domingo, 30 de septiembre de 2012

FÓRMULA UNO (2000)



 Después del éxito de La vuelta (2000), Ibáñez se embarca en un nuevo álbum deportivo, lo que siempre asegura el éxito comercial. Esta vez cambia las bicicletas por los coches, aprovechando el auge que la fórmula uno volvía a cobrar en nuestro país y que se vería aumentado posteriormente con figuras como Fernando Alonso. Aunque los gustos de Ibáñez están lejos de los acontecimientos deportivos, siempre ha sabido tomar el pulso de la calle en cada momento, reflejando las tendencias y modas, más o menos duraderas o efímeras, en sus cómics.

                El álbum comienza con cuatro páginas introductorias. Destaca la viñeta inicial en la que el título de la aventura está formado con las líneas cinéticas que indican la velocidad de un coche de fórmula uno. Dentro de esta introducción histórica destacan gags como el de los distintos tipos de coche según la edad del usuario, el que muestra el rechazo hacia los conductores prudentes o el “reconocimiento” irónico a la labor de los mecánicos de boxes.

                Ya en la TIA, presenciamos una introducción con Ofelia, susceptible con el hecho de que la llamen vaca desde que Mortadelo la plasmó en un cuadro con el cuerpo de este rumiante. ¿Este chico no tiene nada mejor que hacer? Sin embargo, este gag, que implica también a Filemón y al Súper, se estira demasiado en esta historia. Posteriormente, el Súper explica a sus hombres que Boñigolandia va a aprovechar los grandes premios de fórmula uno para robar planos, diseños y piezas de otras escuderías, dada su precariedad en términos de desplazamiento. Mortadelo y Filemón deberán introducirse en el mundillo de las carreras de coches para impedirlo y atrapar a los culpables.

                Aunque, como corresponde a este periodo, la historia no se desarrolla dividida en capítulos de similar extensión, sí encontramos bloques bien diferenciados en la investigación de los agentes. El primero, en el que prueban un bólido de carreras, ocupa 11 páginas, es decir, una cuarta parte del álbum.  Para no dejar descolgado a ninguno de sus personajes, Ibáñez fuerza la situación para que tanto Mortadelo como Filemón monten en el vehículo, iniciando así un alocado periplo en el que acaban chocando contra el coche del Súper. Lo mejor de estas páginas son las reacciones de los personajes secundarios que los agentes van cruzándose en su caótico camino.



                En las siguientes 9 páginas, nuestros hombres deben conducir una grúa hasta el puerto para ir a recoger un nuevo bólido. El problema es que durante todo su trayecto van arrastrando un gancho que, descontrolado, provoca el desastre por donde va. Destacan los incidentes con Ofelia  un guardia, así como la fugaz aparición de Rompetechos, que hace gala de su idealismo al confundir una grulla de piedra con un gorrioncito (hablamos más detalladamente de dicho idealismo aquí). Tampoco pierdan de vista al sacerdote de mirada lasciva que no despega los ojos de la jovencita de la minifalda. Finalmente, los agentes acaban tirando el bólido al mar y, en una hilarante confusión, llevan ante el mismísimo Superintendente un peligroso cocodrilo, que han confundido con su encargo.

                El siguiente tramo de 5 páginas, en el que Mortadelo y Filemón prueban el coche de Boñigolandia, contiene algún chiste repetido de aventuras clásicas como El antídoto (1973): el del guardia que mide un metro…de hombro a hombro. Destaca en este punto la cutrez del coche de Boñigolandia, el estereotipo racista del brujo del país y el hecho de que Mortadelo comparta disfraz con su jefe en la persecución final. Las siguiente 7 planchas muestran a los agentes en los boxes del país enemigo, por lo que deben esconderse en diversos lugares. En este punto se aprecia la documentación previa de Ibáñez sobre el tema, tanto teórica como gráfica, ya que hace referencia a lugares e instrumentos específicos del mundillo de las carreras.



                Las cinco últimas páginas corresponden a la participación de Mortadelo y Filemón en un gran premio, y nos ofrece una espectacular viñeta (página 40) que nos recuerda a su homóloga de la página 36 de El cochecito leré (1985).Algunos gags son idénticos, como el del hombre que, enfadado, tiene que darle a la manivela para que funcione el coche momentos antes de la carrera. En Fórmula Uno contamos con un nuevo cameo de Rompetechos, como uno más de los elementos que conforman una de esas multitudes que a Ibáñez se le da tan bien dibujar. Del mismo modo, la viñeta primera de la página 37 de El cochecito leré, con el brutal arranque de la carrera, se corresponde  casi exactamente con la primera viñeta de la página 41 del álbum que nos ocupa. El destartalado coche de la TIA muestra numerosos recursos humorísticos, dada su precariedad, que mueven a la risa al lector. Finalmente, con “ayuda” de un cacharro del Bacterio, nuestros hombres provocan el caos en esta competición.

                En tanto, aprovecharán para capturar al “malo” de turno, que esta vez se esconde tras la máscara del brujo de Boñigolandia. Fiel a su tradición de que el villano final sea un personaje conocido, recurso muy utilizado por Ibáñez desde los años 90, esta vez le toca al Príncipe Carlos de Inglaterra, quien se consolida así como un personaje fijo de la serie. No en vano, le debemos a él los primeros rasgos de continuidad de la serie, desde su aparición en El pinchazo telefónico (1994). Como ya ocurriera en Bye Bye, Hong Kong (1996), Las vacas chaladas (1997) o El tirano (1998), nuestros agentes lo recuerdan perfectamente. 


                En esta ocasión, la caricatura del Príncipe está menos conseguida, quizás por la flamante calvicie de la que lo dota Ibáñez y que lo acompañará durante el resto de caricaturas que el dibujante seguirá haciendo del noble británico en numerosos álbumes.  No acertamos a comprender las motivaciones de Carlos para ser el villano de esta historieta. Él dice que lo hace para “recuperar la honrilla” (algo totalmente inexplicable) ya que Camila no se casa, se ríen de sus orejas, se está quedando calvo y su madre no lo hace rey. El hecho de que el personaje quede mal delante de la Reina Isabel ya se apuntó en El pinchazo telefónico y se repite en el recentísimo Londres 2012 (2012).

                El álbum, aunque con el nivel gráfico adecuado propio de esta época, presenta un entintado peculiar, como se ve en la viñeta 7 de la página 7 (observen las pupilas y nudillos de Mortadelo)y algunos “negros” sin rellenar, como la pajarita de Filemón en la viñeta 5 de la página 7 o las gafas de Mortadelo en la viñeta 9 de la página 8.

                Aunque no se trata de un gran álbum, sobre todo después de La vuelta, que subió el nivel de la serie recordando tiempos mejores, podemos decir que Fórmula Uno, se deja leer, sin más. Es una historia simpática en la tradición de todas las relacionadas con vehículos de cuatro ruedas, como Los cacharros majaretas (1974), Ladrones de coches (1980), o El cochecito leré, siendo este último su referencia más clara, sobre todo en su tramo final. Como punto positivo, podemos destacar que Fórmula Uno es un álbum trepidante, en el que se pone de relieve uno de los puntos fuertes de Ibáñez: el marcado dinamismo, con escenas rápidas que se suceden a un ritmo frenético, conduciendo al lector hasta el final, casi sin darse cuenta.

                Como nota final, hay que decir que este álbum fue reeditado con éxito en un par de ocasiones en el Especial Fórmula Uno, que contiene los clásicos montajes de Ramis con imágenes de los álbumes de Ibáñez. Las sucesivas victorias de Fernando Alonso motivaron esta reedición de Fórmula Uno en los especiales, presumiblemente con buenas ventas.

2 comentarios:

cartillero dijo...

La viñeta del 600 y la guardia urbana manifiesta gráficamente uno de los defectillos de Muñoz: cabezas enormes y desproporcionadas con el coche y el reactor...

Chespiro dijo...

Puede ser, amigo Cartillero. Pero, ¿cómo sabemos que eso no era así en el original de Ibáñez?