domingo, 26 de julio de 2009

HOTEL DORADO (O 13, RUE DEL PERCEBE REVISADO)



En 2009 la editorial Saymon ha publicado la novela de Alberto Gimeno Hotel Dorado, una revisión de la mítica serie de Ibáñez 13, Rue del Percebe. Así, el ya clásico edificio de las historietas sirve de leiv motiv para la obra de Gimeno, que lo describe así:


"La casa se erguía como una alta serpiente de luces que se iban apagando. Eran tres plantas, seis claraboyas, doce ventanas y una buhardilla reducida a la gatera sobre la azotea repleta de cuerdas para la ropa que, a esas horas de la noche, ya había sido retirada. [...] El portal estaba cerrado. Sin luz. La planta baja ya extendía la persiana metálica encadenada al suelo. El número trece marcaba el rótulo de ambas piezas, pero la calle nacía y moría con ellas."


La acción comienza cuando el norteamericano Walter Rodrigo llega a Barcelona y, debido a una confusión, es catalogado como un revolucionario contrario al régimen de Franco. Mientras pasa la marea, el personaje se hospeda en el número 13 de la calle del Percebe, donde sufre un accidente al subir a un ascensor más que dudoso que todos conocemos.


Convaleciente, es recogido por Doña Rita, una sufrida madre de tres chiquillos idénticos que son la piel del mismo diablo. Gimeno le otorga a este personaje una mayor dimensión que la que tiene en las historietas de Ibáñez, presentándola como una mujer ridícula, abandonada por su marido, y madre también de una atractiva jovencita, Dora, que tiene verdaderos problemas para encontrar novio, dadas las perrerías de sus tres hermanos. El personaje de Dorita se erige como uno de los ejes de la novela, a pesar de que en la serie de Ibáñez acabara desapareciendo relativamente pronto.


El veterinario aparece con el nombre de Amor Nepote y hace también las funciones de médico. Gimeno destaca su aspecto de morsa y hace que este hombre, que llegó a trabajar en un zoológico, padezca algún que otro mal de amores. Especialmente destacable es la caracterización de su consulta, heredera de las viñetas de Ibáñez.

En el ático vive un moroso recalcitrante que llega a colocar cepos ante los numerosos acreedores que lo persiguen. El autor de la novela lo caracteriza como un bohemio aficionado a la pintura (incluye el caballete que lo acompañó en las historietas), pero le cambia el nombre, pues de Manolo (referencia a Vázquez) pasa a llamarse Matías.


Tal vez por afinidades en sus actividades, Matías se relaciona con Raffles, apodo de Hortensio Malvarrosa, ladrón de poca monta y de escaso peso en la novela. Su esposa es bautizada como Penélope (¿quizás porque, como la de Ulises, vive encerrada en casa esperando los poco épicos regresos de su marido?).

Mayor trascendencia tiene en la obra la dueña de la pensión de realquilados, que en lugar de Doña Leonor se llama María de la Fuensanta Gil Panadero, y es de origen murciano. El autor se recrea en este personaje, imbuido en su vestido de lunares, al que da un carácter ligeramente más amable que en los cómics. Eso sí, la señora sigue siendo implacable con los realquilados que mantiene hacinados en tan corto espacio. Serán las escenas de la pensión, precisamente, las más simpáticas del libro. Gimeno, consciente de las limitaciones de los personajes de la serie original, crea una serie de realquilados a los que da personalidad propia, enriqueciendo así el elenco original.


La ancianita de los animales resulta llamarse doña Piedad, beata algo histérica e hipocondríaca que, por cuestiones genéticas, atrae a todo tipo de animales, no siempre con castas y honestas intenciones. Una gran relevancia tiene el sastre, Pau Pi, hombre atormentado por su pasado y tan poco eficaz como en las viñetas de Ibáñez.


De soslayo aparece don Rufino, el mercachifle de la tienda de comestibles y delator de "enemigos del Régimen". Sorprendentemente, este personaje resulta ser hermano de don Hurón, que aparece en el último tramo de la novela y que hace las veces de represaliado político (un rol interesante, que explicaría por qué ese personaje ibañezco pasó media dictadura viviendo en una alcantarilla). A modo de anécdota, doña Fuensanta nombra a un tal Rompetechos, que utiliza una lupa exagerada para localizar su comida en el plato de la pensión. No sabemos si lo de "Rompetechos" es un insulto de la patrona aludiendo a la mala vista de su inquilino, que sarcásticamente dice no encontrar la comida en el plato o si se trata del genuino cegato que todos conocemos, que tan frecuentemente visitaba la 13, rue del Percebe.




Alberto Gimeno juega y desarrolla las personalidades apenas esbozadas por Ibáñez a lo largo de tantos años de historieta. Así define a los inquilinos del inmueble:

" Como todos los moradores de aquel edificio , enfermos contagiosos de sueños truncados, de futuros despojos, seres que habían pagado todas las cuotas de la humillación y el fracaso, revoloteando- como las moscas sobre la sangre del tendero- en torno a la locura. Ese laberinto sin salida por el que todavía los perseguía un ruinoso afán de vivir".



Al final de la obra se nos dice el nombre del arquitecto del edificio, un tal Francisco Ibáñez, al que


"...un nuevo concepto de vivienda le sugerían sus casas sin intimidad, sin espacio delimitador, granos de uva del mismo racimo. Quería levantar el edificio prototípico de aquel hacine, cuyas viviendas se orientasen al exterior de tal modo que dieran la impresión de no estar cerradas a los ojos de la gente. Superpuestas como las viñetas de un tebeo. La arquitectura en viñetas, ese iba a ser el título de su tesis doctoral".




Completa el guiño la fecha en que se le consiguió la cédula de habitabilidad: 6 de marzo de 1961, misma fecha en la que se publicó la primera página de la popular serie de Ibáñez.




Desde el punto de vista literario, la novela presenta algunas ventajas, como el cuidado estilo, no pocos aciertos en su expresión, así como el sentido homenaje a la historieta que todos conocemos. No obstante, la trama de Hotel Dorado peca de difusa e inverosímil. Con unos personajes (sobre todo el principal) que van dando tumbos por el edificio sin un rumbo bien definido. A esto hay que sumarle algunos defectos inherentes a la narrativa española de nuestros días, como la vuelta constante a los tópicos de la posguerra española y los años del franquismo.



No obstante, se le perdonan estas pequeñas concesiones, por el cariño y respeto que el autor ha demostrado hacia la obra de Ibáñez, así como por lo insólito de su homenaje, que demuestra una vez más que 13, Rue del Percebe se está consolidando como una de las series de Ibáñez con más repercusión mediática, inspiradora de películas, series de televisión e incluso obras literarias.


Les dejamos con el breve epílogo del autor, que dice así:

"El autor quiere dejar patente su gratitud a Francisco Ibáñez, cuyas inolvidables viñetas de 13, Rue del Percebe inspiraron las preguntas infantiles que han precisado de esta novela para ser respondidas".
























domingo, 19 de julio de 2009

CHICHA, TATO Y CLODOVEO: EL NEGOCIETE (1987)



El negociete (1987) es la tercera aventura larga de Chicha, Tato y Clodoveo, la apuesta de Ibáñez para la revista Guai! Aunque muchos consideran este álbum dentro del grupo de los más acertados que realizó Ibáñez con estos personajes, lo cierto es que en él empezamos a notar los primeros síntomas de temprana decadencia de la serie. Mientras que Una vida perruna (no tan parecido a Misión de perros como algunos postulan) y Pero…¿quiénes son esos tipos? aportan algo a la serie, en la medida en que constituyen la presentación y antecedentes de los personajes, El negociete supone ya la pérdida total del argumento y,especialmente, el inicio de una época en la que las historietas del trío de parados van a consistir en un “recorta y pega” de obras anteriores del autor.

La misma portada de la edición en tapa dura del álbum presenta un guardia urbano que será un remedo del dibujado por Ibáñez para la portada de El balón catastrófico (1982). Este dato resulta sintomático y simbólico de lo que después será la historieta. La historia comienza con tres chistes iniciales relativos a los empleos anteriores de los personajes. Mientras que el de Tato es un chiste-tipo, la imagen de Chicha haciéndole las uñas a un elefante la encontramos ya en una historieta corta de Mortadelo y Filemón de finales de los sesenta a la que, agrupada con otras, se le ha dado el título de “Situaciones complicadas”. El chiste de Clodoveo “haciendo un crucero” se encuentra ya en la portada del número 245 de la revista Mortadelo.

Nuestros protagonistas, ante el desengaño de lo que ofrece la oficina de empleo, proponen montar un “negociete” para realizar chapuzas varias, cuya sede, dada la escasez de capital de los tres inversores será un cuchitril mal techado en plena calle. El hecho de que los protagonistas sean tres parados permite a Ibáñez una ubicuidad similar a los “camuflajes” de sus agentes de la TIA: pueden desempeñar todo tipo de empleos en distintos contextos, favoreciendo así la sucesión de gags.













Sin embargo, en este álbum el “parentesco” de los personajes hay que buscarlo más con Pepe Gotera y Otilio, ya que los nuevos protagonistas asumirán sus “chapuzas a domicilio” e incluso algunos de sus gags recurrentes: las descaradas respuestas a los clientes, el hecho de que uno trabaje mientras otro se vaya al bar, etc. Además, en este primer episodio de cuatro páginas, Chicha se queda al margen atendiendo a las llamadas, de manera que el trío pasa a ser dúo cómico, un formato mucho más fácil de manejar para el autor. En este tramo de historieta, nuestros protagonistas se encargan de “arreglar” un aire acondicionado, dejando el episodio abierto para el capítulo siguiente.

La entradilla del segundo episodio, de seis páginas, hace referencia a las deudas en el bar de Joro del trío, aunque la coherencia del álbum es tan escasa que este prólogo solo se mantendrá en los capítulos 3 y 4 del álbum. Una sucesión de gags completan este capítulo, cuya idea inicial se encuentra en la historieta corta de Pepe Gotera y Otilio publicada en el Tío Vivo. Extra de Verano de 1971, de donde se copia también literalmente el gag de la silla calentada por el soplete. Del mismo modo, el colofón, con el aire acondicionado echando un chorro de fuego parte también de una historieta de finales de los sesenta que se ha rebautizado con el título de “Aire acondicionado”, también de los entrañables chapuzas de Ibáñez. Como curiosidad, en este episodio aparece un Mortadelo en un cuadro que, por una parte, confirma que Ibáñez no es el autor de los dibujos de este álbum y, por otra, supone un cierto desafío, pues hay que recordar que en esta época el autor no era aún el dueño legal de sus creaciones. El gag que se deriva de la contemplación del cuadro lo encontramos previamente en la historieta de Pepe Gotera y Otilio publicada en el número 345 de Tío Vivo, allá por 1967.












Si en el episodio anterior los guiños a obras precedentes eran anécdotas aisladas, el capítulo tercero, en el que Chicha, Tato y Clodoveo ejercen de jardineros, contiene gags, si no calcados, directamente inspirados en las andanzas de Pepe Gotera y Otilio. Así, el que consiste en cavar un agujero justo delante de la puerta lo encontramos ya en el Tío Vivo 333 (1967), mientras que el chiste de ponerse “de puntillas” y el de quitar la caja inferior sobre la que se sostenía Clodoveo para llegar más alto los tenemos en otra historieta corta de los chapuzas a domicilio de principios de los 70. Por su parte, el hecho de cortar el césped con cuchillas de afeitar y la cortadora que se va sola desmelenando a quien pille por delante, provienen de la historieta corta “La cortadora de césped”, también de Gotera y Otilio. De los mismos personajes es la historieta corta de los 70 en la que Otilio, sin querer, neutraliza a un león peligroso. Dicha historieta, que se puede encontrar hoy en día en el Super Humor 29, especial 40 aniversario de Mortadelo y Filemón, dio seguramente pie a la masacre final que le hacen a la pobre dueña del jardín en la historieta del trío del que hablamos (incluido el hecho de quedar “atada” a un árbol y arder junto con unos matorrales).







En el cuarto episodio, los dueños del negociete van a instalar un trampolín, para lo cual transportan un tablón en coche causando estragos en la ciudad, como ya hicieran Mortadelo y Filemón con un tronco en la historieta corta de los 60 “La banda del Rata”. Una serie de gags inocuos rellenan este episodio, claramente basado en otra historieta de Pepe Gotera y Otilio de principios de los 70 en la que realizan un trabajo similar. Especialmente idénticos son el gag del trampolín que se cimbrea demasiado y de la roca que hay debajo de él. Para ir más acorde con los tiempos, el episodio culminará con el cliente aterrizando desnudo en una barca pilotada por castas señoras ancianas.





En el quinto capítulo observamos un nivel de dibujo ligeramente mejor que en los anteriores, aunque no por ello debemos pensar que se trata de obra de Ibáñez. Las discusiones con Joro que servían de entradilla se sustituyen ahora por un altercado callejero entre Chicha y una señora mientras la primera ejercía de secretaria (¿machismo de Ibáñez por poner como secretaria a la única mujer del grupo?). En este apartado nuestros expertos tienen que arreglar una barca, con un desarrollo nada original ya que las páginas 24 y la 27 están prácticamete calcadas de historietas de los 70 de Pepe Gotera y Otilio de la que sacan, no solo la idea de los gags, sino encuadres, desarrollo, etc., con algunas viñetas que parecen idénticas.






























Más original, hasta que se demuestre lo contrario, es el siguiente capítulo (más extenso, de ocho páginas), en el que los personajes tienen que darle una puesta a punto a una avioneta. El conjunto de este tramo es, en general, más divertido, sobre todo por los comentarios de los personajes secundarios. La originalidad de este apartado no quita que encontremos algunos gags que nos recuerden a las historietas más clásicas de Mortadelo y Filemón, relacionados en este caso con el avisador de llamadas y con la precariedad de los medios de transporte.

El siguiente tramo consiste en el arreglo de una apisonadora, volviendo a la base de Pepe Gotera y Otilio, tanto en ideas, viñetas como en diálogos que suponen un calco casi literal. El agujero en el techo, el reloj destrozado, los golpes en la cara con la apisonadora e incluso algún diálogo de los secundarios han sido extraídos sin contemplaciones de las historietas de los chapuzas. Por último, el episodio final, de cuatro páginas, culmina con insulsos chistes en torno a una moto sin frenos que acaba agrediendo a la policía en repetidas ocasiones, con lo que Tato y Clodoveo terminan en la cárcel, dando así por finalizado el negociete de los protagonistas.







Insistimos en que, aunque este álbum esté en general bien valorado, lo cierto es que supone una temprana pérdida de la esencia de los nuevos personajes de Ibáñez. Así, Clodoveo se transforma aquí menos que en las historietas anteriores y solo en alguna ocasión parece que el autor se ha acordado de esta cualidad de su personaje, intentando explotarla en varias páginas seguidas. Del mismo modo, Tato parece estar mucho mejor de la vista, pues solo en ocasiones puntuales cae en las confusiones visuales que lo caracterizaban anteriormente. Por su parte, Chicha empieza aquí a perder protagonismo, así como algunos rasgos como su afán desmedido por “la marcha” (más atenuado ahora) y los imprevisibles objetos que podían ir apareciendo de su bolso. En cuanto a Salmoneto, ni siquiera aparece, a no ser que sea él el gato que aparece en la página quinta del álbum.

Desde el punto de vista gráfico, la factura es buena, y el coloreado por acuarela (será la última historieta con esta característica) contribuye al resultado final positivo. Sin embargo, el estilo no parece ser totalmente de Ibáñez. Es más, diríase que hay dos manos (ninguna la del maestro) que se alternan en el dibujo de personajes. Aunque muy hábiles a ratos, el calco literal de viñetas anteriores, ciertas expresiones, la simplicidad de algunos personajes, el “Mortadelo” colgado en la pared, etc., nos dicen que Ibáñez no dibujó esta historieta. Solo ofrece duda la segunda mitad de la plancha segunda, en la que además de un título bastante atractivo de diseño, hay una secuencia en la que se suceden las transformaciones de Clodoveo, tal vez lo más atractivo gráficamente de la historia. No es descartable que Ibáñez mismo realizara esa parte importante del álbum.

En cuanto al guion, parece poco propio de Ibáñez ir rastreando literalmente en su obra anterior para buscar situaciones exactas, al menos de una forma tan burda y mecánica. Parece más un trabajo de equipo en el que se han ido “recortando y pegando” escenas que pueden rellenar los distintos episodios. Sí es probable que la idea general, muy básica, por cierto, sea de Ibáñez, pero el desarrollo parece más una labor de su grupo de ayudantes. Hay, no obstante, un esfuerzo desigual para que el producto parezca obra del autor catalán, con sus referencias a la política del momento (Santiago Carrillo) o a tópicos recurrentes como la avanzada edad de Raf (aludida en dos ocasiones).

Lamentablemente, este álbum, aunque pueda resultar entretenido, supone una involución en la historia de Chicha, Tato y Clodoveo, que pasan a convertirse en unos Pepe Gotera y Otilio con defectos ocasionales de vista (Rompetechos) y capacidad de transformación (Mortadelo) y, lo que es peor, con gags literalmente sacados de su obra anterior. Una lástima que Ibáñez no aprovechara la nueva etapa de su carrera para hacer algo nuevo y volviera sobre sus pasos para mirar otra vez hacia su propio universo, ya algo desgastado en ciertos aspectos.









































domingo, 12 de julio de 2009

IBÁÑEZ HABLA SOBRE ALFONSO FIGUERAS

El seis de julio de este año hemos recibido la noticia de la muerte de Alfonso Figueras, uno de los dibujantes más personales de la Escuela Bruguera, creador de personajes como Topolino, Asipirino y Colodión, Don Terrible Buñuelos, etc.

Aunque no es frecuente encontrar testimonios en los que Ibáñez hable de sus compañeros de profesión, contamos en esta ocasión con la magnífica entrevista que en 1998 le hicieron en U, el hijo de Urich, nº 8. En ella, el padre de Mortadelo y Filemón da sus impresiones sobre Figueras:

“Por ejemplo, como dibujante, Alfonso Figueras, que para mí ha sido de los mejores que ha habido entre nosotros, entre los cómicos, y sin embargo tampoco ha sabido conectar con el público. Había otro que como dibujante no le llegaba ni a la suela de los zapatos, que era Conti, que siempre tuvo una aceptación tremenda. Y sin embargo, toda la gente llegaba, y sin embargo Alfonso Figueras no llegaba. ¿Por qué? Pues no lo sé.[…]

Sí, sí, sí. Era distinto, distinto pero bien trabajado, bien hecho, muy bonito. El resultado final era cojonudo. Había hecho una serie, que tenía un trabajo de tramado, de pluma, que eran verdaderas maravillas, y gracia tenía mucha. Hizo una serie que se llamaba Loony, de un marino, que tenía una gracia tremenda. Y sin embargo no consiguió que la gente se matara por comprar sus cosas, pues eso no lo consiguió nunca”.











En estas declaraciones, vemos que Ibáñez aprecia y valora la calidad gráfica de su amigo, hasta el punto de considerarlo el mejor de los dibujantes cómicos, que no es poco. Pero no solamente hace Ibáñez hincapié en el trabajado grafismo de Figueras, sino que también menciona que le resulta gracioso como autor. Dato curioso, porque Ibáñez siempre ha postulado un humor más explosivo y evidente que las sutilezas a las que Figueras nos tenía acostumbrados. Parece como si ahora hablara más el Ibáñez aficionado al cómic que el Ibáñez dibujante, más inclinado a lo comercial.

De hecho, ese es el talón de Aquiles de la carrera de Figueras: el contacto con el público. Como bien dice Ibáñez, no llegó a conectar con la masa, la gente no se mató para comprar sus cosas. Es cierto que ahora estamos en una época en la que el tebeo se ha convertido en materia de “culturetas”, y que todo dibujante clásico pasa a llamarse “maestro” y que todos apreciamos la elegancia del trazo y demás…Pero son (fueron, fuimos) muchos los que nos saltábamos las páginas de Figueras cuando aparecía en las revistas Bruguera, a favor de otros dibujantes de grafismo más estándar. Eso sí, parece que no es el momento de reconocerlo.

Como nexo de unión entre ambos autores, no podemos olvidar tampoco que Ibáñez “heredó” la serie Loony cuando Figueras se fue del país. Un material pre-brugueriano que tiene un indudable interés, por el trabajo de ambos dibujantes.


Quede este tema como tributo a Alfonso Figueras, un autor que, como se dice en la entrevista, sacrificó la comercialidad en aras de desarrollar una obra muy personal, alejada de los cánones de la historieta infantil-juvenil de la época.

No queremos concluir sin resaltar la mención que Ibáñez hace de Conti, del que dice que como dibujante no le llegaba a Figueras ni a la suela de los zapatos. Y ahora dicen que no, que era cubista y cosas así…



lunes, 6 de julio de 2009

MORTADELO Y FILEMÓN: CUESTIÓN DE JERARQUÍAS

Abordaremos en esta ocasión el siempre peliagudo tema de los escalafones jerárquicos. A nadie le cabe duda de que Filemón, “durante la época de Agencia de información”, era el jefe indiscutible de Mortadelo. Pero ¿qué pasó una vez que ambos llegaron a la TIA? ¿Cambió esta situación? Muchos pensamos que no, pero los textos de dos entendidos en el tema pueden hacernos dudar.

Veamos, en primer lugar, lo que dice Miguel Fernández Soto en su obra Mortadelo y Filemón: cuatro décadas de historietas:

“…Al ingresar en la TIA esta situación se vio acentuada, puesto que ahora Filemón era un empleado más de la organización, a las órdenes del Super, quien ejercía su autoridad con contundencia. Aún así, Filemón se empeñaba en demostrar su autoridad sobre Mortadelo, pero ya no había vuelta atrás. Ahora bien, Mortadelo ha continuado dirigiéndose a Filemón tratándole de usted y llamándole Jefe, y es que hay cosas que no deben cambiar para mantener la esencia de los personajes”.

Del anterior texto de Fernández Soto se puede deducir que, una vez que nuestros protagonistas entraron en la TIA, ambos son meros agentes de la organización en igualdad de condiciones y que Mortadelo llama a Filemón “jefe” solo por mantener la esencia, no porque realmente este último ocupe un escalafón superior a él.

Observemos lo que, puede que siguiendo al autor anterior, dice Antonio Guiral en El gran libro de Mortadelo y Filemón:

“…Ambos son ahora agentes de la TIA y ocupan el mismo escalafón en la pirámide de mando (por debajo del Super, claro)”.

En un párrafo distinto, afirma:

“…Curiosamente, y por aquello de continuar con las tradiciones, Mortadelo siguió llamando “jefe” a Filemón”.
Estos textos de Guiral, deudores, como tantos otros, de los trabajos de Miguel Fernández corroboran la idea anterior: Mortadelo y Filemón ocupan el mismo puesto en la jerarquía desde que ingresaron en la TIA y lo de llamar “jefe” al segundo responde a la intención de mantener la tradición.

Nosotros, respetuosamente, discrepamos de estos autores y pensamos que, incluso en la nueva organización, Filemón ocupa un puesto superior a Mortadelo dentro de la misma. Tal vez esta haya sido la concepción del propio Ibáñez, tanto por las relaciones que siguen manteniendo los dos personajes como por ciertos indicios que nos dejan en sus historietas.

Así, ya en el Super Mortadelo número 7 encontramos una historieta titulada Un ayudante competente, en la que se subraya la condición de Mortadelo como subordinado de Filemón, quien se lamenta por que le haya tocado “un ayudante semejante” y desata su furia cuando un conocido le restriega la competencia de su “ayudante”.


Del mismo modo, en Hay un traidor en la TIA (1983), uno de los motivos por los que Filemón sospecha de Mortadelo es porque éste fuma habanos, mientras que él tiene que tirar de celtas, “¡Y eso que sólo gana la mitad que yo!”, afirma Filemón. ¿Ganaría Mortadelo la mitad que Filemón si existiera, efectivamente, la paridad de la que hablan los autores? Difícilmente. Una frase sintomática de que para Ibáñez, sus personajes siguen manteniendo la distancia clasista que siempre los ha separado.

Años después, en El premio No-Vel (1989), una de las pocas historietas de la época en las que Ibáñez parece haber participado más activamente, el malvado Ten-Go-Pis, para evitar ser descubierto por no pronunciar la “R”, se refiere a Mortadelo como “El segundo de Filemón”, esto es, su ayudante, marcando nuevamente una diferenciación entre el estatus de ambos.

Un ejemplo más reciente lo tenemos en ¡Rapto Tremendo! (2003), álbum en el que Filemón reivindica su condición de jefe y amenaza a Mortadelo con abrirle un expediente, actividad que solo puede realizar una persona superior en la escala jerárquica a otra.





Dicho esto, es muy legítimo preguntarse cómo es que ambos personajes mantuvieron en la nueva organización la división que ya tenían en la época de la “Agencia de información”. La respuesta nos la da el mismo Ibáñez en La historia de Mortadelo y Filemón, aparecida en Gran Pulgarcito Almanaque para 1970 (1969), en la que se aprecia que Filemón obtuvo el primero y Mortadelo el segundo puesto de su promoción a la hora de ingresar en la TIA. Ya que su ingreso fue conjunto, probablemente sus superiores decidieran hacerlos un equipo en el que la voz cantante (teóricamente) la llevara el que sacó la mejor puntuación, esto es, Filemón, que se renueva así como jefe de Mortadelo.


Estas conjeturas peregrinas nos permiten insistir en que las apreciaciones de los dos autores antes comentados son matizables, así como asegurar que, efectivamente, Filemón en la TIA sigue siendo jefe de Mortadelo.

¿Qué opinan ustedes?