

En el tercer capítulo, Roco, disfrazado de señora, matricula a su “hijito”, Margarito Azuceno, que no es otro que un enano “reconvertido” en niño. Se trata de Raf, el “Enano”. No es la primera vez que Ibáñez utiliza el nombre de su compañero de Bruguera para caracterizar a los malhechores. Ya lo hizo con Raf, el “Gorgojo” durante la época de Agencia de Información, así como en ¡Operación bomba!(1972), donde el enemigo se llama Raf , el “Espiazador”. La comicidad del episodio reside en el contraste entre el aspecto infantil del personaje y sus maneras decididamente groseras, con un vocabulario tan plagado de tacos como el que tendrá Mac el “Antropoíde” en La rehabilitación esa. En este capítulo presenciamos también un error referido al hijo del campeón mundial de kárate, que pasa de llamarse Ursulino a Humbertito. El tramo acaba con otro coche de los “malos” destrozado nuevamente por la acción indirecta de Libertito Mecha.
La estrella del cuarto episodio será Carburito, quien con su afición a poner motor incluso a las judías verdes, anticipa el nacimiento del inminente Tete Cohete, el último personaje de Ibáñez para Editorial Bruguera. Se trata de un apartado dinámico y ágil, con situaciones muy cómicas, como la actuación de la directora en paños menores, y con un Roco más pragmático que nunca, que decide personarse en el colegio para raptar al menor sin contemplaciones. Afortunadamente, no concibe su objetivo y su visita se salda con un nuevo modelo de coche chafado. Especialmente memorable es la escena en que tanto él como Filemón salen despedidos por la ventana agarrados de un aspirador.
El hijo del director del zoo será el eje del quinto episodio, al llevar al colegio un buitre que causa los mismos efectos distorsionadores de la rutina que los animales que el Botones Sacarino solía llevar antaño a su redacción. Destacan las confusiones que provoca el animal, así como sus sarcásticos comentarios, en otro episodio saldado con un nuevo coche de Roco destrozado. Curiosamente, la firma de Ibáñez aparece dentro de un rectángulo, pinchada en la pared con una chincheta, rasgo más propio de las portadas que del interior de una historieta.
Apenas hay transición entre este episodio y el siguiente, pues la acción es inmediatamente posterior, recurso muy utilizado en el álbum, lo cual agiliza y otorga fluidez a la lectura. Será ahora Libertito Mecha quien amenizará el capítulo con sus mil y una bombas, así como con sus sarcásticos comentarios, con los que Ibáñez se burla de las contemplaciones de la moderna pedagogía. La implacable protección paterna hacia el chico también se presta a interpretaciones irónicas, lo cual se traduce en bofetadas por doquier al pobre Filemón.
En el último tramo, toda la banda de Roco, el “Bestiajo” se introduce en el colegio. Como suele ocurrir en los finales de las aventuras de Ibáñez, los villanos serán puestos fuera de juego involuntariamente uno a uno, por los “inocentes” escolares y sus aficiones. Será Roco quien irrumpa en el aula y secuestre a Alfonsito Dividendo, desencadenando así una delirante persecución en el triciclo de la directora, escena que servirá de base gráfica para la portada del álbum. Sin embargo, el padre de Alfonsito está en la ruina (aparecen algunas alusiones a la realidad nacional e internacional, como la del Ayatollah) y el niño es puesto en libertad. Tras ser vapuleado por sus secuaces, Roco, el “Bestiajo” es atrapado casualmente por Mortadelo y Filemón. En esta ocasión, nuestros agentes, en lugar de llevarlo a la TIA, lo entregan directamente a comisaría, desde donde se inicia una persecución por parte del desesperado secuestrador, debida a un comentario de Mortadelo.
En general, podemos decir que a Ibáñez le sentó bien ampliar el número de páginas por episodio, lo cual le permitió romper con un esquema (11 capítulos de 4 páginas cada uno) que empezaba a resultar repetitivo. La historieta resulta más ágil y cohesionada que otras, tanto por el hecho de que algunos de sus capítulos no se cierran completamente como por la inolvidable galería de secundarios (los niños, el personal de la escuela, la banda de malhechores) que eclipsan en ocasiones a unos Mortadelo y Filemón que no gozan del mismo protagonismo que en otras entregas de la serie, lo cual no impide que hablemos de uno de los grandes álbumes de la pareja, anticipo de muchas pequeñas joyas que habrán de venir en los primeros años ochenta.
Sin embargo, a ninguno de estos autores se le criminaliza por su “inspiración” como se ha hecho con Ibáñez. El motivo es que tanto los personajes de Ibáñez como los referentes extranjeros en que se basaron han traspasado la frontera del tiempo y forman parte activa de la vida de nuevas generaciones que, apoyadas en la tecnología, pueden establecer fácilmente relaciones entre obras. Probablemente, si a nuestras manos llegaran antiguas series bruguerianas de autores de segunda o tercera fila con un atractivo suficiente como para incitar al estudio y análisis de su obra, encontraríamos otras tantas referencias, consustanciales tanto a la forma de trabajar de Bruguera como a la propia creación artística.
Francisco Ibáñez confiesa[1] que en la época en que hacía más de veinte páginas semanales para entregar un miércoles, muchos martes por la noche recurría, para cubrir el expediente, a materiales de Uderzo, Peyó o Franquin que le proveía la misma editorial a tales efectos. Es decir, a Bruguera le importaba que se produjeran páginas, al margen de la originalidad de las mismas. El intento de salida al mercado europeo revitalizó la presión editorial en este sentido. Incluso Manuel Vázquez, paradigma de la originalidad creativa y uno de los más críticos con las imposiciones artísticas de Bruguera (especialmente a la hora de decir a quién había que imitar), recurrió en esta época al material de Berck, autor del semanario Tintín, con el objeto de cumplir con las expectativas impuestas.
Otro ejemplo lo tenemos en el mítico Magín el Mago, protagonista de la historia homónima de 1971, sigue teniendo algo del doctor Kilikil y de Zorglub. Del mismo año, un poco anterior, es La caja de los diez cerrojos (1971), donde vemos el gag de los hipopótamos-piedra de La mina y el gorila, de Spirou tal y como señalamos en este mismo blog [1]. En El elixir de la vida (1973) encontramos una impagable secuencia en la que el Súper se ve afectado por el invento que da nombre al álbum, secuencia que está basada en la plancha 444 de Gastón el Gafe, esta vez con Fantasio como afectado. Por otra parte, la escena de los nativos en canoa con la que se abre Los invasores (1974) supone una adaptación ibañezca del inicio de Tembo Tabú (1960), aventura de Spirou y Fantasio. Los invasores, como señala Mortadelón en su blog[2], toma también un gag con una sombrilla de una tira de Gastón el Gafe. Del mismo personaje se toman los aviones de la página tercer episodio de Los cacharros majaretas (1974). Ejemplos de todo ello los pueden ver en el Foro de la TIA [3], donde ya fueron publicados por otros estudiosos. Más sutil es la semejanza entre la tira 324 de Gastón y la escena de Los gamberros (1978) en que descubrimos el nombre de la oronda secretaria del Súper, con dibujo en la madera y chasco sentimental incluido.
Si en los ya avanzada década de los setenta la influencia de Franquin apenas se deja ver, en los ochenta será más escasa. No obstante, sí podemos encontrar algunas semejanzas entre la historia corta de Mortadelo y Filemón “Hacer un extraordinario…¡Jo, menudo calvario!” (que conmemora el 25º aniversario de los personajes) y la de Spirou, Fantasio y Gastón Bravo le brothers (1966). Así, en ambas encontramos bromas recurrentes sobre la vida y el personal de la editorial, creación de ambientes similares, e incluso un par de chistes semejantes. Estos elementos comunes, meramente anecdóticos a estas alturas de la producción de Ibáñez se han examinado anteriormente en nuestro blog.[4]. Dentro de los ochenta, tampoco podemos olvidar el parecido entre el jersey de Tato, de Chicha, Tato y Clodoveo, y el de Gastón el Gafe.
En los noventa la influencia es aún menor y sólo en otro álbum especial, Su vida privada (1998), conmemorativo del cuadragésimo aniversario de los personajes de Ibáñez encontramos tanto un gag similar a la tira 710 de Gastón (con tiro al plato y tocadiscos incluido) como un disfraz de marciano de Mortadelo (pág. 28) que recuerda bastante a los dibujados por el autor belga, por ejemplo, en la tira 749. No obstante, no hay que descartar el hecho de que la firma “animada” que Ibáñez muestra a mediados de los noventa venga de un recurso similar que desarrolló Franquin cuando ya estaba avanzada su serie de Gastón, en la que la firma del autor aparecía siempre aludiendo a algún elemento de la historia.
[1]http://mortadeloyalgomas.blogspot.com/2008/09/la-caja-de-los-diez-cerrojos-1971.html
[2]http://mortadelon.blogspot.com/2009/01/parecidos-razonables-xxi-los-invasores.html
[3]http://www.elforo.de/latiacomforo/viewtopic.php?t=2407&start=0
[4] http://mortadeloyalgomas.blogspot.com/2007/12/hacer-un-extraordinariojo-menudo.html
Y mañana, la conclusión.
También las historietas de Spirou sirvieron de base gráfica a estas magníficas portadas: el portaviones de M.68 está sacado de la aventura El retorno de Z (1960). Poco a poco, las huellas de Franquin en las portadas de Mortadelo irán desapareciendo, a medida que se va bajando el nivel de exigencia editorial en la realización de las mismas.
Mañana, más.
No sabemos si la adopción de este modelo concreto fue también imposición editorial o fruto de la preferencia de Ibáñez, pero hay que destacar que ya en 1968- un año antes de este álbum- Ibáñez señala a Franquin como uno de sus dibujantes extranjeros favoritos, a la vez que solicita más espacio para dar a sus historias cuerpo y calidad[3]. El argumento de El sulfato atómico, a pesar de ser pasmosamente simple, deja entrever una notable capacidad por parte del autor a la hora de hilvanar historias más complejas, un dominio absoluto del ritmo y la narrativa, así como una contención de las propia tendencia hacia el humor esperpéntico, sustituido aquí por una dosificada hilaridad subordinada a un argumento central.
Desde el punto de vista gráfico la influencia es mayor. Así, los nuevos protagonistas de la serie tendrán una profunda raigambre franquiniana: el Súper se asemeja en sus gestos al alcalde de Champignac, mientras que el Profesor Bacterio parece derivar del personaje de Zwart, en la aventura de Spirou La mina y el gorila (1956). Por otra parte, uno de los generales de Bruteztrausen se basa claramente en un personaje aparecido en El viajero del mesozoico (1957), otro álbum de Spirou. Pero será la aventura QRN en Bretzellburg la señalada como principal fuente de El sulfato atómico. El argumento plantea como punto en común la entrada a un país de régimen totalitario. Gráficamente, vemos que de ella surge el inolvidable autobús “El avión” en el que los agentes de la TIA llegan a Tirania. También vehículos, motocicletas y militares varios parecen sacados de esta aventura realizada por Franquin. Más sutiles, pero fácilmente identificables, son las semejanzas entre las posturas y movimientos de los personajes de ambos autores. Sirva como prueba el choque de Spirou y Fantasio con un guardia en la página cinco y el de Mortadelo y Filemón con un pintor en la página 20 (para los amantes de los detalles, observen que nuestros agentes chocan tras doblar una esquina muy parecida a la que Spirou y Fantasio doblan tras su encontronazo con el guardia).
Pero también los secundarios llevan la impronta de Franquin: así, la marquesa que viaja a bordo del “Ile du Soria” no es otra que la señorita Jiménez, secretaria de De Mesmaeker en la serie Gastón el Gafe, mientras que el conserje del hotel en el que se hospedan Mortadelo, Filemón y el toro adopta los ademanes del mismo De Mesmaeker al andar. A esto hay que sumarle la huella de Franquin en el trazo de los hoteles, edificios, cabinas telefónicas, etc. Aventuras de Spirou y Fantasio como La mina y el gorila, Z como Zorglug, El viajero del mesozoico, El retorno de Z, o Las reducciones, así como los exteriores de Gastón el Gafe estarán detrás de este mobiliario urbano.