domingo, 27 de septiembre de 2009

FRANCISO UMBRAL HABLA SOBRE FRANCISCO IBÁÑEZ

Ahora que está de plena actualidad el artículo de Vicente Molina-Foix oponiéndose al Premio Nacional de la Historieta, queremos echar la vista atrás para recordar las palabras que un escritor mucho más prestigioso que él, Francisco Umbral, dedicó a Mortadelo y Filemón en su sección Los placeres y los días, publicada en El Mundo el 23 de marzo de 1999.


En su columna, Umbral carga las tintas en la politización de los cómics de Francisco Ibáñez durante esa década, un viraje que el literato considera más que positivo para la serie:




La decisión de Ibáñez -meterse en política- es una buena lección para todos los que quieren seguir con el artículo o el chiste costumbrista, gastronómico o regionalista.



Nuestro escritor afirma que nunca se identificó con el humor traumático (de golpes y mamporros) del que hizo gala el dibujante catalán, pero que siempre se sintió seducido por la realización gráfica del autor de Mortadelo:


El humor traumático nunca me ha divertido, ni siquiera en el cine mudo de los grandes, y no sé qué tiene que ver el humor con la rotura de un metatarso con osteoporosis posterior. Por eso no he sido lector de Mortadelo y Filemón, lo confieso, ni siquiera en la infancia o por ahí. Me gusta mucho la creación plástica de Mortadelo y siempre pensé que ese personaje debiera servir para algo más que para robar bocadillos o poner zancadillas.


Efectivamente, de sus palabras se deduce un cierto desconocimiento de la esencia de la serie de Ibáñez (lo de robar bocadillos es más propio-y tampoco- de Carpanta que de Mortadelo). Del mismo modo, parece que don Francisco Umbral también obvió que la inclusión de políticos en las aventuras de Mortadelo y Filemón no pasa de ser una mera anécdota para desencadenar los gags traumáticos (como él dice) de siempre:


Ibáñez, el famoso creador de Mortadelo y Filemón, ha decidido politizar sus cómics porque los golpes de andamio ya no hacen reír a nadie .


Una lectura mínimamente interesada en la obra de Ibáñez, incluso de su "etapa política", rebela que nuestro autor nunca ha renunciado a esos golpes de andamio que, en contra de lo que opina Umbral, sí siguen haciendo reír a millones de lectores en todo el mundo. Tal vez, por deformación profesional, el novelista y articulista quiso buscar en esta última etapa de Ibáñez una profundidad política de la que, no nos engañemos, carece la obra del padre de Mortadelo:


Ibáñez lo ha comprendido también y le ha metido en política, y más bien de izquierdas.Mortadelo tiene algo de funcionario regeneracionista y descontento, de hombre humillado y amordazado por su cuello duro de pasantillo, de intelectual descontento que cualquier día asesinará al jefe haciéndole tomarse toda la goma arábiga, por fascista.






Considerar los cómics de Mortadelo de izquierdas, o de derechas, o de lo que sea, resulta empobrecedor. Y más en esa etapa de la serie en que la furia de Ibáñez hacia la figura de Aznar todavía no se había desatado en todo su esplendor (furia, dicho sea de paso, más personal que ideológica). Con respecto a la consideración del personaje como un regeneracionista y como un intelectual, tampoco parece demasiado acertada. Tal vez Umbral quiso sublimar intelectualmente un gag tan mecánico como los repentinos arranques de insubordinación que todo personaje de Ibáñez ha tenido alguna vez para con sus jefes, lo cual es más una forma de resolver la historieta que una expresión de rebeldía política.




No es que sea la alternativa a Babelia o La Esfera, pero este Mortadelo politizado haría carrera como editorialista. Otros se explican peor y están en nómina de un periódico. Ya saben.


Más acertada es esta última afirmación, pues resulta innegable que, entre veras y burlas, los cómics de Mortadelo y Filemón han editorializado desde hace más de veinte años la vida de nuestro país. Esto es, podemos establecer una breve historia de nuestra política reciente gracias a las sarcásticas pinceladas que el maestro Ibáñez ha trazado en ese disparatado retablo de la realidad social que es su obra.



Es cierto que, si bien Francisco Umbral no ha realizado en su artículo el análisis más certero de la obra de Ibáñez, no deja de ser relevante que un escritor, pensador y articulista de su relevancia dedicara alguna mirada a la figura del máximo exponente del cómic español, de un fenómeno cultural, que, aunque pese a Molina-Foix, ha sabido calar entre el público lector a lo largo de cinco décadas de éxito ininterrumpido.




Aquí tienen el link con el artículo completo. Que lo disfruten:













domingo, 20 de septiembre de 2009

¡A POR EL NIÑO! (1979)

El álbum ¡A por el niño! se publicó en 1979 por entregas en la revista Mortadelo, concretamente en los números comprendidos entre el 439 y el 446. Se trata de la primera historieta larga cuyas planchas están divididas en cuatro tiras y no en cinco, otorgándole así al cómic un aire más moderno (los turborrenovadores ochenta llamaban a la puerta) y un mayor detalle en el dibujo. Observamos que Ibáñez empezaba a centrarse en temas de actualidad, como fue el Año Internacional del Niño, mencionado un par de veces en el álbum. No obstante, en esta época el motivo de la actualidad parece más una inspiración lejana que el leiv motiv del álbum, de modo que nos encontramos con una historieta que podemos catalogar de clásica, ateniéndonos al desarrollo atemporal de su trama.

Como ya ocurrió en El transformador metabólico, del mismo año, ¡A por el niño! consta de seis episodios de seis páginas seguidos de un último apartado de ocho. El primer episodio se abre con una introducción en la que los secuaces de Roco el “Bestiajo” intentan secuestrar a uno de los alumnos de la escuela “El Cerebelo”. Una primera viñeta bastante elaborada nos sitúa espacialmente el colegio, con un dibujo más detallado de lo habitual cuando se trata de edificios. Rompetechos hará su pequeño “cameo” al presentarse como candidato para las elecciones. Dada su “visión de futuro”, puede que nuestro entrañable cegato se haya visto seducido por el éxito de su pariente tirano “Rompetechen” (El sulfato atómico, 1969)y se decidiera a dar el paso a la esfera política.


Hay que señalar que estas dos primeras páginas presentan un entintado más cuidado que el resto del álbum, de manera que tan solo el cansino color amarillo que puebla las páginas de Bruguera durante esta época (¿saldría más económico?) desluce el resultado final. Como era de prever, el Súper manda a Mortadelo y Filemón a la citada escuela para proteger a los inocentes infantes. Durante la explicación de la misión, presenciamos alguna sarcástica alusión a la riqueza de los intermediarios de cómic (algo que ya veíamos en Misión de perros- 1976) y comprobamos que Mortadelo nunca pasó del segundo curso de la antigua EGB.





El recibimiento que tendrán nuestros agentes será tan accidentado por culpa de los niñitos como lo fue en la guardería que visitaron en A la caza del cuadro (1971) o como lo será en el colegio de El jurado popular (1995), así como en la casa de acogida de La rehabilitación esa (2000). Por otra parte, la actitud de los niños terribles, remedos de aquellos que habitaban ya la 13, Rue del Percebe, recuerda a la del futuro álbum Los sobrinetes (1988). La escuela “El Cerebelo” posee unos criterios didácticos abiertos que permite a los niños desarrollar su propia vocación; vocación que en este caso parece coincidir totalmente con la de sus padres, por lo que veremos las consecuencias de lidiar con los hijos de un banquero, de un carpintero, de un director de zoológico o de un funcionario (Ibáñez, por supuesto, aprovechará para lanzar sus dardos contra este gremio). La intervención de Libertito Mecha, hijo del fabricante de explosivos, culmina este episodio de una forma bastante abierta.

Tanto es así que será la doble firma de Ibáñez la que nos permita saber que los dos primeros capítulos fueron publicados en entregas diferentes. En esta segunda parte, el Súper se persona en la escuela para ver si sus agentes cumplen bien sus instrucciones, pero una serie de equívocos y descalabros darán pie a situaciones divertidas en las que se veja al personal del centro. También conocemos ahora el objetivo de los secuestradores: Alfonsito Dividendo, hijo del director del Banco Dividendo. Por error, los villanos secuestran a Libertito Mecha, quien logra ponerse a salvo, no sin antes destrozar el auto del jefe de la banda, para hacer después lo propio con el del Súper, haciendo una locuaz explicación de lo sucedido. Nótese la ineficacia de nuestros agentes, cuya mera presencia no impide el secuestro de uno de los alumnos del colegio, aunque fuera por error.




En el tercer capítulo, Roco, disfrazado de señora, matricula a su “hijito”, Margarito Azuceno, que no es otro que un enano “reconvertido” en niño. Se trata de Raf, el “Enano”. No es la primera vez que Ibáñez utiliza el nombre de su compañero de Bruguera para caracterizar a los malhechores. Ya lo hizo con Raf, el “Gorgojo” durante la época de Agencia de Información, así como en ¡Operación bomba!(1972), donde el enemigo se llama Raf , el “Espiazador”. La comicidad del episodio reside en el contraste entre el aspecto infantil del personaje y sus maneras decididamente groseras, con un vocabulario tan plagado de tacos como el que tendrá Mac el “Antropoíde” en La rehabilitación esa. En este capítulo presenciamos también un error referido al hijo del campeón mundial de kárate, que pasa de llamarse Ursulino a Humbertito. El tramo acaba con otro coche de los “malos” destrozado nuevamente por la acción indirecta de Libertito Mecha.

La estrella del cuarto episodio será Carburito, quien con su afición a poner motor incluso a las judías verdes, anticipa el nacimiento del inminente Tete Cohete, el último personaje de Ibáñez para Editorial Bruguera. Se trata de un apartado dinámico y ágil, con situaciones muy cómicas, como la actuación de la directora en paños menores, y con un Roco más pragmático que nunca, que decide personarse en el colegio para raptar al menor sin contemplaciones. Afortunadamente, no concibe su objetivo y su visita se salda con un nuevo modelo de coche chafado. Especialmente memorable es la escena en que tanto él como Filemón salen despedidos por la ventana agarrados de un aspirador.



El hijo del director del zoo será el eje del quinto episodio, al llevar al colegio un buitre que causa los mismos efectos distorsionadores de la rutina que los animales que el Botones Sacarino solía llevar antaño a su redacción. Destacan las confusiones que provoca el animal, así como sus sarcásticos comentarios, en otro episodio saldado con un nuevo coche de Roco destrozado. Curiosamente, la firma de Ibáñez aparece dentro de un rectángulo, pinchada en la pared con una chincheta, rasgo más propio de las portadas que del interior de una historieta.

Apenas hay transición entre este episodio y el siguiente, pues la acción es inmediatamente posterior, recurso muy utilizado en el álbum, lo cual agiliza y otorga fluidez a la lectura. Será ahora Libertito Mecha quien amenizará el capítulo con sus mil y una bombas, así como con sus sarcásticos comentarios, con los que Ibáñez se burla de las contemplaciones de la moderna pedagogía. La implacable protección paterna hacia el chico también se presta a interpretaciones irónicas, lo cual se traduce en bofetadas por doquier al pobre Filemón.

En el último tramo, toda la banda de Roco, el “Bestiajo” se introduce en el colegio. Como suele ocurrir en los finales de las aventuras de Ibáñez, los villanos serán puestos fuera de juego involuntariamente uno a uno, por los “inocentes” escolares y sus aficiones. Será Roco quien irrumpa en el aula y secuestre a Alfonsito Dividendo, desencadenando así una delirante persecución en el triciclo de la directora, escena que servirá de base gráfica para la portada del álbum. Sin embargo, el padre de Alfonsito está en la ruina (aparecen algunas alusiones a la realidad nacional e internacional, como la del Ayatollah) y el niño es puesto en libertad. Tras ser vapuleado por sus secuaces, Roco, el “Bestiajo” es atrapado casualmente por Mortadelo y Filemón. En esta ocasión, nuestros agentes, en lugar de llevarlo a la TIA, lo entregan directamente a comisaría, desde donde se inicia una persecución por parte del desesperado secuestrador, debida a un comentario de Mortadelo.

En general, podemos decir que a Ibáñez le sentó bien ampliar el número de páginas por episodio, lo cual le permitió romper con un esquema (11 capítulos de 4 páginas cada uno) que empezaba a resultar repetitivo. La historieta resulta más ágil y cohesionada que otras, tanto por el hecho de que algunos de sus capítulos no se cierran completamente como por la inolvidable galería de secundarios (los niños, el personal de la escuela, la banda de malhechores) que eclipsan en ocasiones a unos Mortadelo y Filemón que no gozan del mismo protagonismo que en otras entregas de la serie, lo cual no impide que hablemos de uno de los grandes álbumes de la pareja, anticipo de muchas pequeñas joyas que habrán de venir en los primeros años ochenta.

viernes, 11 de septiembre de 2009

FRANQUIN E IBÁÑEZ O EL MAESTRO DEL MAESTRO (Parte VI y última)


En 2007, aproximadamente, el estudioso de cómic y especialista en la obra de Ibáñez Miguel Fernández Soto convocó a algunos miembros del Foro de la TIA para escribir una serie de artículos sobre la obra de Francisco Ibáñez, que, unidos, dieran una visión de conjunto de la misma. Todo ello con el objeto de publicar un volumen de cara al 50 aniversario de los personajes. Desgraciadamente, el proyecto no se concretó. Es por ello que paso a desempolvar, un par de años después, el artículo que escribí para la ocasión, centrado en la marcada influencia que André Franquin dejó en Ibáñez. Las viñetas que se aportan pertenecen a sus respectivos autores y /o editores y tienen como objeto ilustrar el artículo. Gracias a ellas, conoceremos algo más de la siempre interesante obra de nuestro autor más popular: nuestro admirado Franscisco Ibáñez. Excepcionalmente, dada la extensión del mismo y los ejemplos gráficos que se aportan, lo presentaremos fragmentado en distintas entradas que serán, esta vez, de carácter diario a lo largo de la semana. Que lo disfruten.


Algunos de los datos más conocidos de los aportados aquí han generado en ciertos sectores un rechazo a la obra de Francisco Ibáñez, achacándole falta de originalidad y aduciendo que está basada en la utilización de ideas de otros autores. Nada más lejos de la realidad. Esta postura se ha visto mantenida por el chauvinismo francés y por no pocos críticos españoles, pero lo cierto es que si unimos en un solo tomo las influencias franquinianas de Ibáñez, el resultado no llegaría cien páginas. Algo que puede parecer mucho, pero no lo es para un autor que llegó a producir veintidós planchas semanales durante un largo periodo de tiempo (esto es, si las matemáticas no engañan, si mantenemos ese ritmo como medida estándar, Ibáñez supera las cien páginas cada mes y medio).




Por otra parte, hay que recordar la política editorial de Bruguera, basada en la utilización de conceptos extranjeros. Así, personajes tan conocidos como Zipi y Zape (Escobar), El Doctor Cataplasma (Martz- Schmidt) ,Gordito Relleno (Peñarroya) o La Panda (Segura) tienen homólogos extranjeros que se pueden identificar con más o menos facilidad. Incluso algunos de los miembros del Bruguera Equip que realizaban historietas apócrifas de los personajes de Ibáñez se inspiraron en Franquin. El ejemplo más claro en Ramón María Casanyes, que incluso llegó a realizar historietas con el mismo argumento que el belga, como “Protección accidentada”, deudora de la aventura de Spirou Un bebé en Champignac (1968).




Sin embargo, a ninguno de estos autores se le criminaliza por su “inspiración” como se ha hecho con Ibáñez. El motivo es que tanto los personajes de Ibáñez como los referentes extranjeros en que se basaron han traspasado la frontera del tiempo y forman parte activa de la vida de nuevas generaciones que, apoyadas en la tecnología, pueden establecer fácilmente relaciones entre obras. Probablemente, si a nuestras manos llegaran antiguas series bruguerianas de autores de segunda o tercera fila con un atractivo suficiente como para incitar al estudio y análisis de su obra, encontraríamos otras tantas referencias, consustanciales tanto a la forma de trabajar de Bruguera como a la propia creación artística.


Francisco Ibáñez confiesa[1] que en la época en que hacía más de veinte páginas semanales para entregar un miércoles, muchos martes por la noche recurría, para cubrir el expediente, a materiales de Uderzo, Peyó o Franquin que le proveía la misma editorial a tales efectos. Es decir, a Bruguera le importaba que se produjeran páginas, al margen de la originalidad de las mismas. El intento de salida al mercado europeo revitalizó la presión editorial en este sentido. Incluso Manuel Vázquez, paradigma de la originalidad creativa y uno de los más críticos con las imposiciones artísticas de Bruguera (especialmente a la hora de decir a quién había que imitar), recurrió en esta época al material de Berck, autor del semanario Tintín, con el objeto de cumplir con las expectativas impuestas.


Ibáñez, a pesar de su éxito rotundo, nunca ha pecado de fatuo. Si no fuera por el indudable impacto de su obra en la sociedad (algo que sus detractores jamás le perdonarán), nuestro autor hubiera pasado de puntillas, restándole importancia a su propio trabajo y calificándose siempre como un mero discípulo de otros grandes autores, nacionales y extranjeros. Ibáñez no se siente artista porque las circunstancias editoriales no se lo permitieron, porque su arte y el de sus compañeros fue tratado como mercancía y como mercancía lo vieron ellos. Basarse momentáneamente en otro autor no tenía para los dibujantes y guionistas bruguerianos más trascendencia que utilizar un patrón para la fabricación de piezas en serie, para salvar el trabajo de la semana. Mucha menos importancia si ese mismo autor ha producido una cantidad de material humorístico en un año equiparable a media vida de trabajo creativo de dibujantes foráneos.







Otro punto a favor de Ibáñez es la capacidad de desarrollar un estilo propio partiendo de sus fuentes.
Nuestro autor consiguió desasirse de Franquin en su serie El botones Sacarino, como demuestra la etapa más brillante de la serie (a partir de 1967), en la que las caídas, batacazos y jocosos malentendidos son una constante personal. Lo mismo podemos decir de las historietas largas de Mortadelo y Filemón. No cabe duda de que gran parte del éxito de la carrera de Ibáñez se ha cimentado sobre estos álbumes. Pues bien, atendiendo a su análisis, podemos comprobar que sólo dos de las más de ciento cincuenta aventuras largas de la pareja tienen una influencia franquiniana directa y, en muchos aspectos, dicha influencia es más anecdótica que relevante. ¿Puede decirse, pues, que el éxito de este autor está basado en la copia a otra persona? Antes bien, es Ibáñez el que, partiendo de influencias ajenas, ha creado un estilo que ha sentado la cátedra y que ha influido a autores como Enrich, Pineda Bono, Rovira, Casanyes, March, Ramis y Cera, amén de una larga lista de dibujantes y guionistas españoles y extranjeros, conocidos o anónimos.

Y es precisamente llegados a este punto cuando vemos que a quien estos autores han imitado (en mayor o menor medida, tanto en dibujo como en guion) no es a Franquin, sino a Ibáñez, como estilo artístico propio y diferenciado. El hecho de que la obra de los dos dibujantes analizados sea fácilmente identificable con un solo golpe de vista y esencialmente distinta tras una lectura posterior, nos indica que estamos ante dos personalidades creadoras distintas, diferentes, con sello propio. Dicho esto, no hay que olvidar que hay quienes, amparándose en el concepto decimonónico de la originalidad romántica (que sustituye siglos de imitatio clásica por el “genio creador”), utilizan este argumento una y otra vez para desacreditar la carrera de nuestro dibujante más popular, demostrando con ello no solamente su ignorancia con respecto a las circunstancias editoriales de la industria del tebeo español sino también en relación a los principios más elementales de la creación artística.







[1]Guiral, Antoni, Los tebeos de nuestra infancia, Barcelona, Ed. El Jueves, 2007.











jueves, 10 de septiembre de 2009

FRANQUIN E IBÁÑEZ O EL MAESTRO DEL MAESTRO (V)

En 2007, aproximadamente, el estudioso de cómic y especialista en la obra de Ibáñez Miguel Fernández Soto convocó a algunos miembros del Foro de la TIA para escribir una serie de artículos sobre la obra de Francisco Ibáñez, que, unidos, dieran una visión de conjunto de la misma. Todo ello con el objeto de publicar un volumen de cara al 50 aniversario de los personajes. Desgraciadamente, el proyecto no se concretó. Es por ello que paso a desempolvar, un par de años después, el artículo que escribí para la ocasión, centrado en la marcada influencia que André Franquin dejó en Ibáñez. Las viñetas que se aportan pertenecen a sus respectivos autores y /o editores y tienen como objeto ilustrar el artículo. Gracias a ellas, conoceremos algo más de la siempre interesante obra de nuestro autor más popular: nuestro admirado Franscisco Ibáñez. Excepcionalmente, dada la extensión del mismo y los ejemplos gráficos que se aportan, lo presentaremos fragmentado en distintas entradas que serán, esta vez, de carácter diario a lo largo de la semana. Que lo disfruten.


Algo paralelo sucede con los álbumes de Mortadelo y Filemón en particular y con la obra de Ibáñez en general. Las famosas viñetas iniciales de Safari callejero (1970), similares a las de la plancha 472 de Gastón son tan conocidas como poco relevantes, pues el desarrollo de esta historieta y de las que habrán de venir a continuación es netamente ibañezco. A modo testimonial, encontramos algunos paralelismos más a lo largo de la década de los setenta. Uno de ellos lo hallamos en la portada de la edición en tapa dura de El caso del Bacalao (1970), donde vemos un cocodrilo que por su forma y movimiento parece sacado de una conocida ilustración de Franquin; ilustración que debió de servir también de modelo para otro conocido dibujo de Pepe Gotera y Otilio en el que el más glotón de los chapuzas intenta emparedar a un cocodrilo.



Otro ejemplo lo tenemos en el mítico Magín el Mago, protagonista de la historia homónima de 1971, sigue teniendo algo del doctor Kilikil y de Zorglub. Del mismo año, un poco anterior, es La caja de los diez cerrojos (1971), donde vemos el gag de los hipopótamos-piedra de La mina y el gorila, de Spirou tal y como señalamos en este mismo blog [1]. En El elixir de la vida (1973) encontramos una impagable secuencia en la que el Súper se ve afectado por el invento que da nombre al álbum, secuencia que está basada en la plancha 444 de Gastón el Gafe, esta vez con Fantasio como afectado. Por otra parte, la escena de los nativos en canoa con la que se abre Los invasores (1974) supone una adaptación ibañezca del inicio de Tembo Tabú (1960), aventura de Spirou y Fantasio. Los invasores, como señala Mortadelón en su blog[2], toma también un gag con una sombrilla de una tira de Gastón el Gafe. Del mismo personaje se toman los aviones de la página tercer episodio de Los cacharros majaretas (1974). Ejemplos de todo ello los pueden ver en el Foro de la TIA [3], donde ya fueron publicados por otros estudiosos. Más sutil es la semejanza entre la tira 324 de Gastón y la escena de Los gamberros (1978) en que descubrimos el nombre de la oronda secretaria del Súper, con dibujo en la madera y chasco sentimental incluido.

Si en los ya avanzada década de los setenta la influencia de Franquin apenas se deja ver, en los ochenta será más escasa. No obstante, sí podemos encontrar algunas semejanzas entre la historia corta de Mortadelo y FilemónHacer un extraordinario…¡Jo, menudo calvario!” (que conmemora el 25º aniversario de los personajes) y la de Spirou, Fantasio y Gastón Bravo le brothers (1966). Así, en ambas encontramos bromas recurrentes sobre la vida y el personal de la editorial, creación de ambientes similares, e incluso un par de chistes semejantes. Estos elementos comunes, meramente anecdóticos a estas alturas de la producción de Ibáñez se han examinado anteriormente en nuestro blog.[4]. Dentro de los ochenta, tampoco podemos olvidar el parecido entre el jersey de Tato, de Chicha, Tato y Clodoveo, y el de Gastón el Gafe.

En los noventa la influencia es aún menor y sólo en otro álbum especial, Su vida privada (1998), conmemorativo del cuadragésimo aniversario de los personajes de Ibáñez encontramos tanto un gag similar a la tira 710 de Gastón (con tiro al plato y tocadiscos incluido) como un disfraz de marciano de Mortadelo (pág. 28) que recuerda bastante a los dibujados por el autor belga, por ejemplo, en la tira 749. No obstante, no hay que descartar el hecho de que la firma “animada” que Ibáñez muestra a mediados de los noventa venga de un recurso similar que desarrolló Franquin cuando ya estaba avanzada su serie de Gastón, en la que la firma del autor aparecía siempre aludiendo a algún elemento de la historia.

[1]http://mortadeloyalgomas.blogspot.com/2008/09/la-caja-de-los-diez-cerrojos-1971.html

[2]http://mortadelon.blogspot.com/2009/01/parecidos-razonables-xxi-los-invasores.html

[3]http://www.elforo.de/latiacomforo/viewtopic.php?t=2407&start=0
[4] http://mortadeloyalgomas.blogspot.com/2007/12/hacer-un-extraordinariojo-menudo.html

Y mañana, la conclusión.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

FRANQUIN E IBÁÑEZ O EL MAESTRO DEL MAESTRO (IV)

En 2007, aproximadamente, el estudioso de cómic y especialista en la obra de Ibáñez Miguel Fernández Soto convocó a algunos miembros del Foro de la TIA para escribir una serie de artículos sobre la obra de Francisco Ibáñez, que, unidos, dieran una visión de conjunto de la misma. Todo ello con el objeto de publicar un volumen de cara al 50 aniversario de los personajes. Desgraciadamente, el proyecto no se concretó. Es por ello que paso a desempolvar, un par de años después, el artículo que escribí para la ocasión, centrado en la marcada influencia que André Franquin dejó en Ibáñez. Las viñetas que se aportan pertenecen a sus respectivos autores y /o editores y tienen como objeto ilustrar el artículo. Gracias a ellas, conoceremos algo más de la siempre interesante obra de nuestro autor más popular: nuestro admirado Franscisco Ibáñez. Excepcionalmente, dada la extensión del mismo y los ejemplos gráficos que se aportan, lo presentaremos fragmentado en distintas entradas que serán, esta vez, de carácter diario a lo largo de la semana. Que lo disfruten.


Si bien la presencia de Franquin en El sulfato atómico y Valor...¡Y al toro! está lejos ya del calco que se aprecia en Sacarino y en algunas historietas cortas de Mortadelo y Filemón, el nacimiento de la revista Mortadelo en octubre de 1970 marcará la vuelta de Ibáñez a la inspiración directa en Franquin, una de las menos comentadas. Jordi Bayona sugiere el formato de las portadas de la nueva publicación, del que nos interesa en este momento la estructuración de una breve anécdota dividida en varias viñetas de desigual corte, dando lugar a una magistral composición de página. Para desarrollar esta ligera anécdota, el formato de las tiras de Gastón parece idóneo, pues en cuatro o cinco viñetas presenta un gag completo.





Dentro de las portadas de la revista Mortadelo basadas en la obra de Franquin podemos distinguir dos grupos. El primero de ellos lo compondrían aquellas portadas cuyo dibujo y guion se basa casi textualmente en el foráneo. Así, a las planchas de Gastón 368 o 521 (por poner solo un par de ejemplos) les corresponden, respectivamente, las portadas número 23 y 9 de la flamante revista brugueriana.






Por otra parte, encontramos portadas que, si bien son genuinamente de Ibáñez, parten de una inspiración gráfica franquiniana. El autor español siempre ha jugado con el impacto visual como una de las bazas clave de su obra, especialmente en las ilustraciones. En este caso, tomó el modelo de Franquin para articular una serie de gags que parecen tener como excusa la muestra de ese elemento concreto que realzará visualmente el dibujo. Así pues, encontramos una serie de páginas de Gastón cuya visión probablemente disparó la imaginación de Ibáñez y las relacionaremos con las respectivas portadas de la revista Mortadelo. A modo de ejemplo, diremos que hay similitudes entre las tiras de Gastón 420, 421, 423, 437 y 451 y las portadas de Mortadelo número 6, 12, 18, 41 y 3, entre otras.





















También las historietas de Spirou sirvieron de base gráfica a estas magníficas portadas: el portaviones de M.68 está sacado de la aventura El retorno de Z (1960). Poco a poco, las huellas de Franquin en las portadas de Mortadelo irán desapareciendo, a medida que se va bajando el nivel de exigencia editorial en la realización de las mismas.




A la hora de valorar este aspecto de la producción de Ibáñez, hay que recordar que nuestro autor realizó más de mil portadas de la revista Mortadelo, sin contar las de Super Mortadelo, Mortadelo Especial, Mortadelo Gigante, Mortadelo Extra, amén de muchas del resto de revistas de Bruguera: Tio Vivo, Pulgarcito, Gran Pulgarcito, Din Dan, DDT... A esto hay que sumarle las portadas de sus más de ciento setenta álbumes, algunos de los cuales se han publicado hasta en seis colecciones distintas. Esto nos lleva a afirmar que Francisco Ibáñez ha sido y es, posiblemente, el autor que más portadas ha realizado no ya de España, sino del cómic europeo (y uno de los más prolíficos a nivel mundial). Es por ello que la influencia de Franquin en su labor como portadista, en alrededor de 30 páginas (y en muchas de ellas de forma muy sutil e indirecta), no deja de ser, porcentualmente, una minoría anecdótica que no resta mérito a nuestro dibujante autóctono.

Mañana, más.

martes, 8 de septiembre de 2009

FRANQUIN E IBÁÑEZ O EL MAESTRO DEL MAESTRO (III)

En 2007, aproximadamente, el estudioso de cómic y especialista en la obra de Ibáñez Miguel Fernández Soto convocó a algunos miembros del Foro de la TIA para escribir una serie de artículos sobre la obra de Francisco Ibáñez, que, unidos, dieran una visión de conjunto de la misma. Todo ello con el objeto de publicar un volumen de cara al 50 aniversario de los personajes. Desgraciadamente, el proyecto no se concretó. Es por ello que paso a desempolvar, un par de años después, el artículo que escribí para la ocasión, centrado en la marcada influencia que André Franquin dejó en Ibáñez. Las viñetas que se aportan pertenecen a sus respectivos autores y /o editores y tienen como objeto ilustrar el artículo. Gracias a ellas, conoceremos algo más de la siempre interesante obra de nuestro autor más popular: nuestro admirado Franscisco Ibáñez. Excepcionalmente, dada la extensión del mismo y los ejemplos gráficos que se aportan, lo presentaremos fragmentado en distintas entradas que serán, esta vez, de carácter diario a lo largo de la semana. Que lo disfruten.

Decisiva será también la influencia de Franquin a la hora de elaborar las primeras aventuras largas de los personajes. En esta ocasión, volvemos a encontrar un decidido y descarado intento de Bruguera, con Rafael González como cabeza indiscutible (al menos artísticamente), de copiar la fórmula franco-belga de álbumes de 44 páginas. Se pide a los autores que emulen a sus homólogos extranjeros, con un dibujo más detallado e historias más consistentes. Como no podía ser de otra forma ya en 1969, Mortadelo y Filemón serán el buque insignia de este experimento que verá la luz en las páginas de Gran Pulgarcito. Su primera historieta larga, El sulfato atómico, será imprescindible para la puesta al día de los personajes, ahora reconvertidos en agentes de la TIA. Entre los referentes que adopta Ibáñez para abordar este nuevo reto profesional (como Peyó), destaca nuevamente André Franquin. Las viñetas similares de ambos autores en esta historieta y en Valor....¡Y al toro! (1970) son tan conocidos que no pretendemos incluir una documentación gráfica de las mismas; únicamente de algunas imágenes, a modo ilustrativo. Para los interesados en la comparación gráfica, ya la hicieron antes y mejor que nosotros en El blog de Mortadelón, en su sección de "parecidos razonables"[1] y en el Foro de la TIA [2].






No sabemos si la adopción de este modelo concreto fue también imposición editorial o fruto de la preferencia de Ibáñez, pero hay que destacar que ya en 1968- un año antes de este álbum- Ibáñez señala a Franquin como uno de sus dibujantes extranjeros favoritos, a la vez que solicita más espacio para dar a sus historias cuerpo y calidad[3]. El argumento de El sulfato atómico, a pesar de ser pasmosamente simple, deja entrever una notable capacidad por parte del autor a la hora de hilvanar historias más complejas, un dominio absoluto del ritmo y la narrativa, así como una contención de las propia tendencia hacia el humor esperpéntico, sustituido aquí por una dosificada hilaridad subordinada a un argumento central.






Desde el punto de vista gráfico la influencia es mayor. Así, los nuevos protagonistas de la serie tendrán una profunda raigambre franquiniana: el Súper se asemeja en sus gestos al alcalde de Champignac, mientras que el Profesor Bacterio parece derivar del personaje de Zwart, en la aventura de Spirou La mina y el gorila (1956). Por otra parte, uno de los generales de Bruteztrausen se basa claramente en un personaje aparecido en El viajero del mesozoico (1957), otro álbum de Spirou. Pero será la aventura QRN en Bretzellburg la señalada como principal fuente de El sulfato atómico. El argumento plantea como punto en común la entrada a un país de régimen totalitario. Gráficamente, vemos que de ella surge el inolvidable autobús “El avión” en el que los agentes de la TIA llegan a Tirania. También vehículos, motocicletas y militares varios parecen sacados de esta aventura realizada por Franquin. Más sutiles, pero fácilmente identificables, son las semejanzas entre las posturas y movimientos de los personajes de ambos autores. Sirva como prueba el choque de Spirou y Fantasio con un guardia en la página cinco y el de Mortadelo y Filemón con un pintor en la página 20 (para los amantes de los detalles, observen que nuestros agentes chocan tras doblar una esquina muy parecida a la que Spirou y Fantasio doblan tras su encontronazo con el guardia).













Aunque se publicó en cuarto lugar, el estilo de la otra gran epopeya de Mortadelo y Filemón, Valor…¡y al Toro !(1970), muestra que fue realizada inmediatamente después de la primera. Nuevamente Franquin la impregna por completo desde el punto de vista gráfico: desde la entrada “triunfal” de Filemón hasta el final del álbum encontramos el espíritu del maestro belga. El malvado profesor de la banda del Rata parece un cruce entre Kilikil y Zorglug, dos villanos del universo de Spirou y Fantasio.































Pero también los secundarios llevan la impronta de Franquin: así, la marquesa que viaja a bordo del “Ile du Soria” no es otra que la señorita Jiménez, secretaria de De Mesmaeker en la serie Gastón el Gafe, mientras que el conserje del hotel en el que se hospedan Mortadelo, Filemón y el toro adopta los ademanes del mismo De Mesmaeker al andar. A esto hay que sumarle la huella de Franquin en el trazo de los hoteles, edificios, cabinas telefónicas, etc. Aventuras de Spirou y Fantasio como La mina y el gorila, Z como Zorglug, El viajero del mesozoico, El retorno de Z, o Las reducciones, así como los exteriores de Gastón el Gafe estarán detrás de este mobiliario urbano.







A pesar de que se ha criticado mucho a Ibáñez por su deuda con Franquin en estos dos álbumes, lo cierto es que el autor español supo crear dos obras independientes, de gran calidad argumental y gráfica, sin desdeñar, por supuesto, la a veces decisiva, a veces anecdótica, impronta de Franquin, lo cual es artísticamente más que legítimo.







[1]http://mortadelon.blogspot.com/search/label/Parecidos%20razonables


[2]http://www.elforo.de/latiacomforo/viewtopic.php?t=2407&start=0

[3] ¿Quién es quién? Francisco Ibáñez, por Jaume Perich. El mundo de la historieta, en DDT, abril de 1968.




El presente artículo continuará mañana...











































lunes, 7 de septiembre de 2009

FRANQUIN E IBÁÑEZ O EL MAESTRO DEL MAESTRO (II)


En 2007, aproximadamente, el estudioso de cómic y especialista en la obra de Ibáñez Miguel Fernández Soto convocó a algunos miembros del Foro de la TIA para escribir una serie de artículos sobre la obra de Francisco Ibáñez, que, unidos, dieran una visión de conjunto de la misma. Todo ello con el objeto de publicar un volumen de cara al 50 aniversario de los personajes. Desgraciadamente, el proyecto no se concretó. Es por ello que paso a desempolvar, un par de años después, el artículo que escribí para la ocasión, centrado en la marcada influencia que André Franquin dejó en Ibáñez. Las viñetas que se aportan pertenecen a sus respectivos autores y /o editores y tienen como objeto ilustrar el artículo. Gracias a ellas, conoceremos algo más de la siempre interesante obra de nuestro autor más popular: nuestro admirado Franscisco Ibáñez. Excepcionalmente, dada la extensión del mismo y los ejemplos gráficos que se aportan, lo presentaremos fragmentado en distintas entradas que serán, esta vez, de carácter diario a lo largo de la semana. Que lo disfruten.

La relación entre Gastón el Gafe y el Botones Sacarino era un secreto a voces que no sorprende a nadie. Menos conocida es, tal vez, la que se establece entre las historietas de Mortadelo y Filemón (antes de llegar a El sulfato atómico) y la serie franco-belga. Así, en la que Miguel Fernández Soto llama “tercera etapa” de la serie estrella de Ibáñez[1] (1963-1965) encontramos una gran cantidad de historietas (tantas o más que en Sacarino) sacadas de Gastón el Gafe. Muy comentado ha sido el viraje que en esta época da la Agencia de Información desde la captura del delincuente hacia la cotidianeidad. La mayoría de las entregas de Mortadelo y Filemón durante estos años se basaban en el enfrentamiento de las personalidades opuestas dentro del ámbito de la agencia. Anécdotas cotidianas que, como se puede ver, entroncan perfectamente con los chascarrillos que André Franquin refleja en Gastón.





De esta manera, y sólo a modo de ejemplo, encontramos multitud de planchas del despistado empleado de Dupois que servirán de plantilla para historietas de la pareja de detectives. Testimonialmente, citamos las siguientes: 205, 214, 217,236, 279, 288, etc. Así, vemos que Filemón adopta el rol de Fantasio (contraparte de Gastón en su primera época), mientras que Mortadelo desempeña el papel de “El Gafe”. De hecho, se puede decir que gran parte de la simpatía del Mortadelo más clásico (alejado ya del serio y gris personaje primitivo de las primeras historietas) es resultado de la asunción de ciertos rasgos de la personalidad de Gastón: perezoso, soñador, holgazán, creativo, inventor de mil y un disparates, candoroso pero pícaro, etc. No obstante, alrededor de 1965, la ampliación a dos páginas de las aventuras de los agentes de información, libera a la serie de sus ataduras foráneas y vuelve a los orígenes de caza y captura del “caco”, terminando de esbozar así la fórmula que consagrará el éxito de la misma, al margen de la influencia extranjera.







Durante gran parte de los sesenta, la vena franquiniana aparece más latente que explícita en Ibáñez, con algunas excepciones puntuales. Así, existe una curiosa historieta de Mortadelo y Filemón de esta década titulada “Sordera” en la que, aunque se mantiene un argumento típicamente brugueriano (un recado que se entiende incorrectamente), presenta un estilo gráfico notablemente inspirado en el autor francés. Esta particularidad ha llevado a que en el blog de Internet El rincón de Mortadelón se haya catalogado esta rareza como “El eslabón perdido[2]. También Miguel Fernández Soto dedica en su blog La osa mayor un tema titulado “Un verano francobelga[3], en el que se percibe la clara influencia de Franquin, allá por el año 1963 en historietas de la Familia Trapisonda y en las genéricas “Relato cruel del asalto…a un banco que era así de alto” y “El primo de Frankestein”. En esta última, además de un científico muy parecido al doctor Kilikil de la aventura de Spirou QRN en Bretzellburg (publicada por entregas desde 1961 y 1963) encontramos unos edificios de fondo sacados de la misma historieta (al tratarse de decorados, bien se podría decir que Ibáñez se basa en Jidéhem y no en Franquin). No obstante, al tratarse de historietas sueltas y viñetas aisladas, no pensamos que se trate de elementos reseñables. Del mismo modo, la adopción del estilo ajeno para las series comerciales Pepsi-Cola presenta a Pepsi-Man y Kinito parece obedecer más a un deseo de presentar un trabajo depurado ante las casas comerciales contratantes que a una expresión de los propios principios artísticos.







[1] Fernández Soto, Miguel, El mundo de Mortadelo y Filemón, Palma de Mallorca, Dolmen, 2005.


Mañana continuaremos con el artículo.