Después del éxito de La vuelta
(2000), Ibáñez se embarca en un nuevo álbum deportivo, lo que siempre asegura
el éxito comercial. Esta vez cambia las bicicletas por los coches, aprovechando
el auge que la fórmula uno volvía a cobrar en nuestro país y que se vería
aumentado posteriormente con figuras como Fernando Alonso. Aunque los gustos de
Ibáñez están lejos de los acontecimientos deportivos, siempre ha sabido tomar
el pulso de la calle en cada momento, reflejando las tendencias y modas, más o
menos duraderas o efímeras, en sus cómics.
El
álbum comienza con cuatro páginas introductorias. Destaca la viñeta inicial en
la que el título de la aventura está formado con las líneas cinéticas que
indican la velocidad de un coche de fórmula uno. Dentro de esta introducción
histórica destacan gags como el de los distintos tipos de coche según la edad
del usuario, el que muestra el rechazo hacia los conductores prudentes o el
“reconocimiento” irónico a la labor de los mecánicos de boxes.
Ya
en la TIA, presenciamos una introducción con Ofelia, susceptible con el hecho
de que la llamen vaca desde que Mortadelo la plasmó en un cuadro con el cuerpo
de este rumiante. ¿Este chico no tiene nada mejor que hacer? Sin embargo, este
gag, que implica también a Filemón y al Súper, se estira demasiado en esta
historia. Posteriormente, el Súper explica a sus hombres que Boñigolandia va a
aprovechar los grandes premios de fórmula uno para robar planos, diseños y
piezas de otras escuderías, dada su precariedad en términos de desplazamiento.
Mortadelo y Filemón deberán introducirse en el mundillo de las carreras de
coches para impedirlo y atrapar a los culpables.
Aunque,
como corresponde a este periodo, la historia no se desarrolla dividida en
capítulos de similar extensión, sí encontramos bloques bien diferenciados en la
investigación de los agentes. El primero, en el que prueban un bólido de
carreras, ocupa 11 páginas, es decir, una cuarta parte del álbum. Para no dejar descolgado a ninguno de sus
personajes, Ibáñez fuerza la situación para que tanto Mortadelo como Filemón
monten en el vehículo, iniciando así un alocado periplo en el que acaban
chocando contra el coche del Súper. Lo mejor de estas páginas son las
reacciones de los personajes secundarios que los agentes van cruzándose en su
caótico camino.
En
las siguientes 9 páginas, nuestros hombres deben conducir una grúa hasta el
puerto para ir a recoger un nuevo bólido. El problema es que durante todo su
trayecto van arrastrando un gancho que, descontrolado, provoca el desastre por
donde va. Destacan los incidentes con Ofelia
un guardia, así como la fugaz aparición de Rompetechos, que hace gala de
su idealismo al confundir una grulla de piedra con un gorrioncito (hablamos más
detalladamente de dicho idealismo aquí). Tampoco pierdan de vista al sacerdote
de mirada lasciva que no despega los ojos de la jovencita de la minifalda.
Finalmente, los agentes acaban tirando el bólido al mar y, en una hilarante
confusión, llevan ante el mismísimo Superintendente un peligroso cocodrilo, que
han confundido con su encargo.
El
siguiente tramo de 5 páginas, en el que Mortadelo y Filemón prueban el coche de
Boñigolandia, contiene algún chiste repetido de aventuras clásicas como El
antídoto (1973): el del guardia que mide un metro…de hombro a hombro. Destaca
en este punto la cutrez del coche de Boñigolandia, el estereotipo racista del
brujo del país y el hecho de que Mortadelo comparta disfraz con su jefe en la
persecución final. Las siguiente 7 planchas muestran a los agentes en los boxes
del país enemigo, por lo que deben esconderse en diversos lugares. En este
punto se aprecia la documentación previa de Ibáñez sobre el tema, tanto teórica
como gráfica, ya que hace referencia a lugares e instrumentos específicos del
mundillo de las carreras.
Las
cinco últimas páginas corresponden a la participación de Mortadelo y Filemón en
un gran premio, y nos ofrece una espectacular viñeta (página 40) que nos
recuerda a su homóloga de la página 36 de El cochecito leré (1985).Algunos gags
son idénticos, como el del hombre que, enfadado, tiene que darle a la manivela
para que funcione el coche momentos antes de la carrera. En Fórmula Uno
contamos con un nuevo cameo de Rompetechos, como uno más de los elementos que
conforman una de esas multitudes que a Ibáñez se le da tan bien dibujar. Del
mismo modo, la viñeta primera de la página 37 de El cochecito leré, con el
brutal arranque de la carrera, se corresponde
casi exactamente con la primera viñeta de la página 41 del álbum que nos
ocupa. El destartalado coche de la TIA muestra numerosos recursos humorísticos,
dada su precariedad, que mueven a la risa al lector. Finalmente, con “ayuda” de
un cacharro del Bacterio, nuestros hombres provocan el caos en esta
competición.
En
tanto, aprovecharán para capturar al “malo” de turno, que esta vez se esconde
tras la máscara del brujo de Boñigolandia. Fiel a su tradición de que el
villano final sea un personaje conocido, recurso muy utilizado por Ibáñez desde
los años 90, esta vez le toca al Príncipe Carlos de Inglaterra, quien se
consolida así como un personaje fijo de la serie. No en vano, le debemos a él
los primeros rasgos de continuidad de la serie, desde su aparición en El
pinchazo telefónico (1994). Como ya ocurriera en Bye Bye, Hong Kong (1996), Las
vacas chaladas (1997) o El tirano (1998), nuestros agentes lo recuerdan
perfectamente.
En
esta ocasión, la caricatura del Príncipe está menos conseguida, quizás por la
flamante calvicie de la que lo dota Ibáñez y que lo acompañará durante el resto
de caricaturas que el dibujante seguirá haciendo del noble británico en
numerosos álbumes. No acertamos a
comprender las motivaciones de Carlos para ser el villano de esta historieta.
Él dice que lo hace para “recuperar la honrilla” (algo totalmente inexplicable)
ya que Camila no se casa, se ríen de sus orejas, se está quedando calvo y su
madre no lo hace rey. El hecho de que el personaje quede mal delante de la
Reina Isabel ya se apuntó en El pinchazo telefónico y se repite en el
recentísimo Londres 2012 (2012).
El
álbum, aunque con el nivel gráfico adecuado propio de esta época, presenta un
entintado peculiar, como se ve en la viñeta 7 de la página 7 (observen las
pupilas y nudillos de Mortadelo)y algunos “negros” sin rellenar, como la
pajarita de Filemón en la viñeta 5 de la página 7 o las gafas de Mortadelo en
la viñeta 9 de la página 8.
Aunque
no se trata de un gran álbum, sobre todo después de La vuelta, que subió el
nivel de la serie recordando tiempos mejores, podemos decir que Fórmula Uno, se
deja leer, sin más. Es una historia simpática en la tradición de todas las
relacionadas con vehículos de cuatro ruedas, como Los cacharros majaretas
(1974), Ladrones de coches (1980), o El cochecito leré, siendo este último su
referencia más clara, sobre todo en su tramo final. Como punto positivo,
podemos destacar que Fórmula Uno es un álbum trepidante, en el que se pone de
relieve uno de los puntos fuertes de Ibáñez: el marcado dinamismo, con escenas
rápidas que se suceden a un ritmo frenético, conduciendo al lector hasta el
final, casi sin darse cuenta.
Como
nota final, hay que decir que este álbum fue reeditado con éxito en un par de
ocasiones en el Especial Fórmula Uno, que contiene los clásicos montajes de
Ramis con imágenes de los álbumes de Ibáñez. Las sucesivas victorias de
Fernando Alonso motivaron esta reedición de Fórmula Uno en los especiales,
presumiblemente con buenas ventas.
2 comentarios:
La viñeta del 600 y la guardia urbana manifiesta gráficamente uno de los defectillos de Muñoz: cabezas enormes y desproporcionadas con el coche y el reactor...
Puede ser, amigo Cartillero. Pero, ¿cómo sabemos que eso no era así en el original de Ibáñez?
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