jueves, 24 de octubre de 2013

HOMENAJES A MANOLO ESCOBAR EN MORTADELO Y FILEMÓN

Hoy nos hemos enterado de la triste noticia del fallecimiento de Manolo Escobar, el popular cantante almeriense, a los 82 años de edad. Consideramos innecesario detenernos en un icono cultural de la España más cañí, bien conocido por todos. En este post recogemos algunos de los momentos en los que se ha mencionado a este artista andaluz o a su obra en las viñetas de Mortadelo y Filemón.

Una de sus más recordadas apariciones se produjo en la historieta ¡A la caza del cuadro! (1971), con la mítica viñeta en la que Mortadelo le cambia el disco, literalmente, al monstruo de Frankestein, poniéndole el tema del momento: "Mi carro", éxito publicado en 1969 y que se convertirá en una de las tonadas más conocidas de la canción popular en España. La viñeta, con el monstruo cantando el hit de Escobar resulta hilarante por el carácter desmitificador del ente de terror que realiza Ibáñez, muy en su línea.


Sin embargo, parece que Ibáñez acabó un poco harto de este exitazo de Manolo Escobar, pues en la aventura En la Olimpiada (1972), rebautizada como Gatolandia 76, Mortadelo quiere aprovechar la prueba de lanzamiento de disco para librarse de esta obra de Manolo Escobar, que seguramente a estas alturas ya había saturado el mercado y los oídos de muchos.


En Los espantajomanes (1990), el Súper le pone la difícil tarea a nuestros agentes de distinguir entre el "Concierto en do mayor" de Stokovsky y "Mi carro", de Escobar. Como se puede ver, más de veinte años después de su lanzamiento, la composición cantada por Manolo Escobar no ha perdido vigencia.



 Esto se aprecia también en un álbum de la misma época, dibujado parcialmente por Juan Manuel Muñoz. Se trata de El inspector general (1990), donde vemos a un flamenco "typical Spanish" cantando nuevamente "Mi carro", justo antes de acabar siendo agredido por un carro. Evidentemente, no hace falta que especifiquemos de quién es la culpa del desaguisado.


Cuatro años más tarde, será el propio Mortadelo quien se disfrace de un trasunto de Manolo Escobar para cantar (otra vez) "Mi carro",provocando así la rabia más que justificada de su jefe Filemón, bastante dolorido en aquellos momentos. Se trata de Timazo al canto (1994).


Una de las menciones más recientes la encontramos en Su vida privada (1998), aventura en la que descubrimos los gustos melómanos de Filemón, quien acaba de adquirir esa joya que es "Mi carro", interpretado por el gran Caruso y la filarmónica de Viena.


Como se puede ver, las referencias en las viñetas de Ibáñez a Manolo Escobar han sido constantes a lo largo de los años, lo cual es un reflejo de la popularidad del cantante español, que ha superado barreras temporales, hasta el punto de que las referencias alusivas a su persona o a su obra pueden ser captadas por receptores de distintas generaciones y estratos culturales. Quede este post como recuerdo de los homenajes que Ibáñez ha dedicado al cantante y a su obra más popular, "Mi carro". Homenajes no exentos de cierta guasa, todo hay que decirlo. Pero si no fuera así, no estaríamos hablando de Ibáñez.

Apéndice

La mezcla de Mortadelo y Filemón con Manolo Escobar era algo inevitable, ya que ambos son fenómenos culturales de gran vigencia a lo largo de los años, de enorme calado social y, sin quererlo, iconos de la España más cañí,verbenera (en el mejor sentido del término) y bullanguera. Se ve que no somos los únicos que pensamos así, pues en las encarnaciones de Mortadelo y Filemón en los distintos medios, la obra de Manolo Escobar también ha estado muy presente.

Así, en la primera adaptación cinematográfica con personas reales de los personajes de Ibáñez, La gran aventura de Mortadelo y Filemón (Javier Fesser, 2003), encontramos "Mi carro" como una de las canciones que componen la variopinta e irregular banda sonora del film. Del mismo modo, en el fallido musical El Fantoche de la Opereta esta misma canción fue una de las seleccionadas para formar parte del repertorio de los agentes de la TIA.

Sirva este tema como cariñoso recuerdo a la memoria de Manolo Escobar. En paz descanse.

martes, 15 de octubre de 2013

LOS SERIALES DE EL BOTONES SACARINO



Los seriales de El botones Sacarino se publicaron en el DDT paralelamente a los protagonizados por otras de las estrellas ibañezcas de Bruguera: Mortadelo y Filemón (Pulgarcito) y Pepe Gotera y Otilio (Tío Vivo), coincidiendo con un periodo de gracia creativa por parte de su autor, como testifican sus páginas firmadas a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Probablemente, el método de la serialización se vio influido por la “moda” de las historietas largas, conocida en España principalmente por Astérix, protagonista de unos álbumes recopilatorios que marcarían el camino a seguir para algunas de las series autóctonas, especialmente Mortadelo y Filemón. Es por ello que, imitando el modelo de la principal serie de Ibáñez, también Sacarino empieza a vivir aventuras más extensas que se dividen en episodios aparentemente “cerrados” de dos páginas cada uno. La extensión de estos capítulos es variable, combinando historietas de 4 ó 6 páginas con otras autoconclusivas sin solución de continuidad. Posiblemente, la posterior recopilación en álbum estuvo en la mente de los directivos de la empresa desde un principio. En dichas recopilaciones, normalmente se eliminaba el nombre  de la serie que aparecía en la primera viñeta (no pocas veces también la firma del autor era borrada) y se sustituía por un título escogido por la editorial[1], o bien por un texto que indicaba una continuidad temporal, del tipo “al día siguiente…”, “unas horas después…”, etc.



Antes de analizar el contenido de los seriales, haremos un breve recorrido por la historia de Sacarino que nos conducirá a conocer el estado de la serie en el momento en que estos se iniciaron.  El botones Sacarino, de “El Aullido Vespertino”, título inicial de la tira, apareció por primera vez en el número 628 de El DDT, con un formato peculiar: dos columnas de seis tiras cada una que apenas esbozaban una anécdota cotidiana protagonizada por un botones holgazán y su irascible director. En el origen de esta premisa y en el mismo diseño gráfico del personaje es innegable la influencia de modelos foráneos, concretamente de André Franquin, aunque de este aspecto nos ocuparemos después. En 1967, el resurgir de DDT permite una renovación de la serie, iniciando así su etapa más popular. Además de algunos cambios físicos, el personaje se ve ahora acompañado del “Dire” y del “Presi” (cuyo diseño parece una evolución del que mostraba el director de su época primigenia).

Con respecto a esta  nueva etapa, Antonio Guiral opina que “el influjo del creador belga Franquin sobre Ibáñez, que siempre fue reconocido por el humorista catalán, ya evidente en las primeras páginas de El botones Sacarino, cobró a partir de entonces más fuerza, remarcándose el evidente `homenaje´ que suponía la serie a dos personajes realizados por Franquin y publicados en la revista Spirou: el botones Spirou y Gaston Lagaffe[2]. Nosotros no estamos en absoluto de acuerdo con esta afirmación, pues, aunque la sombra de Franquin aún planea sobre las historietas del botones durante esta época (y posteriormente daremos ejemplos de ello), lo cierto es que la influencia del autor belga es mucho menor en esta nueva etapa de las andanzas de Sacarino. De hecho, fue en su primer momento (valga como ejemplo la primera historieta publicada) cuando Ibáñez realizó viñetas cuyo guion y planteamiento general resulta prácticamente idéntico al de las historietas de Gastón Lagaffe, con algunas transposiciones casi literales de las corredurías del despistado mozo del semanario Spirou. Al introducir la nueva figura del “Dire”, Ibáñez centra en este sus historietas, así como en el Presidente, dejando a Sacarino relegado a desempeñar el escueto papel de ser el que prepara la trastada desencadenante de la trama para, posteriormente, desaparecer. Como afirmamos anteriormente en Corra, jefe, corra: “la incorporación del Director a la serie supone una afirmación de la personalidad artística de Ibáñez, que sabe escapar de las imposiciones editoriales dotando a todas sus creaciones de un toque personal, único e intransferible.


Desde el punto de vista argumental, encontramos una serie de esquemas básicos que servirán de soporte a los distintos seriales. Así, bien se puede partir de una chapuza realizada por el botones (La percha; DDT nº 150) o de los numerosos inventos de este para mejorar la vida en la oficina: un sistema antirrobo en la caja fuerte (Sistemas anti-robo; DDT, 185), una goma elástica para “transportar” paquetes (“Dire” contra “Presi”; DDT, 155), una vagoneta con su sistema de raíles (La vagoneta; DDT, 208), un mecanismo para el fichero (Más fichero-locuras; DDT 214), etc. No deja de ser curioso que para los seriales de su serie principal, Ibáñez recurriera también a la faceta de inventor de Mortadelo, que ya había apuntado a mediados de los 60, como señala Miguel Fernández Soto[3].



Otro de los argumentos más recurrentes (y aquí se hace visible la herencia de Gaston Lagaffe) es la introducción en la editorial de cualquier objeto distorsionador del trabajo de oficina. Así, vemos que el espíritu lúdico de Sacarino lo lleva a llevar a la redacción animales varios: cangrejos, pájaros, calamares…, y objetos de ocio como una pelota saltarina, piezas de un ninot o máscaras. Todo es válido para dinamitar (inconscientemente, claro) la vida gris y burocrática que representan sus superiores.


Otro de los esquemas de algunas de estas historietas consiste en la visita de una persona importante que propicia que se actualice el viejo recurso brugueriano de tener que “quedar bien” ante un individuo destacado: el conde del Rastrojo, la esposa del Presidente, el administrador general, etc. En muchas ocasiones, estos dos últimos esquemas básicos se combinarán y será el “elemento distorsionador” el que arruine la imagen de la empresa y sus directivos ante las visitas de turno. Sobre estas premisas básicas se construyen la mayoría de las historietas seriadas de Sacarino, aunque no se trata de reglas rígidas, pues Ibáñez se permite flexibilizarlos cuando así conviene. 

En muchas ocasiones, el serial avanza porque Ibáñez parte de un elemento ya conocido y le da una vuelta de tuerca en el capítulo siguiente, sacando el máximo partido posible al mismo. Así, en historietas como La vagoneta, el botones inventa una vagoneta con su sistema de raíles en el primer episodio; en el segundo, Ibáñez sigue explotando este invento pero introduce una novedad, un motorcito electrónico que permite jugar con las descargas eléctricas  que padecen los personajes; en una tercera parte, Sacarino cambia la ubicación de la vagoneta y pasa a instalarla en el techo, generando el mismo tipo de gags pero con esa ligera variante. Estas páginas (extrañamente retituladas por Bruguera como tres historietas independientes) son un ejemplo de cómo Ibáñez va añadiendo elementos a una idea básica para crear la continuidad. En otras ocasiones, la conexión no es tan evidente, pues el elemento que va a protagonizar el siguiente episodio, aparece únicamente al final del capítulo anterior. Tal ocurre con la aparición de Matador, el perro del “Presi” que será el protagonista del siguiente tramo de historieta y que aparece en la última viñeta de La percha, creando así una cohesión bastante forzada entre las partes.

 Cronológicamente, y obviando las marcas temporales introducidas a posteriori por la redacción de Bruguera para crear la ilusión de continuidad tras eliminar el título de la primera viñeta, se entiende que entre uno y otro capítulo del mismo serial han transcurrido unos días, aunque hay algunas excepciones, como en Máscaras (DDT, 148), donde la acción del segundo episodio se inicia inmediatamente después de la última del episodio anterior. El espacio es el mismo prácticamente en todas las historietas: las oficinas del DDT. El tipo de aventuras del botones, enmarcadas en el ámbito de lo estrictamente laboral, hace que los personajes apenas salgan de ese ambiente burocrático y opresor. Al no dotar a sus personajes de profundidad psicológica ni vida privada apenas, Ibáñez no cae en las visitas al campo, a la playa, a la carretera…tal y como hace Franquin con Gaston Lagaffe en la serie que le servirá de modelo al dibujante español.

La comicidad de estas historietas lleva el “sello Ibáñez” de humor físico, de garrotazo y tentetieso, pero aderezada esta vez con el juego de equívocos que parece más propio del vodevil y de la comedia de situación, con raigambre en clásicos como Plauto y su Anfitrión. Así, prolifera la confusión de identidades, bien por equívocos visuales (Máscaras), bien por malentendidos lingüísticos (Matador; DDT, 151), que conforman algunas de las páginas más cómicas firmadas por el dibujante catalán. Otros de los recursos humorísticos más acertados, también típico del autor, son las caracterizaciones de los animales, dotados de inteligencia y portadores de algunos de los comentarios más jocosos e irónicos de estas historietas (El gusanito- DDT, 163-, El gato belicoso- DDT, 236- etc.).

Desde el punto de vista gráfico, se mantiene el nivel estándar de Ibáñez a principios de los 70. Algunas de las historietas, como ocurre con los seriales de sus otros personajes, presentan el inconveniente de un entintado poco eficaz, sin apenas diferencia de grosores y realizado con excesiva premura, lo cual hay que achacar a los entintadores de la editorial, pues la sobrecarga de trabajo impedía que Ibáñez se ocupara personalmente de ese último paso. En otras ocasiones, la falta de espacio (hasta la historieta El pájaro las planchas son de seis tiras) lleva al autor a economizarlo bien y a no permitirse alardes. Así, el gran dibujante de proboscidios que es Ibáñez sólo puede incluir la pata de uno de ellos en su historieta La puerta automática (DDT, 196), pues dibujar al animal completo hubiera supuesto utilizar más viñetas de las que disponía para su narración. Sí encontramos algunos hallazgos interesantes, como el hecho de mostrar en una misma viñeta el lateral de un muro que separa dos habitaciones para indicar la simultaneidad de las acciones (“Dire” contra “Presi”)  o reflejar la actitud excesivamente amable y empalagosa del “Dire” haciendo que el bocadillo sea una mancha que se derrama de un tarrito de miel (El gusanito).

El botones Sacarino forma parte, junto con sus hermanos de tinta, del universo global de Francisco Ibáñez. Aunque en otras ocasiones ya ha habido un flirteo entre Sacarino y las otras series del autor, nos vamos a centrar en los “cameos”  encontrados en la época que estamos estudiando. Así, Mortadelo y Filemón aparecen como “esquiroles” intentando encontrar al “Dire” por orden del Presidente, en La plataforma elevadora (DDT, 223). Del mismo modo, Pepe Gotera y Otilio serán contratados por la empresa para colocar un extractor en Portazos (DDT, 207). Pero la palma se la lleva el más ubicuo de los personajes de Ibáñez: Rompetechos. El mítico cegatón aparecerá desempeñando su tradicional rol pasivo en historietas ajenas, consistente en interpretar la realidad a su manera en historias como El balón saltarín (DDT, 165) o Un caso de mala pata (DDT, 154). Más activa es su participación en Un boquete en la pared (DDT, 175), donde ejerce de albañil y acaba tapiando la puerta del despacho del “Presi” justo antes de un incendio.



Pero no son las propias historietas de Ibáñez  la única referencia que encontramos en estas páginas. Desde que el botones forma parte de la plantilla del DDT, las alusiones a la redacción de Bruguera son constantes. Así, en Abelardo, el calamar (DDT, 172), aparece el nombre de la revista en la puerta de la redacción, mientras que en El cactus (DDT, 177) el Presidente porta un globo publicitario de la empresa. Las alusiones al resto de compañeros tampoco son extrañas. Una de las más delirantes es la referida a Raf, de quien el “Presi” solicita el expediente psicológico en El fichero (DDT, 213), mientras sostiene un monigote supuestamente dibujado por el padre de Sir Tim O´theo. Estos puyazos entre Ibañez y Raf, que eran buenos amigos, son constantes en la obra de ambos, y sacan de ellos un excelente rendimiento humorístico. Sanchís no sale mucho mejor parado, pues su obra (un dibujo ridículo de un pez) es usada por Sacarino para tapar un hueco en la pared, a falta de otra cosa, en Un boquete en la pared. Especialmente irónicas son las alusiones a Armando Matías Guiu, conocido redactor y humorista, que en aquel tiempo era jefe de redacción. En El oso (DDT, 211 y 212) se habla del estrepitoso fracaso de “Don Armando” como comediógrafo en Cáceres, lo cual parece estar basado en algún hecho real, dado que Matías Guiu fue autor de varias obras teatrales. En ocasiones, encontramos que la decoración de la redacción hace referencia a distintos personajes de la casa, como es el caso de Don Pelmazo Bla,bla,blá, creación de Raf (El juego de la bolita- DDT, 162), recurso ya utilizado por Franquin, quien retrataba a los distintos personajes de Dupuis en su serie Gaston Lagaffe.

Por supuesto, tampoco faltan las autoalusiones. Así, Ibáñez será el dibujante más citado en esta particular redacción del DDT. Son muchas las bromas relacionadas con el aspecto económico, en las que Ibáñez aparece reflejado como un dibujante cicatero y exigente con respecto a sus jefes. Así, en El cangrejo (DDT, 158), Director y Presidente se felicitan porque Ibáñez lleva una semana sin pedir un aumento. En El patatús del “Presi” (DDT, 168), el “Dire” informa de que el dibujante ha pedido un anticipo de cien mil pesetas, que le serán devueltas descontándole dos pesetas por página. El Presidente, harto de lo que parece ser algo rutinario, apuesta por darle un golpe en la cabeza. En otra ocasión, el “Presi” ironiza acerca de los numerosos atrasos de Ibáñez (Sistemas anti-robo). En Alto voltaje (DDT, 209) el Director califica de “electrizante” la última historieta entregada por Ibáñez. Más tópica es la alusión a la calva de Ibáñez, que es comparada con una lámpara de bola, en El gato belicoso.


Aunque anteriormente hemos señalado que a principios de los setenta, la serie El botones Sacarino había dejado atrás la imitación, el calco casi literal a Franquin. Sin embargo, esto no quita que todavía hallemos algunas historietas en las que encontremos alguna semejanza en cuanto al planteamiento. Así, además de la convivencia en la oficina con animales como el cangrejo, el gato o el pájaro (todos ellos se encuentran en la serie Gaston Lagaffe), detectamos algunas coincidencias, como ocurre entre las historietas del serial El balón saltarín  y la tira 513 de Gastón; El “ninot” de la falla (DDT 182-184) reproduce el esquema franquiniano del caco que se infiltra en la redacción de Dupuis y sale escaldado por las trastadas de Gastón (la mano gigante del ninot tiene su correlato en la que aparece en la tira 590 de Lagaffe); La puerta automática plantea semejanzas con las tiras 171, 181  185 del personaje belga; El fichero y Más fichero-locuras tienen relación con las tiras 126 y 127 del mismo personaje; La bola de cañón (DDT, 217), Sigue la bola (DDT, 218), y La bola tienen que ver con las tiras “gastonianas” 309 y 609; además, el sistema de transporte interno por raíles diseñado por Sacarino en La vagoneta Alto voltaje y Más inventos (DDT, 210) tiene su correlato foráneo en las tiras 667 y 668 del personaje de Franquin. Sin embargo, estas influencias no pueden ser consideradas como plagios, pues ya no se trata de calcos exactos de lo hecho en el extranjero, sino de historietas que tienen simplemente una premisa, un punto de partida común, pero con un desarrollo totalmente autónomo e independiente, lo cual se permite contrastar en los estilos bien diferenciados que presentan ambos autores.

 Así, podemos decir que en las historietas de El botones Sacarino de principios de los años setenta, Ibáñez consolida una serie que, partiendo de un modelo externo, ha pasado a ser una de las más características de su producción como historietista. Una serie que, al igual que otras suyas, se beneficia de un Ibáñez en plena forma que va construyendo, viñeta a viñeta, páginas antológicas en las que unos personajes nacidos en la década anterior alcanzan su máximo esplendor, al disponer de más espacio donde desarrollar sus gags, convirtiéndose en adalides de un humor dinámico, trepidante, que no deja un respiro al lector entre escena y escena, con gags bien medidos reforzados por unos diálogos frescos, concisos, eficaces, sumamente irónicos. Aunque la serie haya arrastrado para algunos lectores el sambenito de “copia” desde su nacimiento, ya a comienzos de los setenta,  los seriales de El botones Sacarino (en los que la relación a tres bandas entre el protagonista y sus dos jefes llega a su cénit de comicidad), son un claro ejemplo del buen hacer de su autor. Sin duda, entre las historias de estos seriales encontramos algunas de las páginas más divertidas que jamás haya firmado Francisco Ibáñez.

Esta entrada ha sido posible gracias al siempre impagable estímulo de Miguel Fernández Soto, que me animó a escribirla.




[1] A lo largo de este artículo, citaremos las distintas historietas de Sacarino por estos títulos, tal y como se recogieron en las diversas recopilaciones, aunque se citará también el número de la revista de su publicación original.
[2] GUIRAL, ANTONIO, Prólogo a Clásicos del Humor. El botones Sacarino, RBA, 2009.
[3]  
FERNÁNDEZ SOTO, Miguel, El mundo de Mortadelo y Filemón, Palma de Mallorca, Dolmen, 2005.