¡Silencio,se rueda! es una de las
escasas aventuras de Mortadelo y Filemón que
se publicó primero en álbum y
luego de forma seriada en revista, concretamente en los números comprendidos
entre el 59 y el 61 de
Mortadelo Extra. Puede que durante su realización
Ibáñez
supiera que se editaría primero en formato álbum, ya que los capítulos de 8
páginas no están siempre delimitados de forma concisa. Con esta aventura, se
conmemora
el primer centenario del cine, creado en 1895 de la mano de los
hermanos Lumière.
El
argumento es sencillo: el Súper manda a sus agentes, invento de Bacterio
mediante, a recorrer la historia del cine en vivo para que aprendan las
técnicas de los dobles cinematográficos y mejoren así su forma física. Se trata,
pues, de
una de estas aventuras de viaje en el tiempo en la que los
protagonistas no regresan a la TIA hasta el final, como ocurrió en
El Quinto
Centenario (1992) y como veremos en
Siglo XX…¡qué progreso! (1999) y
El dos de mayo (2008). En
realidad, como en las
anteriormente citadas,
Silencio,¡Se rueda! se hubiera visto beneficiada si
Mortadelo y Filemón hubieran contado con un objetivo más concreto, como en las
aventuras clásicas: esto es, ir consiguiendo pequeños objetivos en cada una de
las etapas del mundo del cine que visitan.
También relacionada con la industria
cinematográfica, aunque desde una perspectiva totalmente distinta (menos
histórica) encontraremos la futura historieta
El estrellato (2002), creada en
ocasión de la primera adaptación al cine de Mortadelo y Filemón con personas.
En Silencio, ¡Se rueda!, a lo largo de tres
páginas, Ibáñez hace una introducción a la invención del cinematógrafo, con
referencias surrealistas al zoótropo y a las sombras chinescas. Quizás por
comodidad, el autor reduce a los hermanos Lumière a uno solo mientras explica
los avatares de la invención del cine. Como curiosidad, la película que se
proyecta en la viñeta 5 de la página 4 parece hacer referencia a Los
Picapiedra, cuya versión cinematográfica data de 1994. No falta, sin embargo,
la recreación de una anécdota real, como el pánico desatado en la sala de cine
en la que se proyectó la imagen de un tren que se dirigía a toda prisa hacia la
pantalla.
Ya
en la TIA vemos a un Superintendente muy preocupado por la forma física de sus
agentes, a los que sin embargo no manda a que aprendan de los dobles del cine
actual, sino que prefiere enviar a que recorran la historia del séptimo arte.
En realidad, el viaje que les proporciona Bacterio tiene la particularidad de
que Mortadelo y Filemón no pasearán estrictamente por las cintas míticas de la
historia del cine, sino que irán a parar a los rodajes de las mismas, en un
peculiar periplo. Este se inicia en la página 7, con una de las planchas más
oníricas que Ibáñez jamás haya realizado para su serie estrella, con Mortadelo
y Filemón viajando por el desierto de un reloj de arena que va hacia atrás.
En
las siguientes 12 páginas asistiremos a otro hecho insólito en la serie: Ibáñez
requirió la colaboración de los coloristas (algo imposible en otras épocas)
para recrear el mundo del blanco y negro de los inicios del cine. No obstante
de la originalidad de este recurso, nos preguntamos por qué los agentes lo ven
todo en blanco y negro (salvo a ellos mismos, claro), si no están formando
parte de las películas, sino asistiendo a los rodajes de las mismas. Por lo
mismo, tampoco comprendemos por qué las primeras personas a las que se dirigen
no pueden expresarse oralmente, si simplemente son actores de cine mudo.
A
partir de este momento, aparece el que será el primer cameo de una larga serie.
Charlie Chaplin, ataviado como Charlot, será la primera figura conocida que
desfilará, de forma anecdótica, eso sí, delante de nuestros personajes,
perseguido por un grupo de policías que recuerdan a los de Keystone, compañía
de Mack Sennett en la que Chaplin dio sus primeros pasos en el cine. Aunque la
admiración de Ibáñez por Chaplin ha sido declarada en más de una ocasión en
diversas entrevistas, no será frecuente su aparición en las aventuras de
Mortadelo y Filemón. No obstante, recordamos la caracterización de Mortadelo
como Charlot en En Alemania (1982). Las siguientes páginas se rellenan con unos
chistes muy básicos relacionados con los decorados (siempre falsos y engañosos)
cinematográficos: golpes con puertas falsas, animales de cartón-piedra, etc.
Esto recuerda a la historia corta de 1970 Silencio, se rueda…¡Acción!,
publicada en Gran Pulgarcito, y que sin
duda Ibáñez tuvo muy presente para realizar este álbum casi homónimo.
La
siguiente aparición será la de Stan Laurel y Oliver Hardy, otros ídolos
reconocidos del autor y cuya obra será decisiva en la formación personal y
profesional de Francisco Ibáñez. El Gordo y el Flaco sentaron a lo largo de su
trayectoria las bases del resto de parejas cómicas del mundo del espectáculo.
Basándose en los roles clásicos del Clown y el Augusto, Stan Laurel desempeña
el papel del “payaso tonto” que siempre mete en problemas al “payaso listo”
(Oliver Hardy). Hay que señalar que esta distinción según la supuesta
inteligencia es una mera convención, ya que en muchas ocasiones, el “tonto”
Laurel, puede hacer gala de una imaginación, astucia y habilidad capaz de dejar
patidifuso a su supuesto superior intelectual. A los lectores no les costará
reconocer estas constantes en dúos como Abbot y Costello, Jerry Lewis y Dean
Martin, Pedro Picapiedra y Pablo Mármol y, en el campo de la historieta,
Mortadelo y Filemón.
Es
por ello que consideramos este cruce entre los agentes de la TIA y la pareja de
cómicos de vital importancia, ya que supone una mirada hacia la esencia propia
de la serie: el humor basado en las personalidades contrapuestas y el mamporro
y tentetieso. Tal es la comunión entre las dos parejas, que el chiste que
Ibáñez adjudica al Gordo y el Flaco fue usado por él mismo con sus personajes
estrella en la portada nº 88 de la revista Mortadelo. Laurel y Hardy ya fueron
nombrados anteriormente en El pinchazo telefónico (1994) y sus tumbas
aparecerán en Esos kilitos malditos (1997).
Tras
un breve cameo de Búster Keaton, quizás menos conocido por el gran público y
dotado de menores características definitorias, aparecen los Hermanos Marx, que
volverán a salir en El estrellato. Previamente, Ibáñez había hecho referencia a
su película Una tarde en el circo en La historia de Mortadelo y Filemón
(historieta corta) y había disfrazado a Mortadelo de Harpo en Los superpoderes
(1988), todo esto sin contar que la frase supuestamente atribuida a Groucho
“¡Más madera! ¡Es la guerra!” ha sido usada en numerosas ocasiones por Ibáñez.
Posteriormente,
encontramos una serie de gags en los que los agentes intentan montar a caballo
para mejorar sus habilidades, tal y como hicieron en
En la Olimpiada (1972),
El
caso del señor Probeta (1991),
20.000 leguas de viaje sibilino (1994) y como
harán en
El dos de mayo. Posteriormente, se suceden algunos cameos de
Humphrey
Bogart, que aparece tan aficionado al tabaco como en
Prohibido fumar (2004),
Fred Astaire y Lola Flores. Para exagerar la edad de la folklórica, Ibáñez acude
a la hipérbole de decir que, a pesar de tener ya sus años en 1920, todavía
baila como si nada la chiquilla. Sin duda, se trata de un mero chiste que no
podemos tener en cuenta para fijar el momento exacto en que se desarrolla la
acción, pues en esa época ni se había inventado el sonoro ni habían comenzado
las carreras cinematográficas de personajes ya aparecidos como
Laurel y Hardy o
los Hermanos Marx. Completan este ciclo en blanco y negro las referencias a las
películas de
Tarzán y a
Psicosis (salto hasta 1960), con un
Anthony Perkins no
demasiado bien caricaturizado.
Las
siguientes cinco páginas transcurren en el rodaje de las películas del Oeste,
con
John Wayne, al que ya vimos en
El racista (1992) y que veremos de nuevo en
Prohibido fumar. El mítico vaquero de las películas se enfrenta contra
Billy el
“Niño”, sin que Ibáñez se resista al tópico de mostrar a esta leyenda del Oeste
como un infante, algo que ya hizo en
Los sobrinetes (1988).Aunque no hay ningún
punto en común, es imposible no acordarse de la visión que de Billy el “Niño”
hicieron
Morris y Goscinny en los álbumes de
Lucky Luke.
Ibáñez se burla de los mitos del género,tanto
en cine como en cómic, mostrando a través de Mortadelo que no es tan fácil eso
de “
disparar más rápido que la propia sombra”, en la impagable secuencia de la bellota.
En líneas generales, vemos
en este álbum que
Filemón es más escéptico y menos impresionable que Mortadelo, pues el ayudante
siempre se asombra ante los prodigios a los que asiste, mientras que Filemón suele
desdramatizarlos para buscarles el “truco”. Indispensable es hacer referencia a
la viñeta primera de la página 23, en la que el autor recrea una pelea típica entre
vaqueros en un saloon. Valga esta ilustración como
otro ejemplo de la capacidad
de Ibáñez como dibujante, así como de su habilidad para la acumulación de gags
que recompensarán sin duda al lector atento. Otras viñetas espectaculares (e
igualmente violentas) son las que encontramos en álbumes como
Mundial 78
(1978),
Mundial 94 (1993) y
Mundial 98 (1997).
Durante
las siguientes 8 páginas, Mortadelo y Filemón se dedican a fastidiar
involuntariamente el rodaje de una película de terror, en la que, como ocurrirá
en
El estrellato, volverán loco hasta la desesperación al director, que
intentará suicidarse de las formas más hiperbólicas y divertidas, recordando a
los entrenadores deportivos de los diversos mundiales de fútbol.
Ibáñez obvia
que se trata de actores y realmente los personajes de terror parecen ser
realmente los monstruos que representan (por ejemplo, el actor que hace de
Drácula sale corriendo detrás de Mortadelo para morderle). Se trata de un tramo
menos original, con un escenario que recuerda a los ya utilizados en
A la cazadel cuadro (1971),
Pesadilla…(1994) y
Okupas (2001). Como dato testimonial de
la época, destaca la mención a la fuga de
Luis Roldán, a quien Ibáñez dedicó el
álbum
Corrupción a mogollón el año anterior a
Silencio, ¡Se rueda!
Una
original viñeta muestra la transición entre el cine de terror y el romántico,
paso que afecta incluso al bocadillo. El garbeo de nuestros hombres por el cine
de amor se basa exclusivamente en la película cumbre del melodrama: Lo que el
viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939), cuyo título
inspiró el del álbum Lo que el viento se dejó (1980). Como no puede ser de otra
manera, Mortadelo y Filemón interrumpen con su prosaísmo la escena culminante
de la película. Secuencialmente es interesante el efecto de rapidez conseguido
en las viñetas 6 y 7 de la página 33, en las que el cuerpo de Filemón tiene
continuidad de una a otra, mientras que Mortadelo aparece, respectivamente,
delante y detrás de su jefe, dando la sensación de adelantarlo con gran
presteza.
Posteriormente,
los personajes llegan al estudio
Metro Goldwyn Ibáñez, el mismo nombre que
aparece en la historieta corta
Silencio,¡se rueda!...Acción, con un
Marlon
Brando decrépito en la puerta. Aquí Ibáñez hace alusión al “cine de bichos”,
esto es, a las producciones de animalejos gigantes, con referencias a
King Kong,
Tiburón y a la recientemente estrenada en España
Parque Jurásico, de
Spielberg,
que inspiró el álbum
Dinosaurios (1993). No resulta muy comprensible que en
este tipo de películas aparezca un cameo de
Woody Allen, que será nombrado
posteriormente en
Su vida privada (1998) y
Atenas 2004.
Las
tres páginas siguientes están dedicadas a las películas de Superhéroes, a los
que,como es común en Ibáñez, presenta como seres falibles e imperfectos, algo
que vemos en álbumes como
100 años de cómic (1996), ¡
Y van cincuenta tacos!
(2007), así como en la historieta corta
Los Super Héroes, (Super Mortadelo, 76
de Ed. B, 1990). Hay que citar que, aunque en ningún momento aparece
Frank
Sinatra en la historieta, se nombra dos veces en la misma. Pasamos a
continuación al cine de acción, sección que se abre con
una espectacular
viñeta, bastante original, en la que vemos a
Arnold Schwarzenegger matando
vietnamitas. La media plancha, además de ser
una lección de dibujo humorístico
en la que se despliegan algunas de las mayores cualidades de Ibáñez como
dibujante (acumulación de gags, composición de la viñeta, fuerza expresiva,
contundencia…)
contiene una nada rebuscada crítica tanto a la violencia extrema
de este tipo de cine, como a la ideología que Estados Unidos transmite a través
de sus films, un triunfalismo de cartón-piedra que no casa para nada con la
visión desmitificadora de Ibáñez. Ojo al diálogo de uno de los personajes:
“No
lo comprendo…Cada amelicano se calgó tlescientos cualenta mil vietnamitas…¡Y
sin embalgo, peldielon la guela!”
Schwarzenegger
volverá a aparecer en El Estrellato, al igual que Silvestre Stallone, que
desfila por nuestro álbum interpretando a un Rambo deseoso de venganza ante
Filemón. Stallone también aparecerá en El Estrellato y Mortadelo se disfrazará
de él en Atlanta 96 (1996), para deleite de Ofelia. Ambas estrellas del cine volverán a aparecer en ¡Llegó el euro! (2001). A pesar de que en ningún
momento se muestra, Filemón hace referencia al rodaje de La guerra de las
Galaxias XIII. El hecho de que la saga no tenga peso alguno en la historia no
impide que su rodaje pasara a ocupar la portada de la edición en Magos del
Humor del álbum. Finalmente, Mortadelo y Filemón son transportados de nuevo por
el invento del Bacterio a la sede de la TIA, que Mortadelo hace explotar al
traer consigo un explosivo que agarró durante su aventura, algo que recuerda al
final de Lo que el viento se dejó. El Súper perseguirá a sus inútiles empleados
que, hartos del cine, no saben que a la vuelta de la esquina está Robocop (¿el
personaje, el actor que lo interpreta?) pidiendo óbolos para la gente del cine.
Desde
el punto de vista gráfico, el álbum presenta las características típicas de la
época, en la que Juan Manuel Muñoz dejó de trabajar temporalmente con Ibáñez y
una mujer, cuyo nombre desconocemos, se encargó del acabado del dibujo y del
entintado. Pese a lo irregular de esta temporada, el estilo parece más cuidado
que en otras historietas del periodo. Ibáñez nos deslumbra con algunas viñetas
de media plancha realmente espectaculares, ya comentadas, con algún plano
cenital (viñeta 5 de la página 19), disfraces originales (el de dragón de
principios del álbum) y, como ocurría en varias aventuras de principios de los
noventa, un desfile de caricaturas relacionadas como el mundo del cine. Hay que
decir que, como caricaturista, Ibáñez tiene sus limitaciones, pero no se puede
negar que en su caso no se trata únicamente de condensar los rasgos más
característicos de algún personaje conocido, sino de adaptarlos al “estilo
Ibáñez”, esto es, que parezcan un personaje más de Mortadelo. En todo caso, no
se puede negar que sus caricaturas son muy personales.A esto hay que sumarle la
decisiva y nada frecuenta colaboración entre dibujante y coloristas para
plasmar en gris la época del cine en blanco y negro, algo nada frecuente en las
historietas de Ibáñez.
En
conclusión, podemos decir que se trata de un álbum más original en el
que la procesión de famosos puede disimular la ineficacia de algunos de los
gags, recordando, si nos permiten la analogía cinematográfica (no nieguen que
viene al pelo), a esas grandes superproducciones en las que el desfile de
rostros conocidos puede opacar lo convencional de la trama. No obstante, los
lectores apreciaron en su momento la originalidad del álbum y el sabor de boca
que deja Silencio, ¡Se rueda! suele ser positivo.