domingo, 26 de abril de 2009

MORTADELO: PERSONAJE DE LIBRO

Puesto que esta semana se ha celebrado el Día del Libro (San Jordi), el jueves 23 de abril, hoy hemos querido rendir un homenaje a la historia literaria a través de la figura de nuestro personaje favorito: Mortadelo. Así, haremos un recorrido por algunos de los más icónicos personajes de libro en los que, a través de sus disfraces, se ha encarnado nuestro héroe.

Empezaremos por el clásico de los clásicos de nuestras letras: Don Quijote de la Mancha, personaje creado por Miguel de Cervantes en 1605, que abrió las puertas a la novela moderna y que se convirtió en una de las creaciones literarias más grandes de todos los tiempos. Son varias las ocasiones en que Mortadelo se ha transfigurado en Don Quijote, pero por su relevancia mediática, así como por el hecho de ocupar un álbum entero, remitiremos a Mortadelo de la Mancha (2004):




Pero tan icónica es la novela de Cervantes que Mortadelo se ha transformado en más de uno de sus protagonistas, entre los que destaca el simpar Sancho Panza, fiel escudero de Don Quijote. Lo vemos en Mundial 2002 (2002):


Y en el mismo álbum no puede faltar el tercer gran mito de la novela: Dulcinea del Toboso.



Pero, aunque muchos no lo recuerden, antes de ser Mortadelo de la Mancha, nuestro héroe fue Mortadelís de Gaula, en clara referencia a Amadís de Gaula, caballero medieval cuyas andanzas fantásticas quedaron recogidas en el siglo XIV y finalmente refundidas en el XVI de la mano de Garci Rodríguez de Montalvo. Una de las pocas obras de caballerías que tenían cierta calidad literaria. Mortadelo lo soñó así en El estropicio meteorológico (1987):




Pero sigamos con los mitos patrios. En este caso, hablaremos de Don Juan Tenorio, protagonista de la obra homónima de José Zorrilla que, si bien no fue el creador, otorgó al mito del conquistador su dimensión más popular. Nosotros ya le dedicamos una entrada en Corra, jefe, corra, titulada Don Mortadelo Tenorio en noviembre de 2007. Entre otras, aparece en la historieta corta "Robots", publicada en el número ocho de la revista Super Mortadelo:





Continuando con los mitos universales. Si el día 23 de abril se conmemora el aniversario de la muerte de Cervantes, no podemos olvidar que ésta coincide con la de otro grande de las letras: William Shakespeare, que dio al mundo personajes inmortales como Hamlet, al que podemos ver en la historieta El racista (1992), con cráneo apolillado entre las manos incluido:




Y de un mito a otro, porque no podemos olvidar a uno de los autores más representativos de las letras italianas, Dante Alighieri, que apareció en la misma historieta. Aunque estamos reflejando personajes, no escritores, no olviden que Dante mismo es el protagonista de su obra cumbre: La Divina Comedia.



De menor calidad literaria, pero igualmente míticos son los siguientes personajes, a los que Ibáñez tampoco fue ajeno. Uno de ellos es Saladino, que aparece precisamente en La Divina Comedia, antes citada, así como en innumerables narraciones medievales, como modelo de buen guerrero. Mortadelo lo personifica en ¡Operación Bomba! (1972):




Y siguiendo con Oriente, no podemos dejar de hacer referencia a esta historieta corta en la que Mortadelo alude expresamente al Genio de Aladino, también protagonista de numerosos relatos populares:




También protagonista de innumerables relatos medievales fue El rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. Mortadelo lo encarnó de la siguiente forma en 100 años de cómic (1996):



Una ambientación similar gozó Ivanhoe, aunque sus aventuras fueran escritas en el siglo XIX por Walter Scott. Mortadelo se refiere a él en esta historia corta de sus albores:


Más moderno es el héroe creado por Alejandro Dumas: D´artagnan protagonista de Los tres mosqueteros, personajes fieles a su lema: "uno para todos y todos para uno", que vemos en esta viñeta de ¡Pesadillaaa! (1994). A modo de curiosidad, Dumas fue uno de los principales traductores del anterior autor, Walter Scott:





Otra figura mítica es Guillermo Tell, cuya existencia histórica no se ha comprobado, y que protagonizó innumerables relatos en los siglos XV y XVI, hasta convertirse en todo un icono suizo. Lo vemos en una historieta corta de Mortadelo y Filemón:





Y llegó la hora de empezar con los monstruos de la literatura de terror. El primero será Quasimodo, el jorobado de Notre Dame, protagonista de Nuestra Señora de París, escrita por Víctor Hugo. Mortadelo lo encarnó en Impeachment (1999):






En el mismo álbum encontramos otro de los disfraces más recurrentes de Mortadelo, el de monstruo de Franquestein, renovada versión de Prometeo de la mano de Mary Shelley:




Y como tercero en discordia dentro de los espantajos, no podía faltar Drácula, cuya versión definitiva y moderna dio Bram Stoker en el siglo XIX. Entre otras apariciones, lo vemos en El gran sarao (1990):








También decimonónica, era inexcusable la figura del personaje que dio pie al primer tono paródico de la serie: Sherlock Holmes, el detective de Arthur Conan Doyle que inspiró los primeros pasos de nuestros amigos. Veamos a Mortadelo disfrazado de él en su prehistoria:




Y como no hay que ser elitistas, recordemos que la literatura no solo se nutre de grandes obras, sino también de esos cuentos populares que han hecho las delicias de muchos durante siglos y que se han transmitido, oralmente o por escrito, de generación en generación. Así, no podemos olvidar a Caperucita Roja, cuento medieval que fue recogido, entre otros, por Charles Perrault y los Hermanos Grimm. La vemos en ¡Pesadillaaa!:




Tampoco Pinocho, de Carlo Collodi, escapó de los lápices de Ibáñez, que lo retrata con una estética muy próxima a la versión de Disney en Hay un traidor en la TIA (1983):





Pero el cuento que más disfraces ha inspirado a Ibáñez ha sido Blancanieves, que nos llegó de mano de los Grimm. Así, en El caso de los señores pequeñitos (1982) se ve a Mortadelo disfrazado de la protagonista del cuento:








Del mismo año es En Alemania, donde nuestro protagonista se disfraza de uno de los enanitos en una representación de la obra:








Por si no fuera bastante, nuestro héroe también ha encarnado a la malvada madrastra en Los diamantes de la Gran Duquesa (1972):








A modo de conclusión, podemos ver que en Mortadelo y Filemón se dan cita los grandes mitos de la literatura universal, lo cual va en consonancia con el fiel reflejo de la cultura cotidiana que es la serie de Ibáñez. Tales mitos, como se ha podido ver, se agrupan en tres categorías: las grandes figuras clásicas, los mitos modernos y los personajes de cuentos populares e infantiles.

¡Que lean ustedes mucho, amiguetes!


























































































































































































































domingo, 19 de abril de 2009

MARCH, DISCÍPULO DE IBÁÑEZ

Aunque la popularidad alcanzada por las criaturas de Francisco Ibáñez ha llevado a que, en ocasiones, la figura de nuestro dibujante haya sido menospreciada por los críticos de cómic, no cabe duda de la influencia del autor catalán en legiones de dibujantes, aficionados o profesionales, que han seguido su estela a lo largo de los años.

Tal vez haya quien se sorprenda si decimos que Joan March es uno de ellos. En efecto, desde el punto de vista gráfico pocas son las semejanzas que podemos establecer entre March e Ibáñez, e incluso con toda la escuela Bruguera, pues el joven March irrumpió en el panorama comiquero con un estilo muy personal que rompía con la armonía y precisión de la tradición. Antes bien, optó el dibujante por un trazo nervioso y quebrado, así como por un modelo de personaje que se salía de la tónica dominante en la editorial catalana.







Sin embargo, es en el aspecto del guion donde podemos encontrar no pocas semejanzas entre March e Ibáñez. Ya en la temprana serie El Mini Rey encontramos una historieta dual que opone el mal carácter del protagonista con el de su subordinado, Esbirro, creando así una serie dual al uso que, si bien no inventó Ibáñez, sí ayudó a popularizar decisivamente.

No obstante, la principal referencia la tenemos en Tranqui y Tronco, dos personajes que bien podrían haberse anticipado a la movida madrileña y que, a partir de cierta época, pasan a trabajar en una empresa innominada bajo las órdenes de un jefe tiránico. Es a partir de ahí cuando la influencia de Ibáñez se hace manifiesta. Así, Tranqui vendría a hacer las veces de “payaso listo”, como Filemón, mientras que Tronco resultaría ser el clown, el payaso tonto, o sea, Mortadelo.

Las historietas cortas de ambos se articulan, al igual que las de Ibáñez en una serie de gags de pocas viñetas que se suceden unos a otros de forma vertiginosa hasta desembocar en una hecatombe final. La última viñeta suele presentar al jefe de estos personajes que, cual Superintendente Vicente, busca, maltrecho, a sus dos subordinados que se esconden del peligro en cualquier lugar inverosímil.


Así, los recursos narrativos, los enfoques, las relaciones entre personajes y la misma naturaleza de los gags recuerda sobremanera tanto a los agentes de la TIA como a las historietas del Botones Sacarino, en las que el Dire siempre quedaba mal ante el Presi, como le suele ocurrir al jefe de Tranqui y Tronco con su superior. Suponemos que las ilustraciones de este artículo ayudarán a corroborar estos parecidos ( a modo de curiosidad, no dejen de comparar la que mostramos ahora con la aportada para el tema anterior de nuestro blog: El nuevo cate).

Con esto no pretendemos restarle mérito a March, que logra desarrollar guiones realmente divertidos, sino reflejar una realidad y reivindicar al mismo tiempo la innegable condición de maestro de dibujantes que ostenta Francisco Ibáñez.

Recomendamos a nuestros visitantes que revisen su colección de Super Mortadelos y lean a Tranqui y Tronco desde esta perspectiva. Estaremos encantados leer sus comentarios.

domingo, 12 de abril de 2009

EL NUEVO "CATE" (1993)


El nuevo "cate" se gesta en medio de la reforma del Catecismo que la Iglesia católica decidió emprender a principios de la década de los noventa. En su momento, fue un álbum de notable actualidad y todavía hoy es recordado por Ibáñez como un ejemplo de su inmersión en la realidad cotidiana del lector, por lo que es citado en no pocas entrevistas. Entre sus declaraciones, Ibáñez afirma haber gastado litros de tinta por culpa de tanta sotana. Esto no es sino uno de los tópicos de los que se nutre este episodio de las aventuras de nuestros agentes (es evidente que Ibáñez hace años que no entinta). Algunos de los tópicos relativos al carácter entrometido de los curas, a sus paradojas e incoherencias sin duda serían del agrado del lector medio de nuestro autor, aunque tenemos que aclarar que la crítica a las instituciones católicas no es tan feroz ni rabiosa como en los últimos años.

Desde el punto de vista gráfico, Miguel Fernández Soto destaca en El mundo de Mortadelo y Filemón este álbum frente a otros del periodo, aunque no encontramos un motivo claro que explique esta preferencia en una historia representativa gráficamente del periodo en el que nos encontramos: adecuado acabado, buena realización, pero con figuras excesivamente estilizadas. Algún pequeño error (como los espacios negros sin rellenar, en la página 32) no ensombrece el resultado final.


La aventura corresponde al clásico esquema de "quedar bien" delante de una autoridad, tan utilizado tanto por el autor como por los demás dibujantes de su escuela. Es por ello que la mayoría de las escenas transcurren en el interior de la TIA. Esto es, más que una misión propiamente dicha, nos encontramos ante un asunto interno de la organización. Otra cuestión sería por qué un organismo laico debe rendir cuentas a una institución religiosa en un estado también laico, pero el parentesco del cardenal con el director, es su hermano, nos puede dar una pista.

Como tantos otros del periodo, el capítulo se divide en seis episodios, cuatro de ellos de ocho páginas y dos de seis. El primer episodio parece más que nada un prólogo, pues todavía no hay misión que realizar. El citado cardenal acude a visitar la TIA y por un motivo que no alcanzamos a comprender el Súper le muestra a Mortadelo y Filemón como modelos de agente. La supuesta comicidad viene determinada por el contraste entre lo que nuestros protagonistas deberían ser y lo que son. Así, en esta historieta se muestran especialmente groseros, mujeriegos y soeces. Del mismo modo, intentan imitar un lenguaje juvenil tan poco acertado como el de la serie Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo.



Precisamente será el lenguaje uno de los aspectos que destaquen de este álbum. Mientras que nuestros agentes hacen gala de una vulgaridad sin límite (grosera para un tebeo que se dirige, entre otro público, al infantil), los eclesiásticos muestran un más acertado uso del registro elevado, aquí matizado por el componente paródico. Destacan sus interminables peroratas (delirantes, en muchos casos) y los juegos de palabras con los nombres de los santos, tan forzados como otros chistes del álbum). Hilarante resulta también el uso del latín macarrónico por parte de los sacerdotes.


Centrándonos en el primer episodio, la "ayuda" de nuestros agentes hará que el cardenal quede mal ante la marquesa, apareciendo como un travesti (igual que el Súper en El candidato, 1989) y como un "ángel malo", en medio de gags un poco forzados. Otros, como aquel en el que rezan el Padrenuestro mientras conducen, no están exentos de hilaridad. El segundo capítulo contiene el título de la historia, en la página 11 (una de las mayores demoras a la hora de ponerlo, junto con Una vida perruna, de Chicha, Tato y Clodoveo, 1986).


Con la presencia de Monseñor Estáquez empieza realmente la misión, en la que Mortadelo y Filemón deberán velar por la castidad de la organización, ante el intolerante sacerdote. Esto provocará algunos malentendidos con un escocés y con la Ofelia, personaje con el que acabará morreándose involuntariamene ante la mirada de su superior. El hecho de que el sacerdote aparezca como si se hubiera corrido una juerga loca con la secretaria del Súper no deja de tener su gracia. La viñeta final, con la mención a la Inquisición es sintomática de la visión que Ibáñez tiene de la institución a la que dedica el álbum.

El tercer episodio, que empieza con el dolorido pie del Súper, aunque sin continuidad en este tema, relata la visita del prefecto de la congregación del Santo Billo, que emprende una campaña contra la superstición que desemboca en gags basados en las confusiones y en un uso forzado del lenguaje, con resultados más o menos divertidos. La cuarta parte arranca con nuestros agente mofándose de la figura del Súper, como hicieran en Los diamantes de la gran duquesa (1972) o en La perra de las galaxias (1988). El abate Cataclismus dota de más contenido a esta parte, en la que se observan algunas de las paradojas de la Iglesia: libera a un can peligroso en nombre de la libertad, pero propone una cruel condena para un raterillo; critica la educación basada en el cachete a los niños pero postula la tortura; se opone a la muerte de una cucaracha pero es partidario de eliminar a seres humanos "indeseables".


Se trata, pues, de uno de los más odiosos visitantes que tienen nuestros agentes, tanto así que consigue desatar sus iras parcialmente. No obstante, aporta notable comicidad, sobre todo en la escena final, en la que lo vemos tan cegato como un Rompetechos cualquiera. De este episodio hay que destacar la escasa participación de Filemón y el simpático cameo de Pepe Gotera y Otilio.

En el quinto episodio, nuestros agentes se la verán con una monja amargada y hombruna que combatirá los horóscopos y vaticinios varios. Esto dará pie a una serie de equivocaciones más que forzadas que acabarán con una explosión por culpa de Filemón. No deja de ser curioso que en la última viñeta del capítulo este personaje llame "Judas" (muy en consonancia con el tema del álbum) a un Mortadelo que, junto al Súper, rastrea su pista. En el sexto episodio nuestros agentes hacen quedar por los suelos al Súper delante de Fray Torrezno del Somormujo, prepósito de los sabadicos descalcetinados.

Con este nuevo eclesiástico, nuestros hombres asumen su tarea de predicadores, por lo que Mortadelo convence al director para que termine con su gula mortal, de manera que su cocinero se arruina y se venga de Mortadelo. Este, furioso, le pega un tiro al fraile, dando así lugar a un final abrupto, apresurado, mediocre, pero fuertemente impactante desde el punto de vista visual, con la imagen de un Mortadelo encañonando a una autoridad eclesiástica.


En líneas generales, a pesar de la repercusión que pudo tener el álbum en su momento, se trata de una historia no demasiado divertida, con chistes forzados y un desarrollo bastante discreto, en el que Ibáñez juega más con el efectismo que con los contenidos humorísticos.

A modo de curiosidad, aprovecho para expresar mis sospechas acerca de que BRB internacional se basó en este álbum para el colorido de los personajes fijos de su serie de tv, que saldría a la luz un año después. Nótese, pues, cómo en dicha serie el profesor Bacterio muestra los mismos colores en su ropa que los que tiene en el apartado primero de este álbum, en lugar de su verde habitual. Lo mismo decimos de la señorita Irma que, en la serie, en lugar de ir de rosa o rojo viste los colores de la señorita explosiva que aparece en el primer capítulo, a la que bien podrian haber confundido con ella.








lunes, 6 de abril de 2009

SEMANA SANTA, CON PERDÓN

"Es en Rompetechos donde Ibáñez ha dejado más libertad al espíritu contestatario que ha definido esta escuela de humor barcelonesa", dice Antonio Guiral en Cuando los cómics se llamaban tebeos, refiriéndose a la Escuela Bruguera. Y puede que no le falte razón.

Aunque nunca ha sido la intención prioritaria de Ibáñez reivindicar ni modificar sistemas, lo cierto es que la ingenua ceguera de su personaje favorito lo ha convertido en el idóneo para atacar, directa o indirectamente, instituciones o costumbres socialmente aceptadas.


Así, mediante la palanca de la inocencia, guiada por la escasez de vista, Rompete chos pone en solfa las normas básicas de la convivencia y del buen gusto, derivando en actitudes profundamente antisociales o políticamente incorrectas.


Para esta ocasión, dado que estamos en Semana Santa, hemos seleccionado esta viñeta un tanto ácrata en la que el simpático miope expresa, sin quererlo, la opinión que a muchos le merece la Semana de Pasión con toda su parafernalia.


Ibáñez, genio y figura.