

Desde el punto


Evidentemente, como habrán deducido los lectores asiduos de las aventuras de los dos detectives, la cosa en esta historieta no acabará bien. Cuando ambos creen haber dado con un pavo comprado por el otro, aparece el vecino bestiajo de turno reclamando al animalito que se le había escapado e introduciendo a nuestros personajes en un horno.
Pero no queremos quedarnos hoy con esto, sino con la ilusión. Sí, la ilusión que demuestran nuestros dos calvorotas pensando que su compañero del alma es el que ha conseguido el pavo para disfrutar en tan señaladas fechas. Aunque el lector avizor se habrá percatado desde primera hora de que algo falla ahí, nuestros ingenuos personajes se dejan llevar por el optimismo, por la confianza en su compañero, por la fe en el que tienen a su lado.
Y es que, aunque no se den cuenta, el verdadero regalo para Mortadelo y Filemón es que nunca estarán solos. Siempre se tendrán, para bien o para mal, el uno al otro.
Obviemos, pues, el verdadero final de esta historieta y contagiémonos de esta esperanza tontorrona aunque sea durante unos días, antes de que la realidad nos meta en el horno.
Por tanto, desde Corra, jefe, corra, deseamos a todos nuestros lectores y amigos una Feliz Navidad.
El tercer episodio comienza con la historia de Tato, nacido, al contrario que su amiga, en una vivienda humilde. Los gags se basan en el tamaño de la cabeza del niño, sus dientes, sus dificultades de crecimiento y su fracaso escolar. A partir de ahí, Ibáñez lo dota de una miopía galopante que lo emparienta directamente con Rompetechos, aunque esto no se mencione en el álbum anterior. Tanto sus meteduras de pata como sus quejas a la “justicia” o sus devaneos carcelarios recuerdan al cegatón eterno de Ibáñez. Probablemente, esta característica se le ocurrió al autor en esta aventura, en la que ha ido explotando cada uno de los rasgos físicos notables del personaje. Siguiendo con su política de “reutilización”, Ibáñez decidió convertir a Tato en un nuevo Rompetechos. El capítulo se cierra anunciando la temática del siguiente: los tanteos del personaje con el mundo del boxeo, algo que sí se había apuntado ya en Una vida perruna.
El cuarto capítulo se centra en sus entrenamientos como boxeador, siguiendo aún la estela de Rompetechos y enfureciendo a la limpiadora del gimnasio, que hace el papel ocasional de Ofelia en los álbumes de los agentes de la TIA. Finalmente, la pelea en el ring nos recuerdan al Mortadelo cegato de Operación ¡bomba! (1972) y de Moscú 80 (1980). A pesar de la autocopia, los resultados son humorísticamente eficaces. Tras el paso por la “Mili” de Tato (que recuerda al de Ibáñez en El 35 aniversario por el tipo de gag), nuestro segundo protagonista acaba viendo al entonces presidente del gobierno prometiendo la consabida cifra de puestos de trabajo. Cierra el capítulo una irónica alusión tanto a Rumasa como a Bruguera, antigua editorial de Ibáñez, ya cerrada por quiebra.
El siguiente episodio es estelarizado por Clodoveo, que se convierte así en el gran protagonista de la historieta, con casi el doble de páginas que sus compañeros. Descubrimos que es hijo de Fadrique Melapego y Medila Trompada, artistas de circo. De hecho, será el circo es escenario de este último tramo, escenario utilizado ya en álbumes como Operación ¡Bomba!, El otro “yo” del profesor Bacterio (1973) y, especialmente, en El circo (1973). Durante sus primeros años, Clodo se dedica a fastidiar números ajenos por su afición a los nuditos y se inicia como trapecista, lo que dará pie a numerosos gags en el siguiente episodio, en el que ayuda a preparar números circenses a sus padres. Especialmente con el padre, Clodoveo forma una interesante pareja de payaso listo y payaso tonto, que tan buen resultado ha dado siempre a Ibáñez, en un apartado realmente divertido.
En el octavo capítulo, las jocosas e irónicas transformaciones que provoca en Bautista, el Transformista, para el que trabaja como ayudante, lo llevan a interesarse por cambiar continuamente de aspecto, provocando gags similares a los que antes motivaba Mortadelo. Sus desastres, lo llevan a ser abandonado por el circo y a buscar empleos como transformista y prestidigitador, con tan malos resultados como en su aventura anterior.
La octava parte, de cuatro páginas (el álbum tiene cuarenta y seis), vemos a Clodoveo fastidiando al periodista con sus trucos (¿empezaba a agotarse ya el recurso de las historias biográficas?), antes de contar su incursión como artista en Villacardo del Melonar, pueblo bestiajo como el de La caja de los diez cerrojos (1971), Lo que el viento se dejó (1980), En marcha el Mundial 82 (1981) y El balón catastrófico (1982). Allí, padece tanto la burrería innata de sus habitantes como las iras del alcalde, que reaparecerá en la última viñeta para darle su merecido al protagonista. Finalmente, el entrevistador despide la historieta dirigiéndose directamente a los lectores, tras haber presentado a “estos tipos”.
Se trata de un álbum de buena factura, aunque la presencia de Ibáñez como dibujante apenas se puede constatar en páginas aisladas, como la primera, la cuarta, la quinta y la sexta. Que no nos engañe el recargamiento de la página ni el atractivo coloreado a acuarela, pues la mayor parte del álbum recae en manos ajenas que, aunque hacen un trabajo notablemente bueno, se dejan caer con viñetas con desproporciones (la cuarta de la página 27) o secundarios poco elaborados. El cameo estelar de Mortadelo, Filemón, Pepe Gotera, Otilio y Rompetechos en la página 31 evidencia aún más que no es Ibáñez el artífice de la misma.
No obstante, decimos, el álbum en general no se resiente de esta delegación en otras manos, pues incluso se permite algunas originalidades como el uso de las letras al revés para caracterizar el habla de un cajero de imprenta o bien el bocadillo-huevo del que sale un buitre. Algún fallo gramatical de poca importancia, como el “hubieron sus más y sus menos” de la viñeta cuarta de la página 14 no es necesariamente achacable a un guionista ajeno, pues no sería la primera vez que Ibáñez incurre en un error de ese tipo. Sea como fuere, Pero…¿Quiénes son estos tipos? es una historieta simpática, bien resuelta que presenta la trastienda de unos personajes emergentes, todo lo contrario que ocurrió con Su vida privada (1998), que nos desvela los entresijos de la vida íntima de Mortadelo y Filemón pero no para presentar a los personajes, sino a modo de consagración por su cuarenta aniversario.
-) Creando terror. Porque también puede existir el terror de escalera, en ocasiones el doctor manda a sus creaciones a sembrar el caos por el edificio o a invadir pisos ajenos, como el monstruo que se mete en el piso de la señora de los animalitos o el robot que va espantando por el inmueble.
-) Robos en la propiedad. Pero no, no piensen que es el caco de arriba el que ha robado en más de una ocasión a nuestro protagonista. Son sus vecinos, los niños terribles los que le han sustraído tanto fórmulas como al mismo monstruo creado por él.
-) Experimentos inverosímiles. El gag puede basarse también en lo extraño o jocoso de los inventos del profesor: el proyectil teledirigido, el perro de tres cabezas o la fórmula que transforma una cabeza normal en la de un tocino (nuevo paralelismo con el profesor Bacterio, esta vez refiriéndonos al álbum de Mortadelo y Filemón El antídoto).
-) Resultados ridículos. Pero no siempre los experimentos del doctor sirven para dar miedo. A veces, por la torpeza o pobreza del genio nos encontramos con productos ridículos que nos recuerdan que estamos ante uno de los tantos profesionales fracasados del mundo de Ibáñez. Así, fabrica monstruitos de cuerda, en forma de marioneta, con la cara del pato Donald, con alopecia, con tres piernas en lugar de dos, construidos con papel de periódico, que funcionan a gas, etc.
-) El monstruo le sale rana. En relación con el apartado anterior, encontramos un buen número de gags basados en la ridícula personalidad o actitudes de los monstruos diseñados por el doctor. Así, aunque tenemos a hombres lobos cobardes y a plantas carnívoras que comen espaguetis, la verdadera estrella de esta sección es el monstruo parecido al del doctor Frankestein, al que hemos visto con cerebro de burro o canguro, resfriado, desvalijado tras jugar al póker, con traje de marinero, emborrachándose, limpiando su ropa para ir aseadito, bebiendo inocente limonada, bailando música melosa o directamente ballet. Por no hablar del disgusto que le dio a su creador cuando le dijo que, en lugar de dedicarse a asustar, quería ser perito agrónomo.
-) Gags basados en la rudeza del monstruo. Como masa informe que no controla su propia fuerza, en ocasiones el gag viene originado por esta característica de la creación del doctor, que causa destrozos al realizar acciones tan cotidianas como abrir una puerta, estornudar, pisar hormigas, dar portazos o tocar el timbre.
Esperamos que la rememoración de algunas de las escenas citadas les haya hecho, por lo menos, sonreír, ya que hemos hablado, sin duda, de una de las secciones más divertidas de la 13, Rue del Percebe, cuya repentina desaparición no la hizo languidecer como a otros apartados hermanos de edificio. Tal vez fue esta pronta desaparición la que hizo que no volviera a aparecer este inquilino en las posteriores inclusiones del popular edificio en la serie de Mortadelo y Filemón. Como único vestigio de su existencia, nos queda tanto el profesor Bacterio como el científico loco de 7, Rebolling Street, ambos desprovistos ya del sadismo de este singular inventor.
En Los sobrinetes (1988), los parientes de Mortadelo y Filemón sacan el lado más agresivo de Irma, que demuestra cierta crueldad (comprensible, por otra parte) hacia ellos y que descarga por primera vez su agresividad con Mortadelo. En Los superpoderes (1988) Irma se convierte en el objeto de deseo también de Filemón, al que frenará en más de una ocasión. En esta historieta vemos que desempeña un nuevo rol en la TIA, al probar, junto con Ofelia, los inventos del Bacterio y al convertirse en recurso para que los agentes prueben los mejunjes de éste, dejándolos con la boca abierta al llevar el atuendo 48-X, tal vez la imagen más sensual que hemos visto del personaje nunca.
Por su parte, en Las tacillas volantes (1988) comprobamos sus dotes de persuasión ante el resto del personal de la TIA, tanto antes como después de haber sido mordida por el extraterrestre. Su aparición en La cochinadita nuclear (1988) es meramente anecdótica, aceptando de buena gana el galanteo de Mortadelo. Sin embargo, en Armas con bicho (1988), se muestra con él más desdeñosa que nunca, apartándolo de su lado y dejándole bien claro que no le va a permitir el más mínimo desliz. No obstante, esto no es motivo para que Ofelia no siga estando celosa de ella, pues pretende darle en las narices con su nuevo peinado. Al igual que en El candidato (1989), su aparición en La maldición gitana (1989) es poco más que testimonial, aunque en esta última historieta piensa en Filemón, y no en Mortadelo, como pareja de baile.
En El ansia de poder (1989), Ofelia la sigue viendo como un rival, esta vez para sus aspiraciones en la empresa, mientras que el director general se pirra por ella, que combina en esta historieta su carácter pavilacio habitual con una ambición similar a la de sus compañeros. En Va la TIA y se pone al día (1989), aparece como amiga de Ofelia, a la que le cuenta confidencialmente que está cansada de los pellizcos de Mortadelo. El distanciamiento con el personaje principal sigue su curso. No obstante, él sigue deseándola, como veremos en El profeta Jeremías (1989), cuando se le salen los ojos al verla pasar. Ella, sin embargo, lo ignora indolente mientras va a comprar el alpiste de su desayuno.
Tal vez sea este distanciamiento con respecto a Mortadelo el que propicia su acercamiento a Ofelia, con la que confidencia al salir del trabajo y a la que incluso le moldea un busto en El gran sarao (1990). La amistad con Ofelia se mantiene en El inspector general (1990), donde vuelven a compartir charla e incluso la oronda secretaria le descose amablemente la sisa a la Irma. Nuestros agentes, sin embargo, siguen manteniendo su galantería, como es el caso de Filemón, que le sopla el café en Los espantajomanes (1990), o Mortadelo, que la ayuda a pelar a su perra “Pava” en El atasco de influencias (1990).
El canto de cisne del personaje se aprecia en dos historietas cortas de 1990: Hoy se trata de ligar, en la que nuevamente Ofelia le confía sus cuitas y en ¡Inoceeeenteee!, donde tiene una aparición poco más que anecdótica. Estamos en una nueva década, y el control que Ibáñez retoma sobre su serie determina la salida de Irma de la plantilla de fijos. Así, los papeles de “señora tremenda” los representarán ocasionales secundarias y las confidentes de Ofelia serán adefesios femeninos que, para Ibáñez, resultarán seguramente más gratos de dibujar por la carga humorística que conllevan con su diseño.
Y hasta aquí el recorrido de la señorita Irma por la TIA, en unos años que no permitieron al bueno de Mortadelo más alegrías que un besito en la mejilla, un achuchón disfrazado de báscula y muchos sueños despierto…
Real como la vida misma.
Con todo lo dicho, no hace falta incidir en la escasa calidad de esta aventura, no demasiado mala en su planteamiento pero pésima en cuanto a ejecución. Hasta el punto de que se puede considerar como una de las peores adaptaciones que se han hecho con los personajes de Ibáñez. Realmente terrorífica.