domingo, 18 de noviembre de 2012

DOÑA PURA Y DOÑA PERA, VECINAS DE LA ESCALERA


En el número 161 de Tío Vivo se publicó la primera entrega de Doña Pura y Doña Pera, vecinas de la escalera, una de las series que creó Ibáñez en 1964, junto con El doctor Esparadrapo y su ayudante Gazapo o Rompetechos, la única que prosperó.  No sabemos exactamente qué criterios fueron decisivos para que una serie tuviera continuidad, pero de lo que no cabe duda es de que las cuatro páginas que se publicaron de Doña Pura y Doña Pera parecen insuficientes para determinar la cancelación de la tira.

                No es de extrañar, buscando en los antecedentes de esta historieta, encontrar paralelismos entre la obra de Vázquez e Ibáñez. Así, por ejemplo, la Familia Trapisonda de Ibáñez es un remedo de la de su maestro. Ande y ríase usté con el Arca de Noé tiene su antecedente en La osa mayor, agencia teatral de Vázquez. Incluso 13, rue del Percebe parte de un modelo vazquiano. Además, no podemos olvidar que la reconversión de Mortadelo y Filemón en agentes de la TIA sigue la estela que iba dejando Anacleto, agente secreto. 

                Desde este punto de vista, se podría decir que Doña Pura y Doña Pera podrían haber sido “las hermanas Gilda” de Ibáñez. Así, Doña Pura, afable e inocentona comparte rasgos de Hermenegilda, mientras que la sombra de Leovigilda se proyecta en la adusta y aprovechada Doña Pera.  El protagonismo dual femenino de personalidades enfrentadas puede tener también su origen entre la ingenua Petra y su desairada señora, Doña Patro, creaciones de Escobar.  Del mismo autor es Doña Trini y sus animalitos, serie que encontraría acomodo en Tío Vivo en la que nuevamente la entusiasta Doña Trini sufre la intolerancia de Úrsula, su contraparte.



                En realidad, Doña Pura y Doña Pera conforman la clásica pareja cómica que tanto gusta a Ibáñez, con un payaso serio (Doña Pera) y el clown (Doña Pura), que hace la vida imposible a su augusto. ¿Dónde está la aportación, pues, de este nuevo dúo en la obra de Ibáñez? En primer lugar, la novedad radica en ser la primera serie dual de protagonismo femenino, algo nada usual en la trayectoria del autor. Por otra parte, por primera vez la pareja de antagonistas ibañezcas no se circunscriben al ámbito laboral, sino a la vida cotidiana. De hecho, se puede decir que con Doña Pura y Doña Pera, vecinas de la escalera, Ibáñez desarrolla de forma más exhaustiva las relaciones vecinales que la mítica serie 13, rue del Percebe, en la que los personajes aparecen individualizados en sus cubículos y solo en contadas ocasiones se producen interacciones entre ellos. Ambas series muestran la faceta más costumbrista de Francisco Ibáñez.

                En cuanto a los personajes, por una parte tenemos a Doña Pura, una anciana beatífica e ingenua que, sin mala intención, genera el caos a su paso. Este esquema será desarrollado por Vázquez a partir de 1969 con La abuelita Paz, quien provocará desaguisados con la palanca de la inocencia.  Doña Pera, por su parte, es una mujer algo más joven de Doña Pura; es envidiosa, fisgona y retorcida, en la línea de otros personajes de la editorial como Doña Urraca (Jorge) y Doña Lío Portapartes, señora con malas artes (Raf).
                En su afán de adornar con chistes paralelos la trama principal, Ibáñez dota a las protagonistas de su tira con sendas mascotas que dan viveza a las viñetas. Así, Doña Pura tendrá un loro, Robespierre, que actúa como el subconsciente de la anciana, diciéndole a Doña Pera aquello que su dueña no se atreve. Por su parte, Doña Pera tiene un gato que, como el pulpo de Don Noé en Ande y ríase usted con el Arca de Noé, hace las veces de “alter ego” de su dueña. Al igual que esta, el gato es agresivo, morboso y desleal, como demuestra en las diferentes historietas que co-protagoniza. La relación entre ambas mascotas pone de manifiesto la lucha de sus dueñas. La evidente tensión que hay entre Doña Pura y Doña Pera y que no llega a explotar salvo en raras ocasiones debido al freno que suponen las normas de conducta se desata entre los animales de ambas, quienes libres de cualquier presión social, dan rienda suelta a su enemistad, algo que sus amas no pueden hacer abiertamente.  A su vez, el gato de Doña Pera tiene un conflicto permanente con un ratonzuelo que habita en su casa, generando gags como los del ratón y el felino de 13, rue del Percebe. El sadismo de los golpes que se reparten ambos animales en casa de Doña Pera puede interpretarse como un trasunto de ella misma. Al igual que en su propio interior, tampoco en su casa se puede hallar la paz completa: el conflicto es la forma de enfrentarse al mundo.



                En cuanto a los argumentos de la serie, Ibáñez se aleja aquí del delirio surrealista de Rompetechos y de la falsa epicidad de Mortadelo y Filemón, para centrarse en tramas de andar por casa. Así, en la primera historieta publicada observamos cómo Doña Pura sale escaldada por su propia curiosidad. En esta historia se puede observar cómo Doña Pera proyecta en su vecina sus propios defectos y debilidades, pues la acusa de llevar una botella de tintorro, cuando en realidad es ella la que se pirra por las bebida alcohólicas. La segunda historieta, publicada en el número 167 de Tío Vivo nos muestra la pasión de Doña Pura por el cante flamenco y nuevamente nos permite ver a Doña Pera fisgando en la vida ajena, con su consiguiente “castigo”. Esta historieta fue adaptada por Ibáñez para el álbum conmemorativo de Mortadelo y Filemón El 35 aniversario (1992).

                En el número 168 de la misma revista, observamos que Doña Pera es una señora a la vieja usanza, coqueta y presumida, que prefiere arriesgar su vida antes de que la vean en camisón. Tanto en esta historieta como en la anterior se pone de manifiesto la rancia costumbre de guardar los ahorros debajo del colchón. En la última entrega de la serie, publicada en el 169 de Tío Vivo, asistimos al desarrollo de un argumento “propiamente vecinal”, algo que apenas vemos en 13, rue del Percebe: la obligación de fregar la escalera y el deseo de Doña Pera de escaquearse de su labor, endosándosela a Doña Pura, a la que desprecia por su ingenuidad.

 
  Desde el punto de vista gráfico, la serie coincide con un periodo en el que Ibáñez (y otros dibujantes de la editorial) pule su estilo, notándose incluso la influencia del cómic franco-belga. Tanto es así, que como ya apuntamos en Corra, jefe, corra, el diseño de Doña Pura parece estar sacado del de Madame Adolphine, personaje del álbum de Valentín Acero La señorita Josefina (Madame Adolphine,en el original) de 1963, obra de Peyó. No será la última vez que Ibáñez use este modelo, pues a partir de 1964, veremos que la anciana de los animalitos de 13, rue del Percebe recibe la visita constante de una amiga que se parece notablemente a la propia Doña Pura. Doña Pera, sin embargo, tiene rasgos más ibañezcos, lo cual favorece la expresividad. Será ella la principal portadora de las muecas, gestos y piruetas que tanto caracterizan a los personajes de Ibáñez.

                Gráficamente, hay que añadir la habilidad de Ibáñez a la hora de diseccionar los movimientos de sus personajes. Tómese como ejemplo la caída de Doña Pera por la escalera en la entrega del número 169 de Tío Vivo. También hay que destacar la cuidada puesta en escena de las anécdotas que narra Ibáñez en esta serie. Como muestra, tomen la primera historieta de la misma, gran parte de la cual transcurre en un patio a cuyas ventanas se asoman las protagonistas. Obsérvese la variedad de ángulos y encuadres que muestra el autor, evitando así la monotonía, otorgando movimiento a la plancha y dinamizando la lectura.
 
                Aparte de sus virtudes gráficas, la serie pone de manifiesto más que otras de Ibáñez, los problemas de convivencia entre afines, los rencores e intrigas de escalera, la mala idea sublimada y reprimida por la norma social que solo de vez en cuando se permite que aflore, símbolo de una sociedad que, aunque supuestamente marcada por el desarrollismo, sigue albergando algunas lacras desde la guerra civil, las grietas de un país en el que el enemigo es el vecino de al lado

No es de extrañar que en la obra El universo de Ibáñez, el autor dijera a Antonio Guiral que, de todas sus series abandonadas prematuramente, Doña Pura y Doña Pera, vecinas de la escalera, es la que le gustaría recuperar, ya que en muchos sentidos es una muestra del mejor Ibáñez de los años sesenta y en tan solo cuatro páginas ofrece numerosas posibilidades que, lamentablemente, no acabaron por cristalizar.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

El problema de Bruguera fue su impaciencia con las series que no conseguían un gran éxito desde el primer momento.

Ellos querían historietas como las de Carpanta o Mortadelo, que desarrollaron un éxito casi instantáneo. Por desgracia, no todas funcionan así y eso es lo que no supieron entender.

Chespiro dijo...

De todas formas, no sé si cuatro semanas fue un tiempo necesario, ni siquiera, para comprobar la aceptación del público.
También puede ser que cubrieran el hueco inicial con otra serie que, finalmente, convenciera más a González.

Anónimo dijo...

Saludos, Chéspiro, soy Padín el que se puso en contacto contigo.

Tal vez uno de los motivos fue que Gonzalez pensara que esta serie podría darle poco juego o que podrían acabarsele prontamente las ideas. Es decir, una pareja de chapuzas como Pepe Gotera y Otilio dan mas juego que esta serie, que dicho sea de paso, las páginas que llegó a publicar son buenas.

Chespiro dijo...

Puede ser, aunque no olvidemos el juego que dieron otras parejas de señoras como las hermanas Gilda o Petra y doña Patro.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Comprendo lo que dices, amigo Chespiro. Pero la especialidad de Ibáñez era el gag físico basado en la violencia y el mamporro, mientras que el referente que tu has mencionado, el de Petra, se basaba en el enredo y el equívoco.

Tal vez Ibáñez atisbó problemas con la censura en realizar una violencia física acentuada en los personajes de dos débiles ancianas y González le dio la razón en sus temores.

Chespiro dijo...

Bien matizada la diferencia entre el tipo de humor de ambos autores. No creo que a González le preocupara ese aspecto en concreto,quizás solo le vio, como has dicho antes, menos posibilidades de desarrollo.

Anónimo dijo...

Además, el echo de que hayas comentado referentes quiere decir que ya se había llevado a cabo ese esquema. Claro, que en Bruguera los esquemas eran algo que podían repetirse en caso de necesidad, así que esto no supondría un motivo significativo.

Anónimo dijo...

Hoy le voy a poner matrícula de honor a su artículo de hoy.

Enhorabuena, muy bueno y me ha gustado mucho.

Saludos.

Chespiro dijo...

Gracias por tu generosa calificación, amigo anónimo.
Un cordial saludo.

cartillero dijo...

¿Sólo son 4 las planchas de este serie? Qué pocas...

Chespiro dijo...

Lo dicho, no la dejaron despegar.