Los seriales de El botones Sacarino se publicaron en
el DDT paralelamente a los
protagonizados por otras de las estrellas ibañezcas de Bruguera: Mortadelo y
Filemón (Pulgarcito) y Pepe Gotera y Otilio
(Tío Vivo), coincidiendo con un
periodo de gracia creativa por parte de su autor, como testifican sus páginas
firmadas a finales de los años sesenta y principios de los setenta.
Probablemente, el método de la serialización se vio influido por la “moda” de
las historietas largas, conocida en España principalmente por Astérix,
protagonista de unos álbumes recopilatorios que marcarían el camino a seguir
para algunas de las series autóctonas, especialmente Mortadelo y Filemón. Es
por ello que, imitando el modelo de la principal serie de Ibáñez, también
Sacarino empieza a vivir aventuras más extensas que se dividen en episodios
aparentemente “cerrados” de dos páginas cada uno. La extensión de estos
capítulos es variable, combinando historietas de 4 ó 6 páginas con otras autoconclusivas
sin solución de continuidad. Posiblemente, la posterior recopilación en álbum
estuvo en la mente de los directivos de la empresa desde un principio. En
dichas recopilaciones, normalmente se eliminaba el nombre de la serie que aparecía en la primera viñeta
(no pocas veces también la firma del autor era borrada) y se sustituía por un
título escogido por la editorial[1], o
bien por un texto que indicaba una continuidad temporal, del tipo “al día
siguiente…”, “unas horas después…”, etc.
Antes de analizar el contenido de los seriales,
haremos un breve recorrido por la historia de Sacarino que nos conducirá a
conocer el estado de la serie en el momento en que estos se iniciaron. El
botones Sacarino, de “El Aullido Vespertino”, título inicial de la tira,
apareció por primera vez en el número 628 de El DDT, con un formato peculiar: dos columnas de seis tiras cada
una que apenas esbozaban una anécdota cotidiana protagonizada por un botones
holgazán y su irascible director. En el origen de esta premisa y en el mismo
diseño gráfico del personaje es innegable la influencia de modelos foráneos,
concretamente de André Franquin, aunque de este aspecto nos ocuparemos después.
En 1967, el resurgir de DDT permite
una renovación de la serie, iniciando así su etapa más popular. Además de
algunos cambios físicos, el personaje se ve ahora acompañado del “Dire” y del
“Presi” (cuyo diseño parece una evolución del que mostraba el director de su
época primigenia).
Con respecto a esta nueva etapa, Antonio Guiral opina que “el influjo del creador belga Franquin sobre
Ibáñez, que siempre fue reconocido por el humorista catalán, ya evidente en las
primeras páginas de El botones Sacarino, cobró a partir de entonces más fuerza,
remarcándose el evidente `homenaje´ que suponía la serie a dos personajes
realizados por Franquin y publicados en la revista Spirou: el botones Spirou y Gaston Lagaffe”[2].
Nosotros no estamos en absoluto de acuerdo con esta afirmación, pues, aunque la
sombra de Franquin aún planea sobre las historietas del botones durante esta
época (y posteriormente daremos ejemplos de ello), lo cierto es que la
influencia del autor belga es mucho menor en esta nueva etapa de las andanzas
de Sacarino. De hecho, fue en su primer momento (valga como ejemplo la primera
historieta publicada) cuando Ibáñez realizó viñetas cuyo guion y planteamiento
general resulta prácticamente idéntico al de las historietas de Gastón Lagaffe,
con algunas transposiciones casi literales de las corredurías del despistado
mozo del semanario Spirou. Al
introducir la nueva figura del “Dire”, Ibáñez centra en este sus historietas,
así como en el Presidente, dejando a Sacarino relegado a desempeñar el escueto
papel de ser el que prepara la trastada desencadenante de la trama para, posteriormente,
desaparecer. Como afirmamos anteriormente en Corra, jefe, corra: “la
incorporación del Director a la serie supone una afirmación de la personalidad
artística de Ibáñez, que sabe escapar de las imposiciones
editoriales dotando a todas sus creaciones de un toque personal, único e
intransferible”.
Desde el punto de vista argumental,
encontramos una serie de esquemas básicos que servirán de soporte a los
distintos seriales. Así, bien se puede partir de una chapuza realizada por el
botones (La percha; DDT nº 150) o de
los numerosos inventos de este para mejorar la vida en la oficina: un sistema
antirrobo en la caja fuerte (Sistemas anti-robo;
DDT, 185), una goma elástica para “transportar” paquetes (“Dire” contra “Presi”; DDT, 155), una vagoneta con su sistema de
raíles (La vagoneta; DDT, 208), un
mecanismo para el fichero (Más
fichero-locuras; DDT 214), etc. No deja de ser curioso que para los
seriales de su serie principal, Ibáñez recurriera también a la faceta de
inventor de Mortadelo, que ya había apuntado a mediados de los 60, como señala
Miguel Fernández Soto[3].
Otro de los argumentos más recurrentes (y
aquí se hace visible la herencia de Gaston Lagaffe) es la introducción en la
editorial de cualquier objeto distorsionador del trabajo de oficina. Así, vemos
que el espíritu lúdico de Sacarino lo lleva a llevar a la redacción animales
varios: cangrejos, pájaros, calamares…, y objetos de ocio como una pelota
saltarina, piezas de un ninot o máscaras. Todo es válido para dinamitar
(inconscientemente, claro) la vida gris y burocrática que representan sus
superiores.
Otro de los esquemas de algunas de estas
historietas consiste en la visita de una persona importante que propicia que se
actualice el viejo recurso brugueriano de tener que “quedar bien” ante un
individuo destacado: el conde del Rastrojo, la esposa del Presidente, el
administrador general, etc. En muchas ocasiones, estos dos últimos esquemas
básicos se combinarán y será el “elemento distorsionador” el que arruine la
imagen de la empresa y sus directivos ante las visitas de turno. Sobre estas
premisas básicas se construyen la mayoría de las historietas seriadas de
Sacarino, aunque no se trata de reglas rígidas, pues Ibáñez se permite
flexibilizarlos cuando así conviene.
En muchas ocasiones, el serial avanza
porque Ibáñez parte de un elemento ya conocido y le da una vuelta de tuerca en
el capítulo siguiente, sacando el máximo partido posible al mismo. Así, en
historietas como La vagoneta, el
botones inventa una vagoneta con su sistema de raíles en el primer episodio; en
el segundo, Ibáñez sigue explotando este invento pero introduce una novedad, un
motorcito electrónico que permite jugar con las descargas eléctricas que padecen los personajes; en una tercera
parte, Sacarino cambia la ubicación de la vagoneta y pasa a instalarla en el
techo, generando el mismo tipo de gags pero con esa ligera variante. Estas
páginas (extrañamente retituladas por Bruguera como tres historietas
independientes) son un ejemplo de cómo Ibáñez va añadiendo elementos a una idea
básica para crear la continuidad. En otras ocasiones, la conexión no es tan
evidente, pues el elemento que va a protagonizar el siguiente episodio, aparece
únicamente al final del capítulo anterior. Tal ocurre con la aparición de
Matador, el perro del “Presi” que será el protagonista del siguiente tramo de
historieta y que aparece en la última viñeta de La percha, creando así una cohesión bastante forzada entre las
partes.
Cronológicamente, y obviando las marcas
temporales introducidas a posteriori
por la redacción de Bruguera para crear la ilusión de continuidad tras eliminar
el título de la primera viñeta, se entiende que entre uno y otro capítulo del
mismo serial han transcurrido unos días, aunque hay algunas excepciones, como
en Máscaras (DDT, 148), donde la
acción del segundo episodio se inicia inmediatamente después de la última del
episodio anterior. El espacio es el mismo prácticamente en todas las
historietas: las oficinas del DDT. El tipo de aventuras del botones, enmarcadas
en el ámbito de lo estrictamente laboral, hace que los personajes apenas salgan
de ese ambiente burocrático y opresor. Al no dotar a sus personajes de
profundidad psicológica ni vida privada apenas, Ibáñez no cae en las visitas al
campo, a la playa, a la carretera…tal y como hace Franquin con Gaston Lagaffe
en la serie que le servirá de modelo al dibujante español.
La comicidad de estas historietas lleva el
“sello Ibáñez” de humor físico, de garrotazo y tentetieso, pero aderezada esta
vez con el juego de equívocos que parece más propio del vodevil y de la comedia
de situación, con raigambre en clásicos como Plauto y su Anfitrión. Así, prolifera la confusión de identidades, bien por equívocos
visuales (Máscaras), bien por
malentendidos lingüísticos (Matador;
DDT, 151), que conforman algunas de las páginas más cómicas firmadas por el
dibujante catalán. Otros de los recursos humorísticos más acertados, también típico
del autor, son las caracterizaciones de los animales, dotados de inteligencia y
portadores de algunos de los comentarios más jocosos e irónicos de estas
historietas (El gusanito- DDT, 163-, El gato belicoso- DDT, 236- etc.).
Desde el punto de vista gráfico, se
mantiene el nivel estándar de Ibáñez a principios de los 70. Algunas de las
historietas, como ocurre con los seriales de sus otros personajes, presentan el
inconveniente de un entintado poco eficaz, sin apenas diferencia de grosores y
realizado con excesiva premura, lo cual hay que achacar a los entintadores de
la editorial, pues la sobrecarga de trabajo impedía que Ibáñez se ocupara
personalmente de ese último paso. En otras ocasiones, la falta de espacio
(hasta la historieta El pájaro las
planchas son de seis tiras) lleva al autor a economizarlo bien y a no
permitirse alardes. Así, el gran dibujante de proboscidios que es Ibáñez sólo
puede incluir la pata de uno de ellos en su historieta La puerta automática (DDT, 196), pues dibujar al animal completo
hubiera supuesto utilizar más viñetas de las que disponía para su narración. Sí
encontramos algunos hallazgos interesantes, como el hecho de mostrar en una
misma viñeta el lateral de un muro que separa dos habitaciones para indicar la
simultaneidad de las acciones (“Dire”
contra “Presi”) o reflejar la
actitud excesivamente amable y empalagosa del “Dire” haciendo que el bocadillo
sea una mancha que se derrama de un tarrito de miel (El gusanito).
El botones Sacarino forma parte, junto con
sus hermanos de tinta, del universo global de Francisco Ibáñez. Aunque en otras
ocasiones ya ha habido un flirteo entre Sacarino y las otras series del autor,
nos vamos a centrar en los “cameos” encontrados en la época que estamos
estudiando. Así, Mortadelo y Filemón aparecen como “esquiroles” intentando
encontrar al “Dire” por orden del Presidente, en La plataforma elevadora (DDT, 223). Del mismo modo, Pepe Gotera y
Otilio serán contratados por la empresa para colocar un extractor en Portazos (DDT, 207). Pero la palma se la
lleva el más ubicuo de los personajes de Ibáñez: Rompetechos. El mítico cegatón
aparecerá desempeñando su tradicional rol pasivo en historietas ajenas,
consistente en interpretar la realidad a su manera en historias como El balón saltarín (DDT, 165) o Un caso de mala pata (DDT, 154). Más
activa es su participación en Un boquete
en la pared (DDT, 175), donde ejerce de albañil y acaba tapiando la puerta
del despacho del “Presi” justo antes de un incendio.
Pero no son las propias historietas de
Ibáñez la única referencia que
encontramos en estas páginas. Desde que el botones forma parte de la plantilla
del DDT, las alusiones a la redacción de Bruguera son constantes. Así, en Abelardo, el calamar (DDT, 172), aparece
el nombre de la revista en la puerta de la redacción, mientras que en El cactus (DDT, 177) el Presidente porta
un globo publicitario de la empresa. Las alusiones al resto de compañeros
tampoco son extrañas. Una de las más delirantes es la referida a Raf, de quien
el “Presi” solicita el expediente psicológico en El fichero (DDT, 213), mientras sostiene un monigote supuestamente
dibujado por el padre de Sir Tim O´theo. Estos puyazos entre Ibañez y Raf, que
eran buenos amigos, son constantes en la obra de ambos, y sacan de ellos un
excelente rendimiento humorístico. Sanchís no sale mucho mejor parado, pues su
obra (un dibujo ridículo de un pez) es usada por Sacarino para tapar un hueco
en la pared, a falta de otra cosa, en Un
boquete en la pared. Especialmente irónicas son las alusiones a Armando
Matías Guiu, conocido redactor y humorista, que en aquel tiempo era jefe de
redacción. En El oso (DDT, 211 y 212)
se habla del estrepitoso fracaso de “Don Armando” como comediógrafo en Cáceres,
lo cual parece estar basado en algún hecho real, dado que Matías Guiu fue autor
de varias obras teatrales. En ocasiones, encontramos que la decoración de la
redacción hace referencia a distintos personajes de la casa, como es el caso de
Don Pelmazo Bla,bla,blá, creación de Raf (El
juego de la bolita- DDT, 162), recurso ya utilizado por Franquin, quien
retrataba a los distintos personajes de Dupuis en su serie Gaston Lagaffe.
Por supuesto, tampoco faltan las
autoalusiones. Así, Ibáñez será el dibujante más citado en esta particular
redacción del DDT. Son muchas las bromas relacionadas con el aspecto económico,
en las que Ibáñez aparece reflejado como un dibujante cicatero y exigente con
respecto a sus jefes. Así, en El cangrejo
(DDT, 158), Director y Presidente se felicitan porque Ibáñez lleva una semana
sin pedir un aumento. En El patatús del
“Presi” (DDT, 168), el “Dire” informa de que el dibujante ha pedido un
anticipo de cien mil pesetas, que le serán devueltas descontándole dos pesetas
por página. El Presidente, harto de lo que parece ser algo rutinario, apuesta
por darle un golpe en la cabeza. En otra ocasión, el “Presi” ironiza acerca de
los numerosos atrasos de Ibáñez (Sistemas
anti-robo). En Alto voltaje (DDT,
209) el Director califica de “electrizante” la última historieta entregada por
Ibáñez. Más tópica es la alusión a la calva de Ibáñez, que es comparada con una
lámpara de bola, en El gato belicoso.
Aunque anteriormente hemos señalado que a principios
de los setenta, la serie El botones
Sacarino había dejado atrás la imitación, el calco casi literal a Franquin.
Sin embargo, esto no quita que todavía hallemos algunas historietas en las que
encontremos alguna semejanza en cuanto al planteamiento. Así, además de la
convivencia en la oficina con animales como el cangrejo, el gato o el pájaro
(todos ellos se encuentran en la serie Gaston Lagaffe), detectamos algunas
coincidencias, como ocurre entre las historietas del serial El balón saltarín y la tira 513 de Gastón; El “ninot” de la falla (DDT 182-184) reproduce el esquema
franquiniano del caco que se infiltra en la redacción de Dupuis y sale
escaldado por las trastadas de Gastón (la mano gigante del ninot tiene su correlato
en la que aparece en la tira 590 de Lagaffe); La puerta automática plantea semejanzas con las tiras 171, 181 185 del personaje belga; El fichero y Más
fichero-locuras tienen relación con las tiras 126 y 127 del mismo
personaje; La bola de cañón (DDT,
217), Sigue la bola (DDT, 218), y La bola tienen que ver con las tiras
“gastonianas” 309 y 609; además, el sistema de transporte interno por raíles
diseñado por Sacarino en La vagoneta Alto voltaje y Más inventos (DDT, 210) tiene su correlato foráneo en las tiras 667
y 668 del personaje de Franquin. Sin embargo, estas influencias no pueden ser
consideradas como plagios, pues ya no se trata de calcos exactos de lo hecho en
el extranjero, sino de historietas que tienen simplemente una premisa, un punto
de partida común, pero con un desarrollo totalmente autónomo e independiente,
lo cual se permite contrastar en los estilos bien diferenciados que presentan
ambos autores.
Así, podemos decir que en las historietas de
El botones Sacarino de principios de los años setenta, Ibáñez consolida una
serie que, partiendo de un modelo externo, ha pasado a ser una de las más
características de su producción como historietista. Una serie que, al igual
que otras suyas, se beneficia de un Ibáñez en plena forma que va construyendo,
viñeta a viñeta, páginas antológicas en las que unos personajes nacidos en la
década anterior alcanzan su máximo esplendor, al disponer de más espacio donde
desarrollar sus gags, convirtiéndose en adalides de un humor dinámico,
trepidante, que no deja un respiro al lector entre escena y escena, con gags
bien medidos reforzados por unos diálogos frescos, concisos, eficaces,
sumamente irónicos. Aunque la serie haya arrastrado para algunos lectores el
sambenito de “copia” desde su nacimiento, ya a comienzos de los setenta, los seriales de El botones Sacarino (en los
que la relación a tres bandas entre el protagonista y sus dos jefes llega a su
cénit de comicidad), son un claro ejemplo del buen hacer de su autor. Sin duda,
entre las historias de estos seriales encontramos algunas de las páginas más
divertidas que jamás haya firmado Francisco Ibáñez.
Esta entrada ha sido posible gracias al siempre impagable estímulo de Miguel Fernández Soto, que me animó a escribirla.
Esta entrada ha sido posible gracias al siempre impagable estímulo de Miguel Fernández Soto, que me animó a escribirla.
[1] A lo largo de este
artículo, citaremos las distintas historietas de Sacarino por estos títulos,
tal y como se recogieron en las diversas recopilaciones, aunque se citará
también el número de la revista de su publicación original.
[2] GUIRAL, ANTONIO, Prólogo a
Clásicos del Humor. El botones Sacarino,
RBA, 2009.
7 comentarios:
¡Qué gran artículo! Pero no soy imparcial porque me gustan mucho estos seriales del botones, los animales cínicos y las vueltas de tuerca a los inventos. Pienso que el entintado pega bien: es eficaz. Tiralíneas y a correr. Aunque se podría pedir un nuevo entintado a ver qué versión nos daban otros entintadores, entre ellos, Ibáñez... es una idea de las que nunca se llevan a la práctica.
¡Estupenda entrada!
En mi caso, lamentablemente "El Botones Sacarino" es la única serie de Ibáñez que nunca ha acabado de "entrarme", aunque lo he intentado varias veces. No sé por qué.
Sin embargo, no le discuto el mérito de, con un planteamiento a priori tan escaso de elementos (oficina, botones, el Dire y el Presi), ser capaz de crear tantas páginas y tantos gags.
Gracias a los dos por los comentarios. Me alegro de que os haya gustado la entrada.
Un abrazo.
Felicidades, amigo Chespiro, por tu impecable trabajo. Entiendo que estés especialmente contento con el resultado y muy honrado de haberte sugerido la confección del mismo.
Para completar el cuadro de los seriales de ibáñez en los setenta, sólo quedaría analizar los seriales de Pepe Gotera y Otilio, que particularmente, me parecen de lo mejor del autor en esa época, que ya es decir.
Abrazos.
Migsoto
De las mejores entradas de los últimos meses, amigo! He disfrutado mucho leyendo.
Y gracias por romper una lanza a favor de Ibáñez ante la cada vez más recurrente teoría de que el maestro es un simple plagiador de Franquin...
Gracias, Migsoto, por tus palabras...Y Pepe Gotera y Otilio...¡que nos los echen! Jeje
Cartillero, me alegro mucho de que te haya gustado la entrada. Un abrazo.
Chespiro y Migsoto, amigos míos, felicidades por esta fenomenal iniciativa, aunque me gustaría rizar un poco el rizo y tratar de averiguar si en los cinco álbumes de EbS de Alegres Historietas, se publicó la totalidad de estos seriales. Digitalizado solo tenemos uno de ellos y efectivamente si que se recogen fragmentos de estos seriales.
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