El aspecto físico de nuestro protagonista no difiere en nada del clásico ladrón brugueriano: antifaz, y nariz poblada de granos (o pecas), mismos rasgos que presentan otros delincuentes de la editorial, como El Manitas de Uranio, caco del barrio de los Zipi y Zape de Escobar. Con chaqueta y pantalones remendados (sobre todo en los primeros años) y unas ganzúas que, opcionalmente, colgaban de su cintura, se configuraba un arquetipo fácilmente reconocible por los lectores.
Nuestro Ceferino no vive solo, ya que comparte su angosta vivienda con su esposa, una rubia enlutada que, a pesar de estar constantemente regañando a su marido por sus errores o extravagancias, actúa como cómplice (y a veces, cerebro) de sus incursiones en la ilegalidad. Combina este personaje femenino la extrañeza con la admiración por su marido al que, a pesar de todo, muestra siempre una lealtad inquebrantable que hace de la pareja, pese a sus diferencias, una de las más entrañablemente sólidas del universo Ibáñez.
Como en el resto de vecinos del inmueble, Ibáñez articula los gags de este personaje basándose en una serie de esquemas repetidos de forma alternante que muestran, una vez más, su gran profesionalidad como autor humorístico. Sin ser la única opción posible, presentamos los siguientes patrones básicos:
Propiedades del objeto robado o consecuencias del robo. En ocasiones, hay que esperar a llegar a casa para que el objeto del robo traiga consecuencias o efectos diversos, normalmente poco agradables para el caco y su señora. Véase lo que puede hacer una planta carnívora, un reclamo para buitres, un sombrero de prestidigitador con león incluido, o una caja con hormigas asesinas. Las consecuencias no solo se derivan del objeto robado, sino del acto mismo de robar, ya que, bien te pueden lanzar una maldición que te deje con cara de cerdo, o bien puedes caer en el hueco de la alcantarilla cuya tapa has sustraído poco antes.
Gags basados en la impericia del personaje. Pero no solo de devoción vive el hombre, y no podemos olvidar que incluso Ceferino Raffles comete no pocos errores que denotan su falta de habilidad. Así, llega a pedirle hora al mismo individuo al que le robó el reloj. Y es que no siempre se escogen bien las víctimas: desde un campeón de lanzamiento hasta el club de boxeadores, pasando por los perros guardianes de más de una casa, han dado cuenta de nuestro caco varias veces. Además, como buen brugueriano más de una vez ha confundido significante y significado a la hora de obedecer los encargos de su mujer. A esto hay que sumarle algún ataque de hipo ocasional en pleno robo, confundir una porra con un plátano o intentar robar un coche en marcha. Ante tal ingenuidad, no es de extrañar que el buen ladrón haya sido desvalijado por algún compañero de profesión en el tranvía e incluso estafado por Manolo, su vecino de arriba. Incluimos en este grupo aquellas historietas en las que el protagonista, deseoso de complacer el deseo de su esposa, acaba robando algún objeto inútil, dando muestra de sus pocas luces.
El robo se anuncia por radio. Uno de los esquemas más recurrentes. Infinidad de partidos de fútbol, corridas de toros, derbys de carreras y salidas de trenes se han cancelado por el misterioso robo del balón, el toro, el caballo o la locomotora. Normalmente, la esposa escucha la noticia por radio mientras el marido entra con el objeto sustraído.
Gags sobre el oficio de ladrón. No son pocos los gags que Ibáñez basa en los tópicos comúnmente aceptados acerca del oficio de mangante. Así, algunos de sus chistes se basan en las lagas ausencias que Ceferino va a pasar por sus vacaciones forzosas en la cárcel, lo que le ha acarreado más de un conflicto matrimonial y lo ha llevado a cancelar más de un crucero. Del mismo modo, lo hemos visto en varias historietas sin renunciar a su vieja costumbre de dormir bajo la cama. Llegadas a casa con el traje de preso puesto, con policías esposados, completan este apartado, así como los cuidados del personaje por personalizar su oficio, bien usando máscaras cómicas para despistar a la policía o poniendo una florecilla en su pistola como detalle al cliente.
Captación del momento del robo. En ocasiones, el gag consiste en mostrar a Ceferino en acción, consiguiendo, por ejemplo, una barra de hielo para su señora, cazando una alfombra mágica al vuelo o desvalijando a las víctimas de los niños de al lado o a los acreedores del moroso de arriba.
A ocultarse tocan. Como la conciencia no anda muy tranquila en casa de los Raffles, es frecuente que, bien nuestro caco tenga que ocultarse de la policía, o bien tenga que guardar el objeto robado (una jirafa, una motocicleta, etc.) ante la insidiosa mirada del guardia.
Captura inminente. Pero no siempre se salen con la suya, y encontramos también varias historietas en las que la ley está a punto de echar sus zarpas sobre el simpático ladrón, como aquellas en las que los policías suben en masa (y en escalerilla) hasta su piso o aquella en la que un guardia aprovecha el apagón general para tender una emboscada.
Como tantos otros personajes de la 13, Rue del Percebe, el caco tuvo su homólogo en 7, Rebolling Street, sin que los gags de esta etapa en Grijalbo aportaran nada nuevo al arquetipo.
Volviendo con Ceferino Raffles, una vez terminada la serie que lo vio nacer, lo volvimos a ver en el álbum de Mortadelo y Filemón El 35 aniversario (1992), birlándole las plumas a una cigüeña para hacerse un almohadón. Tras diez años de ausencia, en la historieta especial para el Super Humor 13, Rue del Percebe (2002) vemos que nuestro personaje ha progresado de chorizo callejero a formar parte del Consejo de Administración del Banco de Mindanao, Seychelles, Torugaria.
Ese mismo año aparece en El estrellato (2002), con motivo de la recuperación del personaje para La gran aventura de Mortadelo y Filemón, de Javier Fesser. Mientras que en la película el actor, Manuel Pizarro, no da el perfil físico del personaje, en el álbum resulta agradable verlo resucitar en plena forma, birlando desde calzoncillos y calcetines hasta cámaras y reflectores.
Así pues, estamos ante una criatura que combina la torpeza con la habilidad, un auténtico raterillo con ínfulas de grandeza profesional, enamorado de su oficio..en definitiva, otra muestra de la habilidad de Ibáñez para captar la jocosa esencia del pícaro hispano.