
La historieta 100 años de cómic nació con la intención de conmemorar el centenario del nacimiento “oficial” del que llegaría a ser considerado el noveno arte. Para ello, Ibáñez recurre a una plantilla argumental que nos resulta conocida: el profesor Bacterio ha inventado un aparatejo para extraer los superpoderes de los superhéroes, pero la máquina revienta justo cuando pasan los miembros de la banda del “Orzuelo”, que quedan impregnados de dichos poderes. Ahora, Mortadelo y Filemón deberán ir capturando uno a uno a estos delincuentes.
El argumento nos recuerda a otras historietas en las que los agentes han de echar el guante de forma individual a los miembros de una banda, como Contra el gang del Chicharrón (1969) o La banda de los guiris (1997). Sin embargo, por las propiedades fantásticas de los malhechores de turno y por el recurso de la conversión en seres especiales, nos viene indefectiblemente a la memoria Los monstruos (1973) y su actualización Los que volvieron de allá (1987). El hecho de que los perseguidos se vean afectados por las consecuencias de los efectos del Bacterio recuerda también a Safari callejero (1970), aunque dicha historieta se encuadra indudablemente dentro de la subserie “de animales”.
Éste es uno de los pocos álbumes cuya “trastienda” conocemos, pues Ibáñez confesó en la mítica entrevista para la revista U, el hijo de Urich, que su idea era tirar de personajes de éxito actual, como Astérix y compañía. Sin embargo, los editores, por cuestiones de derechos, no lo vieron adecuado, y nuestro autor tuvo que recurrir a “los del año de la nana”, curándose en salud al deformarles también su aspecto físico mediante la argucia de que no se trate de los míticos héroes reales, sino de villanos que asumen sus características. No deja de sorprendernos que Ibáñez, siendo una estrella del cómic nacional, se siga plegando de esta manera a los deseos de los editores de turno.
Ibáñez comienza el álbum haciendo hincapié en lo viejos que están los héroes clásicos, recurso ya utilizado en las historietas cortas ¡Bichejos a mí! (de mediados de los 70) y Los superhéroes (1990). En la primera, personaliza en la figura de Tarzán, lo mismo que hará con Supermán en Las embajadas chifladas (1991). Recientemente, los héroes se han sumado a los achaques de nuestros agentes en ¡Y van cincuenta tacos! (2007), otra historieta conmemorativa.
Dentro del desarrollo de la historia, encontramos las clásicas entradillas en las que nuestros agentes y el Súper chafan los intentos de Ofelia por emperifollarse, bien sea su pintura de ojos, botas, vestido, peinado, uñas, etc., siguiendo la estela del álbum Los bomberos (1998) y otros como La elasticina (1980), El candidato (1989), etc. Al final de cada capítulo encontramos pequeños epílogos que vienen marcados por las decepciones de Mortadelo y Filemón ante las aparentemente suntuosas recompensas del Súper, quien los asciende (con plantillas), les dobla el sueldo (el sobre, se entiende), les da una bayeta para el coche, tenedores para una cena o los cita con dos misses arcaicas. Una actualización de los típicos chascos con los transportes que nuestros agentes conocen desde que ingresaron en la TIA.
Entre estos dos esquemas, se desarrollan las distintas capturas. La primera es al Gurriato “el Perrochato”, que aparece con los poderes de Spiderman y al que se cargan de un zapatazo tras seis páginas de persecución en la TIA y en la calle, encontronazos con Ofelia incluidos. Tarzán será Lemoco “Ombligoloco” y esta parte de la aventura se desarrollará en el zoo, donde encontramos experiencias con animales (león, boa, gorila…) que nos recuerdan a las vividas en este mismo recinto en álbumes como Operación bomba (1972), El otro “yo” del profesor Bacterio (1973), Pánico en el zoo (1975), La elasticina, Testigo de cargo (1984), El jurado popular (1995), Okupas! (2001), El kamikaze Regúlez (2005) y El dos de mayo (2008). Este capítulo, de siete páginas, resulta más interesante por la alusión al cómic original de Tarzán y la desmitificación de sus tópicos.

La captura del hipnotizador Merlín el Mago nos remite indudablemente a Magín el Mago (1971), álbum del que se saca también el habla “checheante” de los hipnotizados. Sin embargo, los gags resultan en esta ocasión muy mecánicos y sin demasiada gracia. El escenario principal de este episodio de seis páginas es una reunión de la alta sociedad, ya utilizado en álbumes como Contra el gang del Chicharrón, El elixir de la vida (1973), Los secuestradores (1976), La gallina de los huevos de oro (1976), Los gamberros, La elasticina, El bacilón (1983), La prensa cardiovascular (1995), y Esos kilitos malditos (1997). Finalmente, Vicente el “Repelente” (apodo del villano de turno” es capturado gracias a la astucia de Mortadelo quien, escarmentado por las argucias de Magín años atrás, impide ser hipnotizado poniéndose un par de monedas en las gafas.
Las cinco páginas dedicadas a la captura de Huberto el “Trompa”, el Príncipe Valiente, son de las más divertidas. Los gags callejeros se resuelven con simpatía, aderezados con las rimas del “héroe” antes de agredir a Filemón. Finalmente, la liga árabe chafa al interfecto, que es detenido. Las siguientes cinco páginas acaban con la detención del Hombre enmascarado y Flash Gordon (Cirilo el “Anguilo” y Alejo el “Pellejo”), gracias al ingenio de Mortadelo, que en este álbum se confirma como mucho más ingenioso que su jefe. La crítica producida durante el atraco del Banco Jeando tiene cierta gracia.
El clímax del episodio llegará en la sede de la TIA, donde se han dado cita dos de los superhéroes más conocidos: Batman y Supermán. El primero, Gedeón el “Escorpión” sufre durante cinco páginas todos los males del típico villano que, introduciéndose en la guarida de los protagonistas, padece sus golpes sin saberlo, esquema que ya se dio en Magín el Mago y en Los bomberos (1979). Al estar los golpes muy relacionados con Ofelia, la referencia más clara es el capítulo final de Los gamberros. Por su parte, Perote el “Hotentote”, esto es, Supermán, hace gala de una fuerza brutal tras poner fuera de juego (por arte y obra de Mortadelo) al peculiar Batman. Aunque el rey de los disfraces intentará poner a su jefe fuera de peligro, sus escondites no harán sino ocasionar problemas al pobre Filemón, hasta que Supermán acaba poniéndose fuera de juego a sí mismo con su fuerza bruta.
Tras un nuevo desengaño relativo al ascenso (a la azotea, claro) de nuestros agentes, ambos reflexionan sobre el fin de la misión y se conciben a sí mismos como personajes de cómic. Esto es frecuente en la producción de otros autores como José Escobar, ero no en Ibáñez. No obstante, la visión de los propios protagonistas como héroes de papel se ha obviado durante toda la aventura. Finalmente, encontramos un conflicto de identidad, como en la historieta corta ¡Robots! ( Super Mortadelo, nº8) o en El señor Todoquisque, al aparecer otros Mortadelo y Filemón que pelean con los originales por ser los auténticos, un simpático colofón absurdo al que no hay que buscar más vueltas.
A pesar de la buena resolución gráfica de esta historieta, los tramos irregulares de los episodios y la casi nula elipsis temporal que provocaba la antigua división en partes de ocho páginas hace que el ritmo de la lectura sea desigual, como si todo transcurriera en una misma jornada eterna que no da respiro al lector. Desde el punto de vista humorístico, tampoco hay gags antológicos ni escenas brillantes para el recuerdo. En definitiva, una conmemoración un tanto descafeinada del medio que dio la fama a Mortadelo y Filemón.