jueves, 19 de diciembre de 2013

¡FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO 2014!

Como cada año, Corra, jefe, corra quiere desear una feliz Navidad y próspero año nuevo a sus lectores. Como son muchas las navidades que llevamos pasando juntos, cada vez resulta más difícil encontrar ilustraciones, portadas, viñetas, historietas...relacionadas con el tema navideño sin repetirnos.

En esta ocasión, nuestra aportación viene de la mano de Juan Manuel Muñoz. El dibujante ha mostrado recientemente una peculiar felicitación de manos de los dos personajes más catastróficos de la TIA: Mortadelo y Filemón. Con su autorización, queremos compartirla con vosotros, y con ella os enviamos nuestros mejores deseos para estas fechas tan señaladas.Sirva también la calidad del dibujo para disipar cualquier duda acerca de quién es el mejor candidato para tomar los lápices cuando Ibáñez decida dejarlo.


Les animamos a alzar su copa con Mortadelo y Filemón para brindar por todo lo bueno que nos ha de traer 2014, que esperemos que sea mucho. Desde Corra, jefe, corra, solo pedimos estar, por lo menos, un año más en su compañía.

Nosotros volveremos en enero cargados de nuevos temas, algunos de los cuales ya están preparados.
¡ Sinceramente les deseamos FELIZ NAVIDAD a todos y PRÓSPERO 2014!

viernes, 6 de diciembre de 2013

IBÁÑEZ, CON EL INSTITUTO CERVANTES

Recientemente, el Instituto Cervantes ha publicado el libro Las 500 dudas más frecuentes del español, editado por Espasa. En esta obra,  Florentino Paredes García, Salvaro Álvaro García y Luna Paredes Zurdo dan respuesta de forma clara y concisa a diversas dudas del hispano-parlante medio, plasmadas bajo la fórmula de pregunta- respuesta. Un libro muy aconsejable para todos los amantes de la Lengua española, de la que todos somos usuarios.

Pero, un momento, ¿qué ocurre? ¿Ahora Corra, jefe, corra se trata de un blog sobre Lengua? No, nada de eso. Esta introducción viene a colación porque...¡cuál no sería mi sorpresa hojeando la obra del Instituto Cervantes, cuando veo que en ella hay un guiño al gran Francisco Ibáñez!

Efectivamente, se produce en la página 438, concretamente en la cuestión nº 487: ¿Se debe poner Fdo. al final de una carta? Como es habitual en el tomo, los autores optan por ejemplificar sus respuestas, y he aquí la firma que han escogido para su ejemplo:



Sí señor, la firma con la que Francisco Ibáñez rubrica sus obras. Y el guiño no termina ahí. ¿Se han fijado en las iniciales que completan la firma? I. T. , clara alusión también al segundo apellido del maestro, mucho menos conocido: "Ibáñez Talavera".  

Sin duda, un detalle simpático el hecho de que en una obra tan prestigiosa como esta, con el sello del Instituto Cervantes, se haga esta alusión a Francisco Ibáñez. Los autores no han optado por incluir una firma ficticia, tal vez por el temor de que coincida con alguna ya existente de algún posible lector susceptible, así que han preferido usar la firma de uno de los artistas más queridos por el público en general, probablemente seguros de que, si la cosa llega a oídos de Ibáñez, antes se sentirá honrado que ofendido.

Quede este tema como testimonio de esta simpática alusión. Nosotros nos despedimos no sin antes observar: ¿se han fijado, lectores, que la firma de Ibáñez no está tal cual? Han hecho una ligera modificación en ella. ¿Saben cuál es?

Saludos.

sábado, 16 de noviembre de 2013

¡SILENCIO, SE RUEDA! (1995)



¡Silencio,se rueda! es una de las escasas aventuras de Mortadelo y Filemón que se publicó primero en álbum y luego de forma seriada en revista, concretamente en los números comprendidos entre el 59 y el 61 de Mortadelo Extra. Puede que durante su realización Ibáñez supiera que se editaría primero en formato álbum, ya que los capítulos de 8 páginas no están siempre delimitados de forma concisa. Con esta aventura, se conmemora el primer centenario del cine, creado en 1895 de la mano de los hermanos Lumière. 

            El argumento es sencillo: el Súper manda a sus agentes, invento de Bacterio mediante, a recorrer la historia del cine en vivo para que aprendan las técnicas de los dobles cinematográficos y mejoren así su forma física. Se trata, pues, de una de estas aventuras de viaje en el tiempo en la que los protagonistas no regresan a la TIA hasta el final, como ocurrió en El Quinto Centenario (1992) y como veremos en Siglo XX…¡qué progreso! (1999) y El dos de mayo (2008). En  realidad, como en las anteriormente citadas, Silencio,¡Se rueda! se hubiera visto beneficiada si Mortadelo y Filemón hubieran contado con un objetivo más concreto, como en las aventuras clásicas: esto es, ir consiguiendo pequeños objetivos en cada una de las etapas del mundo del cine que visitan. También relacionada con la industria cinematográfica, aunque desde una perspectiva totalmente distinta (menos histórica) encontraremos la futura historieta El estrellato (2002), creada en ocasión de la primera adaptación al cine de Mortadelo y Filemón con personas.

             En Silencio, ¡Se rueda!, a lo largo de tres páginas, Ibáñez hace una introducción a la invención del cinematógrafo, con referencias surrealistas al zoótropo y a las sombras chinescas. Quizás por comodidad, el autor reduce a los hermanos Lumière a uno solo mientras explica los avatares de la invención del cine. Como curiosidad, la película que se proyecta en la viñeta 5 de la página 4 parece hacer referencia a Los Picapiedra, cuya versión cinematográfica data de 1994. No falta, sin embargo, la recreación de una anécdota real, como el pánico desatado en la sala de cine en la que se proyectó la imagen de un tren que se dirigía a toda prisa hacia la pantalla.

            Ya en la TIA vemos a un Superintendente muy preocupado por la forma física de sus agentes, a los que sin embargo no manda a que aprendan de los dobles del cine actual, sino que prefiere enviar a que recorran la historia del séptimo arte. En realidad, el viaje que les proporciona Bacterio tiene la particularidad de que Mortadelo y Filemón no pasearán estrictamente por las cintas míticas de la historia del cine, sino que irán a parar a los rodajes de las mismas, en un peculiar periplo. Este se inicia en la página 7, con una de las planchas más oníricas que Ibáñez jamás haya realizado para su serie estrella, con Mortadelo y Filemón viajando por el desierto de un reloj de arena que va hacia atrás.


            En las siguientes 12 páginas asistiremos a otro hecho insólito en la serie: Ibáñez requirió la colaboración de los coloristas (algo imposible en otras épocas) para recrear el mundo del blanco y negro de los inicios del cine. No obstante de la originalidad de este recurso, nos preguntamos por qué los agentes lo ven todo en blanco y negro (salvo a ellos mismos, claro), si no están formando parte de las películas, sino asistiendo a los rodajes de las mismas. Por lo mismo, tampoco comprendemos por qué las primeras personas a las que se dirigen no pueden expresarse oralmente, si simplemente son actores de cine mudo.

            A partir de este momento, aparece el que será el primer cameo de una larga serie. Charlie Chaplin, ataviado como Charlot, será la primera figura conocida que desfilará, de forma anecdótica, eso sí, delante de nuestros personajes, perseguido por un grupo de policías que recuerdan a los de Keystone, compañía de Mack Sennett en la que Chaplin dio sus primeros pasos en el cine. Aunque la admiración de Ibáñez por Chaplin ha sido declarada en más de una ocasión en diversas entrevistas, no será frecuente su aparición en las aventuras de Mortadelo y Filemón. No obstante, recordamos la caracterización de Mortadelo como Charlot en En Alemania (1982). Las siguientes páginas se rellenan con unos chistes muy básicos relacionados con los decorados (siempre falsos y engañosos) cinematográficos: golpes con puertas falsas, animales de cartón-piedra, etc. Esto recuerda a la historia corta de 1970 Silencio, se rueda…¡Acción!, publicada  en Gran Pulgarcito, y que sin duda Ibáñez tuvo muy presente para realizar este álbum casi homónimo.

            La siguiente aparición será la de Stan Laurel y Oliver Hardy, otros ídolos reconocidos del autor y cuya obra será decisiva en la formación personal y profesional de Francisco Ibáñez. El Gordo y el Flaco sentaron a lo largo de su trayectoria las bases del resto de parejas cómicas del mundo del espectáculo. Basándose en los roles clásicos del Clown y el Augusto, Stan Laurel desempeña el papel del “payaso tonto” que siempre mete en problemas al “payaso listo” (Oliver Hardy). Hay que señalar que esta distinción según la supuesta inteligencia es una mera convención, ya que en muchas ocasiones, el “tonto” Laurel, puede hacer gala de una imaginación, astucia y habilidad capaz de dejar patidifuso a su supuesto superior intelectual. A los lectores no les costará reconocer estas constantes en dúos como Abbot y Costello, Jerry Lewis y Dean Martin, Pedro Picapiedra y Pablo Mármol y, en el campo de la historieta, Mortadelo y Filemón.

            Es por ello que consideramos este cruce entre los agentes de la TIA y la pareja de cómicos de vital importancia, ya que supone una mirada hacia la esencia propia de la serie: el humor basado en las personalidades contrapuestas y el mamporro y tentetieso. Tal es la comunión entre las dos parejas, que el chiste que Ibáñez adjudica al Gordo y el Flaco fue usado por él mismo con sus personajes estrella en la portada nº 88 de la revista Mortadelo. Laurel y Hardy ya fueron nombrados anteriormente en El pinchazo telefónico (1994) y sus tumbas aparecerán en Esos kilitos malditos (1997).



            Tras un breve cameo de Búster Keaton, quizás menos conocido por el gran público y dotado de menores características definitorias, aparecen los Hermanos Marx, que volverán a salir en El estrellato. Previamente, Ibáñez había hecho referencia a su película Una tarde en el circo en La historia de Mortadelo y Filemón (historieta corta) y había disfrazado a Mortadelo de Harpo en Los superpoderes (1988), todo esto sin contar que la frase supuestamente atribuida a Groucho “¡Más madera! ¡Es la guerra!” ha sido usada en numerosas ocasiones por Ibáñez.

            Posteriormente, encontramos una serie de gags en los que los agentes intentan montar a caballo para mejorar sus habilidades, tal y como hicieron en En la Olimpiada (1972), El caso del señor Probeta (1991), 20.000 leguas de viaje sibilino (1994) y como harán en El dos de mayo. Posteriormente, se suceden algunos cameos de Humphrey Bogart, que aparece tan aficionado al tabaco como en Prohibido fumar (2004), Fred Astaire y Lola Flores. Para exagerar la edad de la folklórica, Ibáñez acude a la hipérbole de decir que, a pesar de tener ya sus años en 1920, todavía baila como si nada la chiquilla. Sin duda, se trata de un mero chiste que no podemos tener en cuenta para fijar el momento exacto en que se desarrolla la acción, pues en esa época ni se había inventado el sonoro ni habían comenzado las carreras cinematográficas de personajes ya aparecidos como Laurel y Hardy o los Hermanos Marx. Completan este ciclo en blanco y negro las referencias a las películas de Tarzán y a Psicosis (salto hasta 1960), con un Anthony Perkins no demasiado bien caricaturizado.

            Las siguientes cinco páginas transcurren en el rodaje de las películas del Oeste, con John Wayne, al que ya vimos en El racista (1992) y que veremos de nuevo en Prohibido fumar. El mítico vaquero de las películas se enfrenta contra Billy el “Niño”, sin que Ibáñez se resista al tópico de mostrar a esta leyenda del Oeste como un infante, algo que ya hizo en Los sobrinetes (1988).Aunque no hay ningún punto en común, es imposible no acordarse de la visión que de Billy el “Niño” hicieron Morris y Goscinny en los álbumes de Lucky Luke.  Ibáñez se burla de los mitos del género,tanto en cine como en cómic, mostrando a través de Mortadelo que no es tan fácil eso de “disparar más rápido que la propia sombra”, en la impagable secuencia de la bellota.  En líneas generales, vemos en este álbum que Filemón es más escéptico y menos impresionable que Mortadelo, pues el ayudante siempre se asombra ante los prodigios a los que asiste, mientras que Filemón suele desdramatizarlos para buscarles el “truco”. Indispensable es hacer referencia a la viñeta primera de la página 23, en la que el autor recrea una pelea típica entre vaqueros en un saloon. Valga esta ilustración como otro ejemplo de la capacidad de Ibáñez como dibujante, así como de su habilidad para la acumulación de gags que recompensarán sin duda al lector atento. Otras viñetas espectaculares (e igualmente violentas) son las que encontramos en álbumes como Mundial 78 (1978), Mundial 94 (1993) y Mundial 98 (1997).



            Durante las siguientes 8 páginas, Mortadelo y Filemón se dedican a fastidiar involuntariamente el rodaje de una película de terror, en la que, como ocurrirá en El estrellato, volverán loco hasta la desesperación al director, que intentará suicidarse de las formas más hiperbólicas y divertidas, recordando a los entrenadores deportivos de los diversos mundiales de fútbol. Ibáñez obvia que se trata de actores y realmente los personajes de terror parecen ser realmente los monstruos que representan (por ejemplo, el actor que hace de Drácula sale corriendo detrás de Mortadelo para morderle). Se trata de un tramo menos original, con un escenario que recuerda a los ya utilizados en A la cazadel cuadro (1971), Pesadilla…(1994) y Okupas (2001). Como dato testimonial de la época, destaca la mención a la fuga de Luis Roldán, a quien Ibáñez dedicó el álbum Corrupción a mogollón el año anterior a Silencio, ¡Se rueda!

            Una original viñeta muestra la transición entre el cine de terror y el romántico, paso que afecta incluso al bocadillo. El garbeo de nuestros hombres por el cine de amor se basa exclusivamente en la película cumbre del melodrama: Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939), cuyo título inspiró el del álbum Lo que el viento se dejó (1980). Como no puede ser de otra manera, Mortadelo y Filemón interrumpen con su prosaísmo la escena culminante de la película. Secuencialmente es interesante el efecto de rapidez conseguido en las viñetas 6 y 7 de la página 33, en las que el cuerpo de Filemón tiene continuidad de una a otra, mientras que Mortadelo aparece, respectivamente, delante y detrás de su jefe, dando la sensación de adelantarlo con gran presteza.

            Posteriormente, los personajes llegan al estudio Metro Goldwyn Ibáñez, el mismo nombre que aparece en la historieta corta Silencio,¡se rueda!...Acción, con un Marlon Brando decrépito en la puerta. Aquí Ibáñez hace alusión al “cine de bichos”, esto es, a las producciones de animalejos gigantes, con referencias a King Kong, Tiburón y a la recientemente estrenada en España Parque Jurásico, de Spielberg, que inspiró el álbum Dinosaurios (1993). No resulta muy comprensible que en este tipo de películas aparezca un cameo de Woody Allen, que será nombrado posteriormente en Su vida privada (1998) y Atenas 2004.


            Las tres páginas siguientes están dedicadas a las películas de Superhéroes, a los que,como es común en Ibáñez, presenta como seres falibles e imperfectos, algo que vemos en álbumes como 100 años de cómic (1996), ¡Y van cincuenta tacos! (2007), así como en la historieta corta Los Super Héroes, (Super Mortadelo, 76 de Ed. B, 1990). Hay que citar que, aunque en ningún momento aparece Frank Sinatra en la historieta, se nombra dos veces en la misma. Pasamos a continuación al cine de acción, sección que se abre con una espectacular viñeta, bastante original, en la que vemos a Arnold Schwarzenegger matando vietnamitas. La media plancha, además de ser una lección de dibujo humorístico en la que se despliegan algunas de las mayores cualidades de Ibáñez como dibujante (acumulación de gags, composición de la viñeta, fuerza expresiva, contundencia…) contiene una nada rebuscada crítica tanto a la violencia extrema de este tipo de cine, como a la ideología que Estados Unidos transmite a través de sus films, un triunfalismo de cartón-piedra que no casa para nada con la visión desmitificadora de Ibáñez. Ojo al diálogo de uno de los personajes:

            “No lo comprendo…Cada amelicano se calgó tlescientos cualenta mil vietnamitas…¡Y sin embalgo, peldielon la guela!”

            Schwarzenegger volverá a aparecer en El Estrellato, al igual que Silvestre Stallone, que desfila por nuestro álbum interpretando a un Rambo deseoso de venganza ante Filemón. Stallone también aparecerá en El Estrellato y Mortadelo se disfrazará de él en Atlanta 96 (1996), para deleite de Ofelia. Ambas estrellas del cine volverán a aparecer en ¡Llegó el euro! (2001). A pesar de que en ningún momento se muestra, Filemón hace referencia al rodaje de La guerra de las Galaxias XIII. El hecho de que la saga no tenga peso alguno en la historia no impide que su rodaje pasara a ocupar la portada de la edición en Magos del Humor del álbum. Finalmente, Mortadelo y Filemón son transportados de nuevo por el invento del Bacterio a la sede de la TIA, que Mortadelo hace explotar al traer consigo un explosivo que agarró durante su aventura, algo que recuerda al final de Lo que el viento se dejó. El Súper perseguirá a sus inútiles empleados que, hartos del cine, no saben que a la vuelta de la esquina está Robocop (¿el personaje, el actor que lo interpreta?) pidiendo óbolos para la gente del cine.



            Desde el punto de vista gráfico, el álbum presenta las características típicas de la época, en la que Juan Manuel Muñoz dejó de trabajar temporalmente con Ibáñez y una mujer, cuyo nombre desconocemos, se encargó del acabado del dibujo y del entintado. Pese a lo irregular de esta temporada, el estilo parece más cuidado que en otras historietas del periodo. Ibáñez nos deslumbra con algunas viñetas de media plancha realmente espectaculares, ya comentadas, con algún plano cenital (viñeta 5 de la página 19), disfraces originales (el de dragón de principios del álbum) y, como ocurría en varias aventuras de principios de los noventa, un desfile de caricaturas relacionadas como el mundo del cine. Hay que decir que, como caricaturista, Ibáñez tiene sus limitaciones, pero no se puede negar que en su caso no se trata únicamente de condensar los rasgos más característicos de algún personaje conocido, sino de adaptarlos al “estilo Ibáñez”, esto es, que parezcan un personaje más de Mortadelo. En todo caso, no se puede negar que sus caricaturas son muy personales.A esto hay que sumarle la decisiva y nada frecuenta colaboración entre dibujante y coloristas para plasmar en gris la época del cine en blanco y negro, algo nada frecuente en las historietas de Ibáñez.

 En  conclusión, podemos decir que se trata de un álbum más original en el que la procesión de famosos puede disimular la ineficacia de algunos de los gags, recordando, si nos permiten la analogía cinematográfica (no nieguen que viene al pelo), a esas grandes superproducciones en las que el desfile de rostros conocidos puede opacar lo convencional de la trama. No obstante, los lectores apreciaron en su momento la originalidad del álbum y el sabor de boca que deja Silencio, ¡Se rueda! suele ser positivo.

domingo, 3 de noviembre de 2013

PLURILÓPEZ CON MORTADELO Y FILEMÓN: RECORDANDO A TRAN

Parece que últimamente nos toca despedir. Si la semana pasada le dijimos adiós a un icono de la cultura popular como fue Manolo Escobar, hoy toca rendir homenaje a alguien mucho más relacionado con el mundo de la historieta. Se trata del dibujante José Luis Beltrán Coscojuelas, mejor conocido por Tran. Nacido en Zaragoza en 1931, Tran nos dejó el pasado 21 de octubre, dejando tras de sí una notable carrera como ilustrador, dibujante y pintor. Aunque se le asocia a la tercera generación de la escuela Bruguera, ya que sus obras más famosas datan de finales de los setenta, lo cierto es que ya desde la década anterior nuestro autor publicó en Tío Vivo y El DDT.  A pesar de no llegar a ser una primera espada de la editorial, muchos recordarán la presencia de sus personajes en las revistas de la casa, siendo especialmente reseñable Constancio Plurilópez (1977), que solía aparecer en la revista Mortadelo y sus derivados. Este éxito más o menos tardío lo llevó a figurar entre los autores más reconocibles de Bruguera de finales de los 70 y principios de los 80.  Plurilópez reflejó, en cierta forma, una realidad que resultará ajena a los lectores más jóvenes, dada la coyuntura actual. Nos referimos al fenómenos del pluriempleo: al señor que por la mañana trabajaba en un banco, por la tarde llevaba la contabilidad de una empresa y por la noche tocaba la trompeta en un café de su barrio, todo con objeto de pagar los plazos del automóvil, televisor, lavadora, etc.

Plurilópez será, precisamente, el personaje elegido por Tran para participar en el homenaje al 25 aniversario de Mortadelo y Filemón, con una historieta en la que, como en las demás participantes en la efeméride, el dibujante dejaba los huecos para que Ibáñez insertara a sus criaturas más famosas. Veamos los resultados de esta colaboración.



La historieta en cuestión se titula "Idea genial", tiene cuatro páginas y el guion corre a cargo de Julio Fernández. El argumento resulta tópico: para poder escaquearse de sus compromisos con su pareja, Plurilópez acuerda con Mortadelo y Filemón que estos aparecerán por su casa fingiendo ser atracadores y, cuando él se haya hecho el héroe delante de su amorcito, fingir que los lleva a comisaría para tener la noche libre lejos de la paz del hogar. Lamentablemente, Mortadelo y Filemón llegan tarde y Plurilópez se enfrentará a un auténtico atracador, saliendo mal parado. Al final de la historieta, el maltrecho protagonista perseguirá, en venganza, a los agentes de la TIA.

Se trata de una de las historietas de homenaje a Ibáñez en la que menos participan Mortadelo y Filemón, ya que el peso de la narración lo lleva Plurilópez y el ladrón que lo ataca. Los agentes de la TIA no aparecen sino en la segunda página, eclipsándose nuevamente hasta la última. A pesar de su escasa presencia, cabe destacar la impecable realización gráfica de Ibáñez, quien seguramente entintó a sus propias criaturas. El juego de autores, en el que seguramente Tran abocetó las posturas que debían presentar los personajes de Ibáñez, permite ver a Mortadelo y Filemón en posiciones poco habituales, lo cual siempre es agradable para los lectores. No sabemos hasta qué punto estaban en el guion original detalles jocosos como el de Filemón metiéndose el dedo en la nariz (viñeta 8, pág. 2) o perdiendo un diente por un gesto de Mortadelo (viñeta 9, pág. 2), rasgos que parecen corresponderse con los recurso habituales de Ibáñez para dar más "salsa" a las situaciones.



En cuanto al guion, no deja de sorprender que Mortadelo y Filemón aparezcan como "dos buenos tíos" dispuestos a mojarse por ayudar a su amigo Plurilópez. Eso sí, al final de la historieta no dudan en cachondearse de él al verlo en paños menores por la calle.Como es habitual en Julio Fernández, la presencia en sus guiones de las artes marciales es una constante, dedicando varias viñetas al desarrollo de golpes de kárate (viñetas 6,7 y 8 de la página 4), a la vez que Plurilópez afirma ser "cinturón negro". Esta pasión de Julio Fernández por esta disciplina, que Ibáñez ya reflejó a través de Kar-Akol, el mongol en  Contra el gang del "Chicharrón" (1969), se ve también en las historietas de Mortadelo y Filemón en las que Fernández se hace cargo del guion, como prueba la aparición del personaje Taka-Ñaka.

Este fue, pues, el crossover entre Plurilópez y Mortadelo y Filemón, pero, ¿qué hay de Ibáñez? ¿Dibujo él en alguna ocasión al personaje estrella de Tran? Nosotros hemos localizado una, en la portada del Súper Humor 31 de los antiguos de Ediciones B, con un Plurilópez amargado porque solo a él se le puede ocurrir poner un puesto de helados en medio de la nieve. Quede este cameo como una prueba de la popularidad que el personaje de Tran alcanzó durante los últimos años de la década de los 70 y los primeros de la de los 80.


Descanse en paz.

jueves, 24 de octubre de 2013

HOMENAJES A MANOLO ESCOBAR EN MORTADELO Y FILEMÓN

Hoy nos hemos enterado de la triste noticia del fallecimiento de Manolo Escobar, el popular cantante almeriense, a los 82 años de edad. Consideramos innecesario detenernos en un icono cultural de la España más cañí, bien conocido por todos. En este post recogemos algunos de los momentos en los que se ha mencionado a este artista andaluz o a su obra en las viñetas de Mortadelo y Filemón.

Una de sus más recordadas apariciones se produjo en la historieta ¡A la caza del cuadro! (1971), con la mítica viñeta en la que Mortadelo le cambia el disco, literalmente, al monstruo de Frankestein, poniéndole el tema del momento: "Mi carro", éxito publicado en 1969 y que se convertirá en una de las tonadas más conocidas de la canción popular en España. La viñeta, con el monstruo cantando el hit de Escobar resulta hilarante por el carácter desmitificador del ente de terror que realiza Ibáñez, muy en su línea.


Sin embargo, parece que Ibáñez acabó un poco harto de este exitazo de Manolo Escobar, pues en la aventura En la Olimpiada (1972), rebautizada como Gatolandia 76, Mortadelo quiere aprovechar la prueba de lanzamiento de disco para librarse de esta obra de Manolo Escobar, que seguramente a estas alturas ya había saturado el mercado y los oídos de muchos.


En Los espantajomanes (1990), el Súper le pone la difícil tarea a nuestros agentes de distinguir entre el "Concierto en do mayor" de Stokovsky y "Mi carro", de Escobar. Como se puede ver, más de veinte años después de su lanzamiento, la composición cantada por Manolo Escobar no ha perdido vigencia.



 Esto se aprecia también en un álbum de la misma época, dibujado parcialmente por Juan Manuel Muñoz. Se trata de El inspector general (1990), donde vemos a un flamenco "typical Spanish" cantando nuevamente "Mi carro", justo antes de acabar siendo agredido por un carro. Evidentemente, no hace falta que especifiquemos de quién es la culpa del desaguisado.


Cuatro años más tarde, será el propio Mortadelo quien se disfrace de un trasunto de Manolo Escobar para cantar (otra vez) "Mi carro",provocando así la rabia más que justificada de su jefe Filemón, bastante dolorido en aquellos momentos. Se trata de Timazo al canto (1994).


Una de las menciones más recientes la encontramos en Su vida privada (1998), aventura en la que descubrimos los gustos melómanos de Filemón, quien acaba de adquirir esa joya que es "Mi carro", interpretado por el gran Caruso y la filarmónica de Viena.


Como se puede ver, las referencias en las viñetas de Ibáñez a Manolo Escobar han sido constantes a lo largo de los años, lo cual es un reflejo de la popularidad del cantante español, que ha superado barreras temporales, hasta el punto de que las referencias alusivas a su persona o a su obra pueden ser captadas por receptores de distintas generaciones y estratos culturales. Quede este post como recuerdo de los homenajes que Ibáñez ha dedicado al cantante y a su obra más popular, "Mi carro". Homenajes no exentos de cierta guasa, todo hay que decirlo. Pero si no fuera así, no estaríamos hablando de Ibáñez.

Apéndice

La mezcla de Mortadelo y Filemón con Manolo Escobar era algo inevitable, ya que ambos son fenómenos culturales de gran vigencia a lo largo de los años, de enorme calado social y, sin quererlo, iconos de la España más cañí,verbenera (en el mejor sentido del término) y bullanguera. Se ve que no somos los únicos que pensamos así, pues en las encarnaciones de Mortadelo y Filemón en los distintos medios, la obra de Manolo Escobar también ha estado muy presente.

Así, en la primera adaptación cinematográfica con personas reales de los personajes de Ibáñez, La gran aventura de Mortadelo y Filemón (Javier Fesser, 2003), encontramos "Mi carro" como una de las canciones que componen la variopinta e irregular banda sonora del film. Del mismo modo, en el fallido musical El Fantoche de la Opereta esta misma canción fue una de las seleccionadas para formar parte del repertorio de los agentes de la TIA.

Sirva este tema como cariñoso recuerdo a la memoria de Manolo Escobar. En paz descanse.

martes, 15 de octubre de 2013

LOS SERIALES DE EL BOTONES SACARINO



Los seriales de El botones Sacarino se publicaron en el DDT paralelamente a los protagonizados por otras de las estrellas ibañezcas de Bruguera: Mortadelo y Filemón (Pulgarcito) y Pepe Gotera y Otilio (Tío Vivo), coincidiendo con un periodo de gracia creativa por parte de su autor, como testifican sus páginas firmadas a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Probablemente, el método de la serialización se vio influido por la “moda” de las historietas largas, conocida en España principalmente por Astérix, protagonista de unos álbumes recopilatorios que marcarían el camino a seguir para algunas de las series autóctonas, especialmente Mortadelo y Filemón. Es por ello que, imitando el modelo de la principal serie de Ibáñez, también Sacarino empieza a vivir aventuras más extensas que se dividen en episodios aparentemente “cerrados” de dos páginas cada uno. La extensión de estos capítulos es variable, combinando historietas de 4 ó 6 páginas con otras autoconclusivas sin solución de continuidad. Posiblemente, la posterior recopilación en álbum estuvo en la mente de los directivos de la empresa desde un principio. En dichas recopilaciones, normalmente se eliminaba el nombre  de la serie que aparecía en la primera viñeta (no pocas veces también la firma del autor era borrada) y se sustituía por un título escogido por la editorial[1], o bien por un texto que indicaba una continuidad temporal, del tipo “al día siguiente…”, “unas horas después…”, etc.



Antes de analizar el contenido de los seriales, haremos un breve recorrido por la historia de Sacarino que nos conducirá a conocer el estado de la serie en el momento en que estos se iniciaron.  El botones Sacarino, de “El Aullido Vespertino”, título inicial de la tira, apareció por primera vez en el número 628 de El DDT, con un formato peculiar: dos columnas de seis tiras cada una que apenas esbozaban una anécdota cotidiana protagonizada por un botones holgazán y su irascible director. En el origen de esta premisa y en el mismo diseño gráfico del personaje es innegable la influencia de modelos foráneos, concretamente de André Franquin, aunque de este aspecto nos ocuparemos después. En 1967, el resurgir de DDT permite una renovación de la serie, iniciando así su etapa más popular. Además de algunos cambios físicos, el personaje se ve ahora acompañado del “Dire” y del “Presi” (cuyo diseño parece una evolución del que mostraba el director de su época primigenia).

Con respecto a esta  nueva etapa, Antonio Guiral opina que “el influjo del creador belga Franquin sobre Ibáñez, que siempre fue reconocido por el humorista catalán, ya evidente en las primeras páginas de El botones Sacarino, cobró a partir de entonces más fuerza, remarcándose el evidente `homenaje´ que suponía la serie a dos personajes realizados por Franquin y publicados en la revista Spirou: el botones Spirou y Gaston Lagaffe[2]. Nosotros no estamos en absoluto de acuerdo con esta afirmación, pues, aunque la sombra de Franquin aún planea sobre las historietas del botones durante esta época (y posteriormente daremos ejemplos de ello), lo cierto es que la influencia del autor belga es mucho menor en esta nueva etapa de las andanzas de Sacarino. De hecho, fue en su primer momento (valga como ejemplo la primera historieta publicada) cuando Ibáñez realizó viñetas cuyo guion y planteamiento general resulta prácticamente idéntico al de las historietas de Gastón Lagaffe, con algunas transposiciones casi literales de las corredurías del despistado mozo del semanario Spirou. Al introducir la nueva figura del “Dire”, Ibáñez centra en este sus historietas, así como en el Presidente, dejando a Sacarino relegado a desempeñar el escueto papel de ser el que prepara la trastada desencadenante de la trama para, posteriormente, desaparecer. Como afirmamos anteriormente en Corra, jefe, corra: “la incorporación del Director a la serie supone una afirmación de la personalidad artística de Ibáñez, que sabe escapar de las imposiciones editoriales dotando a todas sus creaciones de un toque personal, único e intransferible.


Desde el punto de vista argumental, encontramos una serie de esquemas básicos que servirán de soporte a los distintos seriales. Así, bien se puede partir de una chapuza realizada por el botones (La percha; DDT nº 150) o de los numerosos inventos de este para mejorar la vida en la oficina: un sistema antirrobo en la caja fuerte (Sistemas anti-robo; DDT, 185), una goma elástica para “transportar” paquetes (“Dire” contra “Presi”; DDT, 155), una vagoneta con su sistema de raíles (La vagoneta; DDT, 208), un mecanismo para el fichero (Más fichero-locuras; DDT 214), etc. No deja de ser curioso que para los seriales de su serie principal, Ibáñez recurriera también a la faceta de inventor de Mortadelo, que ya había apuntado a mediados de los 60, como señala Miguel Fernández Soto[3].



Otro de los argumentos más recurrentes (y aquí se hace visible la herencia de Gaston Lagaffe) es la introducción en la editorial de cualquier objeto distorsionador del trabajo de oficina. Así, vemos que el espíritu lúdico de Sacarino lo lleva a llevar a la redacción animales varios: cangrejos, pájaros, calamares…, y objetos de ocio como una pelota saltarina, piezas de un ninot o máscaras. Todo es válido para dinamitar (inconscientemente, claro) la vida gris y burocrática que representan sus superiores.


Otro de los esquemas de algunas de estas historietas consiste en la visita de una persona importante que propicia que se actualice el viejo recurso brugueriano de tener que “quedar bien” ante un individuo destacado: el conde del Rastrojo, la esposa del Presidente, el administrador general, etc. En muchas ocasiones, estos dos últimos esquemas básicos se combinarán y será el “elemento distorsionador” el que arruine la imagen de la empresa y sus directivos ante las visitas de turno. Sobre estas premisas básicas se construyen la mayoría de las historietas seriadas de Sacarino, aunque no se trata de reglas rígidas, pues Ibáñez se permite flexibilizarlos cuando así conviene. 

En muchas ocasiones, el serial avanza porque Ibáñez parte de un elemento ya conocido y le da una vuelta de tuerca en el capítulo siguiente, sacando el máximo partido posible al mismo. Así, en historietas como La vagoneta, el botones inventa una vagoneta con su sistema de raíles en el primer episodio; en el segundo, Ibáñez sigue explotando este invento pero introduce una novedad, un motorcito electrónico que permite jugar con las descargas eléctricas  que padecen los personajes; en una tercera parte, Sacarino cambia la ubicación de la vagoneta y pasa a instalarla en el techo, generando el mismo tipo de gags pero con esa ligera variante. Estas páginas (extrañamente retituladas por Bruguera como tres historietas independientes) son un ejemplo de cómo Ibáñez va añadiendo elementos a una idea básica para crear la continuidad. En otras ocasiones, la conexión no es tan evidente, pues el elemento que va a protagonizar el siguiente episodio, aparece únicamente al final del capítulo anterior. Tal ocurre con la aparición de Matador, el perro del “Presi” que será el protagonista del siguiente tramo de historieta y que aparece en la última viñeta de La percha, creando así una cohesión bastante forzada entre las partes.

 Cronológicamente, y obviando las marcas temporales introducidas a posteriori por la redacción de Bruguera para crear la ilusión de continuidad tras eliminar el título de la primera viñeta, se entiende que entre uno y otro capítulo del mismo serial han transcurrido unos días, aunque hay algunas excepciones, como en Máscaras (DDT, 148), donde la acción del segundo episodio se inicia inmediatamente después de la última del episodio anterior. El espacio es el mismo prácticamente en todas las historietas: las oficinas del DDT. El tipo de aventuras del botones, enmarcadas en el ámbito de lo estrictamente laboral, hace que los personajes apenas salgan de ese ambiente burocrático y opresor. Al no dotar a sus personajes de profundidad psicológica ni vida privada apenas, Ibáñez no cae en las visitas al campo, a la playa, a la carretera…tal y como hace Franquin con Gaston Lagaffe en la serie que le servirá de modelo al dibujante español.

La comicidad de estas historietas lleva el “sello Ibáñez” de humor físico, de garrotazo y tentetieso, pero aderezada esta vez con el juego de equívocos que parece más propio del vodevil y de la comedia de situación, con raigambre en clásicos como Plauto y su Anfitrión. Así, prolifera la confusión de identidades, bien por equívocos visuales (Máscaras), bien por malentendidos lingüísticos (Matador; DDT, 151), que conforman algunas de las páginas más cómicas firmadas por el dibujante catalán. Otros de los recursos humorísticos más acertados, también típico del autor, son las caracterizaciones de los animales, dotados de inteligencia y portadores de algunos de los comentarios más jocosos e irónicos de estas historietas (El gusanito- DDT, 163-, El gato belicoso- DDT, 236- etc.).

Desde el punto de vista gráfico, se mantiene el nivel estándar de Ibáñez a principios de los 70. Algunas de las historietas, como ocurre con los seriales de sus otros personajes, presentan el inconveniente de un entintado poco eficaz, sin apenas diferencia de grosores y realizado con excesiva premura, lo cual hay que achacar a los entintadores de la editorial, pues la sobrecarga de trabajo impedía que Ibáñez se ocupara personalmente de ese último paso. En otras ocasiones, la falta de espacio (hasta la historieta El pájaro las planchas son de seis tiras) lleva al autor a economizarlo bien y a no permitirse alardes. Así, el gran dibujante de proboscidios que es Ibáñez sólo puede incluir la pata de uno de ellos en su historieta La puerta automática (DDT, 196), pues dibujar al animal completo hubiera supuesto utilizar más viñetas de las que disponía para su narración. Sí encontramos algunos hallazgos interesantes, como el hecho de mostrar en una misma viñeta el lateral de un muro que separa dos habitaciones para indicar la simultaneidad de las acciones (“Dire” contra “Presi”)  o reflejar la actitud excesivamente amable y empalagosa del “Dire” haciendo que el bocadillo sea una mancha que se derrama de un tarrito de miel (El gusanito).

El botones Sacarino forma parte, junto con sus hermanos de tinta, del universo global de Francisco Ibáñez. Aunque en otras ocasiones ya ha habido un flirteo entre Sacarino y las otras series del autor, nos vamos a centrar en los “cameos”  encontrados en la época que estamos estudiando. Así, Mortadelo y Filemón aparecen como “esquiroles” intentando encontrar al “Dire” por orden del Presidente, en La plataforma elevadora (DDT, 223). Del mismo modo, Pepe Gotera y Otilio serán contratados por la empresa para colocar un extractor en Portazos (DDT, 207). Pero la palma se la lleva el más ubicuo de los personajes de Ibáñez: Rompetechos. El mítico cegatón aparecerá desempeñando su tradicional rol pasivo en historietas ajenas, consistente en interpretar la realidad a su manera en historias como El balón saltarín (DDT, 165) o Un caso de mala pata (DDT, 154). Más activa es su participación en Un boquete en la pared (DDT, 175), donde ejerce de albañil y acaba tapiando la puerta del despacho del “Presi” justo antes de un incendio.



Pero no son las propias historietas de Ibáñez  la única referencia que encontramos en estas páginas. Desde que el botones forma parte de la plantilla del DDT, las alusiones a la redacción de Bruguera son constantes. Así, en Abelardo, el calamar (DDT, 172), aparece el nombre de la revista en la puerta de la redacción, mientras que en El cactus (DDT, 177) el Presidente porta un globo publicitario de la empresa. Las alusiones al resto de compañeros tampoco son extrañas. Una de las más delirantes es la referida a Raf, de quien el “Presi” solicita el expediente psicológico en El fichero (DDT, 213), mientras sostiene un monigote supuestamente dibujado por el padre de Sir Tim O´theo. Estos puyazos entre Ibañez y Raf, que eran buenos amigos, son constantes en la obra de ambos, y sacan de ellos un excelente rendimiento humorístico. Sanchís no sale mucho mejor parado, pues su obra (un dibujo ridículo de un pez) es usada por Sacarino para tapar un hueco en la pared, a falta de otra cosa, en Un boquete en la pared. Especialmente irónicas son las alusiones a Armando Matías Guiu, conocido redactor y humorista, que en aquel tiempo era jefe de redacción. En El oso (DDT, 211 y 212) se habla del estrepitoso fracaso de “Don Armando” como comediógrafo en Cáceres, lo cual parece estar basado en algún hecho real, dado que Matías Guiu fue autor de varias obras teatrales. En ocasiones, encontramos que la decoración de la redacción hace referencia a distintos personajes de la casa, como es el caso de Don Pelmazo Bla,bla,blá, creación de Raf (El juego de la bolita- DDT, 162), recurso ya utilizado por Franquin, quien retrataba a los distintos personajes de Dupuis en su serie Gaston Lagaffe.

Por supuesto, tampoco faltan las autoalusiones. Así, Ibáñez será el dibujante más citado en esta particular redacción del DDT. Son muchas las bromas relacionadas con el aspecto económico, en las que Ibáñez aparece reflejado como un dibujante cicatero y exigente con respecto a sus jefes. Así, en El cangrejo (DDT, 158), Director y Presidente se felicitan porque Ibáñez lleva una semana sin pedir un aumento. En El patatús del “Presi” (DDT, 168), el “Dire” informa de que el dibujante ha pedido un anticipo de cien mil pesetas, que le serán devueltas descontándole dos pesetas por página. El Presidente, harto de lo que parece ser algo rutinario, apuesta por darle un golpe en la cabeza. En otra ocasión, el “Presi” ironiza acerca de los numerosos atrasos de Ibáñez (Sistemas anti-robo). En Alto voltaje (DDT, 209) el Director califica de “electrizante” la última historieta entregada por Ibáñez. Más tópica es la alusión a la calva de Ibáñez, que es comparada con una lámpara de bola, en El gato belicoso.


Aunque anteriormente hemos señalado que a principios de los setenta, la serie El botones Sacarino había dejado atrás la imitación, el calco casi literal a Franquin. Sin embargo, esto no quita que todavía hallemos algunas historietas en las que encontremos alguna semejanza en cuanto al planteamiento. Así, además de la convivencia en la oficina con animales como el cangrejo, el gato o el pájaro (todos ellos se encuentran en la serie Gaston Lagaffe), detectamos algunas coincidencias, como ocurre entre las historietas del serial El balón saltarín  y la tira 513 de Gastón; El “ninot” de la falla (DDT 182-184) reproduce el esquema franquiniano del caco que se infiltra en la redacción de Dupuis y sale escaldado por las trastadas de Gastón (la mano gigante del ninot tiene su correlato en la que aparece en la tira 590 de Lagaffe); La puerta automática plantea semejanzas con las tiras 171, 181  185 del personaje belga; El fichero y Más fichero-locuras tienen relación con las tiras 126 y 127 del mismo personaje; La bola de cañón (DDT, 217), Sigue la bola (DDT, 218), y La bola tienen que ver con las tiras “gastonianas” 309 y 609; además, el sistema de transporte interno por raíles diseñado por Sacarino en La vagoneta Alto voltaje y Más inventos (DDT, 210) tiene su correlato foráneo en las tiras 667 y 668 del personaje de Franquin. Sin embargo, estas influencias no pueden ser consideradas como plagios, pues ya no se trata de calcos exactos de lo hecho en el extranjero, sino de historietas que tienen simplemente una premisa, un punto de partida común, pero con un desarrollo totalmente autónomo e independiente, lo cual se permite contrastar en los estilos bien diferenciados que presentan ambos autores.

 Así, podemos decir que en las historietas de El botones Sacarino de principios de los años setenta, Ibáñez consolida una serie que, partiendo de un modelo externo, ha pasado a ser una de las más características de su producción como historietista. Una serie que, al igual que otras suyas, se beneficia de un Ibáñez en plena forma que va construyendo, viñeta a viñeta, páginas antológicas en las que unos personajes nacidos en la década anterior alcanzan su máximo esplendor, al disponer de más espacio donde desarrollar sus gags, convirtiéndose en adalides de un humor dinámico, trepidante, que no deja un respiro al lector entre escena y escena, con gags bien medidos reforzados por unos diálogos frescos, concisos, eficaces, sumamente irónicos. Aunque la serie haya arrastrado para algunos lectores el sambenito de “copia” desde su nacimiento, ya a comienzos de los setenta,  los seriales de El botones Sacarino (en los que la relación a tres bandas entre el protagonista y sus dos jefes llega a su cénit de comicidad), son un claro ejemplo del buen hacer de su autor. Sin duda, entre las historias de estos seriales encontramos algunas de las páginas más divertidas que jamás haya firmado Francisco Ibáñez.

Esta entrada ha sido posible gracias al siempre impagable estímulo de Miguel Fernández Soto, que me animó a escribirla.




[1] A lo largo de este artículo, citaremos las distintas historietas de Sacarino por estos títulos, tal y como se recogieron en las diversas recopilaciones, aunque se citará también el número de la revista de su publicación original.
[2] GUIRAL, ANTONIO, Prólogo a Clásicos del Humor. El botones Sacarino, RBA, 2009.
[3]  
FERNÁNDEZ SOTO, Miguel, El mundo de Mortadelo y Filemón, Palma de Mallorca, Dolmen, 2005.

lunes, 23 de septiembre de 2013

DON PEDRITO, CENSURADO

       Don Pedrito fue una de las series "menores" de Ibáñez más longevas, ya que desde mediados de los sesenta hasta finales de la década, el autor realizó una página semanal de la serie para Tío Vivo (en ocasiones especiales, el número de páginas podía aumentar). El hecho de que todavía no se haya publicado un recopilatorio como Dios manda de la serie (y me dicen desde Ediciones B que no hay trazas de publicarlo), no puede impedir que la analicemos como una parte fundamental de una época trascendental de la trayectoria de Ibáñez. 

       Es por ello que los diferentes aspectos de la obra de nuestro dibujante que se estudian en sus series principales también atañen a las modestas peripecias de Don Pedrito. Por tanto, se puede afirmar que en las páginas del simpático cabezón también encontramos rastro de la temible censura de la época. Un ejemplo de ello lo tenemos en la historieta que sirvió como portada del número 202 de la citada revista Tío Vivo.

       En ella, Ibáñez plasma una sencilla anécdota en la que Don Pedrito trata te ayudar a su amigo Petronio a subir una caja de plomo a un quinto piso gracias a una polea. Por supuesto, y como no podía ser de otra forma, la ayuda del protagonista solo traerá quebraderos de cabeza a su compadre, que caerá desde las alturas sobre la caja, para posteriormente ser aplastado por ella. Sin embargo, algo raro observamos en la última viñeta, que mostramos a continuación.

                         
 
        Como los lectores observarán, esta viñeta final no está dibujada por Ibáñez, ya que luce un dibujo mucho más simple, carente de fuerza y expresividad, además de tener una pésima composición. Desconocemos quién fue el autor de esta viñeta, pero su estilo es mucho más simplista que el de nuestro autor, con reminiscencias de algunos clásicos de la editorial, como Conti.

         Dicho esto, cabe preguntarse el porqué de esta viñeta dibujada por un autor ajeno al titular. La respuesta es bien sencilla: la censura. No es la primera vez que la editorial "mete mano" a los finales de las historietas de los autores de la casa, especialmente cuando estos se consideran excesivamente violentos. No se sabe cuál era el final elegido por Ibáñez, pero no nos cabe duda de que nada tenía que ver con este almibarado, endulcorado y, por qué no decirlo, algo ñoño desenlace, en el que Don Pedrito tira de ingenio para ayudar a su paciente amigo a subir la caja. 
   
Conociendo a Ibáñez, la sucesión de golpes que ha padecido Petronio por culpa de Don Pedrito, llevaría al personaje secundario a querer vengarse del protagonista de la historieta, mediante la consabida persecución o quizás alguna suerte de tormento malayo. Sin embargo, en Bruguera debieron juzgar que el final era demasiado crudo para los jóvenes lectores, sobre todo teniendo en cuenta que además presidía la portada,  por lo que fue sustituido por un dibujante de la casa. A esto hay que sumarle que Don Pedrito empezó siendo una serie con raíces publicitarias, detalle que quizás influyó para que el tono habitual de incorrección política del autor se viera siempre refrenado al narrar las inocuas aventuras de este personaje bondadoso y bienintencionado, que como hemos mostrado en este mismo blog,  padeció la auto-censura del autor en otras ocasiones.

Les dejamos la página completa para que disfruten de una de las series menos conocidas de Francisco Ibáñez.

 

Un saludo a todos, amigos.

lunes, 9 de septiembre de 2013

IMPEACHMENT! (1999)



Sin duda alguna, Impeachment! (1999) es una de las historietas más originales de la saga de Mortadelo y Filemón. En ella, se cuenta cómo la Ofelia denuncia al Super-intendente de la TIA por acoso, ya que este, supuestamente, ha intentado propasarse con ella. Ante la condena de los altos mandatarios de la organización y del país, el Súper recurre a Mortadelo y Filemón para limpiar su imagen y aclarar los hechos. Es notable el hecho de que en esta ocasión, al igual que en El candidato (1989), Mortadelo y Filemón no actúan para la TIA, sino al servicio Súper, como individuo. También llama la atención que cuando este se está jugando el cuello recurra a estos dos agentes, cuya incompetencia ha sido sobradamente demostrada y que, para colmo, lejos de empalizar con el sufrimiento de Vicente, auténtico protagonista del álbum, se recochinean con su particular retranca (especialmente Mortadelo). En todo caso, la elección de esta pareja de agentes confirma que, sin que medie sentimentalismo alguno, hay un vínculo muy especial entre el Súper y Mortadelo y Filemón.

            Para comprender esta historieta, es necesario situarla en su contexto histórico. Ante todo, conviene recordar que el título es uno de los menos comerciales de cuantos ha firmado Ibáñez (al que siempre se le acusa de comercial). Tanto es así que en la portada de Magos del Humor aparece una caricatura de Clinton junto al título explicando el mismo.¿Y qué tiene que ver este personaje? Para los más jóvenes tenemos que recordar que a finales de los 90 estalló el llamado “Caso Lewinsky”, en el que una becaria de la Casa Blanca aseguró haber mantenido relaciones sexuales con el por entonces presidente Bill Clinton. Se trató de un escándalo altamente mediático que no podía dejar de seducir a Ibáñez. De hecho, el autor lo trató de soslayo en algunos gags de Deportes de espanto (1998), La maldita maquinita (1998) y La Mier (1999). Cabe destacar que Ibáñez toca un tema bastante adulto sin caer en la vulgaridad y de manera que los infantes que lean sus historietas no se sientan ofendidos, un ejercicio de habilidad que, en sus manos, se realiza de forma natural.

           
            Desde el punto de vista gráfico, el álbum es impecable, con un Ibáñez en plena forma y un acabado más que correcto por parte de Juan Manuel Muñoz, aunque con algunos espacios en negro por rellenar, como en la viñeta 5 de la página 1, la viñeta 3 de la página 41 y la última viñeta del álbum. En realidad, el hecho de presentar al Súper como un acosador de Ofelia ya se atisbaba en álbumes anteriores como El inspector general (1990) o El ángel de la guarda (1995). En este último, ya vimos cómo la secretaria estaba a la defensiva con respecto a su superior.

            En el inicio del álbum, apreciamos la habilidad narrativa de Ibáñez, pues en ningún momento nos presenta directamente la escena en que supuestamente el Súper muerde a la Ofelia. Se ve cómo el jefe de la TIA está dispuesto a darle una dentellada a su bocadillo y acto seguido la acción se focaliza en los testigos “auditivos” del hecho, Mortadelo y Filemón, que oyen el grito de Ofelia. De esta manera, Ibáñez mantiene la duda acerca de lo que ha sucedido hasta el final. Pero no pensemos por ello que el autor es imparcial. A la mañana siguiente, el Súper aparece como víctima de un acoso mediático por parte de la prensa sensacionalista, cuyos representantes aparecen reflejados como buitres que toman partido a favor de la mujer,  obviando la presunción de inocencia del varón. La persecución al Súper se extiende a la radio y a la televisión, que, por cierto, él enciende en busca de dibujos japoneses, confirmando la afición que ya le vimos en Barcelona 92 (1991) por la programación infantil. Ni siquiera el Papa Juan Pablo II se resistió a censurar la conducta del supuesto agresor. Imperdible es la escena de la manifestación de las feministas, con las consabidas pancartas. Estas mujeres aparecen reflejadas de forma tópica pero jocosa: con pantalones, pelo corto y cara de mala uva.


            Estas primeras páginas, que están entre lo más destacado del álbum, nos permiten elucubrar sobre la posible fuente del mismo. Aunque la idea pueda resultar rocambolesca en un principio, el tratamiento de la presunción de acoso parece sacado del capítulo de la temporada 6 de Los Simpson “Homer, hombre malo”. En él, Homer Simpson es acusado injustamente de haber tocado el trasero de una joven y es sometido a un acoso y derribo por parte de la sociedad muy similar al que sufre Vicente en este álbum. Aunque no se encuentran abundantes filiaciones entre los cómics de Ibáñez y la serie de la familia amarilla, el autor ha demostrado conocer la serie, como indicó en la entrevista dedicada al Tiramillas de Marca en la que asume la personalidad de Mortadelo.

            Un papel relevante lo desempeña la esposa del Súper, a la que ya conocimos en Elóscar del moro (1998) y que ya entonces sospechaba de una posible relación entre su marido y la secretaria Ofelia. Como buen trasunto de Hillary Clinton, Ibáñez se divierte presentando a la esposa de Vicente como una mujer comprensiva que apoya a su marido ante la opinión pública, mientras que le declara la guerra en el ámbito privado. Tampoco tendrá el Súper de la TIA tendrá el apoyo de sus superiores, pues tanto el director general, como el ejército y la Iglesia se dejarán llevar por los rumores. Destacan también la desconsideración hacia el Súper por parte del entonces presidente Aznar (siempre con roles negativos en la obra de Ibáñez) y el fiscal Escorbuto Carcamal. Este personaje será el que mueva sus hilos para condenar al inocente y desacreditarlo públicamente, con el objeto de quedarse con su puesto. Llama la atención su reaparición, años después, en el álbum Marrullería en la alcaldía (2010), esta vez en perfecta armonía con el Súper.

            El mayor protagonismo del Súper tiene como contrapartida un desplazamiento de la figura de Filemón, que se pasa sin hablar desde la página 1 a la 6. Incluso cuando el Súper cuenta su problema a los agentes es Mortadelo el que se lleva todas las réplicas. Una que llama la atención es un juego de palabras bastante malo en el que los conocimientos de inglés de Ibáñez parecen llegar extrañamente hasta saber que “melocotón” se dice “peach” en la lengua de Shakespeare. La misión de los agentes es complicada: lograr que Ofelia retire su denuncia.

            En esta historieta apreciamos la faceta más religiosa del Súper, que ora en varias ocasiones pidiendo que llegue a buen término el asunto. Ibáñez flirtea de forma simpática con los límites más escabrosos del sexo haciendo que el Súper parezca un exhibicionista que agarra a Ofelia del pelo en calzoncillos; un sádico que quiere agredirla con una plancha; esto es, un  asiduo de las más oscuras prácticas sexuales. Ante tal imagen, provocada por la incompetencia de Mortadelo y Filemón, el mismo director general toma partido a favor de Ofelia.



            El siguiente tramo del álbum resulta más tópico, con cinco páginas de relleno en las que los agentes deben burlar al perro del fiscal Carcamal, a cuya casa han ido en busca de pruebas. Tampoco son humorísticamente eficaces las tres páginas en casa del fiscal en las que los agentes son víctimas de las trampas del villano, sin que haya una adecuada preparación de los gags, por lo que estos resultan meramente mecánicos, como en historietas del tipo de Robots bestiajos (1993). Las siguientes cuatro páginas narran la visita del arcipreste Bendítez, que, como los sacerdotes de El nuevo cate (1993) vela por la decencia en las dependencias de la TIA. Las seis páginas siguientes transcurren en el desierto, donde el Súper acude a orar a Alá (antes le rezó a un santo cristiano), aunque por culpa de Mortadelo y Filemón sus actitudes parecen más procaces que santas, y así lo refleja la prensa sensacionalista, que hace fotografías y luego les asigna un titular tendencioso, como hicieran con tan buenos resultados en La prensa cardiovascular (1995). Ibáñez incluso nombra explícitamente a la revista sensacionalista “Interviú”, también de Ediciones B. Como ocurría en La prensa cardiovascular, la perspectiva desde donde se toman las fotos no coincide con la publicada en la prensa.

            Tras un nuevo malentendido con Ofelia, el Súper asigna a sus hombres que impidan que su secretaria declare a la televisión, por lo que se inician unos intentos infructuosos de secuestro que acaban con la paciencia de los periodistas, que se largan. Aquí se produce el principal fallo de guion del álbum, pues, de repente, la supuesta dentellada del Súper en el trasero de Ofelia se convierte en un supuesto pellizco en la misma parte, en un error de coherencia. Las siguientes nueve páginas transcurren intentando eliminar a los testigos que supuestamente ha amañado Carcamal, tan peculiares que recuerdan a los candidatos de Concurso-Oposición (1975), especialmente el gafe y el bromista. En el caso del testigo ciego, destaca la amplia gama de disfraces terroríficos de Mortadelo, de impecable factura gráfica.

            Finalmente, cuando Ofelia parece decidida a declarar, a modo de Deus ex machina, un mono amaestrado del Bacterio le da a la oronda secretaria un pellizco en el trasero, lo que hace que la mujer se retire avergonzada. Sin embargo, este final es fruto de una simplificación: el hecho de que Bacterio asegure que es costumbre del simio dar esos pellizquitos, eso no impide que fuera el Súper el que se lo diera a Ofelia el día en cuestión. El final de la historieta, con una monumental viñeta que presenta a un gorila gigante recordará a muchos a la eficaz campaña publicitaria de “el primo de Zumosol”, a la que Ibáñez se refiere en más de una ocasión.


            En líneas generales, podemos decir que Impeachment! es uno de los álbumes más destacados de finales de los noventa, con un planteamiento original, aunque la obligación de rellenar las 44 páginas lo conduce en algunos tramos por senderos muy transitados. Se trata, en cierta forma, de una historieta anómala, con el Súper como protagonista e incluso podríamos decir que como víctima. Y también tiene algo de historieta valiente: en estos tiempos de lo políticamente correcto, Ibáñez trata el tema del acoso, pero del acoso infundado, y refleja cómo la presunción de inocencia se desvanece para el varón cuando no hay más pruebas que el testimonio de la mujer. Muestra, asimismo, la agresividad de los medios de comunicación, que realmente aprovechan el morbo para aumentar su audiencia y que se comportan como aves de rapiña, más interesadas en el sensacionalismo que en llegar a la verdad de los temas que tratan. La doble moral, los medios de comunicación y lo políticamente correcto reciben una bofetada en todo el morro por parte de un Ibáñez tan jocoso como irreverente.

Entrada dedicada a Easmo.