Que Ibáñez es un genio del gag visual es algo que a estas alturas ya no se duda. Y, como muestra, a falta de botón, bien vale un poste. Un poste transportado por Pepe Gotera y Otilio, nuestros más entrañables chapuzas. Creados a mediados de los sesenta, la consolidación del dominio del movimiento en las historietas de Ibáñez se dejará ver especialmente en las andanzas de estos “expertos en cualquier cosa”, como veremos a continuación.
La víctima de su torpeza será esta vez el humilde pocero (de esos que tanto abundan en el universo brugueriano) que pueden ver arriba, en el inicio de la que será una perfecta secuencia cómica:
En la primera viñeta de dicha secuencia vemos que Otilio, primer portador del poste, pisa sin darse cuenta la cabeza del pocero, cuya contundente caída apreciamos en la segunda viñeta. La misma contundencia se puede observar en la cuarta viñeta, en la que esta vez es el mismo poste el que, “in media res”, golpea la cabeza del trabajador, llevándolo a caer nuevamente en la quinta viñeta. Aunque el uso y abuso del golpe para hacer reír sea un recurso relativamente fácil, es precisamente la contundencia antes citada lo que diferencia al “estilo Ibáñez”.
En las viñetas de nuestro autor, los batacazos parecen tan reales que casi pueden sentirse en la piel de sus personajes. Escenas que resultarían terriblemente inocuas en otros dibujantes alcanzan una enorme expresividad en la obra de Ibáñez, que dota las escenas de fuerza, movimiento y vigor.
Recibidos ya los golpes del primer portador y del mismo poste, queda, por supuesto, recibir el del segundo transportista: Pepe Gotera, que provoca la caída final en la octava viñeta. En este batacazo final no se oculta la cara del pocero con las líneas del impacto, sino que podemos apreciar su triste dolor de payaso de pantomima al caer al suelo, como corresponde al punto final del gag. De hecho, ninguna de las tres caídas del personaje se ha enfocado desde la misma perspectiva, lo cual dinamiza la escena y la enriquece. El mismo enriquecimiento se aprecia en las tres ascensiones del trabajador subterráneo, pues alterna el contrapicado, el picado (viñeta seis) y la visión frontal sombreada (viñeta tercera).
Todos estos elementos: movimiento, contundencia del gag, planificación, variedad, etc., son apreciados instintivamente por el lector que, puede que no sepa analizarlos, pero se ríe a mandíbula batiente con esta escena magistralmente planeada.
Como ejemplo de un enfoque menos efectivo, presentamos la siguiente tira de Escobar, con un gag análogo. Sin embargo, la ejecución que hace el padre de Zipi y Zape del mismo resulta mucho menos efectiva. En primer lugar, falta el sentido del movimiento que vemos en la historieta de Ibáñez, así como una planificación atractiva y el carácter acumulativo del chiste, elementos que contribuyen notablemente a la hora de crear un clima de comicidad.
No decimos esto en detrimento, ni mucho menos, del maestro Escobar, pues es bien sabido que Ibáñez y tantos otros miembros de la llamada “Segunda Escuela Bruguera” llegaron a ser lo que fueron porque antes estuvieron referentes tan valiosos como Conti, Cifré, Peñarroya, Jorge y, por supuesto, Escobar. De hecho, fueron estos autores los que otorgaron a la historieta española un sentido del movimiento hasta entonces insólito, dado el romance que mantuvieron muchos de ellos con el cine (Escobar es un claro ejemplo de creador activo en este otro ámbito). Tanta es la relación entre ambos campos que incluso podemos afirmar que este tipo de escenas, como la que comentamos, tienen su raíz en la cinematografía de los grandes cómicos del cine: ¿no podrían ser Laurel y Hardy los portadores del poste de los chapuzas o del tablón que llevan los hermanos Zapatilla, al igual que en tantas ocasiones acarrearon pianos en algunas de las escenas más cómicas jamás filmadas?
Queremos insistir, a modo de conclusión, en que la comparación que hemos establecido aquí entre Ibáñez y Escobar no pretende ir en detrimento del segundo. Únicamente pensamos que ambas escenas son representativas de la evolución que siguió la Escuela Bruguera: cuando la primera generación, gran renovadora del movimiento historietil, empezó a tornarse hierática y anquilosada, sus discípulos de la segunda (Ibáñez, Segura, Raf…) vinieron a darle un nuevo aire al modo de hacer de sus mayores, recogiendo el testigo de manos inmejorables para otorgarle un mayor dinamismo y frescura.