Se trata de un “profesional” algo orgulloso, no demasiado dispuesto a reconocer sus fallos (sin llegar a la indolencia sistemática del sastre, todo hay que decirlo) y q ue, a pesar de su ciencia médica, sigue asombrándose sobremanera con algunos de los casos que les plantean sus clientes. Ataviado siempre con una bata- lo pillamos en horario laboral- lucía en sus primera apariciones un estetoscopio. En alguna ocasión hemos visto colgado de su consulta algún diploma, seguramente acreditativo de su facultad para ejercer la ciencia veterinaria. Por su lugar de trabajo pululan, aparte de los clientes, el animal enfermo y él mismo, diversos ejemplares de fauna diversa, constituyendo gags de fondo similares a los de la serie Ande y Ríase “usté” con el Arca de Noé. Destaca un cigarrón enorme que apareció durante dos historietas seguidas, lo cual nos lleva a pensar en la posibilidad de que Ibáñez contemplara la idea de dejarlo como personaje fijo, algo que, finalmente desechó.
Como hicimos con sus convecinos, proponemos una sistematización de los tipos de gags a los que da pie el menudo hombrecillo, recordando una vez más que esta clasificación es solamente una entre las muchas posibles y que no es, ni lo pretende, ser la definitiva. Así, distinguimos los siguientes tipos de chistes:
-) Gags basados en el miedo que el veterinario suscita en los animales: Se ve que la fauna ibañezca no es muy arrojada y echada “p´alante”, por lo que no es raro contemplar a perros, vacas o monos intentando huir de sus garras. Lo cual no es de extrañar, teniendo en cuenta la cutrez del especialista.
-) Gags basados en las características tópicas de cada animal: Poco originales, estos gags nos permiten comprobar cómo el suelo se puede hundir ante un hipopótamo obeso o la extrema longitud del cuello de algunas jirafas. Terreno ideal para el gusto ibañezco por la hipérbole.
-) Gags basados en la enfermedad del animal: Como en el anterior, son los bichos los ejes de este tipo de chistes, pero en esta ocasión la gracia no viene de exagerar sus características comunes, sino de las extrañas enfermedades que parecen: una serpiente plana; otra que baila el hula-hop; un burro que está, literalmente, en los huesos; un perro con complejo de hombre; una serpiente cubista, etc.
-) Doctor, hemos perdido un paciente: No siempre se puede acertar y a veces al más pintado le toca comunicar a sus clientes que ha perdido a sus mascotas: bien un canario que no volverá a volar, un perrito sobre el que se ha sentado o incluso una serpiente que, bien atadita, sirve para ayudar a escapar por la ventana.
-) Diagnósticos sorprendentes y curaciones imposibles: Aquí Ibáñez juega con el surrealismo haciendo que su criatura diagnostique que a una anguila eléctrica le ha fallado la bombilla o proponiendo remedios absurdos para reanimar a los animales: darle cuerda a la trompa del elefante; ponerle el estetoscopio en el hocico a un perro sin olfato, sustituir los cuernos de una va por un manillar de bicicleta, etc.
-) Clientes descontentos: Con este historial, no es extraño que los clientes se quejen por las soluciones que aporta el veterinario: los estimulantes para leones pueden llegar a ser un chasco, al igual que las vitaminas de camello para gatos pueden acabar “jorobando” a los felinos.
-)El doctor se queja: No solo el cliente tiene motivos para quejarse, también el médico, al que vemos lamentarse ante un amigo por la cantidad de trabajo que tiene, como hacer la pedicura a un ciempiés, o llamando por teléfono para reclamar por la escasa eficacia de la anestesia que, supuestamente, tendría que haber adormecido a un león.
-) Cliente inadecuado: Hay que recordarle a los clientes que el hecho de que su hijo sea bastante animal o de que usted sea un lobo de mar o incluso un centauro no quiere decir que tenga que acudir al veterinario, en lugar de al médico.
-) Cliente estafado: En más de una ocasión, clientes inocentones o tan cegatos como Rompetechos son estafados y ha de ser el veterinario quien les abra los ojos, como le ocurrió con aquel que creía que su tortuga era un caballo, al que pensó que su murciélago era un canario o al que le vendieron una pajarita de papel diciendo que era un ave real.
-) El veterinario saca partido: Esto da pie a los gags más divertidos del personaje, cuando el doctor, en un alarde de poca profesionalidad, se aprovecha de las cualidades de los animales que le dejan encargados. Véase cuando se comió un cerdo enfermo, cundo usó el caparazón de una tortuga como baño, a otro galápago como paraguas, la piel de un oso como bufanda o la bolsa del canguro para no pasar frío en invierno. Desde luego, no se trata de un defensor de los derechos de los animales, no.
-) El veterinario, víctima de sus pacientes: Tal vez como justa venganza hacia su desprecio por el mundo animal, los bichitos también perjudican en varias ocasiones al veterinario, que ha sido engullido por un león, por un hipopótamo, picado por una pulga, golpeado por un gallo de pelea y, en más de una ocasión, vacunado por el propio perro. De esta forma, los animalitos encarnan el arquetipo del “niño terrible” que tanto usó Ibáñez en sus historietas.
Sirvan esta clasificación de base para aproximarnos a la figura de este doctor que, solo con la vecina de arriba, la viejecita adoradora de los animales, ya podría tener la consulta cubierta para unos cuantos meses, aunque la señora no sea la que más se prodigue en el despacho de nuestro protagonista, siendo los guardas del zoo sus clientes más habituales. Por otra parte, y mirando ahora al piso de abajo, hay que tener cuidado con el tendero, quien en alguna ocasión ha llegado a cortar un trozo de serpiente para venderla como salchichón.
El personaje del veterinario volvió a aparecer en el álbum de Mortadelo y Filemón El 35 aniversario (1992), donde Filemón es aplastado por uno de los pacientes del doctor, así como en El estrellato (2002), donde el mismo agente es estrangulado por un gorila y el médico acusa a un hipopótamo de ser el responsable del derrumbe del edificio, tal y como ocurre en la película de Javier Fesser La gran aventura de Mortadelo y Filemón.
En el cómic 7, Rebolling Street, del mismo Ibáñez, no encontramos una correspondencia distinta entre el veterinario y los nuevos inquilinos, aunque sí se establecen algunos paralelismos con el inventor, hombre de ciencia al fin y al cabo y, sobre todo, con el dentista, tan chapucero como el personaje que nos ocupa.
En la famosa serie de televisión Aquí no hay quien viva, heredera no reconocida de 13, Rue del Percebe encontramos otro personaje que ejerce la profesión veterinaria: Beatriz Villarejo,( Eva Isanta) la compañera de piso de Mauri (Luis Merlo) que llegó a tener, incluso, una consulta en el mismo edificio, con el consabido perjuicio para los vecinos.
En 2009, Carlos Gimeno publicó la novela Hotel Dorado (de la que ya hablamos en este blog en julio de ese mismo año) en la que el veterinario, que hace también las veces de médico, recibe el nombre de Amor Nepote. Además de su pasado como trabajador del zoo, Gimeno le inventa al hombre con cara de morsa un atormentado espíritu enamorado.
La última muestra de la repercusión de este personaje vino, nuevamente, de la mano de Javier Fesser quien lo convirtió en protagonista de uno de los mini-anuncios de La Casera, realizados con su sello indiscutible para la televisión. Otra prueba de la enorme vigencia de los personajes de Ibáñez al margen de Mortadelo y Filemón.