fierabrás) y provocará el desastre, ante
la poco comprensiva respuesta de sus compañeros, que no tienen en cuenta el
estado de enajenación en que se halla.
Así
se produce la segunda salida de Mortadelo de la Mancha, vestido esta vez con
chatarras y que utiliza, junto con su escudero, una vaca y un perro como medio
de transporte. Así van a parar a las bodas de Camacho, escena que por supuesto
también tiene su homóloga en El Quijote. Impagable desde el punto de vista
cómico es la explicación que da Filemoncho de quién es el tal Camacho,
aludiendo al entonces recién destituido entrenador del Real Madrid. En este episodio, Ibáñez incide en su
anticlericalismo, presentando al sacerdote como glotón y colérico, no sin
incluir el irónico comentario: “La infinita bondad de los ministros de la
Iglesia”. Mortadelo y Filemón organizan el caos en la boda, dando lugar a
escenas grotescas como aquella en la que el sacerdote casa al novio (cegato
como Rompetechos) con un perro.
En
su afán por otorgarle a Filemoncho una ínsula (clara alusión a la de
Barataria), se generan simpáticas confusiones debido a la ceguera de Mortadelo,
que confunde los letreros de los establecimientos, dando lugar a malentendidos.
Este tipo de gags, que tan bien funcionan en las historietas de Rompetechos,
quedan aquí algo forzados, pues no se sabe de dónde surge de repente la falta
de visión de Mortadelo de la Mancha. Finalmente, el personaje y su escudero se
electrocutan con un cable de alta tensión e Ibáñez cierra su aventura,
aludiendo a algunos de los versos con los que Cervantes glosa a su héroe tras
la muerte. Para concluir, los agentes se vengan del Bacterio y se pretenden
alejar de todo lo sucedido…caminando precisamente por la Ruta del Toboso, donde
un desafortunado lugareños va a ofrecerles unos fascículos del Quijote…
En
general, Mortadelo de la Mancha es un álbum que eleva ligeramente el nivel de
la media de la época, por lo novedoso de algunas situaciones y especialmente
por el peculiar lenguaje de falso castellano antiguo. Este recurso, ya
utilizado en El Quinto Centenario, puede que aleje la obra del público más
infantil, pero es una prueba de que Ibáñez es capaz de asumir ciertos riesgos
si la trama lo requiere. Sin duda, las referencias anacrónicas a personajes y
situaciones del presente (Mario Conde,
el Brujo Arguiñáñez, el Burgomaestre Rajoy, el partido Madriles-Barcino)
son hilarantes, grandes aciertos del autor.
Pero
al mismo tiempo, el lenguaje es también la principal rémora de esta historieta,
especialmente por la vulgaridad que alcanza. Así, términos y expresiones como “
cagüentusmuertos”, “cara de culo”, “ mamón”, “giripolla”, “mear”, “cataplines”…
campan a sus anchas por esta historieta, lo cual, lejos de hacerla más adulta,
la infantiliza. Los detalles chuscos, como las boñigas y demás, también
abundan, curiosamente, en la obra original, en la que incluso Sancho Panza se
hace sus cosas encima por el miedo en alguna ocasión.
El
presente álbum fue ampliamente publicitado, incluso como parte de la
conmemoración del IV Centenario del Quijote. Posteriormente, fue el foro
conservador
Hazteoír quien elevó la polémica ante el anticlericalismo de que
hace gala Ibáñez en toda esta obra, controversia que tuvo
un relativo eco
mediático. No obstante, no cabe duda de que estamos ante un álbum simpático, no
desprovisto de ingenio,
superior a otros de su misma época. El propio
Juan Manuel Muñoz, colaborador de Ibáñez,
lo destaca como uno de sus favoritos en la
entrevista que concedió a
Corra, jefe, corra, destacando el uso de los diálogos.