¡A la caza del cuadro! (1971) es una historieta de Mortadelo y Filemón serializada entre los números 42 y 52 de la revista
Mortadelo. Se trata de una aventura cuyo desarrollo está plenamente adaptado al esquema de
11 capítulos de 4 páginas cada uno. Desde el punto de vista argumental,
Ibáñez echa mano del recurso del
Mac Guffin (véase lo que
Kaximpo escribió al respecto en este mismo blog:
http://mortadeloyalgomas.blogspot.com/2007/10/la-caja-de-los-diez-macguffins-por.html). Como en
La caja de diez cerrojos (1971), nuestros agentes han de encontrar una serie de objetos escondidos en diez lugares distintos. Sin embargo, la aventura que nos ocupa en esta ocasión sienta precedentes en otro sentido:
se trata de la primera vez que nuestros agentes tienen que buscar estos objetos en casas de particulares comunes y corrientes, con la consiguiente dificultad para entrar en las mismas. La caja de diez cerrojos, sin embargo, se puede considerar una aventura “de viajes”, al igual
que 20.000 leguas de viaje sibilino (1994), puesto que los gags vienen derivados de los tópicos que caracterizan a las diversas partes del mundo visitadas por Mortadelo y Filemón. Otras historietas que siguen la línea de
¡A la caza del cuadro! son
El plano de Ali-Gusa-No (1974) y
El caso del calcetín (1976), entre otras.
El final de este tipo de aventuras (o al menos de su uso de manera sistemática)
vino determinado por el aumento de páginas por capítulo, de manera que
Ibáñez pudo romper con las limitaciones de los pequeños episodios de 4 páginas.
Desde el punto de vista gráfico,
la historieta reúne las características de la época. Como corresponde a este periodo, con
Martínez Osete a cargo de las tintas, los personajes están algo achaparrados y destacan por sus grandes manos. A principios de los 70, Ibáñez tenía auténtica sobrecarga de trabajo, de forma que
en esta historieta abundan los primeros planos, que permiten rellenar las viñetas con mayor facilidad.
En cuanto a las tintas, hay que hablar de
algunos fallos, con algunos “negros” sin rellenar, como la pajarita de Filemón o la boca de Mortadelo.
En el primer episodio de
¡A la caza del cuadro! se plantea el argumento: Bacterio ha vendido su colección de cuadros para conseguir dinero para sus investigaciones (por lo visto, el científico se autofinancia y no recibe el presupuesto de la TIA), pero detrás de uno de esos cuadros, el Súper había escondido un documento de alto secreto (no se explica por qué lo guarda tras las
pertenencias de Bacterio). En realidad,
la presencia del científico es meramente anecdótica, ya que no tendrá relevancia en el desarrollo de la historia. A estas alturas,
Bacterio era ya un personaje consolidado dentro de la serie y en este primer episodio sirve para que Mortadelo se mofe del inventor, amenizando así las explicaciones del Súper. Tras esta introducción, los agentes han de buscar el primer cuadro, con un título tan absurdo como los del resto de los capítulos, una forma de parodiar las obras del “
arte moderno”, que tanta sorna le despierta a Ibáñez. Así, irán a casa de
Sinado Majogo, un chino campeón mundial de judo, a buscar el cuadro “Día nublado con sol a la luz de la luna”. No hace falta decir que Filemón recibirá una buena tunda y que, por supuesto, el documento buscado no se encuentra en esta primera casa. De entre los disfraces de Mortadelo, destaca en este episodio el simpático y útil
disfraz de plátano.
El segundo capítulo lleva a nuestros agentes a casa de Kid Trompada, en busca de “Sequía en el polo norte”. Destacan las evasiones de Mortadelo, que siempre concluyen con un choque contra el iglú de Nanuk, un esquimal que seguramente deba su nombre a la película Nanuk el esquimal (1922), de Robert Flaherty. Conforme Mortadelo va destrozando sus respectivas moradas, Nanuk va construyendo nuevas, que señala con números romanos. La última de ellas presenta lo que podemos considerar una errata, pues escribe “4” de la siguiente manera: “IIII”, en lugar de “IV”. Estas escapadas de Mortadelo otorgan ritmo al episodio, así como una gran dosis de hilaridad. Resaltan también los ideogramas de insultos que el esquimal dedica a los agentes de la TIA, hasta que al final acaba perdiendo por completo la compostura con ellos. En cuanto a la historia principal, vemos cómo las ideas de Mortadelo para entrar en la casa, acaban perjudicando a Filemón.
“Puesta de sol en el fondo del mar” es el cuadro que han de buscar en el tercer episodio, y es propiedad de Rufo Chúrrez, labriego de Villapringosa, que utiliza el cuadro para darle sombra al cerdo. Nuestros agentes se desplazan al lugar en un vehículo aparentemente lujoso, pero se trata de un mero efecto óptico, como el que vimos en Valor…¡y al toro! (1970). El primer encontronazo con Chúrrez deja bien clara su actitud, que es extrapolable al bulldog con el que también se las habrán de ver. El engaño con respecto al perro pequeño al que menosprecian antes de ver al grande, nos recuerda al que veremos en El antídoto (1973). Otras historietas en las que aparece el ámbito rural son La caja de diez cerrojos (1971), El caso del calcetín, Lo que el “Viento” se dejó (1980), ¡En marcha el Mundial 82!, El balón catastrófico (1982), Maastrich…¡Jesús! (1992),Su vida privada (1998) , Llegó el euro (2001) y Marrullería en la alcaldía (2010), así como la historia de Chicha, Tato y Clodoveo ¡A por la olimpiada 92! (1987).
En el cuarto episodio, encontramos ya la entradilla que va a definir las del resto de la aventura: Filemón se ve perjudicado por los disfraces que Mortadelo se empeña en probarse. En este caso, el disfraz de indio de éste, dañará a su jefe, recordándonos a las míticas contraportadas de la Colección Olé. El cuadro en cuestión será esta vez “La nada en el vacío cósmico del espacio despejado”, título muy acorde con su poseedor, Rompetechos, que aquí vive en la Calle Dioptría, 70. Es esta la primera vez que este personaje interactúa directamente con Mortadelo y Filemón en un álbum, ya que el que aparece en El sulfato atómico (1969) se supone que es un tal “Rompetechen”, y en Safari callejero (1970) el personaje será un mero espectador de la escena principal, sin mezclarse con los agentes. Sin duda, la estrella de este episodio es el simpático cegato, que acabará perjudicando a los protagonistas sin darse cuenta, con algún gag que ya hemos visto en su propia serie, como ocurre con el ladrón que entra en su casa en las páginas publicadas en el número 375 de Tío Vivo, publicada en 1968. Del mismo modo, algunos de los gags de este capítulo recuerdan a los que veremos en Terroristas (1987), concretamente cuando entran en casa de la cegata en el capítulo 6. Las penurias para llegar a un piso tan alto nos recuerdan a las que veremos en Testigo de cargo (1984).
En el quinto episodio vemos una entradilla que refleja los equívocos que Filemón comete con respecto a los disfraces de Mortadelo, algo que veremos también en Misión de perros (1976), Los que volvieron de allá (1987), Los sobrinetes (1988) o Maastrich…¡Jesús! (1992). Con su sarcasmo habitual, Ibáñez titula al cuadro del capítulo “Birria galopante”, una coproducción Vázquez-Sanchís. Indudablemente, alude a Manuel Vázquez (que no necesita presentación) y a Sanchís, quien coordinó el equipo de dibujantes “apócrifos” por aquella época. El hecho de que sea una coproducción, puede ser una alusión a la intervención de Sanchís y equipo en las historietas de los personajes de Vázquez. Pero las referencias no acaban aquí, pues el cuadro se halla en el castillo del Doctor Gonzalestein, clara referencia a Rafael González, omnipotente director de la Editorial Bruguera. Una de las dudas que se nos presentan en este apartado es quién compró el cuadro, puesto que los inquilinos del castillo son, como veremos, muy peculiares.
La entrada al recinto pasa por un encontronazo con un bulldog e incluso con un cocodrilo (o caimán, si lo prefieren). Como en otras ocasiones, Mortadelo utilizará un palito para cerrarle la boca al animal, algo que ya hizo en El caso del bacalao (1970) y como hará en El antídoto. Filemón volverá a vérselas con cocodrilos en La elasticina(1980), Testigo de cargo, 20.000 leguas de viaje sibilino y Okupas (2001). En el castillo conviven distintos monstruos, algo que volveremos a ver en Pesadillaaaa… (1994) y en Okupas. Los monstruos que aparecen en este apartado aparecen desmitificados: el efecto de la mordedura del hombre lobo, que nos deja una espléndida secuencia de la transformación de Filemón, se quita con un aerosol, Drácula se muestra asustadizo y el cerebro del monstruo de Frankestein es una cinta que Mortadelo sustituye por uno de los éxitos del momento: “Mi carro”, de Manolo Escobar. Ibáñez toma para este episodio la iconografía tópica de estos monstruos, sacada del cine de terror que, seguro, vio en su infancia y juventud. La iconoclastia de nuestro autor abarca, como hemos visto, no solo a los agentes secretos, sino también a los grandes mitos de la cultura popular. El episodio finalizará con la agresión de Filemón hacia un amigo, por el comentario inoportuno del mismo.
En el siguiente tramo, Mortadelo y Filemón han de buscar la obra “Bacilo bizco en un campo de coles”, que está en el hospital El peroné alegre. Otras historietas ambientadas en clínicas u hospitales son Los inventos del profesor Bacterio (1973)Los secuestradores (1976), La máquina de copiar gente (1978), Los gamberros (1978), La elasticina (1980) y en la historieta corta de Super Mortadelo “Protegiendo al embajador” (1972). Con el tiempo, volveremos a verlo en La Gomeztroika (1989),La tergiversicina (1991) El señor Todoquisque (1992), El SOE (1992), Clínicas antibirria (1993), Expediente J (1996), El dopaje…¡Qué potaje! (2006) y en La gripe U (2009). Los mismos Chicha, Tato y Clodoveo protagonizarán un álbum entero en este ámbito: Los sanitarios (1987). Como en otras ocasiones, Filemón fingirá ser un enfermo y Mortadelo hará las veces de médico. Al igual que en el capítulo anterior, hay una secuencia de un primer plano de Filemón, esta vez para reflejar cómo se va contagiando del sarampión tupamaro. Destacan algunos gags surrealistas, como los del hombre de dos cabezas o los “bichitos” que hay detrás del cuadro.
“Galaxia beoda en el maremagnum deletereo” será buscada en casa de Doña Tiburcia del Miriñaque, típica viejecita terrible, como las que se encontrarán también nuestros agentes en Contrabando (1978)- también con perro bestiajo- Lo que el “Viento” se dejó (1980), Testigo de cargo, Timazo al canto (1994), El jurado popular (1995), Su vida privada (1998), De los ochenta p’ arriba…(1999), La rehabilitación esa (2000), Misión: Triunfo (2002), etc. La viejecita, como todas las de Ibáñez, seguirá el modelo de La abuelita Paz, creada por Vázquez en 1969. En este episodio, vemos una de las escenas de mayor complicidad entre Mortadelo y Filemón, cuando vemos, en la página 27, que son capaces de compenetrarse con solo una mirada, en este caso para suplantar al pintor que visita a la anciana. Un pobre hombre que pretende venderles un dálmata, acaba pagando las iras de Filemón, varias veces masticado por el perro de la señora.
El octavo episodio altera la posible monotonía del desarrollo del álbum, ofreciéndonos un esquema distinto. Así, hay una larga introducción antes de que partan directamente hacia la misión, que cuenta con la presencia del Súper, quien va a darles un ultimátum a los agentes (como hiciera en otras aventuras, como Chapeau “el Esmirriau” (1971). En esta ocasión, será Nino “Matraca” el gangster de refinados gustos que ha comprado “Hipopótamo bailando la danza del cisne”. Para entrar en su guarida, han de burlar al guardián bestiajo, como harán años después en La máquina de copiar gente y en Contrabando. Destaca el gag de Mortadelo con la moneda de cinco duros, que muestra una vez más su racanería (gan recreado en Mortadelo y Filemón. Misión: salvar la Tierra, película de Miguel Bardem). El error de los agentes hace que el Súper los castigue viendo “Visto para sentencia”, serie española de televisión de los años 70. Resulta curioso que el Súper sea tan estricto con sus hombres cuando él tiene parte de la culpa de que la investigación no avance. Es decir, si en lugar de ocupar a Mortadelo y Filemón exclusivamente en esta misión, mandara a distintos agentes a visitar los cuadros a la vez, el resultado sería más inmediato. Por otra parte, nadie contempla la posibilidad de que el documento estuviera en uno de los cuadros ya registrados pero que su dueño lo hubiera encontrado antes y se hubiera adueñado de él. En fin, se trata de concesiones que se hacen a favor del gag continuo.
El noveno cuadro es “Antimateria protozoica en la conjuntiva” (nótese el uso paródico que hace Ibáñez de los tecnicismos), que se halla en los almacenes El corte berebere. Aunque no es el lugar más recurrente, nuestros agentes acuden a otros almacenes en Operación ¡Bomba! (1972) y en La gripe U. En el primer caso se trata de El rasgón senegalés y en el segundo de El corte angolés, claras parodias de la conocida cadena de almacenes El corte inglés. Destacan en este tramo algunos gags como el de la bruja moderna volando en aspiradora, el del “dormitorio completo” y el de los protagonistas haciéndose pasar por maniquíes para poder entrar al recinto. La experiencia vuelve a ser negativa y los sufridos agentes la pagan con un pobre publicista de la compañía. Como inconveniente, podemos decir que el presente capítulo adolece de un peor entintado.
El décimo episodio comienza con Mortadelo probándose el disfraz de fantasma, con idéntico resultado del que veremos en Misión de perros (malo para Filemón, claro). El cuadro “Rebaño de cabras pastando en un ascensor” se encuentra en el Queen Morcillus, lo que da pie a Ibáñez para desarrollar una serie de gags “de barco”, como los que encontramos en Los secuestradores, El plano de Ali-Gusa-No, Contrabando, Los gamberros, El bacilón (1984) La estatua de la libertad (1984)-con el que comparte el absurdo intento de subir a bordo con la excusa de ocuparse de la vela mayor, Los sobrinetes- donde también se cae una barca salvavidas sobre un pobre desdichado- La Gomeztroika (1989), La ruta del yerbajo (1993), El trastomóvil, Llegó el euro (2001)…así como en las historietas cortas de la pareja El carguero Chatárrez (Super Mortadelo, nº 13), Rumbo a la isla (Mortadelo Extra Primavera, 1973) y Misión en el Queen Cascajo (Mortadelo Extra de Verano, 1974), al igual que en el álbum A Seúl en un baúl (1987), de Chicha, Tato y Clodoveo. En nuestra presente historieta, el barco queda, lógicamente, hundido y el evento es reseñado en el periódico, con altas dosis de comicidad en el uso del lenguaje.
Finalmente, “Tornado en un plato de natillas” se encuentra en la Guardería “El Angelito”. El escenario de la guardería se encuentra también en ¡A por el niño! (1979), El jurado popular y La rehabilitación esa. En esta última aventura, al igual que en la que nos ocupa, los niños cortan la pernera de los pantalones, algo que también vemos en Los sobrinetes. También Chicha, Tato y Clodoveo se las vieron con enfants terribles en Los sanitarios. Como de costumbre, Filemón se llevará la peor parte, mientras que Mortadelo parece empatizar más con los niños (¿reflejo de lo que sucede entre los personajes y los lectores?). Por fortuna, los agentes encuentran por fin los documentos del Súper (siempre encuentran el objeto en cuestión en el último lugar donde buscan), que ni siquiera se destruyen con la explosión causada por uno de los niños (que, sin embargo, si destroza la ropa y el físico de Mortadelo y Filemón). El final tampoco es una sorpresa: efectivamente, los documentos carecían de valor, pues se trata de una receta para preparar la pescadilla con sabor a merluza. Ante la justa indignación de los agentes, el Súper es abandonado a su suerte en medio del proceloso océano, sobre un cuadro, rodeado de tiburones. Se trata, pues, de la primera aventura larga en la que nuestros protagonistas culminan la última viñeta vengándose del Super-intendente, aunque no será la última.
Este álbum, metido ya de lleno en un periodo de estandarización gráfica de la serie, mantiene un buen nivel de gags, amenos y fluidos. El acabado final de los personajes (que se debe también a la mano de Martínez Osete, el entintador), los hace más bajitos y algo rechonchos, de manera que se ven más entrañables que nunca. Se trata, por tanto, de un buen álbum que por su temática y por la variedad de ambientaciones (algunas de ellas aparecen aquí por primera vez en un álbum), así como por su estructura, sentó las bases de gran parte de la obra de Ibáñez, especialmente de aquella que desarrolló en la década de los 70.