domingo, 12 de junio de 2011

LA FAMILIA TRAPISONDA, UN GRUPITO QUE ES LA MONDA

Antecedentes


La familia Trapisonda, un grupito que es la monda, nacida de la pluma de Francisco Ibáñez, apareció publicada por primera vez en el número 1418 de Pulgarcito (1958), iniciando así un deambular que duró aproximadamente una década, pasando por diversas revistas de la editorial, como Ven y Ven (1959), Suplemento de Historietas de El DDT (1959), Selecciones de Humor de EL DDT (1959), El Capitán Trueno Extra (1960), Bravo (1968), Mini-Pulgarcito (1975), etc.

No es, sin duda, la primera familia de papel que dio nuestra historieta. El referente indispensable es La familia Ulises, de Benejam, aunque tenemos otros modelos como La familia Pepe (Iranzo), y, muy especialmente, La familia Cebolleta, de Manuel Vázquez, que será el espejo en el que se mire tanto esta serie de Ibáñez como su antecedente, La familia Repollino (del propio Ibáñez), de la que hablaremos en otra ocasión.

No sabemos hasta qué punto la editorial obligó a Ibáñez para que siguiera los pasos de Vázquez o si más bien se trató de la rendida admiración que nuestro autor sintió por el dibujante madrileño, pero el caso es que La familia Trapisonda apenas presenta variaciones frente al modelo vazquiano. Así, los dos protagonistas, Rosendo Cebolleta y Pancracio Trapisonda son prácticamente intercambiables, algo que también es aplicable a la esposa-hermana (más tarde hablaremos de esto) y a otros rasgos de la serie. El loro de los Cebolleta es sustituido por el perro Atila, quien hereda de este los comentarios irónicos, siendo portador de los bocadillos más sarcásticos de la serie, como ocurrirá con otros animales en la obra posterior de Ibáñez.

Por su parte, los dos niños de los Trapisonda no parecen ser sino un desdoblamiento del pequeño Cebolleta, en sus dos etapas: primero con aspecto de empollón, ataviado con birrete, y posteriormente con cara de niño travieso. La hija mayor de los Cebolleta era un personaje de mermado carisma y escasa funcionalidad, por lo que no tiene réplica en los Trapisonda, al igual que el abuelo Cebolleta, por motivos muy distintos: al ser el anciano el personaje más característico de la familia de Vázquez, Ibáñez decidió prescindir de él en su serie.

Inicios

En un primer momento, los Trapisonda no eran tal y como los conocemos. Hay que empezar señalando que, según Antonio Guiral, la primera plancha de la serie no fue la primera que se vio publicada. Se trataría, como expone en su libro El universo de Ibáñez, de la aparecida en el número 31 de El Capitán Trueno Extra (1960), pues en ella se produce la llegada del sobrinito de las gafas desde Oxford, donde estudió Ingeniería y conoció algunas llaves de Jiu-Jitsu, práctica esta última que será uno de sus rasgos distintivos en sus primeras apariciones.

Hay que recordar que, en principio, Pancracio y Leonor eran un matrimonio, pero la censura, enemiga de las disputas conyugales, pronto los convirtió en hermanos, sin que nunca quedara muy claro quiénes eran los padres de los dos pequeñuelos. La familia tuvo primero una criada, Robustiana, bastante rústica, como elemento innovador. Poco después fue sustituida por otra fámula mucho más atractiva, que duró poco tiempo. En un principio, Leonor tenía como principal característica su afición al tarot, rasgo distintivo que desapareció también pronto. El otro sobrinito –antes hijo— de los Trapisonda empezó siendo uno de esos niños terribles que también se le daban a Ibáñez (y a Vázquez), con un notable afán destructivo en sus primeras apariciones, mostrándose como el antagonista de su sabelotodo primito, con quien pronto pasará a hacer buenas migas. Otros cambios afectaron al mismo Pancracio, que pierde sus antiparras, que le avejentaban notablemente, y cambia su oficio de bombero (que daba poco juego) por el de oficinista, quedando así más próximo aún al modelo vazquiano.

Estilo

Gráficamente, la serie sigue una trayectoria paralela al del resto de obras de Ibáñez. En un primer momento, un dibujo todavía no demasiado pulido da paso a un trazo más ágil, siguiendo también el modelo de Vázquez, impregnando de movimiento todas las viñetas. Aprende también del autor madrileño el uso de las metáforas visuales, especialmente localizadas en la figura del protagonista, para expresar terror, prisa, servilismo, angustia, etc.

A mediados de los sesenta, Ibáñez pule su trazo, reduciendo narices y achaparrando algo más a los personajes. Del mismo modo, la fisonomía de los mismos se torna más realista y hay mayor interés en reflejar los decorados, así como en los cambios de planos, perspectivas, etc. Esto se intensifica en 1963, época en la que la influencia de Franquin se deja ver en las historietas de la familia, dando lugar a páginas muy bien planificadas, una muestra de lo que Ibáñez podría haber dado de sí de disponer de un ritmo de creación más pausado. A partir de 1966, como en otros trabajos del autor, se aprecia un cierto descuido en el acabado, producto de la sobreproducción de Ibáñez, teniendo que recurrir a que otras personas se ocuparan de las tintas.

El “pater familias”

A diferencia de en la serie de Vázquez, el padre de familia es el protagonista absoluto de las historias. Esto ocurría también en las páginas de los Cebolleta, si bien es cierto que Rosendo comparte más el protagonismo con su familia, dejando que ocasionalmente otros miembros del clan lleven el peso de la historieta.

Al igual que su homólogo, Pancracio Trapisonda es un hombre sencillo envuelto en una vida mediocre, cuya ambición más recurrente consiste en poder leer el periódico tranquilamente, sin que nadie lo moleste. En alguna ocasión, intenta salir de su mediocridad, como cuando muestra ínfulas de escritor o ansía salir en los periódicos. Hasta los cargos más banales, como el de presidente de su comunidad de vecinos, son suficientes para librar a Pancracio de la sensación de fracaso que le aqueja.

La misma función poseen sus arranques de ira hacia su familia, los cuales le permiten sentirse importante, si bien es cierto que su autoridad se ve burlada continuamente por los miembros de su tribu. Aunque en alguna ocasión ejerce como protector del grupo (rol supuestamente reservado para el hombre de la casa), las más de las veces la familia acaba pagando las consecuencias de su ineptitud, llegando a quedarse literalmente en la calle. Desde este punto de vista, podemos decir que Pancracio fracasa como cabeza de familia. Se trata, pues, de un líder débil y enfermizo, como muestra la asiduidad con la que acaba sus historietas reclamando la ayuda de un médico que lo ayude a superar el trauma de cada historieta.

Argumentos

Entre los principales argumentos de las tropelías de los Trapisonda destaca la falta de comunicación entre los miembros de la familia, que se desoyen unos a otros, con catastróficas consecuencias. Otra trama recurrente es la referida a los asuntos laborales, que casi siempre acaban con un Pancracio que hace el ridículo ante su jefe, en calidad de visita sorpresa. También será frecuente ver a Pancracio tratando de eludir cualquier tipo de trabajo casero, bien tenga que ver con las chapuzas de la casa, bien con las tareas de los niños. Los conflictos con los vecinos tienen, igualmente, cabida en las aventuras del clan, pues Pancracio acaba casi siempre agrediéndolos, criticándolos, o estropeando algún objeto de valor que les han dejado bajo su custodia.

Otro argumento arquetípico consiste en la recepción de algún pariente rico que, supuestamente, habría de acabar con los apuros económicos de la familia. La economía (escasa) es otra fuente de conflictos entre Pancracio y Leonor (que a ratos se torna tan derrochona como Doña Benita, la esposa del Don Pío de Peñarroya). Un lugar menor lo ocupan las tropelías de los sobrinitos, que se muestran como niños terribles en alguna que otra ocasión. También se juega con las pobres ambiciones de la clase media española de la época, siempre deseando prosperar pero atada a una realidad que resulta frustrante y poco realizadora. Así, los intentos de mejorar de casa, de coche, de comprar un décimo premiado o de viajar a París se verán siempre condenados al fracaso más absoluto.



Conclusiones

En líneas generales, podemos decir que, a pesar de haber perdurado durante una década, La familia Trapisonda es una serie menor dentro de la trayectoria de Ibáñez, pues sus aportaciones son bastante escasas frente a sus modelos, especialmente el de Manuel Vázquez. Al contrario que en otras historietas familiares, el lector no acaba de percibir a los Trapisonda como un clan, pues parece que a Ibáñez le sobran personajes, de manera que las interactuaciones entre los mismos no siempre están bien resueltas. Al contrario que otros dibujantes, y tomamos como ejemplo a José Escobar, quien en su serie Doña Tomasa, con fruición va y alquila su mansión, es capaz de desarrollar en historietas de una página un micro-universo en el que intervienen variopintos inquilinos, además de la casera, Ibáñez se maneja mejor con pocos personajes. Del mismo modo, los gags de las historietas de los Trapisonda tampoco brillan a la altura a la que el autor nos tiene acostumbrados. Desde este punto de vista, no es de extrañar que la serie fuera abandonada a finales de los sesenta, para poder dedicarse a otras creaciones más populares y fructíferas, mejores ejemplos de la maestría del genio.

6 comentarios:

maginelmago dijo...

El perro Atila es un caso claro de animal contestario típico de las historietas de Ibáñez. El peor amigo del hombre. Creo que casi sólo se lo he visto a Ibáñez este tipo de personaje: el animal de compañía que sabotea a su amo todo lo que puede. Si es así, sería una creación original de Ibáñez. Lo digo porque muchas veces se ha dicho poco menos que Ibáñez no era capaz de inventar nada y blablabla (con la base de la influencia de Franquin).

Si sale un bicho en una historieta de Ibáñez, como lector sé que voy a tener réplicas ingeniosas a porrillo (o, inclusom y por ser más preciso: a tutiplén).

Chespiro dijo...

Tendré que estudiar hasta qué punto eso es original o herencia de Vázquez.
Lo cual no quita que Ibáñez lo haga de maravilla, por otra parte.

El Viejo dijo...

Siempre la he considerado una serie muy simpática pero que el propio Ibáñez consideraba secundaria.

Magín da en el clavo, hubo una fuerte influencia y legado de Vázquez, pero el elemento del perro "hijo de puta" es la típica creación de Ibáñez.

Chespiro dijo...

Puede ser, amigo.
El hecho de que no se reeditara después en Olé y otros formatos pudo determinar que se viera eclipsada por otras del mismo autor, amén de la calidad intrínseca de esas otras.

cartillero dijo...

Pues mira que a mi, reconociendo el mérito intrínseco de Vázquez, le tengo un cariño especial a la familia Trapisonda.
Una vez más, no debe ser tyan dificil pedir que Maldiciones B hiciera un integral de este serie
Cartillero

Chespiro dijo...

Yo se lo he pedido varias veces a Manuel de Cos...Yo creo que se vendería bien, ¿no?