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sábado, 1 de febrero de 2014

LOS DIAMANTES DE LA GRAN DUQUESA (1972)



Los diamantes de la Gran Duquesa (1972) fue publicada en la revista Mortadelo en los números comprendidos entre los números 87 y 97 (ambos inclusive). Se trata de un episodio clásico de principios de los setenta, un “Mortadelo típico”, el que bien le podríamos ofrecer a cualquiera que desconociera la serie, para que se hiciera una idea sobre la misma. Por su esquema de buscar “diez objetos en diez sitios distintos”, se puede decir que sigue la estela de La caja de diez cerrojos (1971), pero al estar desprovista la historia del exotismo de los viajes, se puede encontrar mayor relación con historietas más “urbanas”, como A la cazadel cuadro (1972), Operación ¡bomba! (1972) y los futuros El plano deAli-Gusa-No (1974) y El
caso del calcetín (1976).

            El dibujo, como corresponde a esta etapa, se caracteriza porque los personajes parecen algo achaparrados y menos estilizados de lo que estarían años después, con unas manos algo grandes, seguramente por la influencia del entintador y encargado de acabar el lápiz de Ibáñez en aquel momento, Martínez Osete.  La historia se articula en once capítulos de cuatro páginas cada uno.

            En el primero de ellos, observamos gracias a un narrador en tercera persona que nuestros agentes aparecen ya metidos en faena, sin que se vea cómo el Súper les asigna la misión. ¿En qué consiste la misma? En custodiar los diamantes de la Gran Duquesa Tatialagüeña, personaje que a pesar de figurar en el título del álbum, solo aparece físicamente en una notable primera viñeta en la que la vemos desfilar con todo su séquito. Es una lástima que el personaje no se deje ver más, dado el acertado diseño con que Ibáñez la ha caracterizado. Desconocemos la procedencia de esta noble señora, aunque por el diseño de los cascos de algunos de sus acompañantes, bien podría emparentarse con la nobleza prusiana.

            Como no podía ser de otra forma, los diamantes peligran al estar guardados en un maletín diseñado por Mortadelo, quien de esta forma recuerda su etapa de inventor en la época de Agencia de Información. Una vez perdidos los diamantes, esta especie de prólogo se completa con una serie de cambiazos en los que destacan un par de disfraces de Mortadelo: el de Discóbolo y el de fantasma, que le confiere la propiedad de atravesar las paredes. Finalmente, la incompetencia de la pareja (porque Filemón no se queda corto), hace que los diamantes sean robados.

            En el segundo capítulo, Mortadelo hace una mítica entrada disfrazado de “camelo” y Filemón le expone la misión, tras una tensa entrevista con el Súper. Vicente “el Urraco” ha robado los diamantes de la Gran Duquesa y los ha ocultado en diez sitios distintos, que nuestros hombres deberán visitar en busca de los preciados objetos. Este planteamiento ofrece algunas dudas: ¿por qué el villano decidió esconder los diamantes en lugar de venderlos?, y por otra parte, ¿por qué el Súper encarga a Mordelo y Filemón que los recuperen de forma lineal, en lugar de mandar a diez agentes simultáneamente? Respecto al apelativo del ladrón, no deja de ser significativo que se llame “el Urraco”, ya que es conocida la atracción que los objetos brillantes, como los diamantes, ejercen en animales como las urracas. Esto nos lleva a recordar el papel que desempeña la urraca en una aventura de Tintín que, ya desde el título, presenta similitudes con Los diamantes de la Gran Duquesa. Se trata de Las joyas de la Castafiore (1962), aunque los caminos que siguen las obras de Hergé y de Ibáñez son tan dispares que es absurdo hablar de influencia. El primer destino de nuestros agentes será una comunidad de vecinos, en la que destaca una trifulca entre dos “marujas”. Una vez rescatado el diamante, por casualidad, la imprudencia de Mortadelo lleva a hacer que el Súper acabe tragándoselo.

            El tercer episodio sentará las bases de las entradillas típicas de este álbum, marcadas por los conflictos con el Súper. Esto ocurrirá también en álbumes como La perra de las galaxias (1988), donde incluso se encuentran chistes parecidos al que abre este capítulo. No obstante, en las páginas que nos ocupan encontramos una contradicción en la que no sabemos si habrán reparado nuestros lectores. El chiste que se plantea es el siguiente: Mortadelo, teléfono en mano, le dice a su jefe que ha llamado el Súper. Filemón le pregunta que si tiene el teléfono bien tapado y, una vez asegurado, insulta al Superintendente. Sin embargo, resulta que Mortadelo estaba realmente hablando con su tía por teléfono, mientras que el Súper se había personado en la residencia de los agentes. Obviamente, la situación se salda con una paliza del Superintendente a Filemón.

            Sin embargo, encontramos algunos indicios que nos muestran que tal vez el chiste original sería otro: Mortadelo tiene el teléfono colocado del revés y está tapando el auricular, no el micrófono del mismo. Puede que por ello el Súper hubiera oído a Filemón y acudido a su casa en busca de venganza. Esto justificaría que Mortadelo especifique en la viñeta 9 de la página 15 que tenía el teléfono tapado “pero no el micro”. Si el Súper ya estaba en la casa, ¿qué más da que el micro estuviera tapado? ¿Ha habido un cambio en los diálogos? ¿A Ibáñez se le ocurrieron los dos chistes y se confundió en la ejecución en lugar de optar solo por uno de ellos? Dejaremos que los lectores decidan. 



            El segundo diamante está escondido en una obra, escenario que se repetirá en álbumes como en El sulfato atómico (1969), El plano de Ali-Gusa-No, Los secuestradores (1975), La gallina de los huevos de oro (1976), Soborno (1977), El atasco de influencias (1990), El trastomóvil (1996), El señor de los ladrillos (2003) o Jubilación…¡A los 90! (2011), además de en historias de Chicha, Tato y Clodoveo como El negociete (1986) y  La obra (1989). Sobresale en esta ocasión algún gag relacionado con el canibalismo, así como el uso del contrapicado en la viñeta 1 de la página 9. La extraña postura de la persecución de la viñeta 1 de la página 12 nos sirve para desvelar que el diamante se encontraba en realidad en un pedrusco de cartón-piedra oculto en la obra. Una vez recuperado el diamante, Mortadelo demuestra no haber aprendido la lección, pues si en el capítulo anterior hizo que el Súper se lo tragara por lanzárselo, ahora lo manda directo a una alcantarilla – a pesar de lo poco probable es que en un despacho haya una alcantarilla-, por lo que el agente de la TIA acaba sumergido en el detritus buscando la importante joya.

            El siguiente diamante se encuentra en el fondo del puerto, y para este tramo Ibáñez decide acompañar a  Mortadelo y Filemón de una tortuga, que será el gran hallazgo cómico, con sus impertinentes réplicas, esas que el dibujante suele tener reservadas para los caballos y otros animales. Nuevamente encontramos algunos chistes destacables, como el referido (nuevamente) al canibalismo o el de la sopa de tortuga. Algunos planos interesantes en contrapicado, como el de la viñeta 2 de la página 16 amenizan la narración hasta llegar a encontrar el diamante, oculto en un jarrón, todo esto culminado con el desafortunado comentario del Súper, que desencadena la venganza. En el quinto episodio, el diamante está escondido en la copa de un árbol. Para darle un poco de salsa a lugar tan simplón, Ibáñez centra los gags en los golpes que va recibiendo Filemón en su malherido pie, recurso tomado del cine cómico clásico, como atestiguan algunos cortos de Laurel y Hardy. Este recurso cómico se utilizó también en Contrabando (1978), La perra de las galaxias y en El SOE (1992). Los continuos golpes en el pie de Filemón culminan con el “toque de gracia” que le da el Súper, provocando la ira de su agente. Así, se concluye un capítulo que poco tiene de destacable más allá de mostrarnos al tierno Mortadelo de los setenta jugando con soldaditos.

            El sexto episodio se desarrolla, una vez que el Súper ha pillado a Mortadelo y Filemón afrentándole en su domicilio, en un salón de belleza, escenario poco habitual. Con el chiste del “pelo en pecho”, Ibáñez se quita a un susceptible y masculino Filemón de encima para que sea Mortadelo el que se luzca creando el caos en la peluquería. Una vez entregado al Súper el diamante, que estaba en un secador, las alusiones al “pelo” hacen que esta vez sea Mortadelo el que se vengue de su superior, lo cual nos trae reminiscencias de los primeros álbumes. El séptimo capítulo arranca con una exhibición de dos costumbres muy españolas, como son la de holgar cuando el jefe no está y la de marcarse “faroles”. Destaca la metáfora visual en la que Mortadelo se queda literalmente “helado”. El episodio transcurre en las cloacas, como veremos en Los sobrinetes (1988) y  El atasco de influencias. Nuevamente un plano picado sorprende en la viñeta 6 de la página 26, concluyendo el capítulo de forma tópica: el diamante es hallado en un ladrillo y la alusión al mal olor de los agentes detona su venganza.

            El octavo episodio comienza con los agentes haciendo vudú al Súper (algo que reaparecerá en La perra de las galaxias), lo que desata una persecución que el idealista Rompetechos interpreta como una cruzada. El diamante se halla en una estatua de un local llamado El club de la broma, en el que una serie de trampas y trucos dan lugar a gags mecánicos, poco preparados, en un capítulo rutinario que supone lo peor del álbum.  El noveno episodio muestra el gusto de Mortadelo por lo paranormal y misterioso, pues si en el anterior creía en las propiedades del vudú, ahora cree en espejos mágicos, ataviado como la madrastra de Blancanieves. El gag del espejo, uno de los más divertidos. El resto del tramo transcurre en una granja, escenario habitual de otras aventuras como A la caza del cuadro, Los gamberros (1978), Los sobrinetes, Las vacas chaladas (1997), Gasolina…la ruina (2008) o ¡Espías! (2012). Finalmente, el diamante es hallado en un cubo y el episodio culmina con otra venganza por el comentario improcedente del Súper.

            El comienzo del penúltimo capítulo es hilarante: mientras que Filemón asume la catártica actividad de pintar al Súper con cuerpo de burro, Mortadelo lo esculpirá en barro. Esta faceta de Mortadelo esculpiendo a sus compañeros de oficina la volveremos a ver en Clínicas antibirria (1993). El escenario escogido por “el Urraco” para este diamante será un parque, escenario de futuras aventuras como Timazo al canto (1994) y El disfraz, cosa falaz (1995). Allí se enfrentarán con un guarda antes de encontrar la joya, que estaba enterrada.


            En el último episodio, en el que parece que se confirma que los agentes viven juntos, pues Mortadelo habla de “nuestra ausencia” cuando le explica a su jefe la alarma (nada discreta) anti-robos que ha instalado. En esta ocasión, nuestros protagonistas deben ir a por el último diamante, que está en casa de Mike Buharro, aunque no sabemos por qué “el Urraco” (del que no se vuelve a hablar) confió en otro delincuente para custodiar parte de su botín. Al ver el tamaño del sombrero de su enemigo, Mortadelo huye como hará al ver el collar de un perro enorme en Misión de perros (1975). Finalmente, tras algunos intentos fallidos de entrar en su casa, comprueban que el villano es un canijo dotado de una enorme cabeza, que recuerda mucho al  futuro malo de Losmonstruos (1973). Una vez recuperados todos los diamantes, el afán juguetón de Mortadelo y su irresponsabilidad lo llevan a que el maletín que contenía todas las joyas sea triturado por una apisonadora. A pesar de que Filemón no ha tenido nada que ver con esto último, el Súper y la Gran Duquesa (que aparece en off) lo persiguen también, mientras Mortadelo le presta su original disfraz de cirro-cúmulo.

            En conclusión, Los diamantes de la Gran Duquesa, aunque no es muy original ni presenta elementos realmente destacables, es un buen álbum de Mortadelo y Filemón, con momentos divertidos, que hará pasar un buen rato a los aficiondos a la serie de Ibáñez.Quizá esto llevara a BRB Internacional a escoger esta aventura para su adaptación a los dibujos animados en la serie de 1994.

sábado, 16 de noviembre de 2013

¡SILENCIO, SE RUEDA! (1995)



¡Silencio,se rueda! es una de las escasas aventuras de Mortadelo y Filemón que se publicó primero en álbum y luego de forma seriada en revista, concretamente en los números comprendidos entre el 59 y el 61 de Mortadelo Extra. Puede que durante su realización Ibáñez supiera que se editaría primero en formato álbum, ya que los capítulos de 8 páginas no están siempre delimitados de forma concisa. Con esta aventura, se conmemora el primer centenario del cine, creado en 1895 de la mano de los hermanos Lumière. 

            El argumento es sencillo: el Súper manda a sus agentes, invento de Bacterio mediante, a recorrer la historia del cine en vivo para que aprendan las técnicas de los dobles cinematográficos y mejoren así su forma física. Se trata, pues, de una de estas aventuras de viaje en el tiempo en la que los protagonistas no regresan a la TIA hasta el final, como ocurrió en El Quinto Centenario (1992) y como veremos en Siglo XX…¡qué progreso! (1999) y El dos de mayo (2008). En  realidad, como en las anteriormente citadas, Silencio,¡Se rueda! se hubiera visto beneficiada si Mortadelo y Filemón hubieran contado con un objetivo más concreto, como en las aventuras clásicas: esto es, ir consiguiendo pequeños objetivos en cada una de las etapas del mundo del cine que visitan. También relacionada con la industria cinematográfica, aunque desde una perspectiva totalmente distinta (menos histórica) encontraremos la futura historieta El estrellato (2002), creada en ocasión de la primera adaptación al cine de Mortadelo y Filemón con personas.

             En Silencio, ¡Se rueda!, a lo largo de tres páginas, Ibáñez hace una introducción a la invención del cinematógrafo, con referencias surrealistas al zoótropo y a las sombras chinescas. Quizás por comodidad, el autor reduce a los hermanos Lumière a uno solo mientras explica los avatares de la invención del cine. Como curiosidad, la película que se proyecta en la viñeta 5 de la página 4 parece hacer referencia a Los Picapiedra, cuya versión cinematográfica data de 1994. No falta, sin embargo, la recreación de una anécdota real, como el pánico desatado en la sala de cine en la que se proyectó la imagen de un tren que se dirigía a toda prisa hacia la pantalla.

            Ya en la TIA vemos a un Superintendente muy preocupado por la forma física de sus agentes, a los que sin embargo no manda a que aprendan de los dobles del cine actual, sino que prefiere enviar a que recorran la historia del séptimo arte. En realidad, el viaje que les proporciona Bacterio tiene la particularidad de que Mortadelo y Filemón no pasearán estrictamente por las cintas míticas de la historia del cine, sino que irán a parar a los rodajes de las mismas, en un peculiar periplo. Este se inicia en la página 7, con una de las planchas más oníricas que Ibáñez jamás haya realizado para su serie estrella, con Mortadelo y Filemón viajando por el desierto de un reloj de arena que va hacia atrás.


            En las siguientes 12 páginas asistiremos a otro hecho insólito en la serie: Ibáñez requirió la colaboración de los coloristas (algo imposible en otras épocas) para recrear el mundo del blanco y negro de los inicios del cine. No obstante de la originalidad de este recurso, nos preguntamos por qué los agentes lo ven todo en blanco y negro (salvo a ellos mismos, claro), si no están formando parte de las películas, sino asistiendo a los rodajes de las mismas. Por lo mismo, tampoco comprendemos por qué las primeras personas a las que se dirigen no pueden expresarse oralmente, si simplemente son actores de cine mudo.

            A partir de este momento, aparece el que será el primer cameo de una larga serie. Charlie Chaplin, ataviado como Charlot, será la primera figura conocida que desfilará, de forma anecdótica, eso sí, delante de nuestros personajes, perseguido por un grupo de policías que recuerdan a los de Keystone, compañía de Mack Sennett en la que Chaplin dio sus primeros pasos en el cine. Aunque la admiración de Ibáñez por Chaplin ha sido declarada en más de una ocasión en diversas entrevistas, no será frecuente su aparición en las aventuras de Mortadelo y Filemón. No obstante, recordamos la caracterización de Mortadelo como Charlot en En Alemania (1982). Las siguientes páginas se rellenan con unos chistes muy básicos relacionados con los decorados (siempre falsos y engañosos) cinematográficos: golpes con puertas falsas, animales de cartón-piedra, etc. Esto recuerda a la historia corta de 1970 Silencio, se rueda…¡Acción!, publicada  en Gran Pulgarcito, y que sin duda Ibáñez tuvo muy presente para realizar este álbum casi homónimo.

            La siguiente aparición será la de Stan Laurel y Oliver Hardy, otros ídolos reconocidos del autor y cuya obra será decisiva en la formación personal y profesional de Francisco Ibáñez. El Gordo y el Flaco sentaron a lo largo de su trayectoria las bases del resto de parejas cómicas del mundo del espectáculo. Basándose en los roles clásicos del Clown y el Augusto, Stan Laurel desempeña el papel del “payaso tonto” que siempre mete en problemas al “payaso listo” (Oliver Hardy). Hay que señalar que esta distinción según la supuesta inteligencia es una mera convención, ya que en muchas ocasiones, el “tonto” Laurel, puede hacer gala de una imaginación, astucia y habilidad capaz de dejar patidifuso a su supuesto superior intelectual. A los lectores no les costará reconocer estas constantes en dúos como Abbot y Costello, Jerry Lewis y Dean Martin, Pedro Picapiedra y Pablo Mármol y, en el campo de la historieta, Mortadelo y Filemón.

            Es por ello que consideramos este cruce entre los agentes de la TIA y la pareja de cómicos de vital importancia, ya que supone una mirada hacia la esencia propia de la serie: el humor basado en las personalidades contrapuestas y el mamporro y tentetieso. Tal es la comunión entre las dos parejas, que el chiste que Ibáñez adjudica al Gordo y el Flaco fue usado por él mismo con sus personajes estrella en la portada nº 88 de la revista Mortadelo. Laurel y Hardy ya fueron nombrados anteriormente en El pinchazo telefónico (1994) y sus tumbas aparecerán en Esos kilitos malditos (1997).



            Tras un breve cameo de Búster Keaton, quizás menos conocido por el gran público y dotado de menores características definitorias, aparecen los Hermanos Marx, que volverán a salir en El estrellato. Previamente, Ibáñez había hecho referencia a su película Una tarde en el circo en La historia de Mortadelo y Filemón (historieta corta) y había disfrazado a Mortadelo de Harpo en Los superpoderes (1988), todo esto sin contar que la frase supuestamente atribuida a Groucho “¡Más madera! ¡Es la guerra!” ha sido usada en numerosas ocasiones por Ibáñez.

            Posteriormente, encontramos una serie de gags en los que los agentes intentan montar a caballo para mejorar sus habilidades, tal y como hicieron en En la Olimpiada (1972), El caso del señor Probeta (1991), 20.000 leguas de viaje sibilino (1994) y como harán en El dos de mayo. Posteriormente, se suceden algunos cameos de Humphrey Bogart, que aparece tan aficionado al tabaco como en Prohibido fumar (2004), Fred Astaire y Lola Flores. Para exagerar la edad de la folklórica, Ibáñez acude a la hipérbole de decir que, a pesar de tener ya sus años en 1920, todavía baila como si nada la chiquilla. Sin duda, se trata de un mero chiste que no podemos tener en cuenta para fijar el momento exacto en que se desarrolla la acción, pues en esa época ni se había inventado el sonoro ni habían comenzado las carreras cinematográficas de personajes ya aparecidos como Laurel y Hardy o los Hermanos Marx. Completan este ciclo en blanco y negro las referencias a las películas de Tarzán y a Psicosis (salto hasta 1960), con un Anthony Perkins no demasiado bien caricaturizado.

            Las siguientes cinco páginas transcurren en el rodaje de las películas del Oeste, con John Wayne, al que ya vimos en El racista (1992) y que veremos de nuevo en Prohibido fumar. El mítico vaquero de las películas se enfrenta contra Billy el “Niño”, sin que Ibáñez se resista al tópico de mostrar a esta leyenda del Oeste como un infante, algo que ya hizo en Los sobrinetes (1988).Aunque no hay ningún punto en común, es imposible no acordarse de la visión que de Billy el “Niño” hicieron Morris y Goscinny en los álbumes de Lucky Luke.  Ibáñez se burla de los mitos del género,tanto en cine como en cómic, mostrando a través de Mortadelo que no es tan fácil eso de “disparar más rápido que la propia sombra”, en la impagable secuencia de la bellota.  En líneas generales, vemos en este álbum que Filemón es más escéptico y menos impresionable que Mortadelo, pues el ayudante siempre se asombra ante los prodigios a los que asiste, mientras que Filemón suele desdramatizarlos para buscarles el “truco”. Indispensable es hacer referencia a la viñeta primera de la página 23, en la que el autor recrea una pelea típica entre vaqueros en un saloon. Valga esta ilustración como otro ejemplo de la capacidad de Ibáñez como dibujante, así como de su habilidad para la acumulación de gags que recompensarán sin duda al lector atento. Otras viñetas espectaculares (e igualmente violentas) son las que encontramos en álbumes como Mundial 78 (1978), Mundial 94 (1993) y Mundial 98 (1997).



            Durante las siguientes 8 páginas, Mortadelo y Filemón se dedican a fastidiar involuntariamente el rodaje de una película de terror, en la que, como ocurrirá en El estrellato, volverán loco hasta la desesperación al director, que intentará suicidarse de las formas más hiperbólicas y divertidas, recordando a los entrenadores deportivos de los diversos mundiales de fútbol. Ibáñez obvia que se trata de actores y realmente los personajes de terror parecen ser realmente los monstruos que representan (por ejemplo, el actor que hace de Drácula sale corriendo detrás de Mortadelo para morderle). Se trata de un tramo menos original, con un escenario que recuerda a los ya utilizados en A la cazadel cuadro (1971), Pesadilla…(1994) y Okupas (2001). Como dato testimonial de la época, destaca la mención a la fuga de Luis Roldán, a quien Ibáñez dedicó el álbum Corrupción a mogollón el año anterior a Silencio, ¡Se rueda!

            Una original viñeta muestra la transición entre el cine de terror y el romántico, paso que afecta incluso al bocadillo. El garbeo de nuestros hombres por el cine de amor se basa exclusivamente en la película cumbre del melodrama: Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939), cuyo título inspiró el del álbum Lo que el viento se dejó (1980). Como no puede ser de otra manera, Mortadelo y Filemón interrumpen con su prosaísmo la escena culminante de la película. Secuencialmente es interesante el efecto de rapidez conseguido en las viñetas 6 y 7 de la página 33, en las que el cuerpo de Filemón tiene continuidad de una a otra, mientras que Mortadelo aparece, respectivamente, delante y detrás de su jefe, dando la sensación de adelantarlo con gran presteza.

            Posteriormente, los personajes llegan al estudio Metro Goldwyn Ibáñez, el mismo nombre que aparece en la historieta corta Silencio,¡se rueda!...Acción, con un Marlon Brando decrépito en la puerta. Aquí Ibáñez hace alusión al “cine de bichos”, esto es, a las producciones de animalejos gigantes, con referencias a King Kong, Tiburón y a la recientemente estrenada en España Parque Jurásico, de Spielberg, que inspiró el álbum Dinosaurios (1993). No resulta muy comprensible que en este tipo de películas aparezca un cameo de Woody Allen, que será nombrado posteriormente en Su vida privada (1998) y Atenas 2004.


            Las tres páginas siguientes están dedicadas a las películas de Superhéroes, a los que,como es común en Ibáñez, presenta como seres falibles e imperfectos, algo que vemos en álbumes como 100 años de cómic (1996), ¡Y van cincuenta tacos! (2007), así como en la historieta corta Los Super Héroes, (Super Mortadelo, 76 de Ed. B, 1990). Hay que citar que, aunque en ningún momento aparece Frank Sinatra en la historieta, se nombra dos veces en la misma. Pasamos a continuación al cine de acción, sección que se abre con una espectacular viñeta, bastante original, en la que vemos a Arnold Schwarzenegger matando vietnamitas. La media plancha, además de ser una lección de dibujo humorístico en la que se despliegan algunas de las mayores cualidades de Ibáñez como dibujante (acumulación de gags, composición de la viñeta, fuerza expresiva, contundencia…) contiene una nada rebuscada crítica tanto a la violencia extrema de este tipo de cine, como a la ideología que Estados Unidos transmite a través de sus films, un triunfalismo de cartón-piedra que no casa para nada con la visión desmitificadora de Ibáñez. Ojo al diálogo de uno de los personajes:

            “No lo comprendo…Cada amelicano se calgó tlescientos cualenta mil vietnamitas…¡Y sin embalgo, peldielon la guela!”

            Schwarzenegger volverá a aparecer en El Estrellato, al igual que Silvestre Stallone, que desfila por nuestro álbum interpretando a un Rambo deseoso de venganza ante Filemón. Stallone también aparecerá en El Estrellato y Mortadelo se disfrazará de él en Atlanta 96 (1996), para deleite de Ofelia. Ambas estrellas del cine volverán a aparecer en ¡Llegó el euro! (2001). A pesar de que en ningún momento se muestra, Filemón hace referencia al rodaje de La guerra de las Galaxias XIII. El hecho de que la saga no tenga peso alguno en la historia no impide que su rodaje pasara a ocupar la portada de la edición en Magos del Humor del álbum. Finalmente, Mortadelo y Filemón son transportados de nuevo por el invento del Bacterio a la sede de la TIA, que Mortadelo hace explotar al traer consigo un explosivo que agarró durante su aventura, algo que recuerda al final de Lo que el viento se dejó. El Súper perseguirá a sus inútiles empleados que, hartos del cine, no saben que a la vuelta de la esquina está Robocop (¿el personaje, el actor que lo interpreta?) pidiendo óbolos para la gente del cine.



            Desde el punto de vista gráfico, el álbum presenta las características típicas de la época, en la que Juan Manuel Muñoz dejó de trabajar temporalmente con Ibáñez y una mujer, cuyo nombre desconocemos, se encargó del acabado del dibujo y del entintado. Pese a lo irregular de esta temporada, el estilo parece más cuidado que en otras historietas del periodo. Ibáñez nos deslumbra con algunas viñetas de media plancha realmente espectaculares, ya comentadas, con algún plano cenital (viñeta 5 de la página 19), disfraces originales (el de dragón de principios del álbum) y, como ocurría en varias aventuras de principios de los noventa, un desfile de caricaturas relacionadas como el mundo del cine. Hay que decir que, como caricaturista, Ibáñez tiene sus limitaciones, pero no se puede negar que en su caso no se trata únicamente de condensar los rasgos más característicos de algún personaje conocido, sino de adaptarlos al “estilo Ibáñez”, esto es, que parezcan un personaje más de Mortadelo. En todo caso, no se puede negar que sus caricaturas son muy personales.A esto hay que sumarle la decisiva y nada frecuenta colaboración entre dibujante y coloristas para plasmar en gris la época del cine en blanco y negro, algo nada frecuente en las historietas de Ibáñez.

 En  conclusión, podemos decir que se trata de un álbum más original en el que la procesión de famosos puede disimular la ineficacia de algunos de los gags, recordando, si nos permiten la analogía cinematográfica (no nieguen que viene al pelo), a esas grandes superproducciones en las que el desfile de rostros conocidos puede opacar lo convencional de la trama. No obstante, los lectores apreciaron en su momento la originalidad del álbum y el sabor de boca que deja Silencio, ¡Se rueda! suele ser positivo.

lunes, 9 de septiembre de 2013

IMPEACHMENT! (1999)



Sin duda alguna, Impeachment! (1999) es una de las historietas más originales de la saga de Mortadelo y Filemón. En ella, se cuenta cómo la Ofelia denuncia al Super-intendente de la TIA por acoso, ya que este, supuestamente, ha intentado propasarse con ella. Ante la condena de los altos mandatarios de la organización y del país, el Súper recurre a Mortadelo y Filemón para limpiar su imagen y aclarar los hechos. Es notable el hecho de que en esta ocasión, al igual que en El candidato (1989), Mortadelo y Filemón no actúan para la TIA, sino al servicio Súper, como individuo. También llama la atención que cuando este se está jugando el cuello recurra a estos dos agentes, cuya incompetencia ha sido sobradamente demostrada y que, para colmo, lejos de empalizar con el sufrimiento de Vicente, auténtico protagonista del álbum, se recochinean con su particular retranca (especialmente Mortadelo). En todo caso, la elección de esta pareja de agentes confirma que, sin que medie sentimentalismo alguno, hay un vínculo muy especial entre el Súper y Mortadelo y Filemón.

            Para comprender esta historieta, es necesario situarla en su contexto histórico. Ante todo, conviene recordar que el título es uno de los menos comerciales de cuantos ha firmado Ibáñez (al que siempre se le acusa de comercial). Tanto es así que en la portada de Magos del Humor aparece una caricatura de Clinton junto al título explicando el mismo.¿Y qué tiene que ver este personaje? Para los más jóvenes tenemos que recordar que a finales de los 90 estalló el llamado “Caso Lewinsky”, en el que una becaria de la Casa Blanca aseguró haber mantenido relaciones sexuales con el por entonces presidente Bill Clinton. Se trató de un escándalo altamente mediático que no podía dejar de seducir a Ibáñez. De hecho, el autor lo trató de soslayo en algunos gags de Deportes de espanto (1998), La maldita maquinita (1998) y La Mier (1999). Cabe destacar que Ibáñez toca un tema bastante adulto sin caer en la vulgaridad y de manera que los infantes que lean sus historietas no se sientan ofendidos, un ejercicio de habilidad que, en sus manos, se realiza de forma natural.

           
            Desde el punto de vista gráfico, el álbum es impecable, con un Ibáñez en plena forma y un acabado más que correcto por parte de Juan Manuel Muñoz, aunque con algunos espacios en negro por rellenar, como en la viñeta 5 de la página 1, la viñeta 3 de la página 41 y la última viñeta del álbum. En realidad, el hecho de presentar al Súper como un acosador de Ofelia ya se atisbaba en álbumes anteriores como El inspector general (1990) o El ángel de la guarda (1995). En este último, ya vimos cómo la secretaria estaba a la defensiva con respecto a su superior.

            En el inicio del álbum, apreciamos la habilidad narrativa de Ibáñez, pues en ningún momento nos presenta directamente la escena en que supuestamente el Súper muerde a la Ofelia. Se ve cómo el jefe de la TIA está dispuesto a darle una dentellada a su bocadillo y acto seguido la acción se focaliza en los testigos “auditivos” del hecho, Mortadelo y Filemón, que oyen el grito de Ofelia. De esta manera, Ibáñez mantiene la duda acerca de lo que ha sucedido hasta el final. Pero no pensemos por ello que el autor es imparcial. A la mañana siguiente, el Súper aparece como víctima de un acoso mediático por parte de la prensa sensacionalista, cuyos representantes aparecen reflejados como buitres que toman partido a favor de la mujer,  obviando la presunción de inocencia del varón. La persecución al Súper se extiende a la radio y a la televisión, que, por cierto, él enciende en busca de dibujos japoneses, confirmando la afición que ya le vimos en Barcelona 92 (1991) por la programación infantil. Ni siquiera el Papa Juan Pablo II se resistió a censurar la conducta del supuesto agresor. Imperdible es la escena de la manifestación de las feministas, con las consabidas pancartas. Estas mujeres aparecen reflejadas de forma tópica pero jocosa: con pantalones, pelo corto y cara de mala uva.


            Estas primeras páginas, que están entre lo más destacado del álbum, nos permiten elucubrar sobre la posible fuente del mismo. Aunque la idea pueda resultar rocambolesca en un principio, el tratamiento de la presunción de acoso parece sacado del capítulo de la temporada 6 de Los Simpson “Homer, hombre malo”. En él, Homer Simpson es acusado injustamente de haber tocado el trasero de una joven y es sometido a un acoso y derribo por parte de la sociedad muy similar al que sufre Vicente en este álbum. Aunque no se encuentran abundantes filiaciones entre los cómics de Ibáñez y la serie de la familia amarilla, el autor ha demostrado conocer la serie, como indicó en la entrevista dedicada al Tiramillas de Marca en la que asume la personalidad de Mortadelo.

            Un papel relevante lo desempeña la esposa del Súper, a la que ya conocimos en Elóscar del moro (1998) y que ya entonces sospechaba de una posible relación entre su marido y la secretaria Ofelia. Como buen trasunto de Hillary Clinton, Ibáñez se divierte presentando a la esposa de Vicente como una mujer comprensiva que apoya a su marido ante la opinión pública, mientras que le declara la guerra en el ámbito privado. Tampoco tendrá el Súper de la TIA tendrá el apoyo de sus superiores, pues tanto el director general, como el ejército y la Iglesia se dejarán llevar por los rumores. Destacan también la desconsideración hacia el Súper por parte del entonces presidente Aznar (siempre con roles negativos en la obra de Ibáñez) y el fiscal Escorbuto Carcamal. Este personaje será el que mueva sus hilos para condenar al inocente y desacreditarlo públicamente, con el objeto de quedarse con su puesto. Llama la atención su reaparición, años después, en el álbum Marrullería en la alcaldía (2010), esta vez en perfecta armonía con el Súper.

            El mayor protagonismo del Súper tiene como contrapartida un desplazamiento de la figura de Filemón, que se pasa sin hablar desde la página 1 a la 6. Incluso cuando el Súper cuenta su problema a los agentes es Mortadelo el que se lleva todas las réplicas. Una que llama la atención es un juego de palabras bastante malo en el que los conocimientos de inglés de Ibáñez parecen llegar extrañamente hasta saber que “melocotón” se dice “peach” en la lengua de Shakespeare. La misión de los agentes es complicada: lograr que Ofelia retire su denuncia.

            En esta historieta apreciamos la faceta más religiosa del Súper, que ora en varias ocasiones pidiendo que llegue a buen término el asunto. Ibáñez flirtea de forma simpática con los límites más escabrosos del sexo haciendo que el Súper parezca un exhibicionista que agarra a Ofelia del pelo en calzoncillos; un sádico que quiere agredirla con una plancha; esto es, un  asiduo de las más oscuras prácticas sexuales. Ante tal imagen, provocada por la incompetencia de Mortadelo y Filemón, el mismo director general toma partido a favor de Ofelia.



            El siguiente tramo del álbum resulta más tópico, con cinco páginas de relleno en las que los agentes deben burlar al perro del fiscal Carcamal, a cuya casa han ido en busca de pruebas. Tampoco son humorísticamente eficaces las tres páginas en casa del fiscal en las que los agentes son víctimas de las trampas del villano, sin que haya una adecuada preparación de los gags, por lo que estos resultan meramente mecánicos, como en historietas del tipo de Robots bestiajos (1993). Las siguientes cuatro páginas narran la visita del arcipreste Bendítez, que, como los sacerdotes de El nuevo cate (1993) vela por la decencia en las dependencias de la TIA. Las seis páginas siguientes transcurren en el desierto, donde el Súper acude a orar a Alá (antes le rezó a un santo cristiano), aunque por culpa de Mortadelo y Filemón sus actitudes parecen más procaces que santas, y así lo refleja la prensa sensacionalista, que hace fotografías y luego les asigna un titular tendencioso, como hicieran con tan buenos resultados en La prensa cardiovascular (1995). Ibáñez incluso nombra explícitamente a la revista sensacionalista “Interviú”, también de Ediciones B. Como ocurría en La prensa cardiovascular, la perspectiva desde donde se toman las fotos no coincide con la publicada en la prensa.

            Tras un nuevo malentendido con Ofelia, el Súper asigna a sus hombres que impidan que su secretaria declare a la televisión, por lo que se inician unos intentos infructuosos de secuestro que acaban con la paciencia de los periodistas, que se largan. Aquí se produce el principal fallo de guion del álbum, pues, de repente, la supuesta dentellada del Súper en el trasero de Ofelia se convierte en un supuesto pellizco en la misma parte, en un error de coherencia. Las siguientes nueve páginas transcurren intentando eliminar a los testigos que supuestamente ha amañado Carcamal, tan peculiares que recuerdan a los candidatos de Concurso-Oposición (1975), especialmente el gafe y el bromista. En el caso del testigo ciego, destaca la amplia gama de disfraces terroríficos de Mortadelo, de impecable factura gráfica.

            Finalmente, cuando Ofelia parece decidida a declarar, a modo de Deus ex machina, un mono amaestrado del Bacterio le da a la oronda secretaria un pellizco en el trasero, lo que hace que la mujer se retire avergonzada. Sin embargo, este final es fruto de una simplificación: el hecho de que Bacterio asegure que es costumbre del simio dar esos pellizquitos, eso no impide que fuera el Súper el que se lo diera a Ofelia el día en cuestión. El final de la historieta, con una monumental viñeta que presenta a un gorila gigante recordará a muchos a la eficaz campaña publicitaria de “el primo de Zumosol”, a la que Ibáñez se refiere en más de una ocasión.


            En líneas generales, podemos decir que Impeachment! es uno de los álbumes más destacados de finales de los noventa, con un planteamiento original, aunque la obligación de rellenar las 44 páginas lo conduce en algunos tramos por senderos muy transitados. Se trata, en cierta forma, de una historieta anómala, con el Súper como protagonista e incluso podríamos decir que como víctima. Y también tiene algo de historieta valiente: en estos tiempos de lo políticamente correcto, Ibáñez trata el tema del acoso, pero del acoso infundado, y refleja cómo la presunción de inocencia se desvanece para el varón cuando no hay más pruebas que el testimonio de la mujer. Muestra, asimismo, la agresividad de los medios de comunicación, que realmente aprovechan el morbo para aumentar su audiencia y que se comportan como aves de rapiña, más interesadas en el sensacionalismo que en llegar a la verdad de los temas que tratan. La doble moral, los medios de comunicación y lo políticamente correcto reciben una bofetada en todo el morro por parte de un Ibáñez tan jocoso como irreverente.

Entrada dedicada a Easmo.

domingo, 23 de junio de 2013

LOS SOBRINETES (1988)



           Los sobrinetes es una historia anómala dentro de la biografía de Mortadelo y Filemón, ya que en esta ocasión la misión les afecta en lo personal: un enemigo de la TIA, Anselmo el “Cefalópodo”, ha secuestrado a los sobrinos de la pareja de agentes y amenaza con liquidarlos si la TIA no destruye las pruebas que tiene contra él. En realidad, la aventura es una excusa para mostrar las travesuras de unos “Zipi y Zape a la Ibáñez”.

            No son estos los primeros “niños terribles” de Ibáñez, ya que encontramos precedentes entre los infantes de los Trapisonda y, especialmente, en los hijos del ama de casa de 13, Rue del Percebe. El efecto humorístico que persigue Ibáñez en todos estos casos radica en el contraste entre la presupuesta inocencia y bondad intrínsecas en los niños y el carácter gamberro y diabólico de los mismos. En la historia de nuestra historieta hay que destacar que fue Manuel Vázquez uno de los autores que llevaron estas constantes a su máxima expresión con el inmortal Angelito ( Tío Vivo, 1964). El hecho de que los protagonistas se vean acompañados de unos sobrinitos con gran parecido a ellos mismos, cuyos padres no aparecen, recuerda a los cartoons clásicos, concretamente a los de la factoría Disney.

            En cuanto a la parte gráfica de la historia, Juan Manuel Muñoz ha afirmado en este mismo blog que las primeras doce páginas son obra de Ibáñez, mientras que el resto corrió a su cargo. Lo cierto es que si no fuera por esta apreciación de Muñoz, no hubiéramos asegurado que los dos primeros capítulos fueran obra de Francisco Ibáñez. De todas formas, Juan Manuel ya nos advierte del deficiente entintado, que recayó en manos ajenas y que  resta presencia al conjunto de la obra.

            La premisa inicial del álbum nos recuerda a la presentación en el mundo mortadelero de Tete Cohete, cuyo álbum homónimo data de 1981. En este primer caso, Mortadelo lleva a su vecino a las instalaciones de la TIA, mientras que ahora los dos agentes son acompañados de sus sobrinos (como si fuera lógico llevar a los niños de la familia a visitar una organización secreta). Sin embargo, frente a la falta de argumento de Tete Cohete, Los sobrinetes presenta una historia ligeramente más sólida: los niños no se limitan a deambular por la TIA, sino que son secuestrados por un criminal que chantajea a la organización. Del mismo modo, mientras que Mortadelo y Filemón mantienen su protagonismo en la historia de inicios de los ochenta, aquí son los sobrinos, junto a Anselmo el “Cefalópodo”, los que llevan el peso de la historieta.



            El primer capítulo de seis páginas presenta la típica introducción histórica, con referencias a personajes históricos como Calígula, Nerón, Billy “el Niño”, los siete niños de Écija o un jovencito Albertito Einstein. Se trata de un capítulo de presentación en el que los niños se dedican a hacer gamberradas por la TIA, con un gag como el de la brocha sacado de Los gamberros (1978), con poco más que destacar. El segundo episodio supone una continuación con el anterior, con la salvedad de que entra en acción el malo de la historia, un tipo que recuerda (incluso en el coloreado) al villano de La Tergiversicina (1991). El “Cefalópodo” secuestrará a los sobrinos de Mortadelo y Filemón y no tardará en convertirse en su triste víctima.

            En el tercer episodio, ya con el relevo de Muñoz a los lápices, sienta las bases de lo que será el resto del álbum. La entradilla de cada historia vendrá marcada por el modo en que Filemón se ve perjudicado por los disfraces de Mortadelo, al malinterpretarlos. Esto nos recuerda a álbumes como  A la caza del cuadro (1971), Misión de perros (1976), Los que volvieron de allá (1987) o los futuros Maaaastrich…¡Jesús! (1992) y El disfraz, cosa falaz (1995). Por algún motivo, el villano de turno la ha tomado especialmente con el sobrino de Filemón, al que amenaza con mutilar, ante la insensibilidad de Mortadelo, otra constante que se repetirá en cada capítulo. Destaca el hecho de que en ningún momento se hable de los padres de los niños, ya que serán los tíos los que se encarguen de la investigación. El resto del capítulo transcurre en una granja, donde los verdaderos protagonistas del álbum, los niños y el malhechor, protagonizan algún momento destacable, como el running gag de los dedos del “Cefalópodo”. Son de plena actualidad las críticas a los políticos (relativas al olor del Congreso y a los nombramientos a dedo). Otras historias de Mortadelo y Filemón que han tenido momentos ambientados en granjas son A la caza del cuadro,  Los diamantes de la gran duquesa (1972), Los gamberros y el futuro ¡Espías! (2012), entre otros. Cabe señalar que la portada del álbum estará basada en este episodio.



            El cuarto capítulo comienza con un disfraz poco logrado de Mortadelo y un chiste forzado: el del bestiosaurio. Aquí los agentes vuelven a recuperar el protagonismo, en un episodio que transcurre en las alcantarillas, como vimos también en Los diamantes de la gran duquesa y en el futuro El atasco de influencias (1990). El quinto capítulo empieza con el rebuscado gag del disfraz de romana (nos preguntamos cuántos niños conocen la polisemia del término) y lleva a nuestros hombres a Nueva Celedonia, repartiendo el protagonismos entre agentes y sobrinos de forma equitativa, tres páginas para cada uno. Hay que destacar el poco ímpetu que Mortadelo y Filemón ponen en esta investigación, aun tratándose de sus sobrinos, pues tampoco se matan por encontrar a sus sobrinos, de manera que la llegada de los agentes coincide siempre con el momento en que el villano abandona el lugar con sus rehenes. A observar el gag surrealista de las olas que golpean de forma extraña.

            Prueba de la poca inquietud que suscita este caso en los protagonistas es el hecho de que el tío de una de las víctimas, Mortadelo, pase el día disfrazándose, algo para lo que el capítulo sexto no será una excepción. El reparto de intervención será aquí menos equitativo, dos páginas para Mortadelo y Filemón y cuatro para el malo y los niños, que desarrolla sus gags en un barco, escenario habitual de otras aventuras como A la caza del cuadro, Los secuestradotes (1976), El plano de Ali-Gusa-No (1974), Contrabando (1978), Los gamberros, El bacilón (1984) La estatua de la libertad (1984), La Gomeztroika (1989), La ruta del yerbajo (1993), El trastomóvil, Llegó el euro (2001)…así como en las historietas cortas de la pareja El carguero Chatárrez (Super Mortadelo, nº 13), Rumbo a la isla (Mortadelo Extra Primavera, 1973) y Misión en el Queen Cascajo (Mortadelo Extra de Verano, 1974), al igual que en el álbum A Seúl en un baúl (1987), de Chicha, Tato y Clodoveo.
 
            El último episodio, de ocho páginas, muestra nuevamente la fijación del “Cefalópodo” por Filemoncete, al que pretende liquidar definitivamente. En esta ocasión tiene a los niños ocultos el la Cueva del Ojo Negro, cuyo nombre da pie al surrealista gag del parpadeo. En este capítulo se observa una evolución de los personajes infantiles, que lejos de ser los gamberros de antaño, son totalmente inocentes, incluso algo tontainas, lo que en Ibáñez se síntoma de peligro público. Y eso serán precisamente para Anselmo el “Cefalópodo”, al que acabarán derrotando bajo el peso de una roca en una misión, en la que, no lo olvidemos, Mortadelo y Filemón no han hecho nada.  Desgraciadamente, al final los infantes se cargarán las pruebas contra su raptor (¿un subconsciente síndrome de Estocolmo?) y acabarán siendo perseguidos por el Súper, mientras ellos aluden al conflicto generacional con comentarios que supuestamente reproducían el lenguaje de los jóvenes de la época, algo que ya vimos en Tete Cohete.

             Concluye así un álbum en general poco valorado por los lectores, que lo consideran una muestra de la “época negra” de Ibáñez, aunque nuestro autor sí intervino en el guion y en el lápiz de las doce primeras páginas. El resto, a cargo de Muñoz, deja ver cómo el ayudante de Ibáñez se defiende notablemente en solitario, si bien es cierto que las tintas en manos ajenas deslucen el resultado final, al igual que la pésima rotulación de los diálogos, con una letra que no está a la altura del nivel gráfico de la serie. A pesar de todo, se trata de un álbum entretenido y en cierta forma, algo original, ya que el protagonismo no recae en los agentes, que apenas aparecen casi testimonialmente en algunos capítulos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

EL ANSIA DE PODER (1989)

Tan solo seis años después de El ascenso , una de las historias más recordadas por los fans, Mortadelo y Filemón vuelven a lidiar con la ambición propia y ajena en El ansia de poder, que junto con la historieta anteriormente mencionada y con Hay un traidor en la TIA (1983) constituye la trilogía de historietas en que los agentes de la organización pugnan entre sí, bajo el signo de  la competencia o la desconfianza. Estaríamos ante una de las que hemos llamado "historietas sin misión", ya que el Super-intendente no asigna ningún cometido a Mortadelo y Filemón a lo largo de las 44 páginas del álbum. De hecho, nuestros agentes deambulan haciendo trabajos menores por los pasillos de la TIA, sin ningún objetivo concreto salvo la ambición personal de medrar. Es por ello que apenas salimos de la organización, conformando así una "historieta de interiores", de las que tanto abundan en esta época.

Centrándonos en el contexto, estamos dentro de lo que se ha dado en llamar "etapa negra", época que va de 1987 a 1990 y que se caracteriza por la desigual participación de Ibáñez en su propia obra. El ansia de poder, de hecho, ha sido dibujado íntegramente por Juan Manuel Muñoz, si bien es cierto que las tintas corrieron a cargo de manos menos expertas. La firma de Ibáñez es la característica firma-tampón con la que se adornan varias de las historietas de este periodo.

El trabajo de Muñoz, como siempre eficaz, llevó a que durante muchos años la aventura fuera considerada, incluso por los fans más avezados, como un "Ibáñez auténtico". Solo rasgos apenas perceptibles para el ojo experto relativos a la composición de alguna viñeta o al hieratismo de alguna figura, delatan que no estamos ante una obra de Ibáñez. También se nota en algunos de los disfraces, campo en el que los distintos dibujantes que han intentado imitar al maestro no logran destacar como él. Algunos ejemplos los tenemos en los disfraces de ciempiés (pág. 4), lata, (pág. 8), morcilla (pág. 11) o guitarra (pág. 12). No obstante, Muñoz, discípulo aventajado del maestro, logra algunas caracterizaciones muy conseguidas, como la del Mortadelo-demonio, en la página 9.

Como corresponde a muchas aventuras de esta época, El ansia de poder se compone de seis capítulos de seis páginas y uno de ocho, serializados en los números comprendidos entre el 119 y el 125 de la revista Mortadelo en Ediciones B. El primer episodio comienza con un breve prólogo que es una declaración de intenciones con respecto a lo que será el álbum: una disección del ansia de poder del ser humano, de su ambición insana por llegar a la cúspide pisando a quien haga falta. La visión del guionista Ibáñez no está exenta de crítica, cuando presenta los medios agresivos gracias a los cuales se ha intentado medrar a lo largo de la historia, no sin antes señalar que el cerebro humano ha sido el menos utilizado.



La historia comienza con Mortadelo vestido con un disfraz inusual, el de Goliath, que no será el único disfraz bíblico que encontremos en el álbum. Al principio del capítulo sexto, se disfrazará de profeta, con un físico que recuerda al futuro álbum El profeta Jeremías, cuyos dibujos también corresponden parcialmente al lápiz de Muñoz. En este episodio vemos a un Filemón especialmente responsable, que llama a su subordinado para pedir un expediente al agente Venancio, al que ambos (cosas veredes) critican por vago. Este es quien les informa de que el director general va a jubilarse y está buscando sucesor. Mortadelo y Filemón no se lo piensan: el puesto debe ser suyo, aunque parece que no les mueve otra motivación que la de jorobarse mutuamente. En las páginas siguientes, sus intentos de peloteo hacen quedar mal al Súper, con simpáticos equívocos que parece que dan ya por muerto al director. En estas páginas vemos de nuevo la sorprendente faceta resposable de Mortadelo, que pretende arreglar la alcantarilla general de la TIA, y la detallista de Filemón, que le lleva un ramo de flores a Ofelia por su cumpleaños. 

En cuanto al diseño del director general,que aparece por primera vez en este capítulo, no se corresponde con los arquetipos que normalmente suele dibujar Ibáñez: el señor de las cejas y bigote poblado o el de las gafas redondas. Esta vez se trata de un personaje creado ex profeso, quizás porque se sabía que no volvería a ser utilizado: en él se destaca su aspecto avejentado y achacoso, para justificar su pronta jubilación. La TIA ya tuvo otro director bastante anciano en Concurso-Oposición (1975).

En el segundo capítulo, los agentes tratan  que el Súper quede mal delante del director general. En lugar de intentar acumular méritos propios, la naturaleza ruin de Mortadelo y Filemón los lleva a echar por tierra a los demás. Por otra parte, hay que decir que los medios por los que intentan promocionar en El ansia de poder son bastante menos meritorios que los de El ascenso. En la historieta antigua, los agentes basaban su progreso en puntos que iban acumulando de misiones resueltas. Ahora se basan en el mero pelotilleo al superior, que es igualmente responsable de esta actitud de sus hombres, ya que basa sus criterios de aprobación en detalles superficiales y nada profesionales. Lo hilarante de este capítulo es que los intentos de dejar mal al Súper se vuelven contra Filemón, y solo al final el Super-intendente se verá desprestigiado ante el director general.

El capítulo tres comienza con un disfraz original de Mortadelo: el de cinco pesetas de vellón. En esta ocasión es Ofelia la que intentará prosperar, influida por las mujeres de las revistas que lee. El machismo de este fragmento no se limita al director general,que queda prendado de la bella Irma a pesar de que es Ofelia la que lleva la voz cantante; la misma Ofelia también recurre a tópicos machistas, ya que pretende prosperar mediante sus dotes culinarias y su actitud servil ante el varón. Este capítulo tiene como subtrama el dolor de pies de Filemón, que volverá a meter la pata ante el director al final del episodio, aunque Ofelia ya habrá quedado totalmente desprestigiada ante él. El fragmento contiene una subida de tono que prefiguraba los álbumes más modernos: el director, con una viga de hierro le dice a Ofelia en la página 17 que él sí que le va a dar "una cosa ferruginosa", a lo que ella responde calificándolo de atrevido, por decirle eso a una chica soltera. En este caso, la alusión sexual es clara para el público adulto, aunque pase inadvertida para el infantil.


En el cuarto capítulo, descubrimos de nuevo la ambición de Bacterio, que ya mostró en El ascenso. Eso sí, el científico pretende prosperar por méritos propios, mostrando sus inventos al director. El esquema del episodio será el siguiente: Mortadelo y Filemón se los birlarán al científico para presentarlos como propios al director, con el subsiguiente desastre. Resulta paradójico que, dada la desconfianza que las invenciones de Bacterio han suscitado siempre a nuestros hombres, ellos le enseñen a su superior los inventos sin haberlos probado antes. Una estupidez tan grande como la del propio Bacterio, que a lo largo de todo el capítulo no ha caído en la cuenta de que le birlaban los inventos...justo después de hablar con Mortadelo y FIlemón. En el episodio destacan la imagen del mosquito gigante,que remite a El sulfato atómico (1969), la mención explícita de una marca comercial, como es el Cola-Cao y el fallo del colorista que deja en blanco una lámina que, según se especifica en los diálogos, debía de haber sido roja.

El quinto episodio cede el protagonismo a Gilifláutez, personaje pequeño y apocado que, sin ser fijo en la serie, resulta un remedo de Migájez, el celebrado secundario de El ascenso. El hecho de reutilizar el arquetipo demuestra la conveniencia de que Ibáñez hubiera dejado como personaje fijo a Migájez, un agente al que todo le sale bien, en la línea del Feliciano de Vázquez, y que hubiera sido un buen contraste con el resto del personal de la TIA. En este tramo encontramos algunos de los gags más ingeniosos del álbum, como el de la daga malaya, el whisky y el cristal de bohemia, el del cuadro de Picotazo...Lo hilarante es que aquí todos los intentos de dejar mal a Gilifláutez redundan en su beneficio. De hecho, el capítulo acaba con unos Mortadelo y Filemón desesperados y un director encantado con Gilifláutez, por lo que no sabemos por qué no le da el puesto a él directamente.

El sexto episodio nos muestra a Mortadelo y Filemón como un equipo, ya que van juntos a hacerse los simpáticos ante el director. Su principal competidora en esta ocasión será la señorita Irma, que aquí ya no parece la mujer decidida que conocimos como encargada de la sección de terrorismo en Terroristas (1987), sino que es mucho más cursi en su forma de hablar, se asusta de las armas y no sabe reconocer ni siquiera una granada. Poco queda ya de esta antigua experta en terrorismo, ahora rebajada a mera secretaria. Algunos gags presentan gran ingenio, como el del agujero del cinturón o la forma en que descubren al traidor Cabrítez. Lo que en realidad es temeridad, como escribir con un cartucho de goma 2 en la máquina, es valorado como valentía por el director, que por otra parte se decepciona cuando Irma se asusta de una araña. Esto confirma el carácter voluble y el criterio poco riguroso del director general, que incluso piensa en llamar de nuevo a Mortadelo y Filemón (él también los considera un equipo), aunque ya tiene motivos de sobra como para descartarlos como sucesores.



El séptimo episodio, de ocho páginas, es un "todos-contra-todos" en el que destacan algunos gags divertidos como el de la trampa de ratones, el del hueso en el suelo del despacho, etc. No obstante, desde el punto de vista del guion encontramos algunas anomalías, como en la última viñeta de la página 40, en la que Ofelia le pregunta al director qué le ha parecido su regalo. Lo esperable es una reacción (burra,todo sea dicho) por parte del "dire", pero al volver la página encontramos que hemos cambiado de escena y que nos quedamos sin la viñeta que todos esperamos de Ofelia siendo agredida por el director. 

Finalmente, encontramos un gag reutilizado de Misión de perros (1976), cuando Mortadelo consigue atrapar a un can disfrazado de hueso gigante, algo que ya hizo el Anacleto de Vázquez a principios de los setenta. El clímax humorístico del episodio llega con la hilarante escena en que el Súper, Bacterio, Ofelia e Irma van a llevar cada uno un regalo al director. Acto seguido, Mortadelo realiza el cambiazo y se crea un gran efecto cómico, pues ha sustituido los presentes por un bulldog, lo cual hace que las palabras de los lisonjeros resulten paradójicas y llenas de comicidad. Puestos todos ellos fuera de combate, Mortadelo y Filemón creen que son los únicos candidatos, por lo que nos preguntamos: ¿qué pasa con el resto de la organización, incluido el mismo Gilifláutez?

Sin embargo, el director general parece pensar igual que ellos, pues desvela el misterio de su sucesión solo a los protagonistas del álbum. Finalmente, el elegido es Popeye, cuyas apariciones en la serie ya fueron reseñadas por Mortadelón en su blog. Esto desata el furor de los miembros de la TIA contra Mortadelo y Filemón, que acaban perseguidos por todos ellos. ¿Por qué un personaje como el director general, que llega a ser co-protagonista de esta historia no vuelve a aparecer en la serie? Fácil, señores, porque se ha jubilado.

El ansia de poder presenta un guion adecuado y superior a la media de los de la etapa negra, aunque no haya sido así reconocido aún por la mayoría de los seguidores de la serie. Existen algunos fallos ortográficos, como "almohadón" sin "h" en la viñeta 9 de la página 31 o "habían" como verbo principal en la viñeta 3 de la página 44. El guion, aunque es de Ibáñez, seguramente fue transcrito por Ana María Palé, lo cual puede explicar algunas expresiones impropias del autor, como "idiótilo" o "locatis", esta última mucho más propia de Martz-Schmidtz.

En conclusión, podemos decir que estamos ante un álbum bastante simpático, que entre risa y risa nos muestra la amarga naturaleza del espíritu humano. Quienes hayan tenido alguna experiencia laboral en este sentido, podrá haber comprobado que el ansia de poder desata lo peor, las miserias del alma humana. Ibáñez, siempre certero, disecciona a la perfección esta mezquindad y la plasma en un álbum que, sin llegar a la categoría de El ascenso, arrancará seguro más de una sonrisa. El mismo autor lo cita como uno de los álbumes que le recomendaría a Felipe González (así como a sus predecesores y sucesores), junto a El atasco de influencias (1990) o Corrupción a mogollón (1994),en una ingeniosa respuesta a una insidiosa pregunta de un periodista.

 No en vano es este el único álbum de la "etapa negra" que, sin haber sido dibujado por Ibáñez, fue adaptado para la serie de televisión de BRB internacional en 1994. Cabe destacar que en la versión animada, el personaje final que aparece no es Popeye, sino Dartacán, por cuestiones obvias de derechos de autor. El acertado guion y la habilidad de Juan Manuel Muñoz para recrear en papel el universo de Ibáñez hacen de El ansia de poder una obra digna de ser rescatada y revisada.