Hoy les acercaremos una nota de actualidad. Nuestro admirado Francisco Ibáñez ha sido galardonado con uno de los Premios Infancia de la Comunidad de Madrid el pasado 20 de noviembre de 2009.
Se trata de uno más de los premios que va acumulando nuestro insigne historietista. El galardón no se ha otorgado a su calidad artística propiamente dicha, sino a su labor "creativa y didáctica".
Sin duda, este enunciado tiene mucho de donde cortar. La labor creativa llevada a cabo por Francisco Ibáñez durante más de medio siglo no tiene parangón en la historia de la cultura española (sí, contando sus periodos "negros" y todo). Sin embargo, de su didactismo hay mucho que hablar.
¿De verdad creen los que han otorgado este premio que Ibáñez quiere o ha querido, en algún momento, enseñar? Pues de eso se trata el didactismo (o didacticismo, si lo prefieren). Esta voluntad educadora resulta obvia en otros autores como Jan, que a través de su serie Superlópez y otras como Pulgarcito ha pretendido inculcar en la juventud una serie de valores como la honestidad, la amistad, los hábitos de vida saludable, el gusto por la lectura, etc. Pero nada de eso parece entrar en el saco de las intenciones de Francisco Ibáñez.
Del mismo modo, algunos podrían pensar que Ibáñez tampoco encaja en el perfil de los premiados, que, según los que otorgan el galardón , son " entidades o personalidades que han destacado por su trabajo en la protección, defensa y promoción de los valores y derechos de la infancia y la adolescencia."
Pocas veces hemos visto a Ibáñez agarrar el estandarte de la defensa de los derechos del niño, y mucho menos actuar como adalid de una serie de valores morales. Sin embargo, y a un nivel más profundo, no cabe duda de que nuestro autor tiene más que merecido este premio. Merecido porque, aunque educar nunca fue su prioridad, como él mismo ha reconocido, gracias a Mortadelo y Filemón y el resto de sus personajes, los lectores de Ibáñez somos más cultos.
Más cultos, sí. Primero porque con sus inefables peripecias le perdimos el miedo a esos "bichitos negros" (Ibáñez dixit) que son las letras, que nos permitieron pasar de Mortadelo a Agatha Christie, de ella a Bécquer y de este a Tolstoi, concibiendo siempre la lectura como un placer, como una actividad divertida que compensaba con creces el mínimo esfuerzo de prestar atención a la escritura. Por otra parte, gracias a Ibáñez muchos descubrimos lo que era un "potingue", un "ungüento", un "paquidermo", etc. Eso solo si hablamos del léxico. Además , resulta innegable que con las historietas de nuestro amado dibujante se nos abrió una primera puerta al mundo: visitamos países exóticos, conocimos lo que era un radiador en ciudades calurosas del sur y nos empapamos de sus múltiples referencias a la sociedad y a la cultura, tanto en su vertiente de anécdota más inmediata como en la referida a los mitos universales que sustentan nuestra civilización. Y es que, señores, todo está en Mortadelo.
En cuanto a la actitud "activista" de nuestro autor, si bien es cierto que no ha estado tan comprometido como otros dibujantes, véase el magnífico autor argentino Quino, Ibáñez, sin saberlo, ha defendido el principal derecho de niños y jóvenes de todo el mundo: el derecho a ser felices. Y esto no es demagogia barata. Somos muchos los que podemos afirmar que gracias a Ibáñez y a su trabajo nuestra vida ha sido y es más llevadera, más placentera, más dichosa.
Solo desde una óptica miope se puede poner en duda la enorme labor didáctica y humanitaria que, a lo mejor no siempre a sabiendas, ha realizado nuestro entrañable amigo Francisco Ibáñez.
Bien por la Comunidad de Madrid a la hora de reconocerlo (no es el único reconocimiento en poco tiempo) y a ver si toman nota otras Delegaciones, pues una sociedad bien nacida ha de permanecer agradecida ante la incalculable labor de ese genio que,a pesar de todo, se califica de "humilde pintamonas".
Esperamos sus comentarios y disculpen el apasionamiento.