Aunque la Alta Velocidad Española data de la década de los
noventa, Ibáñez aprovechó la ampliación de la red a principios del nuevo
milenio, salpicada de irregularidades y chapuzas, para elaborar esta parodia
del AVE, El UVA, cuyas siglas justificó de forma un tanto forzada de la
siguiente manera: Ultraloca Velocidad Automotora.
En
principio, destaca del álbum su extensa introducción, que ocupa casi seis
páginas concretas. Ibáñez ironiza al respecto con un recurso no demasiado
habitual en su producción: sus personajes se quejan del rato que llevan
esperando. Concretamente, Filemón es el que reclama a Ibáñez mientras que
Mortadelo, más terrenal, prefiere gozar del asueto, en un divertido juego
metaficcional. En dicha introducción
encontramos algunos aspectos reseñables. En ella, Ibáñez aprovecha plenamente
las ventajas de no estar bajo la mirada de la censura, de forma que podemos
intuir cómo una pareja de cavernícolas hace el amor, amén de observar numerosos
miembros masculinos al aire. Lo cierto es que estos están dibujados de forma
tan cómica que resulta difícil que nadie se sienta ofendido. Estos recursos,
muy criticados por algunos seguidores de Ibáñez, permiten al dibujante conectar
con los niños de hoy, para los que no resultan en absoluto extraños, si bien es
cierto que restan elegancia al humor del dibujante, haciendo hincapié en la sal
gruesa.
Algunos
de los momentos más memorables de la introducción son la enésima explicación
que el autor aporta para explicar la extinción de los dinosaurios, su peculiar
versión del invento de la rueda y los vehículos (algo que ya abordó en El
cochecito leré [1985]), la simpática viñeta en la que se observa la
distribución de clases sociales en el tren, etc. Destaca la habilidad de Ibáñez
para dibujar máquinas de distintas épocas, otorgándoles a todas su
inconfundible estilo caricaturesco sin renunciar a cierto realismo en las
formas.
De
lleno ya en la TIA, el Súper logra vencer parcialmente su desesperación y
explica a los agentes la misión: investigar las obras del UVA, dadas las
irregularidades que se están encontrando. Durante seis páginas nuestros hombres
tendrán que visitar la estación de Benicochínez, todo un ejemplo de cutrez,
como prueba su periplo en vagoneta. Así, Mortadelo y Filemón observarán los vagones,
las pobres instalaciones, el recorrido mal diseñado, el imposible sistema de
frenado, etc. Precisamente en esto consiste uno de los principales fallos del
álbum: Mortadelo y Filemón son meros observadores de la incompetencia de otros. A estas alturas, Ibáñez es un autor lo
suficientemente experimentado como para conocer la mecánica del gag, que
funciona mucho mejor cuando el personaje lo prepara y recibe finalmente las
consecuencias de su estupidez. Aquí, Mortadelo y Filemón son meros testigos de
los disparates de los responsables del UVA. De este tramo, destaca gráficamente
la viñeta llena de dinosaurios que retrata una de las fosas con las que se han
encontrado durante el proyecto (pág. 11). Tras algún curioso gag absurdo, como
el del extraño método que tiene Mortadelo para sentir fresquito, aparece el
Súper quien, con un comentario desafortunado, acaba siendo víctima de la
venganza de sus agentes.
Las
siguientes 11 páginas trascurrirán investigando en la estación de Valdecaquita,
donde ha habido varias irregularidades. Destaca , por laboriosa, la viñeta
cinco de la página 17, además del
simpático gag de “La Servanda”. Por lo demás, una serie de gags relacionados
con la torreta de señales y , cómo no, el que tiene que ver con el pie de
Filemón, que se vuelve a pillar entre las vías. Este gag ya ha sido usado en
otras ocasiones, como podrán ver aquí. Destaca, por su carga irónica, el chiste
del falso túnel (pintado para que los políticos pudieran salir en la televisión
inaugurándolo), con el que Ibáñez vuelve a poner de manifiesto las carencias de
unos políticos más preocupados por “salir en la foto” que por conseguir logros
para una nación.
Las
planchas siguientes nos ofrecen buenos ejemplos de la capacidad de Ibáñez como
dibujante. En el curioso gag en que un labriego levanta las vías del tren para
que pase un anciano por debajo destaca la plasticidad que el autor imprime a su
dibujo, como se ve en las dos últimas viñetas de la página 24. Observen cómo el
pueblerino alza las vías en la primera y cómo las deja caer en la segunda. La
elasticidad, la naturalidad que Ibáñez confiere al dibujo potencian el efecto
cómico del gag que, de otra manera,
perdería contundencia.
Hay
que tener en cuenta la ingenuidad de la que Filemón hace gala en estas páginas,
pues todavía confía en la eficacia de los trabajadores en la línea del UVA,
aunque la realidad le dará más de un chasco. Sobresale la última viñeta de la
página 25, en la que la vía adopta la forma de una noria o montaña rusa, ya que
fue diseñada por un especialista en parques de atracciones. Reseñable es la
mención de Mortadelo a Pepe Gotera, quien, dada la temática de este álbum, es
raro que no haya aparecido en la historia, con su compañero Otilio. Cierran
este tramo algún chiste ya utilizado, como el de “la vía muerta” (que recuerda
a uno de Va la TIA y se pone al día [1989]) y los gags que demuestran que la
cutrez del UVA afecta también a su interior.
Durante
la siguiente fase del álbum, nuestros hombres habrán de interceptar el tren que
ellos mismos han puesto en marcha y que va sin control. A lo largo de seis páginas,
los protagonistas darán muestra de su estupidez supina, con escenas delirantes
como aquella en la que se tiran ellos solos por un terraplén. Finalmente, el
tren toma un desvío y los reproches del Súper desencadenarán la ira de los
agentes.
A
partir de aquí, llega la mejor parte del álbum. En la estación de Pelusa del
Sobaquillo se reúnen varios dirigentes para tratar el asunto del UVA. Se
tratan, entre otros, de José María Aznar y el por entonces ministro Álvarez
Cascos. Como es costumbre, Ibáñez retrata a los poderosos como seres opulentos
que, entre puros y bebidas, marcan los designios del UVA guiados no por el afán
de encontrar la opción más conveniente, sino por sus intereses personales.
Ignoramos por qué en la segunda viñeta de la página 37, que ilustra la escena
antes mencionada, el parlamento de uno de los personajes está escrito con otro
tipo de letra, diferente de la habitual y de una forma bastante chapucera.
La
caricatura que Ibáñez hace de Aznar, por más que él se empeñe en decir que no
hay nada personal, es demoledora.
Aparece retratado como un gobernante déspota, ególatra, más pendiente de
las elecciones que de hacer bien su trabajo, desdeñoso con el pueblo (se
refiere a Mortadelo como “un gilipo…”), incapaz de asumir sus errores (le echa
la culpa a Zapatero), y sumamente autoritario. De hecho, la represión policial
de la época Aznar es reflejada por el dibujante mediante un robusto policía que
aporrea a cualquiera que no esté de acuerdo con el por entonces presidente del
gobierno, incluyendo al único político que muestra reservas con respecto a las
obras del UVA. Al igual que en el álbum La vuelta (1999), Ibáñez se permite
hasta la gozada (seguro que lo disfrutó) de cortarle un dedo a Aznar.
El
clímax del álbum llega cuando Mortadelo y Filemón vuelven a poner en marcha el
tren, que se llega a salir de la vía. Este frenético tramo final tiene como
punto destacado los simpáticos efectos colaterales que el desvío del tren va
produciendo entre los personajes secundarios. Algunas viñetas, como la tercera
de la página 42 son un ejemplo, además del dinamismo del lápiz de Ibáñez, de su
habilidad para dibujar vehículos.
Finalmente, el tren acaba atropellando a Aznar y a todos sus ministros,
en una viñeta de notable contenido
anárquico y provocador. La postura de Ibáñez queda bien clara cuando,
excepcionalmente, el Súper, en la última viñeta, no sabe si castigar a sus
agentes o darles un premio.
Desde
el punto de vista gráfico, el álbum muestra las características propias del
periodo en que fue realizado, con lápices de Ibáñez y acabado y tinta de Juan
Manuel Muñoz. Destaca el dinamismo que impregna toda la historia, así como
algunas viñetas (ya reseñadas) particularmente difíciles de dibujar. En cuanto
a los diálogos, aparte de algún fallo puntual, como es el uso del plural del
verbo haber cuando este funciona como auxiliar (viñetas 8 y 9 de la página 26),
destaca cierto gusto por lo soez, con expresiones eufemísticas como “mierdica”,
“cagüentó” o el verbo “descohonarse”.
El
punto fuerte del álbum es el tramo final, por su gran crítica política, amén
del canto a la chapuza ibérica. Sin embargo, en conjunto, no acaba de
funcionar. Mortadelo y Filemón, como ya
ocurrió en Parque de atracciones (2003) no son los que desencadenan los
desastres, sino que es la incompetencia de los demás la que los lleva a
aparecer como meros testigos de los mismos, lo cual merma el efecto cómico. Se
puede decir que este es el principal lastre de un álbum átono (a pesar de sus virtudes, fundamentalmente gráficas) que, sin duda, no
se cuenta entre los mejores de la serie.