Desde Corra, jefe, corra, les deseamos también que, al igual que nuestros personajes, dejen atrás sus monstruos y temores personales y sepan saltar con agilidad a esa viñeta en blanco que es el año 2008.
¡Feliz año nuevo, lectores!
Tras una breve visita al gimnasio, el Bacterio inyecta a Filemón un elixir contra el lumbago y la ciática que lo deja con el cuello tieso, mirando hacia arriba. A esto hay que sumarle la dislocación cervical de Mortadelo, lo que provoca cómicas situaciones derivadas de que uno de ellos siempre mira hacia arriba y otro hacia abajo. La cosa se complica cuando Mortadelo decide transportar a su jefe en coche, especialmente cuando lo ata al techo del mismo. Esta escena recuerda claramente a una similar, con Gassoil como objeto, en el álbum inmediatamente anterior (Eurobasket 2007); de hecho, un comentario de Mortadelo revela la asociación mental que también estableció el autor entre ambas situaciones: “hay espacio para llevar a un jugador de baloncesto disecado” (pág. 13).
Pero los achaques de nuestros agentes no cesan, y Filemón se pasa cinco páginas intentando orinar en algún sitio,como ya le pasara al Súper en El bacilón (1985). No hace falta decir que será pillado in fraganti en varias ocasiones (por gente de la alta sociedad, monjas, señoras respetables, etc.) Finalmente, Filemón se desahoga sobre el presidente de los Estados Juntintos (clara caricatura de Bush), en una de las escenas más recordadas del álbum. Hay que destacar que vuelve a aparecer Zapatero, al que el autor sigue sin atacar directamente, ya que no pasa de la mera caricatura , así como Mariano Rajoy, tomando nota del incidente, en un claro reflejo de la actitud de resentimiento crispante del líder del Partido Popular. Finalmente, y para regocijo de los lectores, Filemón acaba orinándose sobre el inspector Somormujo, lo cual no le otorga, obviamente, demasiados puntos.
Durante las siguientes cuatro páginas, asistimos a un ataque de gota por parte del Súper, que será atendido por los agentes, repitiendo un esquema harto manido que, sin embargo, resulta simpático en este álbum. La desastrosa protección al Súper se contempla también en álbumes como El ángel de la guarda (1995) –incluida la escena del atropellamiento- y Los invasores (1974). La localización de la dolencia en el pie la apreciamos también en el sufrido Filemón de Contrabando (1978) y, de nuevo en el Súper, en El SOE (1992).
Después de probar otro vano invento del Bacterio para rejuvenecer, nuestros protagonistas entran en la sede de Inmobiliaria de Marbellalandia, de donde podemos ver salir a una folklórica y a un señor bigotudo, entre otros. Parece clara la alusión a Isabel Pantoja (ya nombrada en la página 20) y a Julián Muñoz, supuestamente vinculados a la citada Operación Malaya, pero el autor no se moja y no llega a la caricatura directa de estos personajes, quedándose en un vago recuerdo. Inteligente decisión ésta si tenemos en cuenta que el gag no trascendería, pasado el tiempo.
Una vez dentro, descubren casualmente que el inspector está compinchado con Caricemento Pedrúsquez en asuntos relacionados con la edificación en zonas verdes, construcción de apartamentos en la catedral, etc. Esto nos remite inevitablemente a Soborno (1977), El atasco de influencias (1990) y El señor de los ladrillos (2004). Este descubrimiento de los protagonistas provoca la huida de los malhechores, pero la persecución se ve truncada por el “tembleque longevovetusto” de Filemón, que obliga a Mortadelo a ponerle un supositorio. En pleno acto, la tos de Filemón lo lleva a expulsar el supositorio que hace chocar el coche de los villanos, tras incrustársele en un ojo a Pedrúsquez. A pesar del toque grosero de la escena, el clímax humorístico resulta adecuado.
Gracias al recurso de la elipsis, leemos en los periódicos que el bloc de Somormujo ha desaparecido (lo han quemado nuestros agentes) y que la trama de corrupción ha sido desarticulada, lo que lleva al Súper a felicitar la labor de Mortadelo y Filemón. Y es que, ciertamente, en esta ocasión nuestros agentes han estado más brillantes que de costumbre (dentro de sus posibilidades, claro): han tenido iniciativa, han sabido guiar sus paso y , aunque sea de casualidad, han logrado resolver la misión con éxito. La felicitación del Súper cierra momentáneamente el ciclo iniciado con la primera aventura larga: El sulfato atómico (1969). Nuestros agentes han batallado mucho durante estos años y se merecían, por parte de su autor, este happy end por su aniversario.
A modo de epílogo, Mortadelo y Filemón visitan a su padre y creador, que vuelve a fusionarse con sus personajes (como en todos los aniversarios). Nuevamente encontramos una autocaricatura basada en los achaques de la edad, que nos muestra un Ibáñez más cansado y avejentado que nunca, como ya lo vimos en El estrellato (2002) y en Bajo el bramido del trueno (2006), lo que nos lleva a pensar que tal vez nuestro autor también necesite unas vacaciones.
A modo de conclusión, podemos decir que ¡Y van cincuenta tacos!, sin ser una historieta que parezca digna de la efeméride, eleva ligeramente el nivel de la época. Los diálogos son jocosos y acertados, destacando el especial uso del léxico relacionado con lo achaques de la edad. Los tramos de longitud entre escenas distintas son más cortos que a los que nos tiene acostumbrados Ibáñez últimamente, lo cual favorece una lectura ágil, a pesar de lo repetitivo de algunos gags. Por último, la aventura está bien estructurada y el clímax final permite el trepidante desenlace que otorga, por una vez, gloria a los personajes que tantas delicias nos hicieron pasar. Tal vez todos los aficionados ( y me incluyo en primer lugar) nos hemos parecido en los últimos años al Inspector Somormujo, anotando en una libretita los achaques humorísticos de nuestros queridos personajes. Sirva esta digna historieta para que lancemos una mirada más benevolente sobre la serie estrella de Ibáñez, incluso en estas horas bajas y, deseémosles un Feliz 50 aniversario, recordando las palabras finales de Mortadelo en este álbum:
“¡Mire cómo nos siguen admirando nuestros fans, mire!”
Ya en la pensión, la cotidianeidad nos deja algunas de las mejores escenas del álbum, como el cortejo de Filemón a la señorita Fofita, continuamente saboteado por Mortadelo en intervenciones cada cual más delirante. Del mismo modo, el equívoco con el matrimonio Repóllez (que remite a los “gags de infidelidad” que ya se apuntaban en El caso del señor Probeta-1991), mantiene el alto nivel de estas páginas. Gracias a esta intromisión en la vida privada de nuestros héroes podemos llegar a comprender la ojeriza que Filemón tiene a Mortadelo, pues, si no fuera suficiente castigo tener que soportarlo en el ámbito laboral, también en la intimidad el jefe se ve sometido al acoso constante de este subalterno que interfiere en su vida saboteando la tranquila rutina a la que aspira, ya que ni siquiera puede ver la televisión en su cuarto sin que se entrometa su ayudante.
Este episodio concluye con la persecución de rigor, tras la cual una reflexión de Filemón da pie a una analepsis que nos permite conocer cómo ambos personajes llegaron a la pensión El calvario. Así, los dos se marcan faroles mutuamente acerca de las condiciones de sus pensiones actuales, logrando el autor un gran efecto cómico mediante el contraste entre la narración de cada uno y la realidad descrita en las viñetas. Un sano deseo de prosperar lleva a ambos agentes a mudarse a la pensión El Calvario, recomendada por Mortadelo. Después de varios gags que inciden en las paupérrimas condiciones del nuevo alojamiento (entre los que destacan las simbólicas vistas al cementerio), el Ibáñez-narrador nos remite al Mortadelo al que habíamos dejado solo “hace cuatro páginas” (recurso metaficcional no muy usado por nuestro autor).
Dado que uno de los objetivos de esta historieta era desmentir los rumores acerca de la posible homosexualidad de Mortadelo y Filemón, el autor deja muy claro que a nuestros agentes les gustan las mujeres, por lo que asistimos a varias peripecias amorosas. En esta ocasión, es Mortadelo quien, “tomando prestado” el coche de su jefe, invita a la Conchi (una jovencita moderna) a ir a la discoteca. Unas páginas delirantes culminan con el ingreso del personaje en un convento y con un inesperado cameo de Chicha, uno de los personajes abandonados por el autor hacía años. Destaca en este episodio el poco acertado uso del lenguaje juvenil utilizado por el autor, que nos recuerda al de la serie de los tres “sin empleo” que todos conocemos.
Roca afirma que en la otra caricatura aparece como "una Cleopatra con sus esclavos". Desconocemos si aquí la editora está haciendo referencia a la monumental viñeta que encontramos también en la última página de este álbum en la que aparece caracterizada, más que como una reina egipcia, como una sultana a lomos de un portentoso elefante:
Quizás sea ese aire de sultana india lo que nos ha llevado a pensar que tal vez Doña Blanca no se estuviera refiriendo a esa-por otra parte, portentosa-viñeta. Por lo que hemos buscado en la historia reciente de Mortadelo y Filemón alguna imagen en la que se pudieran apreciar las características señaladas. Como opción, presentamos las siguiente viñeta de la página 43 de El 35 aniversario, aun sin estar completamente seguros de que la señora representada sea Roca, ya que todas las jefas de Ibáñez siempre suelen representarse de forma similar: rubias, altas, de buen ver y nadando en la opulencia. Planteamos, pues, únicamente la posibilidad, en espera de que mayores entendidos lo ratifiquen o corrijan.
¿Será esta moderna Cleopatra Blanca Rosa Roca? Juzguen ustedes:
Por último, no podemos dejar de lamentar no tener acceso a ese 13, Rue del Percebe especial que, menciona Roca, Ibáñez dedicó a sus compañeros de editorial. Conociéndolo como lo conocemos, no ha de tener desperdicio.
Quede de momento nuestro agradecimiento a esta antigua Gerente-generala-de todo por reivindicar la figura de Ibáñez, denunciar la escasez de reconocimientos oficiales hacia el mismo y por compartir sus experiencias con nosotros.
En él podemos observar a un Mortadelo ataviado a lo Luis XVI descubriéndose galante y barbilindamente ante el genio de Antonio Mingote, como aclara la dedicatoria. En justa correspondencia, el autor de mil y un chistes de periódicos y revistas, dedicó su particular homenaje a Ibáñez: