domingo, 26 de junio de 2011

MORTADELO Y FILEMÓN: PROPUESTA DE CLASIFICACIÓN

Proponemos hoy una posible clasificación de las aventuras de Mortadelo y Filemón según el tipo de misiones que tengan que realizar. Evidentemente, dicha clasificación no será ni la única, ni la mejor, simplemente la mía. Es decir, que será un placer leer en sus comentarios aquello con lo que estén o no estén de acuerdo. Al fin y al cabo, toda clasificación es subjetiva, y más cuando en no pocas ocasiones los álbumes incluidos en un apartado bien podrían estar en otro o en otros. Pongamos un ejemplo: Los cacharros majaretas ha sido incluido en el apartado de “Misiones con transportes”, aunque bien podría haberse considerado uno más de “Inventos del Bacterio”.

Sugerimos, pues, la siguiente posibilidad de clasificación de las misiones de Mortadelo y Filemón:

-) Detener a una banda de maleantes. Se incluyen en este apartado Contra el gang del Chicharrón o La banda de los guiris, como claros representantes. Añadimos, además, El caso del bacalao, aunque esta es una historieta sui generis que se resiste a la clasificación. Justificamos su inclusión argumentando el peso que tiene la banda enemiga y la progresiva detención de sus miembros en los últimos capítulos. También Los monstruos y 100 años de cómic presentan la estructura episódica de la captura de sucesivos villanos (recordamos que en el primer caso no se trata de monstruos de verdad). Aunque no se trate de una banda de delincuentes, también en Los que volvieron de allá encontramos la estructura episódica que narra la detención de varios villanos.


 
-) Servicio de protección. Son varias las historietas en que nuestros agentes han de proteger a quienes se les haya encomendando, bien un solo individuo (Los guardaespaldas, Testigo de cargo, El preboste de seguridad, ¡A por el niño!...), bien a un grupo de personas (Los secuestradores, El caso de los señores pequeñitos, Las embajadas chifladas, Maastrich…¡Jesús!, El jurado popular, El trastomóvil, De los 80 p´arriba, El ordenador…¡Qué horror!). En ocasiones, el protegido puede ser un animal, como en La perra de las galaxias (sí, sí, la que Mortadelo debía proteger “como si fuera su madre”) o incluso un monumento , como en La estatua de la libertad. Aunque luego la misión transcurra por otros derroteros, recordamos que el punto de partida de La sirenita era proteger al Bacterio en su viaje a Dinamarca.

-) ¡Al rescate! Relacionado con lo anterior, encontramos las historietas que consisten en liberar prisioneros, como El rescate botarate o ¡Rapto tremendo!, donde han de salvar al mismísimo Ibáñez.

-) Esos animalitos. Otro tipo de misión característica de nuestros agentes consiste en capturar o cuidar de ciertos animalitos encantadores, como ocurre en Safari callejero, Pánico en el zoo, La brigada bichera, Armas con bicho, Animalada o Mascotas. Hay veces en que los distintos episodios recogen distintas razas del mismo animal, como Misión de perros. También incluimos en este apartado Dinosaurios, en la que nuestros agentes se las han de ver en cada capítulo con un animal prehistórico diferente.

-) Medios de transporte. Los vehículos más dispares padecerán a nuestros protagonistas en Los cacharros majaretas, Ladrones de coches o El cochecito leré, con catastróficos resultados.

-) Super villanos. En ocasiones, nuestros agentes encontrarán la horma de su zapato en unos villanos carismáticos que los tendrán en jaque durante 44 páginas. Algunos de ellos tienen propiedades o cualidades extraordinarias, como ocurre en Chapeau “El Esmirriau”, Magín “El Mago”, El elixir de la vida (con su inolvidable Von Nasen), El brujo, El vacilón, El señor Probeta, El señor Todoquisque… Otros serán más vulgares, pero no por ello menos peligrosos, como los que encontramos en Corrupción a magollón o El kamikaze Regúlez. Existe una subdivisión en este apartado donde incluiremos aquellos villanos de los que Mortadelo y Filemón se tienen que hacer “compadres” para ganarse su confianza y poder detenerlos: Objetivo: eliminar al “Rana”, Billy “El Horrendo”, El tirano, El señor de los ladrillos… En cierta ocasión el villano que dio dolores de cabeza a los agentes fue el mismísimo profesor Bacterio, que descubrió su lado más oscuro en El otro “yo” del profesor Bacterio. Aunque apenas haga acto de presencia, Hortensio el “Cataplines” motivará una persecución durante todo un álbum en Clínicas antibirria.


-)Evitar sabotaje. Nuestros hombres deberán cuidar de que no se produzca ningún altercado en eventos y lugares diversos, como los que vemos en Bye, bye, Hong Kong, La vuelta, Fórmula 1, Parque de atracciones, El UVA, Eurobasket 2007 y en todas las aventuras de la subserie de los mundiales de fútbol y de las olimpiadas.

-) Contra los alienígenas. La Tierra está a salvo, pues contamos con Mortadelo y Filemón para derrotar a los alienígenas, como ocurre en Los invasores o Expediente J… También en alguna otra que, por razones que ya explicaremos, hemos incluido en otro apartado.

-) Los pacificadores. Mortadelo y Filemón también se han encargado de garantizar la paz y la democracia en diversas zonas del planeta. Véase cuando lucharon a favor de Percebelandia en Los mercenarios, vigilaron la transición democrática durante La Gomeztroika, lucharon contra la injusticia en La crisis del Golfo y llevaron la paz al este de Europa en Chernobil…¡Qué cuchitril!

-) Asuntos de estado. Pero todo no va a ser ocuparse del extranjero ese y del espacio sideral. Hay graves problemas nacionales que nuestros agentes deben resolver: Los chanchullos que se observan en El SOE, las escuchas a los mandatarios en El pinchazo telefónico, el chantaje al gobierno en Desastre, las protestas de ecologistas en Los verdes, la problemática de los Okupas, las medidas del gobierno para garantizar La rehabilitación esa de los presos, las medidas antitabaco en Prohibido fumar, las irregularidades en torno al Carné al punto, las medidas anti-crisis en Por Isis, llegó la crisis, o los estragos de La gripe U.

- Las terribles oleadas. En ocasiones, el mal endémico del país llega en forma de oleadas de crímenes de distinta calaña, como se observa en aventuras como Soborno, Los gamberros, Contrabando, Los bomberos, Secuestro aéreo, Terroristas, El premio No-Vel, El atasco de influencias, La ruta del Yerbajo, Timazo al canto, Robots bestiajos, El disfraz, cosa falaz, La prensa cardiovascular, Esos kilitos malditos, Llegó el Euro, Los Vikingos, El potaje…¡Qué dopaje!, Gasolina…¡La ruina!... En todos estos álbumes vemos cómo se extienden por la nación oleadas de timos, bombas, secuestros, intercambios de contrabando, tráfico de drogas, enchufes políticos, falsificación de billetes, calumnias en la prensa, trampas deportivas, etc. Estas rachas de crímenes ha llevado a la TIA a crear cuerpos específicos como La gente de Vicente.


 
-) Buscar una serie de objetos. Constituye uno de los esquemas más típicos de Mortadelo y Filemón, especialmente en la década de los 70. Destacan aventuras como La caja de diez cerrojos, A la caza del cuadro, El plano de Ali-Gusa-NO, El caso del calcetín, Operación bomba, Los diamantes de la gran Duquesa o En Alemania.

-) Buscar un objeto único. En otras ocasiones, los agentes han de encontrar no diversos objetos, sino uno solo que, a modo de Mac Guffin , justifique su presencia en un escenario concreto,bien sea Bestiolandia en El antídoto, el contrabando en El circo, el explosivo en Lo que el viento se dejó o El balón catastrófico, que los mantiene durante toda la aventura de un lado para otro. También en Valor…¡Y al toro!, un microfilm lleva a nuestros agentes a uno de sus más afortunados periplos. Del mismo modo, La gallina de los huevos de oro tuvo en jaque a Mortadelo y Filemón durante un álbum entero, hasta que dieron con ella.

-) Inventos robados. Algunas veces el objeto en cuestión es un invento del profesor Bacterio que ha sido robado y utilizado para el mal. Tal es el caso de El sulfato atómico, La elasticina, La máquina de copiar gente, La tergiversicina, Las vacas chaladas o Nuestro antepasado, el mico.

-) Probar una serie de inventos. Por desgracia para Mortadelo y su jefe, no todos los inventos del Bacterio son robados, por lo que son frecuentes las misiones en que ellos deben ser los conejillos de indias. Esto ocurre en Los inventos del profesor Bacterio, Los superpoderes, El huerto siniestro, Va la TIA y se pone al día, Los espantajomanes y El óscar del moro. Aunque no sea el Bacterio el inventor en cuestión, la historieta A las armas sigue el mismo esquema.

-)Probar un único invento. A veces, la trama no exige que sean varios, sino un único invento del Bacterio el que hay que probar, como ocurre en La máquina del cambiazo, La maldita maquinita, El estropicio meteorológico y en Mortadelo de la Mancha, en el que un artefacto del inventor detona una acción que nada tiene que ver con el inicio de la aventura.

-) Viajes en el tiempo. Sí, también relacionados con los inventos del sabio barbudo tenemos tres aventuras en las que los personajes viajan por otras épocas, como son El quinto centenario, Siglo XX…¡Qué progreso! y El dos de mayo. Un planteamiento análogo, aunque esta vez el recorrido por el siglo XX se hace a través de los mitos del cine, plantea ¡Silencio, se rueda!.

-) Viajes por el espacio. Y si nuestros agentes pueden viajar a través del tiempo, ¿por qué no por el espacio? Esto se aprecia en la notable trilogía compuesta por El cacao espacial, La Mier y ¡En la luna!

-) Asuntos internos. Algunas misiones tienen que ver con el funcionamiento interno y organización de la TIA. Destacan en este apartado los intentos del Súper por renovar el personal en Concurso-Oposición, las ambiciones por prosperar en El ascenso, el afán de quedar bien ante organismos internos (El inspector general, ¡Y van 50 tacos!) o externos ( El nuevo “Cate”), la necesidad de lavar la propia imagen gracias a Misión: Triunfo y al film que da pie a El estrellato, los intentos de ahorro en ¡A reciclar se ha dicho!, etc. Destacan también los momentos de tensión en que los agentes se agreden unos a otros , queriendo o sin querer (El transformador metabólico, Kilociclos asesinos, Las tacillas volantes) o desconfían de quien tienen al lado (Hay un traidor en la TIA). Veremos cómo los agentes disponen hasta de un profeta propio que adivina el futuro de los miembros de la TIA (El profeta Jeremías) o cómo se las han de ver con un directivo no demasiado ortodoxo (El racista). Asistimos también a los programas de entrenamiento para desarrollar la solidaridad entre agentes, como se ve en El ángel de la guarda. Y esta solidaridad les hará falta para cuando se tengan que enfrentar a enemigos comunes como en Pesadillaaa… o en Bajo el bramido del trueno, donde la TIA se verá “invadida” por personajes muy particulares. Pero no todo es trabajar, hombre… y también en nuestra organización hay sitio para organizar una fiesta, algo que se aprecia en El gran sarao, una de las misiones más frívolas e intrascendentes jamás encomendadas a nuestros agentes.


-) Al servicio del Súper. Al margen de las misiones realizadas para la organización, en ocasiones Mortadelo y Filemón se ven obligados (habría que ver si tienen la obligación real, por contrato) de atender al Súper en cuestiones que podríamos llamar personales. Véase su lucha por su recuperación en La maldición gitana, las vicisitudes que pasaron para entregar a su cuñado la llave del baño en 20000 leguas de viaje sibilino, sus intentos de lavar su imagen pública, teniendo en contra incluso al director general, en Impeachment. La más dudosa de estas labores fue la colaboración en la carrera política de su superior en El candidato.

-) Esto es algo personal. Son dos las misiones que tocaron directamente la fibra de Mortadelo y Filemón: una, el secuestro de sus parientes en Los sobrinetes; y otra la necesidad de salvar el pellejo en Venganza cincuentona, donde villanos varios se reúnen para eliminarlos de una vez por todas.

-) Historietas sin misión. Pues sí, también las hay. Por ejemplo, Tete cohete, álbum en el que, aunque nuestros agentes sí que han de realizar algún trabajito, ya al final, este apenas es relevante para la trama, que se basa en la inoportuna visita del infante vecino de Mortadelo. Tampoco hay misión propiamente dicha en El ansia de poder, donde cada miembro de la TIA es protagonistas de un episodio para medrar ante el director general. Por razones obvias, tampoco incluye misión alguna Su vida privada, la destacable aventura en la que por fin sabemos qué hacen nuestros agentes después del trabajo, ni El 35 aniversario, historietas que, en un sentido estricto, no tiene como protagonistas a Mortadelo y Filemón, sino al propio Francisco Ibáñez.



Esperamos, amigos, que este intento de clasificación les haya satisfecho aunque sea parcialmente y esperamos sus opiniones al respecto. ¡Seguro que cada uno tiene ideas interesantes que aportar!

Somos todo oídos.

domingo, 19 de junio de 2011

MORTADELO Y FILEMÓN: HISTORIETAS (CORTAS) DE EXPLOSIÓN

Comenzamos hoy un análisis de las historietas cortas de Mortadelo y Filemón en su época dorada, los años setenta. Ante la elección de dedicar una entrada a cada aventurita corta o tratarlas en general, hemos optado por el camino de en medio, siguiendo la clasificación que Miguel Fernández Soto realizó en la que es la mejor obra hasta hoy en cuanto al estudio de Ibáñez se refiere: El mundo de Mortadelo y Filemón. En esta ocasión, hablaremos de las historietas que el investigador de Cartagena agrupó bajo el común denominador de los explosivos, considerados estos como el elemento central de la trama. Estas aventuras completan el mosaico trazado en álbumes como Operación ¡Bomba! (1972), Los bomberos (1979) y Terroristas (1987).

Así pues, centrándonos hoy en las aventuras cortas, destacan historietas como Un chorizo explosivo (Super Pulgarcito, 12), en la que disfrutamos de una entradilla clásica con el aspirador- teléfono, aparato con reminiscencias de la serie de televisión El Superagente 86, y sus elementos paródicos. El clasicismo se observa también en el uso de la delirante entrada secreta: un semáforo. La trama se desarrolla en torno al “despiste” de Mortadelo, que se merienda sin querer un chorizo explosivo (destinado originalmente a la embajada de Chivolandia), oculto entre el pan de un bocadillo.

Filemón será entonces el encargado de proteger a su subordinado si no quiere que la ciudad entera vuele por los aires, lo cual lleva al sufrido jefe a recibir “altruistamente” los golpes originalmente dirigidos hacia su subordinado. Este esquema argumental será recordado en historietas como Misión de perros (1976) y El racista (1992). Sin embargo, el calco más exacto de esta historieta lo veremos en el primer episodio de Armas con bicho (1988), con una situación análoga a la expuesta.



Es cierto que si le hubieran advertido a Mortadelo desde el principio el peligro que corría, este no se hubiera arriesgado a ciertas situaciones, pero esto nos habría privado de algunos gags geniales que muestran el sacrificio de Filemón. Algunos de los chistes son verdaderamente reseñables, como el del individuo igual a Mortadelo al que Filemón salva (en principio) por accidente, y otro de tintes más surrealistas en el que Filemón hace un quiebro en el aire durante su caída desde el cielo para evitar caer sobre su ayudante. Finalmente, Mortadelo aclara que no se ha comido el chorizo, que saca del lugar donde lo había dejado, provocando una explosión. Explosión inexplicable porque no ha sufrido ninguna sacudida que la detone.

El capítulo es, como decimos, un compendio de buenos chistes y contiene algún hallazgo interesante, como la metáfora visual que nos permite ver las alas en los pies de Filemón quien, como un moderno Hermes, corre a evitar la desgracia.


                                             

Al igual que la anteriormente reseñada, nuestra siguiente historieta “explosiva” también tiene ocho páginas. Se trata de ¡Misión peligrosa! (Super Pulgarcito, nº 15, 1972), una auténtica joya que ofrece muchos de los elementos que hicieron triunfar a la serie. No obstante, parece como si a Ibáñez le hubiera costado más cumplir con el encargo del número especial y hubiera puesto las primeras cuatro páginas “de relleno”, en el sentido de que no es hasta la mitad de la historieta que empieza realmente la misión. Sin embargo, estas primeras páginas de prólogo no tienen desperdicio: el teléfono secreto instalado en la base lunar; su intento de huida en avión, inverosímilmente previsto por la TIA; su desembarco forzoso; la captura de Bestiájez… Una vez en la TIA, se riza el rizo con una nueva escapada que pondrá de manifiesto la estupidez de nuestros agentes, así como su cobardía.

La misión peligrosa consiste concretamente en buscar un explosivo oculto en el club El polo norte, cuyo nombre sugiere una confusión similar a la del bar “La luna” de La caja de 10 cerrojos (1971). Al igual que en dicho episodio, los agentes intentan entrar al punto clave simulando ser lo que no son. En este caso, Mortadelo dice traer el bombo para la orquesta…en un local donde ya usan tocadiscos. Este gag recuerda al futuro chiste de La estatua de la libertad (1984), donde nuestro agente sube al barco alegando que ha de zurcir la vela mayor…en un barco con motores diesel.

El episodio contiene gags absurdos y memorables, como el de la “salida de incendios” o el del elefante sobre el toldo, realmente delirantes. Su estupidez y ausencia de discreción llevará a que el camarero sospeche de ellos. Sin embargo, la suerte está de parte de los protagonistas y eliminan, eso sí, sin querer, a los dos villanos, en una historieta en la que se consigue crear una hilaridad en torno a los tópicos del espionaje superior a la habitual. No hace falta decir que la cosa acaba, claro, en explosión.

Apenas dos números después Ibáñez vuelve a tocar el tema de los explosivos en la misma revista, con la historieta Un explosivo en furgoneta (Super Pulgarcito, nº 17). El arranque de esta aventura es brillante, con un Súper que va personalmente a avisar a los agentes de su misión y el robo de una pantalla de comunicaciones. Vicente informa a sus hombres de la misión: han de ir al cuartel general y recoger un paquetito con un potente explosivo, que habrán de lanzar por el barranco de Despeñagallinas (trasunto de Despeñaperros). El tamaño (gigante) del “paquetito” lleva a los agentes a buscar una furgoneta para transportarlo. Antes de dar con la adecuada, son capaces de intentar robar una furgoneta… con el dueño dentro durmiendo la siesta, y otra que resulta ser la de la perrera. Ambos gags aparecen años después en Timazo al canto (1994), cambiando a los perros por un gorila.

Una vez encontrado el vehículo apropiado, el problema será ponerlo en marcha, lo cual permitirá a Mortadelo mostrar una vez más su ineptitud, así como su galería de disfraces, entre los que destaca, por inusual, el de bisonte. Algunos de los mejores gags vienen de la mano de los secundarios, como los dueños de una casa y los de una cochera donde nuestros personajes estrellan la furgoneta. Finalmente, consiguen tirar el artefacto por el barranco (sin quedarse ellos arriba) y comprueban, al regresar a la TIA, que se habían confundido de paquete y que lo que se han cargado es un costosísimo ordenador. Por último, la “providencial” aparición de Mortadelo cargándose un mosquito a martillazos (lo cual dice mucho de él) hace explotar el auténtico explosivo, en un final que recuerda al de Los espantajomanes (1990).

Desde el punto de vista gráfico destaca la composición de las viñetas 14 y 15 de la primera página, correspondientes a la explicación del Súper, y la perspectiva de tres cuartos de lado de Mortadelo de la viñeta dos, por inusual. Son pocas las escenas en que se ve la furgoneta entera, por cuestiones de espacio, ya que Ibáñez prefiere seguir haciendo viñetas pequeñas que permitan que la historia fluya. Destaca nuevamente otra metáfora visual: la del brazo muerto de Mortadelo, de gran originalidad.

La siguiente historieta será La estatua del vate (Super Pulgarcito, nº 19), que se inicia con un Mortadelo disfrazado de pulga (uno de esos disfraces que tanto le gustan a Ibáñez, por lo que le ahorran de trabajo). La precariedad de la TIA se pone de manifiesto en el hecho de que usen una “palota” para lanzar mensajes, ya que la paloma se despidió por no ver atendidas sus peticiones salariales. El clasicismo de esta aventura se observa también en el uso de las contraseñas. En este caso se trata de “Ole las ballenas gordas” cuando (lo han adivinado) pasa por ahí una señora entrada en kilos. Como en otras ocasiones, el Súper tantea a sus agentes acerca de la actualidad, lo cual permite que leamos un comentario pesimista de Mortadelo acerca del género humano y otro de Filemón relacionado con la por entonces en boga crisis del petróleo.

                                                  

El Súper informa a sus hombres de un intento de volar la estatua del vate Sopor Pelmázez (nótese la ironía del nombre), asunto que tendrán que investigar. Durante el transcurso de esta explicación Mortadelo hará estallar ya una bomba, como anticipo de lo que se avecina. Siguiendo unas pesquisas lógicas, irán a visitar a un proveedor de explosivos, un tipo tan alterado como el científico que veremos en el centro de investigaciones atómicas de La gallina de los huevos de oro (1976). Evidentemente, la presencia de Mortadelo no calmará los nervios del señor. Para vigilar mejor, los agentes deciden esconderse por separado, pero los escondites de uno anularán indefectiblemente los del otro. La cortedad de miras de nuestros hombres los lleva a pasar de largo frente al gordo de las gafas ahumadas que coincidía con la descripción del proveedor.

Finalmente, Filemón comprobará que es uno de esos villanos-víctimas que tanto gustan a Ibáñez, quien se clava el dedo de la estatua cada vez que se asoma a la calle desde su ventana, de ahí la intención de volarla. Una vez detenido el sospechoso, Mortadelo debiera haber desactivado la bomba (eso sería lo normal) pero no es así, lo cual provoca la consabida explosión. Gráficamente, hay que destacar que, al igual que la furgoneta del episodio anterior, la estatua apenas sale entera en la historieta. Destacables son también los cameos (son dos) de Rompetechos y el del mismo Otilio, como personaje de fondo.

¡Mucha mecha! (Super Mortadelo ,15) es otra buena historieta que se inicia con una parodia del uso del zapatófono y que tiene como débil hilo argumental la bomba que Joe Boum ha dejado en “algún hueco de la ciudad”. Esta premisa da pie a excelentes gags absurdos, como aquel en que Mortadelo deja K.O. al villano, gracias a su disfraz de detonador. Mientras, el verdadero detonador estaba escondido detrás de la viñeta, en un juego metatextual de esos que tanto le gustaban a Vázquez. Otra joya del absurdo la encontramos cuando los agentes han de merodear por debajo del asfalto y Mortadelo consigue abrirse hueco gracias a un abrelatas.

El resto de la trama transcurrirá siguiendo el cable del detonador por toda la ciudad, un desarrollo original que da pie a un par de equívocos con el cable de la luz de la farola y la lana del traje de un bestiajo. También es reseñable la inversión de las cabezas de la estatua que aparece en la última página. Mortadelo sentándose en el detonador pone punto y final a una historieta en la que destacan también los disfraces del protagonista, en especial el de Cupido y el de lagarto.

El K-J-56 es otra historieta mítica, publicada en Super Mortadelo, nº 25 (1974), donde el agente Hipopótamez, haciendo el papel de Bestiájez, va en busca de nuestros agentes, que se han escondido en los sitios más inverosímiles. Esta vez la trama gira en torno al explosivo robado por “El Carnicero” a quien nuestros personajes prefieren enfrentarse antes que ser ayudantes del Bacterio, alternativa ofrecida por el Súper. Mortadelo y Filemón se ofrecen, en un acto que no va en absoluto con ellos, a sufragar los gastos hasta Elche, lugar a donde se tienen que desplazar. Lo que no contaban es que se trataba de El Cheyenne, en USA, donde llegan en un barco que transporta pescado, al que seguirá otro vehículo digno de su categoría: un camión de la basura.

Tras superar una serie de trampas que desmitifican las películas de la televisión (aunque Ibáñez probablemente se refiera a series, no a películas, términos que confunde a menudo, ya que nombra a Canon). Una vez dentro, se ven dentro de una estrecha cerca que los conduce al cubículo de un fiero león al que la astucia de Mortadelo deja K.O., al igual que sucederá con El Carnicero, uno de los personajes más feos físicamente que haya creado Ibáñez (que ya es decir). Los agentes vendrán remando sobre la caja que contiene el explosivo…quien parece esperar a que lleguen a la TIA para explotar, reacción que sucede en contacto con el agua.



Sin duda, todas estas historietas son auténticas joyitas realizadas por un Ibáñez en estado de gracia que sabe jugar con los tópicos de los agentes secretos, en este caso con los relativos a los explosivos, en historietas que rebosan clasicismo, donde se halla la esencia más pura de la serie. De hecho, todas estas aventuras se podrían haber unido en un solo álbum con cualquier pretexto argumental, dando lugar a la que hubiera sido, una de las historietas largas con más aciertos de la serie. Esperamos que este breve recorrido contribuya a la valoración de las aventuras cortas de Mortadelo y Filemón o, por lo menos, que les haya despertado el gusanillo de leerlas o releerlas.

domingo, 12 de junio de 2011

LA FAMILIA TRAPISONDA, UN GRUPITO QUE ES LA MONDA

Antecedentes


La familia Trapisonda, un grupito que es la monda, nacida de la pluma de Francisco Ibáñez, apareció publicada por primera vez en el número 1418 de Pulgarcito (1958), iniciando así un deambular que duró aproximadamente una década, pasando por diversas revistas de la editorial, como Ven y Ven (1959), Suplemento de Historietas de El DDT (1959), Selecciones de Humor de EL DDT (1959), El Capitán Trueno Extra (1960), Bravo (1968), Mini-Pulgarcito (1975), etc.

No es, sin duda, la primera familia de papel que dio nuestra historieta. El referente indispensable es La familia Ulises, de Benejam, aunque tenemos otros modelos como La familia Pepe (Iranzo), y, muy especialmente, La familia Cebolleta, de Manuel Vázquez, que será el espejo en el que se mire tanto esta serie de Ibáñez como su antecedente, La familia Repollino (del propio Ibáñez), de la que hablaremos en otra ocasión.

No sabemos hasta qué punto la editorial obligó a Ibáñez para que siguiera los pasos de Vázquez o si más bien se trató de la rendida admiración que nuestro autor sintió por el dibujante madrileño, pero el caso es que La familia Trapisonda apenas presenta variaciones frente al modelo vazquiano. Así, los dos protagonistas, Rosendo Cebolleta y Pancracio Trapisonda son prácticamente intercambiables, algo que también es aplicable a la esposa-hermana (más tarde hablaremos de esto) y a otros rasgos de la serie. El loro de los Cebolleta es sustituido por el perro Atila, quien hereda de este los comentarios irónicos, siendo portador de los bocadillos más sarcásticos de la serie, como ocurrirá con otros animales en la obra posterior de Ibáñez.

Por su parte, los dos niños de los Trapisonda no parecen ser sino un desdoblamiento del pequeño Cebolleta, en sus dos etapas: primero con aspecto de empollón, ataviado con birrete, y posteriormente con cara de niño travieso. La hija mayor de los Cebolleta era un personaje de mermado carisma y escasa funcionalidad, por lo que no tiene réplica en los Trapisonda, al igual que el abuelo Cebolleta, por motivos muy distintos: al ser el anciano el personaje más característico de la familia de Vázquez, Ibáñez decidió prescindir de él en su serie.

Inicios

En un primer momento, los Trapisonda no eran tal y como los conocemos. Hay que empezar señalando que, según Antonio Guiral, la primera plancha de la serie no fue la primera que se vio publicada. Se trataría, como expone en su libro El universo de Ibáñez, de la aparecida en el número 31 de El Capitán Trueno Extra (1960), pues en ella se produce la llegada del sobrinito de las gafas desde Oxford, donde estudió Ingeniería y conoció algunas llaves de Jiu-Jitsu, práctica esta última que será uno de sus rasgos distintivos en sus primeras apariciones.

Hay que recordar que, en principio, Pancracio y Leonor eran un matrimonio, pero la censura, enemiga de las disputas conyugales, pronto los convirtió en hermanos, sin que nunca quedara muy claro quiénes eran los padres de los dos pequeñuelos. La familia tuvo primero una criada, Robustiana, bastante rústica, como elemento innovador. Poco después fue sustituida por otra fámula mucho más atractiva, que duró poco tiempo. En un principio, Leonor tenía como principal característica su afición al tarot, rasgo distintivo que desapareció también pronto. El otro sobrinito –antes hijo— de los Trapisonda empezó siendo uno de esos niños terribles que también se le daban a Ibáñez (y a Vázquez), con un notable afán destructivo en sus primeras apariciones, mostrándose como el antagonista de su sabelotodo primito, con quien pronto pasará a hacer buenas migas. Otros cambios afectaron al mismo Pancracio, que pierde sus antiparras, que le avejentaban notablemente, y cambia su oficio de bombero (que daba poco juego) por el de oficinista, quedando así más próximo aún al modelo vazquiano.

Estilo

Gráficamente, la serie sigue una trayectoria paralela al del resto de obras de Ibáñez. En un primer momento, un dibujo todavía no demasiado pulido da paso a un trazo más ágil, siguiendo también el modelo de Vázquez, impregnando de movimiento todas las viñetas. Aprende también del autor madrileño el uso de las metáforas visuales, especialmente localizadas en la figura del protagonista, para expresar terror, prisa, servilismo, angustia, etc.

A mediados de los sesenta, Ibáñez pule su trazo, reduciendo narices y achaparrando algo más a los personajes. Del mismo modo, la fisonomía de los mismos se torna más realista y hay mayor interés en reflejar los decorados, así como en los cambios de planos, perspectivas, etc. Esto se intensifica en 1963, época en la que la influencia de Franquin se deja ver en las historietas de la familia, dando lugar a páginas muy bien planificadas, una muestra de lo que Ibáñez podría haber dado de sí de disponer de un ritmo de creación más pausado. A partir de 1966, como en otros trabajos del autor, se aprecia un cierto descuido en el acabado, producto de la sobreproducción de Ibáñez, teniendo que recurrir a que otras personas se ocuparan de las tintas.

El “pater familias”

A diferencia de en la serie de Vázquez, el padre de familia es el protagonista absoluto de las historias. Esto ocurría también en las páginas de los Cebolleta, si bien es cierto que Rosendo comparte más el protagonismo con su familia, dejando que ocasionalmente otros miembros del clan lleven el peso de la historieta.

Al igual que su homólogo, Pancracio Trapisonda es un hombre sencillo envuelto en una vida mediocre, cuya ambición más recurrente consiste en poder leer el periódico tranquilamente, sin que nadie lo moleste. En alguna ocasión, intenta salir de su mediocridad, como cuando muestra ínfulas de escritor o ansía salir en los periódicos. Hasta los cargos más banales, como el de presidente de su comunidad de vecinos, son suficientes para librar a Pancracio de la sensación de fracaso que le aqueja.

La misma función poseen sus arranques de ira hacia su familia, los cuales le permiten sentirse importante, si bien es cierto que su autoridad se ve burlada continuamente por los miembros de su tribu. Aunque en alguna ocasión ejerce como protector del grupo (rol supuestamente reservado para el hombre de la casa), las más de las veces la familia acaba pagando las consecuencias de su ineptitud, llegando a quedarse literalmente en la calle. Desde este punto de vista, podemos decir que Pancracio fracasa como cabeza de familia. Se trata, pues, de un líder débil y enfermizo, como muestra la asiduidad con la que acaba sus historietas reclamando la ayuda de un médico que lo ayude a superar el trauma de cada historieta.

Argumentos

Entre los principales argumentos de las tropelías de los Trapisonda destaca la falta de comunicación entre los miembros de la familia, que se desoyen unos a otros, con catastróficas consecuencias. Otra trama recurrente es la referida a los asuntos laborales, que casi siempre acaban con un Pancracio que hace el ridículo ante su jefe, en calidad de visita sorpresa. También será frecuente ver a Pancracio tratando de eludir cualquier tipo de trabajo casero, bien tenga que ver con las chapuzas de la casa, bien con las tareas de los niños. Los conflictos con los vecinos tienen, igualmente, cabida en las aventuras del clan, pues Pancracio acaba casi siempre agrediéndolos, criticándolos, o estropeando algún objeto de valor que les han dejado bajo su custodia.

Otro argumento arquetípico consiste en la recepción de algún pariente rico que, supuestamente, habría de acabar con los apuros económicos de la familia. La economía (escasa) es otra fuente de conflictos entre Pancracio y Leonor (que a ratos se torna tan derrochona como Doña Benita, la esposa del Don Pío de Peñarroya). Un lugar menor lo ocupan las tropelías de los sobrinitos, que se muestran como niños terribles en alguna que otra ocasión. También se juega con las pobres ambiciones de la clase media española de la época, siempre deseando prosperar pero atada a una realidad que resulta frustrante y poco realizadora. Así, los intentos de mejorar de casa, de coche, de comprar un décimo premiado o de viajar a París se verán siempre condenados al fracaso más absoluto.



Conclusiones

En líneas generales, podemos decir que, a pesar de haber perdurado durante una década, La familia Trapisonda es una serie menor dentro de la trayectoria de Ibáñez, pues sus aportaciones son bastante escasas frente a sus modelos, especialmente el de Manuel Vázquez. Al contrario que en otras historietas familiares, el lector no acaba de percibir a los Trapisonda como un clan, pues parece que a Ibáñez le sobran personajes, de manera que las interactuaciones entre los mismos no siempre están bien resueltas. Al contrario que otros dibujantes, y tomamos como ejemplo a José Escobar, quien en su serie Doña Tomasa, con fruición va y alquila su mansión, es capaz de desarrollar en historietas de una página un micro-universo en el que intervienen variopintos inquilinos, además de la casera, Ibáñez se maneja mejor con pocos personajes. Del mismo modo, los gags de las historietas de los Trapisonda tampoco brillan a la altura a la que el autor nos tiene acostumbrados. Desde este punto de vista, no es de extrañar que la serie fuera abandonada a finales de los sesenta, para poder dedicarse a otras creaciones más populares y fructíferas, mejores ejemplos de la maestría del genio.

domingo, 5 de junio de 2011

MORTADELO, DON QUIJOTE Y LOS NIGHTS CLUBS

Todos recordarán la portada de Magos del Humor del relativamente reciente álbum titulado Mortadelo de la Mancha (2004).

En ella, se recreaba una escena que consistía en un Mortadelo (de la Mancha, claro) saliendo de un night-club llamado Los molinos, en referencia a la escena más famosa de la obra de Miguel de Cervantes. En el interior se insistía en la misma idea, con un Mortadelo arrasando un local de copas homónimo.





Para ser sincero, nunca entendí por qué Ibáñez optó por ese recurso cómico, esto es, el de convertir los molinos literarios en un night-club.

¡Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que dicho recurso ya había sido utilizado en una portada bastante parecida para la revista Mortadelo Extra, concretamente el número 21.




Como pueden observar no solamente la idea es la misma (salvo quizás por el elemento seudoerótico de la portada más actual), sino que la composición de página guarda bastantes semejanzas:  Mortadelo y su caballo en primer término, con un atavío similar y el local Los molinos o El molino (dependiendo de la portada) de fondo.


¿Estaremos ante uno de estos casos de "Transfusión del humor de Mortadelo" a los que Ibáñez se refiere cuando recicla alguna de sus ideas antiguas? Si no se trató de una referencia concreta, ¿de dónde viene la asociación entre los molinos y los clubs nocturnos? ¿Alguien sabe a qué se puede deber tal (insistente) paralelismo?

Saludos.