Chernobil…¡Qué cuchitril! es el políticamente incorrecto título que Ibáñez dedica al veinticinco aniversario del desastre del reactor nuclear de Chernobil. Título que levantó ampollas en algunos foros, por considerar que el tema era lo suficientemente escabroso como para permitirse hacer bromas sobre él. Sin embargo, la escasa relación con la conocida hecatombe nuclear, así como la misión pacificadora que llevan a cabo Mortadelo y Filemón tiene resultado un álbum simpático ligeramente por encima de la media de los de la época.
La historia se inicia con una primera viñeta en la que un chiste sirve de telón de fondo del título del álbum. Destaca la firma “transmutada” del autor. Se puede decir que la exposición del caso ocupa las ocho primeras páginas. La acción se inicia en las inmediaciones de la Pensión El Calvario, a la que acude Mensajérez quien, en plena era del móvil, sigue mandando mensajes atados a un ladrillo. Destaca en este apartado la aparición de Bestiájez, que no sabemos si es una referencia al mítico agente que conoció su esplendor allá por los setenta o si se trata de un nombre genérico. Sea como fuere, su diseño se aproxima más al Bestiájez de la serie de dibujos animados de BRB Internacional y parece claro que se trata de otro agente que vive en la Pensión El Calvario, pues se sobreentiende que Mensajérez también lo conoce. Cabe destacar un fallo del colorista con respecto a Mensajérez. Se aprecian fallos de este tipo en la página 6 y en la 11, referidos a otros personajes.
Por otra parte, la exposición de la misión por parte del Súper va precedida de algunos gags ya clásicos, como el referido a las penurias de la pensión donde habitan los agentes (el más logrado, por cierto), el rifirrafe previo con Ofelia, la huida despavorida de nuestros héroes, la manifestación de su ignorancia respecto al tema propuesto, etc. Finalmente, el Súper expone la misión, explicando que se sospecha que el reactor de Chernobil, a pesar de estar tapado, desprende algún tipo de gas que induce a actitudes violentas a cuantos lo aspiran. Para muestra, un borrego, que machaca a Filemón, consiguiendo un efecto cómico que se basa en el contraste entre su apariencia pacífica y su actitud agresiva. Hay que subrayar la ironía con la que Filemón remarca en la página 8 que se han olvidado de él tras ser vapuleado por el corderillo.
Las seis páginas siguientes se centran en el desplazamiento hacia Chernobil, con algún chiste forzado (como el imposible enésimo juego de palabras con el término “jet”) o la escapada de los protagonistas. Resulta jocoso ver al piloto pluriempleado, así como los gags de un Mortadelo más Rompetechos que nunca cuando tiene que hacerse cargo del avión. Los paracaídas de papel serán el remate perfecto de este accidentado viaje. Las cinco páginas que siguen sirven para mostrar los efectos agresivos que el gas desencadena en seres aparentemente apacibles como una anciana, un niño, una vaca o una paloma. Posteriormente, la astucia de los agentes los llevará a acceder al reactor, custodiado por un tipo fuertote. Sin embargo, Mortadelo abrirá un boquete en la capa de hormigón, provocando que ellos mismos sean víctimas del gas, lo que los llevará a fastidiarse el uno al otro con furia visigoda, dando lugar a escenas curiosas como aquella en la que descubrimos la vena religiosa de Filemón, que se arrodilla ante quien toma por el Espíritu Santo o el lado más bucólico de Mortadelo, embriagado por el perfume de una florecilla. No hace falta decir que se trata de dos tretas para jorobarse mutuamente. Destaca en este tramo el logrado disfraz de demonio de Mortadelo.
Este enfrentamiento atroz da pie a una de las escenas más logradas del álbum, que constituye uno de sus puntos fuertes. Hablamos del momento en que Mortadelo y Filemón caen a una charca- cuyas aguas contienen milagrosamente el antídoto a tanta mala uva- y se arrepienten de sus actos, reconciliándose. Esto da pie a una emotiva escena en la que nuestros hombres se abrazan y se dedican cumplidos mutuamente. Como es habitual en Ibáñez, este momento viene seguido de un par de hurtos recíprocos que truncan la emotividad, trayéndonos de nuevo al territorio del humor. Filemón será el más entusiasta, llegando incluso a decir que tras hacer las paces ambos vuelven a tener “una amistad, una lealtad, una confraternidad a prueba de bomba”. Será Mortadelo quien ironice ante las palabras de su jefe, diciéndole que tampoco exagere y recordando que antes de aspirar el gas ya andaban con ganas de destrozarse uno al otro, algo de lo que sus lectores podemos dar fe. En todo caso, y aun teniendo en cuenta la desmitificación irónica, se puede decir que estamos ante uno de los momentos más emotivos de toda la serie (sin que ello quiera decir demasiado, tampoco).
A partir de este momento, entra en acción la pareja de villanos, otro de los aciertos del álbum. Se trata de Putinofsky y su jefe. Hay algún fallo con el nombre del subalterno, quien alterna su denominación más usual, ya citada con variantes como “Putiofsky” (p. 24) y "Putinonofsky" (p. 27). En líneas generales, se puede decir que estamos ante una pareja de villanos que bien podría haber sido protagonista de sus propias aventuras ibañezcas, a modo de los malos del álbum ¡Desastre! (1996). Su aparición supone un continuo intento de acabar con los agentes quienes, ignorando el peligro que corren, consiguen poner a Putinofsky fuera de juego. Su jefe tampoco correrá mejor suerte y su enfrentamiento con los protagonistas lo llevará a acabar en las fauces de un cocodrilo que, como siempre, será portador de jocosos globos de pensamiento. Esto da pie a unas páginas frescas, llenas de persecuciones, en las que incluso Mortadelo ironiza acerca de las carreritas que están dando por el campo.
Las siguientes ocho páginas muestran cómo Mortadelo y Filemón son ya apresados por los malhechores, quienes los obligan a trabajar para ellos. Nuestros hombres tratarán de aprovechar los despistes de sus enemigos para ponerlos fuera de juego pero, como siempre que se imponen una tarea, salen perjudicados ellos mismos, lo que provoca alguna que otra pelea interna que nos hace imaginar lo grandes que serían Mortadelo y Filemón si emplearan su ira contra los malos y no entre ellos. Destacan en este segmento los achaques de Mortadelo, que nos remiten a ¡Y van 50 tacos! (2007) y el gag surrealista de la “huelga de brazos caídos” cuando descubren las armas que los villanos les obligan a transportar.
Como suele ocurrir en estos casos, el malo revela su plan, consistente en traficar con armas aprovechando la ola de violencia desencadenada con el reactor para, posteriormente, multiplicar su fortuna vendiendo frasquitos con el antídoto. Se trata de un plan muy similar al de los villanos de El caso del bacalao (1970)o La prensa cardiovascular (1995), que beben directamente de la influencia de un esquema característico del dibujante Manuel Vázquez, que se puede encontrar, entre otros, en El malvado Vázquez, historieta corta de Anacleto, agente secreto. Sin querer, Mortadelo y Filemón salvan la papeleta activando uno de los misiles transportados, consiguiendo que los malos se estrellen contra los compradores de armas, a través de cuyas palabras se nos narra la acción, mientras un zoom progresivo nos indica que el camión cargado de armas se dirige hacia ellos.
Las últimas páginas del álbum corresponden a la resolución del caso. Mortadelo idea un producto consistente en mezclar el agua de la charca con algunos productos de su pueblo. Para hacerlo llegar al reactor, usan unos tubos y cuando estos se acaban, deben recurrir a su ingenio para continuar la cadena, dando pie a escenas ingeniosas en las que vemos a nuestros agentes trabajar bien en equipo por una buena causa. Finalmente, logran su objetivo e Ibáñez muestra la ternura que vuelve a reinar en el ambiente, ejemplificada en varias parejas que caminan agarraditas, como un aficionado del Madrid y otro del Barcelona, un judío y un palestino, un perro y un gato, una pareja homosexual… Todo esto resaltado por elocuentes ideogramas que confirman la idea de paz y concordia lograda por los agentes de la TIA.
Es por ello que vuelven triunfantes al cuartel general, donde Mortadelo deja caer una muestra del gas de la violencia, lo que provoca que tanto él como su jefe acaben peleando como cosacos con el Súper, el Bacterio y la Ofelia (no sabemos por qué estaban precisamente ellos allí), mientras que Zapatero se aproxima tras la esquina para darles una medalla por su labor pacificadora que, por el contraste, resulta cuando menos irónica.
Desde el punto de vista de los diálogos, encontramos, amén de varias referencias a la consabida crisis, unos bocadillos tal vez demasiado rebuscados, con adjetivos y sustantivos que se agrupan de tres en tres o de cuatro en cuatro, lastrando de alguna manera la lectura: “arrejuntan, lían, mezclan” (viñeta 1, pág. 41), “rabia, tirria y reconcomio” (viñeta 10, pág. 41), “¡El aumento!¡El ascenso!¡El premio!¡La gloria!¡El honor!” (v.6 página 43). Es cierto que estas redundancias son características de Ibáñez, pero en los últimos años se ha ido intensificado su uso hasta el punto de parecer una imitación de lo que fueron en otros tiempos, quitándole agilidad al diálogo. Por otra parte, las expresiones soeces se reducen: se habla solo una vez de “la piru…” (así, con puntos suspensivos) y otra del “culo”. Hay que sumar a esto la falta ortográfica al escribir “congratulations!” en la página 30.
A pesar de estos aspectos, se trata de un álbum entretenido, original, que permite ver la cara más amable de nuestros agentes, tanto en la escena de su reconciliación como en la agudeza que muestran para llevar a cabo su misión pacificadora. En resumidas cuentas, se trata de un álbum superior a otros de su misma época, que se deja leer con agrado.