En el número 161 de Tío Vivo se
publicó la primera entrega de Doña Pura y Doña Pera, vecinas de la escalera,
una de las series que creó Ibáñez en 1964, junto con El doctor Esparadrapo y su
ayudante Gazapo o Rompetechos, la única que prosperó. No sabemos exactamente qué criterios fueron
decisivos para que una serie tuviera continuidad, pero de lo que no cabe duda
es de que las cuatro páginas que se publicaron de Doña Pura y Doña Pera parecen
insuficientes para determinar la cancelación de la tira.
No
es de extrañar, buscando en los antecedentes de esta historieta, encontrar
paralelismos entre la obra de Vázquez e Ibáñez. Así, por ejemplo, la Familia
Trapisonda de Ibáñez es un remedo de la de su maestro. Ande y ríase usté con el
Arca de Noé tiene su antecedente en La osa mayor, agencia teatral de Vázquez.
Incluso 13, rue del Percebe parte de un modelo vazquiano. Además, no podemos
olvidar que la reconversión de Mortadelo y Filemón en agentes de la TIA sigue
la estela que iba dejando Anacleto, agente secreto.
Desde
este punto de vista, se podría decir que Doña Pura y Doña Pera podrían haber
sido “las hermanas Gilda” de Ibáñez. Así, Doña Pura, afable e inocentona
comparte rasgos de Hermenegilda, mientras que la sombra de Leovigilda se
proyecta en la adusta y aprovechada Doña Pera.
El protagonismo dual femenino de personalidades enfrentadas puede tener
también su origen entre la ingenua Petra y su desairada señora, Doña Patro,
creaciones de Escobar. Del mismo autor
es Doña Trini y sus animalitos, serie que encontraría acomodo en Tío Vivo en la
que nuevamente la entusiasta Doña Trini sufre la intolerancia de Úrsula, su
contraparte.
En
realidad, Doña Pura y Doña Pera conforman la clásica pareja cómica que tanto
gusta a Ibáñez, con un payaso serio (Doña Pera) y el clown (Doña Pura), que
hace la vida imposible a su augusto. ¿Dónde está la aportación, pues, de este
nuevo dúo en la obra de Ibáñez? En primer lugar, la novedad radica en ser la
primera serie dual de protagonismo femenino, algo nada usual en la trayectoria
del autor. Por otra parte, por primera vez la pareja de antagonistas ibañezcas
no se circunscriben al ámbito laboral, sino a la vida cotidiana. De hecho, se
puede decir que con Doña Pura y Doña Pera, vecinas de la escalera, Ibáñez
desarrolla de forma más exhaustiva las relaciones vecinales que la mítica serie
13, rue del Percebe, en la que los personajes aparecen individualizados en sus
cubículos y solo en contadas ocasiones se producen interacciones entre ellos.
Ambas series muestran la faceta más costumbrista de Francisco Ibáñez.
En
cuanto a los personajes, por una parte tenemos a Doña Pura, una anciana
beatífica e ingenua que, sin mala intención, genera el caos a su paso. Este
esquema será desarrollado por Vázquez a partir de 1969 con La abuelita Paz,
quien provocará desaguisados con la palanca de la inocencia. Doña Pera, por su parte, es una mujer algo
más joven de Doña Pura; es envidiosa, fisgona y retorcida, en la línea de otros
personajes de la editorial como Doña Urraca (Jorge) y Doña Lío Portapartes,
señora con malas artes (Raf).
En
su afán de adornar con chistes paralelos la trama principal, Ibáñez dota a las
protagonistas de su tira con sendas mascotas que dan viveza a las viñetas. Así,
Doña Pura tendrá un loro, Robespierre, que actúa como el subconsciente de la
anciana, diciéndole a Doña Pera aquello que su dueña no se atreve. Por su
parte, Doña Pera tiene un gato que, como el pulpo de Don Noé en Ande y ríase usted con el Arca de Noé, hace las veces de “alter ego” de su dueña. Al igual
que esta, el gato es agresivo, morboso y desleal, como demuestra en las
diferentes historietas que co-protagoniza. La relación entre ambas mascotas
pone de manifiesto la lucha de sus dueñas. La evidente tensión que hay entre
Doña Pura y Doña Pera y que no llega a explotar salvo en raras ocasiones debido
al freno que suponen las normas de conducta se desata entre los animales de
ambas, quienes libres de cualquier presión social, dan rienda suelta a su
enemistad, algo que sus amas no pueden hacer abiertamente. A su vez, el gato de Doña Pera tiene un
conflicto permanente con un ratonzuelo que habita en su casa, generando gags
como los del ratón y el felino de 13, rue del Percebe. El sadismo de los golpes
que se reparten ambos animales en casa de Doña Pera puede interpretarse como un
trasunto de ella misma. Al igual que en su propio interior, tampoco en su casa
se puede hallar la paz completa: el conflicto es la forma de enfrentarse al
mundo.
En
cuanto a los argumentos de la serie, Ibáñez se aleja aquí del delirio surrealista
de Rompetechos y de la falsa epicidad de Mortadelo y Filemón, para centrarse en
tramas de andar por casa. Así, en la primera historieta publicada observamos
cómo Doña Pura sale escaldada por su propia curiosidad. En esta historia se
puede observar cómo Doña Pera proyecta en su vecina sus propios defectos y
debilidades, pues la acusa de llevar una botella de tintorro, cuando en
realidad es ella la que se pirra por las bebida alcohólicas. La segunda
historieta, publicada en el número 167 de Tío Vivo nos muestra la pasión de
Doña Pura por el cante flamenco y nuevamente nos permite ver a Doña Pera
fisgando en la vida ajena, con su consiguiente “castigo”. Esta historieta fue
adaptada por Ibáñez para el álbum conmemorativo de Mortadelo y Filemón El 35
aniversario (1992).
En
el número 168 de la misma revista, observamos que Doña Pera es una señora a la
vieja usanza, coqueta y presumida, que prefiere arriesgar su vida antes de que
la vean en camisón. Tanto en esta historieta como en la anterior se pone de manifiesto
la rancia costumbre de guardar los ahorros debajo del colchón. En la última
entrega de la serie, publicada en el 169 de Tío Vivo, asistimos al desarrollo
de un argumento “propiamente vecinal”, algo que apenas vemos en 13, rue del
Percebe: la obligación de fregar la escalera y el deseo de Doña Pera de
escaquearse de su labor, endosándosela a Doña Pura, a la que desprecia por su
ingenuidad.
Desde
el punto de vista gráfico, la serie coincide con un periodo en el que Ibáñez (y
otros dibujantes de la editorial) pule su estilo, notándose incluso la
influencia del cómic franco-belga. Tanto es así, que como ya apuntamos en
Corra, jefe, corra, el diseño de Doña Pura parece estar sacado del de Madame
Adolphine, personaje del álbum de Valentín Acero La señorita Josefina (Madame
Adolphine,en el original) de 1963, obra de Peyó. No será la última vez que
Ibáñez use este modelo, pues a partir de 1964, veremos que la anciana de los
animalitos de 13, rue del Percebe recibe la visita constante de una amiga que
se parece notablemente a la propia Doña Pura. Doña Pera, sin embargo, tiene
rasgos más ibañezcos, lo cual favorece la expresividad. Será ella la principal
portadora de las muecas, gestos y piruetas que tanto caracterizan a los
personajes de Ibáñez.
Gráficamente,
hay que añadir la habilidad de Ibáñez a la hora de diseccionar los movimientos
de sus personajes. Tómese como ejemplo la caída de Doña Pera por la escalera en
la entrega del número 169 de Tío Vivo. También hay que destacar la cuidada
puesta en escena de las anécdotas que narra Ibáñez en esta serie. Como muestra,
tomen la primera historieta de la misma, gran parte de la cual transcurre en un
patio a cuyas ventanas se asoman las protagonistas. Obsérvese la variedad de
ángulos y encuadres que muestra el autor, evitando así la monotonía, otorgando
movimiento a la plancha y dinamizando la lectura.
Aparte
de sus virtudes gráficas, la serie pone de manifiesto más que otras de Ibáñez,
los problemas de convivencia entre afines, los rencores e intrigas de escalera,
la mala idea sublimada y reprimida por la norma social que solo de vez en
cuando se permite que aflore, símbolo de una sociedad que, aunque supuestamente
marcada por el desarrollismo, sigue albergando algunas lacras desde la guerra
civil, las grietas de un país en el que el enemigo es el vecino de al lado.
No es de extrañar que en la obra El universo de Ibáñez, el autor dijera a Antonio Guiral que, de todas sus series abandonadas prematuramente, Doña Pura y Doña Pera, vecinas de la escalera, es la que le gustaría recuperar, ya que en muchos sentidos es una muestra del mejor Ibáñez de los años sesenta y en tan solo cuatro páginas ofrece numerosas posibilidades que, lamentablemente, no acabaron por cristalizar.
No es de extrañar que en la obra El universo de Ibáñez, el autor dijera a Antonio Guiral que, de todas sus series abandonadas prematuramente, Doña Pura y Doña Pera, vecinas de la escalera, es la que le gustaría recuperar, ya que en muchos sentidos es una muestra del mejor Ibáñez de los años sesenta y en tan solo cuatro páginas ofrece numerosas posibilidades que, lamentablemente, no acabaron por cristalizar.
12 comentarios:
El problema de Bruguera fue su impaciencia con las series que no conseguían un gran éxito desde el primer momento.
Ellos querían historietas como las de Carpanta o Mortadelo, que desarrollaron un éxito casi instantáneo. Por desgracia, no todas funcionan así y eso es lo que no supieron entender.
De todas formas, no sé si cuatro semanas fue un tiempo necesario, ni siquiera, para comprobar la aceptación del público.
También puede ser que cubrieran el hueco inicial con otra serie que, finalmente, convenciera más a González.
Saludos, Chéspiro, soy Padín el que se puso en contacto contigo.
Tal vez uno de los motivos fue que Gonzalez pensara que esta serie podría darle poco juego o que podrían acabarsele prontamente las ideas. Es decir, una pareja de chapuzas como Pepe Gotera y Otilio dan mas juego que esta serie, que dicho sea de paso, las páginas que llegó a publicar son buenas.
Puede ser, aunque no olvidemos el juego que dieron otras parejas de señoras como las hermanas Gilda o Petra y doña Patro.
Comprendo lo que dices, amigo Chespiro. Pero la especialidad de Ibáñez era el gag físico basado en la violencia y el mamporro, mientras que el referente que tu has mencionado, el de Petra, se basaba en el enredo y el equívoco.
Tal vez Ibáñez atisbó problemas con la censura en realizar una violencia física acentuada en los personajes de dos débiles ancianas y González le dio la razón en sus temores.
Bien matizada la diferencia entre el tipo de humor de ambos autores. No creo que a González le preocupara ese aspecto en concreto,quizás solo le vio, como has dicho antes, menos posibilidades de desarrollo.
Además, el echo de que hayas comentado referentes quiere decir que ya se había llevado a cabo ese esquema. Claro, que en Bruguera los esquemas eran algo que podían repetirse en caso de necesidad, así que esto no supondría un motivo significativo.
Hoy le voy a poner matrícula de honor a su artículo de hoy.
Enhorabuena, muy bueno y me ha gustado mucho.
Saludos.
Gracias por tu generosa calificación, amigo anónimo.
Un cordial saludo.
¿Sólo son 4 las planchas de este serie? Qué pocas...
Lo dicho, no la dejaron despegar.
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