A nadie le ha de sorprender a estas alturas que se hable de las influencias de Franquin en la obra de Francisco Ibáñez. El tema ha sido suficientemente abordado en libros, artículos, páginas webs e incluso en este blog, con una serie de entradas al respecto. Estas influencias son más que conocidas por los aficionados al mundo del cómic: van desde el diseño gráfico de El botones Sacarino hasta sus argumentos, pasando por varias historietas cortas de Mortadelo y Filemón de principios de los sesenta, sin olvidar la culminación de esta influencia en las primeras aventuras largas de los agentes de la TIA, como son El sulfato atómico (1969), Safari callejero (1970) o Valor...¡y al toro! (1970), así como en las primeras portadas de la revista Mortadelo. Conforme va avanzando la década de los 70 Ibáñez encuentra su propia voz y una fórmula humorística y estética que va haciendo innecesarias las referencias a otros autores, si bien aún podemos encontrar restos franquinianos en obras como La caja de diez cerrojos (1971), Operación bomba (1972), Los invasores (1974), etc., prácticamente irrelevantes.
Con esto no queremos decir que la huella de Franquin se borrara por completo en la producción de Ibáñez, pues en los albores del nuevo siglo encontramos anecdóticos parecidos con la obra del autor francés en álbumes tan destacados como Su vida privada (1998) y La vuelta (2000). Sin embargo, a lo largo de los años podemos encontrar pequeñas pinceladas, restos, huellas de Franquin que siguen apareciendo en las historietas de Francisco Ibáñez. Se trata de parecidos casi insignificantes, menores, pero que están ahí. Repasemos algunos de ellos.
Los seguidores de Gastón el Gafe recordarán que el personaje de Franquin, en su tira 687, filmó todas sus vacaciones con una taladradora...Algo similar a lo que le ocurrió a Mortadelo en una de sus misiones de espionaje en el álbum El atasco de influencias (1990).
Del mismo modo, en la viñeta final de la tira 747 del personaje extranjero, vemos cómo Gastón y su amigo Jules juegan al billar usando como tapete el suelo de la oficina. Exactamente lo mismo que hicieron Mortadelo y Filemón en La perra de las galaxias (1988).
En la historia 718 de Gastón, Buenavista y De Mesmaeker ven roto su contrato por culpa del artefacto volador del "chico para todo" de la oficina. En El 35 aniversario (1992) Sacarino, con su avioncito, arruina justamente los contratos que Mortadelo va a ofrecerle en nombre de su Agencia de Información.
La más reciente de estas influencias la encontramos en El coche eléctrico (2012), historieta en la que el coche de Mortadelo y Filemón se dedica a jorobar a un guardia urbano, tal y como Gastón importunó al pobre gendarme Longtarin con su vieja carcacha. La coincidencia no daría más de sí si no fuera por la viñeta en la que el coche de los agentes de la TIA alza la rueda para orinarse sobre el agente de la ley, tal y como ocurre en el sueño de Longtarin en la tira 842 de Gastón el Gafe, si bien en la historieta foránea se resuelve la situación con mayor sutileza.
Como se puede observar, se trata de coincidencias anecdóticas, irrelevantes, que no quitan ningún mérito a la capacidad creativa de Francisco Ibáñez, y más teniendo en cuenta la ingente cantidad de páginas que constituye su producción. En muchos casos puede que no se trate más que de lugares comunes tratados a su manera y de forma independiente por dos autores humorísticos ante la necesidad de rellenar más y más planchas con situaciones cómicas. No obstante, dada la tradicional influencia de Franquin en Ibáñez, nos parece oportuno, por lo menos, señalar estas coincidencias entre los dos geniales historietistas.