No es la primera vez que
Ramón María Casanyes aparece en este blog, dada su condición de autor apócrifo de algunas historietas de
Mortadelo y Filemón, Rompetechos y Pepe Gotera y Otilio, entre otros personajes de
Ibáñez durante los últimos años de la editorial Bruguera. Sin embargo, hoy queremos hablar de él como autor independiente, concretamente como artífice de la pareja de historietas humorísticas
Paco Tecla y Lafayette. En este trabajo, como en otros del autor, se aprecia la impronta dejada por Ibáñez durante sus años de formación. Tanto es así, que, partiendo del álbum de sus personajes
El caso de los juguetes diabólicos (1986), estableceremos una serie de semejanzas y diferencias con el padre de el
Botones Sacarino.
Desde el punto de vista gráfico, las reminiscencias son evidentes. Expresiones, gestos, posturas, diseño de personajes, etc., beben directamente de la fuente ibañezca. La otra referencia de Casanyes,
André Franquin, tampoco sirve de mucho a la hora de distinguirlo del autor de Mortadelo, ya que Franquin fue también un referente para el mismo. Desde el punto de vista de los personajes,
Casanyes apuesta por una actualización del modelo de Ibáñez, dotando de cabellera a sus criaturas y otorgándole unas vestimentas más acordes con los tiempos. Conocido es el jersey de Lafayette, que recuerda a aquél que llevaba el franquiniano
Gastón el Gafe o, si se quiere, al que llevaría el Tato, en la serie de
Ibáñez Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo. Por otra parte, resulta obvio que el personaje de Paco Tecla, a pesar de su melena, recuerda bastante a Filemón.
Los superiores de los personajes y el resto de personajes secundarios siguen
a medio camino entre la cómica expresividad de Ibáñez y la naturalidad de movimientos de Franquin. Solo en el diseño de personajes femeninos apreciamos mejor el sello personal del propio Casanyes. Por otra parte, aunque en líneas generales el dibujo
presenta un mayor detallismo que el de Ibáñez en algunos aspectos, lo cierto es que
se sigue la línea brugueriana de la parquedad de fondos, reduciendo el dibujo a lo esencial para apoyar lo narrado.
Una huella ibañezca más clara se aprecia en los planos y encuadres, claros deudores de la obra del autor de
Rompetechos. Véase como ejemplo el enfoque en contrapicado cuando un personaje agrede a otro, tan característico de las historietas de Ibáñez. Cuando Casanyes pretende innovar y personalizar las perspectivas sin seguir línea alguna, logra a veces resultados interesantes, pero que no resultan los más adecuados para realzar el impacto visual de los gags ni para la claridad narrativa.
Desde el punto de vista narrativo, Casanyes también estructura el álbum en capítulos autoconclusivos (como novedad introduce el “continuará” cuando la historia se articula en dos episodios) de seis a ocho páginas, además de incluir recursos tan característicos de Ibáñez como la intercalación del título una vez que ha comenzado la historia, en boca de uno de los personajes, el uso del periódico como recurso narrativo, la elipsis, la agilidad de las secuencias, así como la concepción de la obra como una sucesión de gags encadenados. En este último sentido, cabe decir que los gags de nuestro autor gozan de menos efectividad que los de su maestro, provocando solo en raras ocasiones la carcajada.
Argumentalmente, los parecidos con la serie Mortadelo y Filemón no dejan de sorprender. Paco Tecla y Lafayette trabajan para un periódico, el Moquillo Express, que resulta ser una tapadera de La división, organización que, como la TIA, se encarga de mantener la ley y el orden, a pesar de la inoperancia de sus miembros. El jefe directo de los protagonistas, es conocido, al igual que el Súper, por su mote: El “Chapas”. Por si no fuera bastante, el rol del director general es asumido por varios personajes, entre los que destaca la señora directora, ante la que el “Chapas” quedará mal una y otra vez gracias a sus agentes. Por lo demás, una serie encadenada de malentendidos y torpezas llenarán las páginas de este álbum, de desarrollo netamente ibañezco, aunque con algunas diferencias, como la disminución de la agresividad mutua entre la pareja protagonista (agresividad, no obstante, existente). La ausencia del surrealismo que aportan los disfraces de Mortadelo se cubre con la incorporación como personaje fijo de un genio (de esos de lámpara y todo) que pasa a formar parte de la organización.
Sin embargo, la principal diferencia tal vez haya que buscarla en el contenido ideológico de la obra de Casanyes, que no se limita como Ibáñez a reflejar la codicia y la hipocresía humanas, sino que hace una crítica más directa a la sociedad capitalista, enfatizando el papel represor (y abusador) de las fuerzas vivas, incluyendo a un genio troskista que pretende acabar con el sistema económico imperante, subrayando el poder de atracción del dinero, etc. Todo esto culmina con la página final en la que la catástrofe última viene motivada por una “inocente” moneda. Con mucha ironía, Casanyes parece expresar un pensamiento ideológico personal algo más partidista que la jocosa ironía de Ibáñez.
Conocido es que Ramón María Casanyes no guarda un recuerdo especialmente grato de su colaboración en Bruguera como “negro” de Ibáñez (pues en más de una historieta ha reflexionado irónicamente sobre el tema a través de sus historietas), pero también es cierto que la copia casi exacta de su modelo al hacerse dibujante “independiente”, deslegitima en parte sus quejas. Esto es, Casanyes intentó sacar partido en solitario del aprendizaje forzado del que ha renegado en alguna ocasión, aprovechando usos y fórmulas ajenos como garantías de un éxito que, sin embargo, no acabó de llegar.
Y es que, a pesar de lo que se diga (y conste que se puede decir mucho), Ibáñez no hay más que uno.