Los diamantes de la Gran Duquesa
(1972) fue publicada en la revista Mortadelo en los números comprendidos entre
los números 87 y 97 (ambos inclusive). Se trata de un episodio clásico de
principios de los setenta, un “Mortadelo típico”, el que bien le podríamos
ofrecer a cualquiera que desconociera la serie, para que se hiciera una idea
sobre la misma. Por su esquema de buscar “diez objetos en diez sitios
distintos”, se puede decir que sigue la estela de La caja de diez cerrojos
(1971), pero al estar desprovista la historia del exotismo de los viajes, se
puede encontrar mayor relación con historietas más “urbanas”, como A la cazadel cuadro (1972), Operación ¡bomba! (1972) y los futuros El plano deAli-Gusa-No (1974) y El
caso del calcetín (1976).
El
dibujo, como corresponde a esta etapa, se caracteriza porque los personajes
parecen algo achaparrados y menos estilizados de lo que estarían años después,
con unas manos algo grandes, seguramente por la influencia del entintador y
encargado de acabar el lápiz de Ibáñez en aquel momento, Martínez Osete. La historia se articula en once capítulos de
cuatro páginas cada uno.
En
el primero de ellos, observamos gracias a un narrador en tercera persona que
nuestros agentes aparecen ya metidos en faena, sin que se vea cómo el Súper les
asigna la misión. ¿En qué consiste la misma? En custodiar los diamantes de la
Gran Duquesa Tatialagüeña, personaje que a pesar de figurar en el título del
álbum, solo aparece físicamente en una notable primera viñeta en la que la
vemos desfilar con todo su séquito. Es una lástima que el personaje no se deje
ver más, dado el acertado diseño con que Ibáñez la ha caracterizado.
Desconocemos la procedencia de esta noble señora, aunque por el diseño de los
cascos de algunos de sus acompañantes, bien podría emparentarse con la nobleza
prusiana.
Como
no podía ser de otra forma, los diamantes peligran al estar guardados en un
maletín diseñado por Mortadelo, quien de esta forma recuerda su etapa de inventor
en la época de Agencia de Información. Una vez perdidos los diamantes, esta
especie de prólogo se completa con una serie de cambiazos en los que destacan
un par de disfraces de Mortadelo: el de Discóbolo y el de fantasma, que le
confiere la propiedad de atravesar las paredes. Finalmente, la incompetencia de
la pareja (porque Filemón no se queda corto), hace que los diamantes sean
robados.
En
el segundo capítulo, Mortadelo hace una mítica entrada disfrazado de “camelo” y
Filemón le expone la misión, tras una tensa entrevista con el Súper. Vicente
“el Urraco” ha robado los diamantes de la Gran Duquesa y los ha ocultado en
diez sitios distintos, que nuestros hombres deberán visitar en busca de los
preciados objetos. Este planteamiento ofrece algunas dudas: ¿por qué el villano
decidió esconder los diamantes en lugar de venderlos?, y por otra parte, ¿por
qué el Súper encarga a Mordelo y Filemón que los recuperen de forma lineal, en
lugar de mandar a diez agentes simultáneamente? Respecto al apelativo del ladrón,
no deja de ser significativo que se llame “el Urraco”, ya que es conocida la
atracción que los objetos brillantes, como los diamantes, ejercen en animales
como las urracas. Esto nos lleva a recordar el papel que desempeña la urraca en
una aventura de Tintín que, ya desde el título, presenta similitudes con Los
diamantes de la Gran Duquesa. Se trata de Las joyas de la Castafiore (1962),
aunque los caminos que siguen las obras de Hergé y de Ibáñez son tan dispares
que es absurdo hablar de influencia. El primer destino de nuestros agentes será
una comunidad de vecinos, en la que destaca una trifulca entre dos “marujas”.
Una vez rescatado el diamante, por casualidad, la imprudencia de Mortadelo
lleva a hacer que el Súper acabe tragándoselo.
El
tercer episodio sentará las bases de las entradillas típicas de este álbum,
marcadas por los conflictos con el Súper. Esto ocurrirá también en álbumes como
La perra de las galaxias (1988), donde incluso se encuentran chistes parecidos
al que abre este capítulo. No obstante, en las páginas que nos ocupan
encontramos una contradicción en la que no sabemos si habrán reparado nuestros
lectores. El chiste que se plantea es el siguiente: Mortadelo, teléfono en
mano, le dice a su jefe que ha llamado el Súper. Filemón le pregunta que si
tiene el teléfono bien tapado y, una vez asegurado, insulta al Superintendente.
Sin embargo, resulta que Mortadelo estaba realmente hablando con su tía por
teléfono, mientras que el Súper se había personado en la residencia de los
agentes. Obviamente, la situación se salda con una paliza del Superintendente a
Filemón.
Sin
embargo, encontramos algunos indicios que nos muestran que tal vez el chiste
original sería otro: Mortadelo tiene el teléfono colocado del revés y está
tapando el auricular, no el micrófono del mismo. Puede que por ello el Súper
hubiera oído a Filemón y acudido a su casa en busca de venganza. Esto
justificaría que Mortadelo especifique en la viñeta 9 de la página 15 que tenía
el teléfono tapado “pero no el micro”. Si el Súper ya estaba en la casa, ¿qué
más da que el micro estuviera tapado? ¿Ha habido un cambio en los diálogos? ¿A
Ibáñez se le ocurrieron los dos chistes y se confundió en la ejecución en lugar
de optar solo por uno de ellos? Dejaremos que los lectores decidan.
El
segundo diamante está escondido en una obra, escenario que se repetirá en
álbumes como en El sulfato atómico (1969), El plano de Ali-Gusa-No, Los secuestradores (1975), La gallina de los huevos de oro
(1976), Soborno (1977), El atasco de influencias (1990), El trastomóvil
(1996), El señor de los ladrillos (2003) o Jubilación…¡A
los 90! (2011), además de en historias de Chicha, Tato y Clodoveo como
El negociete (1986) y La obra (1989).
Sobresale en esta ocasión algún gag relacionado con el canibalismo, así como el
uso del contrapicado en la viñeta 1 de la página 9. La extraña postura de la
persecución de la viñeta 1 de la página 12 nos sirve para desvelar que el
diamante se encontraba en realidad en un pedrusco de cartón-piedra oculto en la
obra. Una vez recuperado el diamante, Mortadelo demuestra no haber aprendido la
lección, pues si en el capítulo anterior hizo que el Súper se lo tragara por
lanzárselo, ahora lo manda directo a una alcantarilla – a pesar de lo poco
probable es que en un despacho haya una alcantarilla-, por lo que el agente de
la TIA acaba sumergido en el detritus buscando la importante joya.
El siguiente diamante se encuentra
en el fondo del puerto, y para este tramo Ibáñez decide acompañar a Mortadelo y Filemón de una tortuga, que será
el gran hallazgo cómico, con sus impertinentes réplicas, esas que el dibujante
suele tener reservadas para los caballos y otros animales. Nuevamente
encontramos algunos chistes destacables, como el referido (nuevamente) al
canibalismo o el de la sopa de tortuga. Algunos planos interesantes en
contrapicado, como el de la viñeta 2 de la página 16 amenizan la narración
hasta llegar a encontrar el diamante, oculto en un jarrón, todo esto culminado
con el desafortunado comentario del Súper, que desencadena la venganza. En el
quinto episodio, el diamante está escondido en la copa de un árbol. Para darle
un poco de salsa a lugar tan simplón, Ibáñez centra los gags en los golpes que
va recibiendo Filemón en su malherido pie, recurso tomado del cine cómico clásico,
como atestiguan algunos cortos de Laurel y Hardy. Este recurso cómico se
utilizó también en Contrabando (1978), La perra de las galaxias y en El SOE
(1992). Los continuos golpes en el pie de Filemón culminan con el “toque de
gracia” que le da el Súper, provocando la ira de su agente. Así, se concluye un
capítulo que poco tiene de destacable más allá de mostrarnos al tierno
Mortadelo de los setenta jugando con soldaditos.
El sexto episodio se desarrolla, una
vez que el Súper ha pillado a Mortadelo y Filemón afrentándole en su domicilio,
en un salón de belleza, escenario poco habitual. Con el chiste del “pelo en
pecho”, Ibáñez se quita a un susceptible y masculino Filemón de encima para que
sea Mortadelo el que se luzca creando el caos en la peluquería. Una vez
entregado al Súper el diamante, que estaba en un secador, las alusiones al
“pelo” hacen que esta vez sea Mortadelo el que se vengue de su superior, lo
cual nos trae reminiscencias de los primeros álbumes. El séptimo capítulo
arranca con una exhibición de dos costumbres muy españolas, como son la de
holgar cuando el jefe no está y la de marcarse “faroles”. Destaca la metáfora
visual en la que Mortadelo se queda literalmente “helado”. El episodio
transcurre en las cloacas, como veremos en Los sobrinetes (1988) y El atasco de influencias. Nuevamente un plano
picado sorprende en la viñeta 6 de la página 26, concluyendo el capítulo de
forma tópica: el diamante es hallado en un ladrillo y la alusión al mal olor de
los agentes detona su venganza.
El octavo episodio comienza con los
agentes haciendo vudú al Súper (algo que reaparecerá en La perra de las
galaxias), lo que desata una persecución que el idealista Rompetechos interpreta como una cruzada. El diamante se halla en una estatua de un local
llamado El club de la broma, en el que una serie de trampas y trucos dan lugar
a gags mecánicos, poco preparados, en un capítulo rutinario que supone lo peor
del álbum. El noveno episodio muestra el
gusto de Mortadelo por lo paranormal y misterioso, pues si en el anterior creía
en las propiedades del vudú, ahora cree en espejos mágicos, ataviado como la
madrastra de Blancanieves. El gag del espejo, uno de los más divertidos. El
resto del tramo transcurre en una granja, escenario habitual de otras aventuras
como A la caza del cuadro, Los gamberros (1978), Los sobrinetes, Las vacas
chaladas (1997), Gasolina…la ruina (2008) o ¡Espías! (2012). Finalmente, el
diamante es hallado en un cubo y el episodio culmina con otra venganza por el
comentario improcedente del Súper.
El comienzo del penúltimo capítulo
es hilarante: mientras que Filemón asume la catártica actividad de pintar al
Súper con cuerpo de burro, Mortadelo lo esculpirá en barro. Esta faceta de
Mortadelo esculpiendo a sus compañeros de oficina la volveremos a ver en
Clínicas antibirria (1993). El escenario escogido por “el Urraco” para este
diamante será un parque, escenario de futuras aventuras como Timazo al canto
(1994) y El disfraz, cosa falaz (1995). Allí se enfrentarán con un guarda antes
de encontrar la joya, que estaba enterrada.
En el último episodio, en el que
parece que se confirma que los agentes viven juntos, pues Mortadelo habla de
“nuestra ausencia” cuando le explica a su jefe la alarma (nada discreta)
anti-robos que ha instalado. En esta ocasión, nuestros protagonistas deben ir a
por el último diamante, que está en casa de Mike Buharro, aunque no sabemos por
qué “el Urraco” (del que no se vuelve a hablar) confió en otro delincuente para
custodiar parte de su botín. Al ver el tamaño del sombrero de su enemigo,
Mortadelo huye como hará al ver el collar de un perro enorme en Misión de
perros (1975). Finalmente, tras algunos intentos fallidos de entrar en su casa,
comprueban que el villano es un canijo dotado de una enorme cabeza, que
recuerda mucho al futuro malo de Losmonstruos (1973). Una vez recuperados todos los diamantes, el afán juguetón de
Mortadelo y su irresponsabilidad lo llevan a que el maletín que contenía todas
las joyas sea triturado por una apisonadora. A pesar de que Filemón no ha tenido
nada que ver con esto último, el Súper y la Gran Duquesa (que aparece en off)
lo persiguen también, mientras Mortadelo le presta su original disfraz de
cirro-cúmulo.
En conclusión, Los diamantes de la
Gran Duquesa, aunque no es muy original ni presenta elementos realmente
destacables, es un buen álbum de Mortadelo y Filemón, con momentos
divertidos, que hará pasar un buen rato a los aficiondos a la serie de Ibáñez.Quizá esto llevara a BRB Internacional a escoger esta aventura para
su adaptación a los dibujos animados en la serie de 1994.