Siguiendo con las temáticas de Aniversario, y a una semana del Gran Día, toca hoy hablar de
El gran libro de Mortadelo y Filemón, de Antonio Guiral, editado por Ediciones B para la efeméride. Su publicación vino acompañada de un gran despliegue informativo que permitió dar a conocer a bombo y platillo un volumen que ha agradado a casi todo el mundo, sin olvidar las excepciones que implica el hecho de que el público de Mortadelo y Filemón sea tan diverso.
Así, cabe advertir que si usted es un experto conocedor de Ibáñez y su mundo, esta obra le interesa más por puro completismo sentimental que por sus valores intrínsecos.
El gran libro de Mortadelo y Filemón ha sido dirigido al gran público, a ese que lleva medio siglo consumiendo las obras de Ibáñez y que lo ha situado en su indiscutible pedestal. Desde este punto de vista, podemos decir que el tomo cumple con su cometido, pues su no demasiado profundo repaso por la producción de Ibáñez puede resultar más que interesante para este espectro social. Para puristas, más interesados en el rigor que en la gloria de dibujante y criaturas, recomendamos sin dudar
El mundo de Mortadelo y Filemón, de
Miguel Fernández Soto, trabajo de investigación indispensable para cualquier acercamiento mínimamente serio a la obra del autor catalán.
Volviendo a
El gran libro de Mortadelo y Filemón, hay que decir que la presentación resulta inmejorable. Una portada mucho más adecuada para un especial que la del álbum ¡
Y van cincuenta tacos! (recientemente reseñado en este blog) nos muestra a nuestra pareja favorita bailando vestida de gala, con frac y chistera, demostrando que aún tienen brío y garbo, a pesar de los achaques. De fondo, el Súper, Bacterio y una engalanada Ofelia siguen el compás. El predominio de los grises y la textura de la portada es otro de los atractivos visuales, ampliamente cubiertos con el precio al que se vende la obra.
El prólogo viene de la mano del cineasta
Álex de la Iglesia, devoto confeso de los personajes, como demuestra en su película
Muertos de risa (1999), tal vez la adaptación más pura del espíritu de Ibáñez que se ha llevado a la pantalla grande. El director, que muestra una clara predilección por obras como
Safari callejero (1970),
Valor…¡y al toro! (1970) y
Chapeau “el Esmirriau” (1971), dedica unas sentidas palabras al autor y destaca su capacidad para hacerle (hacernos) descubrir el mundo a través de sus viñetas de humor.
La segunda etapa de los agentes, que Guiral fecha de 1969 a 1986, hace hincapié en la entrada en la TIA de los mismos: los
gadgets, las entradas secretas, inventos del Bacterio, vehículos, etc., siguiendo un esquema parecido al que, de forma más modesta, se realizó en los álbumes de Olé conmemorativos del
25 aniversario de la serie. Se habla también del salto a la fama con la revista Mortadelo, los primeros álbumes en tapa dura, los villanos… No deja de ser curiosa la mención a los autores apócrifos, algo que pocos pensaban que se iba a tocar, así como la alusión explícita a
Ramón María Casanyes, autor apócrifo por antonomasia de muchos Mortadelos de los setenta y ochenta. Aunque la citada alusión era justa y necesaria, no se ha caracterizado Ediciones B por recordar ese periodo de la antigua editorial. Tal vez, el gran conocimiento que, gracias a la tecnología tenemos hoy de las intimidades de Bruguera a través a los foros de Internet, así como las investigaciones de
Miguel Fernández Soto, hayan contribuido a que el autor decidiera no negar lo evidente, cubriendo el expediente con esta ligera mención, que, por una parte, permite tocar un tema embarazoso bien conocido por casi todo el mundo sin profundizar demasiado y , por otra, se puede considerar un irónico homenaje a la figura de Casanyes, ya que, al menos, su nombre está presente en el libro-aniversario de unos personajes a cuya difusión ha contribuido notablemente.
Esta sección se cierra con curiosidades aisladas entre las que destaca el análisis del lenguaje de los personajes de Ibáñez (con alguna que otra similitud , incluso en ejemplos, con el artículo del que suscribe que analizaba este aspecto en el libro de Miguel Fernández ), así como una sucesión de rarezas que parecen estar extraídas, en su mayor parte, de
El rincón de Mortadelón, conocido blog de Internet (véase la primera portada de
Yo y Yo, la referida a los problemas cervicales de Ibáñez o la indagación en el premio
Mortadelo de oro).
La tercera etapa de la serie permite al autor hablar de la presencia de la señorita Irma, las caricaturas de famosos varios, el apego a la actualidad, la parodia de lo eterno y lo perecedero, las efemérides a las que se han sumado nuestros personajes, así como la escatología que planea sobre la obra en los últimos años (tratada con mucha mano derecha por Guiral). Más forzadas resultan las inclusiones en este apartado de los disfraces de Mortadelo y la llamada “el estilo de Mortadelo y Filemón”.
Una mayor controversia puede desatar el apartado titulado “
Top Ten”, claramente subjetivo por parte del autor y con un claro afán mercantilista por lo que toca a la editorial que, seguramente, ha orientado en la realización de esta sección. Así, junto a obras de indudable calidad como
El sulfato atómico(1969) o
Safari callejero (1970), se incluyen otras tan anodinas y olvidables como
El disfraz, cosa falaz… (1995) o ¡
Llegó el euro! (2001). Cada historieta viene acompañada de una completa ficha con diálogos, secundarios, escenas, etc. Además, se recomiendan álbumes supuestamente afines a los elegidos. Si bien los criterios parecen acertados en los primeros (por ejemplo, se recomiendan
Pánico en el zoo [1975] y
La brigada bichera [1981] a colación de
Safari callejero), la arbitrariedad parece reinar a la hora de relacionar, por ejemplo
Mortadelo de la Mancha [2004] con
Prohibido fumar [2004] y
El carné al punto[2005] (se pasa de un criterio temático al cronológico, aparentemente).
La sección “
El precio de la fama” permite que veamos a los personajes en distintos formatos, idiomas, e incluso haciendo publicidad, en unas páginas especialmente deudoras del primer libro de Miguel Fernández Soto:
Mortadelo y Filemón, cuatro décadas de historietas. En la sección “popurrí” cabe destacar la mención a nuestro muy querido
Foro de la TIA, referente indispensable, probablemente sin que ninguno de sus miembros lo buscara, de toda investigación mortadelera que se precie.
Por último, en
Honor y gloria al creador, podemos presenciar algunas (hubiéramos querido más) fotos de Ibáñez rodeado de personas tan relevantes como
Montse Vives, Vázquez,
Nadal, Tran, Gin, su gran amigo
Raf y el genial dibujante
Morris. Tras unos breves recortes de prensa, se hace referencia a las múltiples autocaricaturas
del autor para pasar a una sección demasiado breve que habla de las otras series de Ibáñez. Más llamativa es la recopilación de ilustraciones-homenaje al autor. Podemos encontrar, pues, el tributo de plumas tan ilustres como
Jan, Mingote, Idígoras y Pachi, Macabich y José Luis Martín. Hubiera sido recomendable algo más de variedad (
Ramis y
Cera repiten homenaje) e incluso la actualización de los dibujos dedicados, ya que los de
Maikel, Gosset, March, Segura, Rovira, etc., se han extraído de antiguas revistas de Bruguera, es decir, no han sido hechos para la ocasión. Por último, el
Atlas de Mortadelo y Filemón, donde se reflejan los distintos lugares del mundo por los que han pasado nuestros agentes (en el tema
Las siete (y algunas más) maravillas de Ibáñez, publicado en julio de 2007 en este blog, podrán ver algunas ideas coincidentes).
Se cierra el libro con los listados de los álbumes de Mortadelo y Filemón en los que faltan algunas obras de la denominada “época negra” (1987-1990) como
Las tacillas volantes (1988),
La maldición gitana (1989) o
El rescate botarate (1989). Puede que se trate de una omisión involuntaria, pues, si se hubiera atenido a criterios de calidad, no tendría sentido que aparecieran en el listado obras como
El inspector general (1990) o
El gran sarao (1990), no mejores que las omitidas. En la bibliografía encontramos una gran ausencia:
El mundo de Mortadelo y Filemón, de
Miguel Fernández Soto, cuya publicación no acaba de gustar a Ediciones B, empeñada en erradicar cualquier escrito sobre los agentes que no sea “el oficial”. Sí aparece, por méritos propios y por considerarse más inofensiva, la primera obra de Miguel Fernández, ya citada en este artículo. En descargo de Guiral, cabe decir que en su reciente obra
Los tebeos de nuestra infancia, y libre ya de la presión de Ediciones B, nombra los dos libros de Miguel Fernández como referentes a la hora de estudiar la producción de Ibáñez. Sea como fuere, este libro oficial de Mortadelo y Filemón debe mucho a ese otro que no aparece en la bibliografía utilizada. Por último, encontramos unas palabras de agradecimiento ponen fin a esta obra hecha para tan recordada ocasión.
Comentario especial merecen los dibujos realizados por Ibáñez
ex profeso, en una sección que da fin a cada uno de los apartados en la que se bromea con distintas noticias que, en su momento, hicieron historia. Queden estas ilustraciones como muestra de la capacidad de Ibáñez para la caricatura y fíjense especialmente en el impagable cameo de
Tintín y Milú en el alunizaje de nuestros agentes favoritos.
En líneas generales, y a pesar de los pequeños fallos que ojos expertos en la materia pueden ver, podemos decir que El gran libro de Mortadelo y Filemón es una obra correcta, adecuada al público al que se dirige y con todos los ingredientes necesarios para garantizar su comercialidad.
El tomo se acompaña con un DVD que recoge material vario (una suerte de homenaje a Ibáñez por los cuarenta años de sus criaturas, el trailler de la nueva película de los agentes y la visita del autor al rodaje de la misma) y que comparte las virtudes y defectos del libro.
Como principal lacra, destacamos la excesiva deuda que la obra mantiene en relación a
El gran libro del Capitán Trueno, editado por Ediciones B como homenaje al inmortal personaje de
Mora y Ambrós. Este defecto es achacable a otros productos de la editorial que, una vez que ha encontrado un modelo adecuado, repite la fórmula tal cual sin tener en cuenta la idiosincrasia de cada uno de ellos. También resulta censurable que el nombre del autor del texto no aparezca claramente señalado en la obra, ya que tenemos que ir a las últimas páginas para comprobar la autoría de Guiral.
Centrándonos a
hora en el autor, hay que destacar su buen trabajo con respecto al libro. Todos sabemos que este investigador puede dar mucho más de sí, pero plegarse a las directrices de una editorial ávida de ventas y acomodaticia no ha tenido que ser tarea fácil. Dicho esto, podemos decir que
Guiral ha cumplido su cometido con eficacia y ha conseguido transmitir una sensación de respeto y cariño hacia los personajes y su autor que es muy de agradecer por parte de los lectores. Sin embargo, sería injusto concluir este análisis sin dedicar unas palabras al
excelente trabajo de diseño y maquetación de Juan Carlos Ramis, ya que el padre de
Sporty y
Alfalfo Romeo nos ha deleitado con una extraordinaria presentación de los contenidos, siempre dinámica, cambiante y atenta al detalle. Le damos la enhorabuena por ello.
Y la enhorabuena damos igualmente a
Francisco Ibáñez, el gran homenajeado (sobre todo si tenemos en cuenta que
Mortadelo y Filemón son personajes ficticios). Desde
Corra, jefe, corra, esperamos que nuestro autor favorito haya recibido con gusto el tributo de sus compañeros de editorial y de miles de fans de todo el mundo que lo admi
ran. Por nuestra parte, lo hemos leído con delectación, estudiando con detalle los distintos apartados, acariciados por la nostalgia e invadidos de cierto triunfalismo, fruto de la innegable realidad que supone el hecho de que Mortadelo y Filemón sigan vivos (aunque con achaques) y en activo cinco décadas después de su nacimiento.
A esto he de añadir la satisfacción personal de tener e
ste ejemplar único firmado por el mismísimo Ibáñez (en la foto, dibujándome un Mortadelo disfrazado de fantasma), algo que tengo que agradecer tanto a
Miguel como a
Lola, cosa que hago públicamente.