Comenzamos hoy un análisis de las historietas cortas de Mortadelo y Filemón en su época dorada, los años setenta. Ante la elección de dedicar una entrada a cada aventurita corta o tratarlas en general, hemos optado por el camino de en medio, siguiendo la clasificación que Miguel Fernández Soto realizó en la que es la mejor obra hasta hoy en cuanto al estudio de Ibáñez se refiere: El mundo de Mortadelo y Filemón. En esta ocasión, hablaremos de las historietas que el investigador de Cartagena agrupó bajo el común denominador de los explosivos, considerados estos como el elemento central de la trama. Estas aventuras completan el mosaico trazado en álbumes como Operación ¡Bomba! (1972), Los bomberos (1979) y Terroristas (1987).
Así pues, centrándonos hoy en las aventuras cortas, destacan historietas como Un chorizo explosivo (Super Pulgarcito, 12), en la que disfrutamos de una entradilla clásica con el aspirador- teléfono, aparato con reminiscencias de la serie de televisión El Superagente 86, y sus elementos paródicos. El clasicismo se observa también en el uso de la delirante entrada secreta: un semáforo. La trama se desarrolla en torno al “despiste” de Mortadelo, que se merienda sin querer un chorizo explosivo (destinado originalmente a la embajada de Chivolandia), oculto entre el pan de un bocadillo.
Filemón será entonces el encargado de proteger a su subordinado si no quiere que la ciudad entera vuele por los aires, lo cual lleva al sufrido jefe a recibir “altruistamente” los golpes originalmente dirigidos hacia su subordinado. Este esquema argumental será recordado en historietas como Misión de perros (1976) y El racista (1992). Sin embargo, el calco más exacto de esta historieta lo veremos en el primer episodio de Armas con bicho (1988), con una situación análoga a la expuesta.
Es cierto que si le hubieran advertido a Mortadelo desde el principio el peligro que corría, este no se hubiera arriesgado a ciertas situaciones, pero esto nos habría privado de algunos gags geniales que muestran el sacrificio de Filemón. Algunos de los chistes son verdaderamente reseñables, como el del individuo igual a Mortadelo al que Filemón salva (en principio) por accidente, y otro de tintes más surrealistas en el que Filemón hace un quiebro en el aire durante su caída desde el cielo para evitar caer sobre su ayudante. Finalmente, Mortadelo aclara que no se ha comido el chorizo, que saca del lugar donde lo había dejado, provocando una explosión. Explosión inexplicable porque no ha sufrido ninguna sacudida que la detone.
El capítulo es, como decimos, un compendio de buenos chistes y contiene algún hallazgo interesante, como la metáfora visual que nos permite ver las alas en los pies de Filemón quien, como un moderno Hermes, corre a evitar la desgracia.
Al igual que la anteriormente reseñada, nuestra siguiente historieta “explosiva” también tiene ocho páginas. Se trata de ¡Misión peligrosa! (Super Pulgarcito, nº 15, 1972), una auténtica joya que ofrece muchos de los elementos que hicieron triunfar a la serie. No obstante, parece como si a Ibáñez le hubiera costado más cumplir con el encargo del número especial y hubiera puesto las primeras cuatro páginas “de relleno”, en el sentido de que no es hasta la mitad de la historieta que empieza realmente la misión. Sin embargo, estas primeras páginas de prólogo no tienen desperdicio: el teléfono secreto instalado en la base lunar; su intento de huida en avión, inverosímilmente previsto por la TIA; su desembarco forzoso; la captura de Bestiájez… Una vez en la TIA, se riza el rizo con una nueva escapada que pondrá de manifiesto la estupidez de nuestros agentes, así como su cobardía.
La misión peligrosa consiste concretamente en buscar un explosivo oculto en el club El polo norte, cuyo nombre sugiere una confusión similar a la del bar “La luna” de La caja de 10 cerrojos (1971). Al igual que en dicho episodio, los agentes intentan entrar al punto clave simulando ser lo que no son. En este caso, Mortadelo dice traer el bombo para la orquesta…en un local donde ya usan tocadiscos. Este gag recuerda al futuro chiste de La estatua de la libertad (1984), donde nuestro agente sube al barco alegando que ha de zurcir la vela mayor…en un barco con motores diesel.
El episodio contiene gags absurdos y memorables, como el de la “salida de incendios” o el del elefante sobre el toldo, realmente delirantes. Su estupidez y ausencia de discreción llevará a que el camarero sospeche de ellos. Sin embargo, la suerte está de parte de los protagonistas y eliminan, eso sí, sin querer, a los dos villanos, en una historieta en la que se consigue crear una hilaridad en torno a los tópicos del espionaje superior a la habitual. No hace falta decir que la cosa acaba, claro, en explosión.
Apenas dos números después Ibáñez vuelve a tocar el tema de los explosivos en la misma revista, con la historieta Un explosivo en furgoneta (Super Pulgarcito, nº 17). El arranque de esta aventura es brillante, con un Súper que va personalmente a avisar a los agentes de su misión y el robo de una pantalla de comunicaciones. Vicente informa a sus hombres de la misión: han de ir al cuartel general y recoger un paquetito con un potente explosivo, que habrán de lanzar por el barranco de Despeñagallinas (trasunto de Despeñaperros). El tamaño (gigante) del “paquetito” lleva a los agentes a buscar una furgoneta para transportarlo. Antes de dar con la adecuada, son capaces de intentar robar una furgoneta… con el dueño dentro durmiendo la siesta, y otra que resulta ser la de la perrera. Ambos gags aparecen años después en Timazo al canto (1994), cambiando a los perros por un gorila.
Una vez encontrado el vehículo apropiado, el problema será ponerlo en marcha, lo cual permitirá a Mortadelo mostrar una vez más su ineptitud, así como su galería de disfraces, entre los que destaca, por inusual, el de bisonte. Algunos de los mejores gags vienen de la mano de los secundarios, como los dueños de una casa y los de una cochera donde nuestros personajes estrellan la furgoneta. Finalmente, consiguen tirar el artefacto por el barranco (sin quedarse ellos arriba) y comprueban, al regresar a la TIA, que se habían confundido de paquete y que lo que se han cargado es un costosísimo ordenador. Por último, la “providencial” aparición de Mortadelo cargándose un mosquito a martillazos (lo cual dice mucho de él) hace explotar el auténtico explosivo, en un final que recuerda al de Los espantajomanes (1990).
Desde el punto de vista gráfico destaca la composición de las viñetas 14 y 15 de la primera página, correspondientes a la explicación del Súper, y la perspectiva de tres cuartos de lado de Mortadelo de la viñeta dos, por inusual. Son pocas las escenas en que se ve la furgoneta entera, por cuestiones de espacio, ya que Ibáñez prefiere seguir haciendo viñetas pequeñas que permitan que la historia fluya. Destaca nuevamente otra metáfora visual: la del brazo muerto de Mortadelo, de gran originalidad.
La siguiente historieta será La estatua del vate (Super Pulgarcito, nº 19), que se inicia con un Mortadelo disfrazado de pulga (uno de esos disfraces que tanto le gustan a Ibáñez, por lo que le ahorran de trabajo). La precariedad de la TIA se pone de manifiesto en el hecho de que usen una “palota” para lanzar mensajes, ya que la paloma se despidió por no ver atendidas sus peticiones salariales. El clasicismo de esta aventura se observa también en el uso de las contraseñas. En este caso se trata de “Ole las ballenas gordas” cuando (lo han adivinado) pasa por ahí una señora entrada en kilos. Como en otras ocasiones, el Súper tantea a sus agentes acerca de la actualidad, lo cual permite que leamos un comentario pesimista de Mortadelo acerca del género humano y otro de Filemón relacionado con la por entonces en boga crisis del petróleo.
El Súper informa a sus hombres de un intento de volar la estatua del vate Sopor Pelmázez (nótese la ironía del nombre), asunto que tendrán que investigar. Durante el transcurso de esta explicación Mortadelo hará estallar ya una bomba, como anticipo de lo que se avecina. Siguiendo unas pesquisas lógicas, irán a visitar a un proveedor de explosivos, un tipo tan alterado como el científico que veremos en el centro de investigaciones atómicas de La gallina de los huevos de oro (1976). Evidentemente, la presencia de Mortadelo no calmará los nervios del señor. Para vigilar mejor, los agentes deciden esconderse por separado, pero los escondites de uno anularán indefectiblemente los del otro. La cortedad de miras de nuestros hombres los lleva a pasar de largo frente al gordo de las gafas ahumadas que coincidía con la descripción del proveedor.
Finalmente, Filemón comprobará que es uno de esos villanos-víctimas que tanto gustan a Ibáñez, quien se clava el dedo de la estatua cada vez que se asoma a la calle desde su ventana, de ahí la intención de volarla. Una vez detenido el sospechoso, Mortadelo debiera haber desactivado la bomba (eso sería lo normal) pero no es así, lo cual provoca la consabida explosión. Gráficamente, hay que destacar que, al igual que la furgoneta del episodio anterior, la estatua apenas sale entera en la historieta. Destacables son también los cameos (son dos) de Rompetechos y el del mismo Otilio, como personaje de fondo.
¡Mucha mecha! (Super Mortadelo ,15) es otra buena historieta que se inicia con una parodia del uso del zapatófono y que tiene como débil hilo argumental la bomba que Joe Boum ha dejado en “algún hueco de la ciudad”. Esta premisa da pie a excelentes gags absurdos, como aquel en que Mortadelo deja K.O. al villano, gracias a su disfraz de detonador. Mientras, el verdadero detonador estaba escondido detrás de la viñeta, en un juego metatextual de esos que tanto le gustaban a Vázquez. Otra joya del absurdo la encontramos cuando los agentes han de merodear por debajo del asfalto y Mortadelo consigue abrirse hueco gracias a un abrelatas.
El resto de la trama transcurrirá siguiendo el cable del detonador por toda la ciudad, un desarrollo original que da pie a un par de equívocos con el cable de la luz de la farola y la lana del traje de un bestiajo. También es reseñable la inversión de las cabezas de la estatua que aparece en la última página. Mortadelo sentándose en el detonador pone punto y final a una historieta en la que destacan también los disfraces del protagonista, en especial el de Cupido y el de lagarto.
El K-J-56 es otra historieta mítica, publicada en Super Mortadelo, nº 25 (1974), donde el agente Hipopótamez, haciendo el papel de Bestiájez, va en busca de nuestros agentes, que se han escondido en los sitios más inverosímiles. Esta vez la trama gira en torno al explosivo robado por “El Carnicero” a quien nuestros personajes prefieren enfrentarse antes que ser ayudantes del Bacterio, alternativa ofrecida por el Súper. Mortadelo y Filemón se ofrecen, en un acto que no va en absoluto con ellos, a sufragar los gastos hasta Elche, lugar a donde se tienen que desplazar. Lo que no contaban es que se trataba de El Cheyenne, en USA, donde llegan en un barco que transporta pescado, al que seguirá otro vehículo digno de su categoría: un camión de la basura.
Tras superar una serie de trampas que desmitifican las películas de la televisión (aunque Ibáñez probablemente se refiera a series, no a películas, términos que confunde a menudo, ya que nombra a Canon). Una vez dentro, se ven dentro de una estrecha cerca que los conduce al cubículo de un fiero león al que la astucia de Mortadelo deja K.O., al igual que sucederá con El Carnicero, uno de los personajes más feos físicamente que haya creado Ibáñez (que ya es decir). Los agentes vendrán remando sobre la caja que contiene el explosivo…quien parece esperar a que lleguen a la TIA para explotar, reacción que sucede en contacto con el agua.
Sin duda, todas estas historietas son auténticas joyitas realizadas por un Ibáñez en estado de gracia que sabe jugar con los tópicos de los agentes secretos, en este caso con los relativos a los explosivos, en historietas que rebosan clasicismo, donde se halla la esencia más pura de la serie. De hecho, todas estas aventuras se podrían haber unido en un solo álbum con cualquier pretexto argumental, dando lugar a la que hubiera sido, una de las historietas largas con más aciertos de la serie. Esperamos que este breve recorrido contribuya a la valoración de las aventuras cortas de Mortadelo y Filemón o, por lo menos, que les haya despertado el gusanillo de leerlas o releerlas.
6 comentarios:
Otra gran reseña de otro de los temas presentes en la obra de Ibáñez.
Mis gags favoritos son el del "doble de Mortadelo" que Filemón salva de caer por una alcantarilla (hasta que ve que no es Mortadelo) y la historieta de K-J-56, entera.
Ese gag me parece hasta un poco Simpson.
Una explosiva entrada jeje :D La historieta que recuerdo con más cariño es una de los sesenta en que un cliente de Filemón es víctima de varios petardos. Al final le caen todos en el coche y persigue a nuestros agentes: "¡Os voy a dar yo petarditos! jajaja antológica.
También fue fuerte la de Timazo al canto, en que se ve el cráter que han dejado tras tirar abajo toda la ciudad.
Tal vez sea de lo poquísimo destacable de ese álbum, Raúl. Gracias por comentar.
No es tan raro que las historietas tengan una gran proporción del contenido ajeno a la misión. Sucede continuamente. No es algo exclusivo de ¡Misión peligrosa! (Super Pulgarcito, nº 15, 1972) (historieta que ahora mismo no recuerdo). Igual en ese caso sí se note algo raro, pero el hecho mismo de historietas que parece que van a tratar un tema y tratan otro (o que parece que van a ir al desierto y los vemos dormitando por la oficina durante páginas) son muy comunes.
De hecho, dado que en el mensaje siguiente te dedicas a hacer una clasificación, te propongo el reto de localizar historietas donde la misión sea lo de menos. Tanto en historietas cortas como largas, el número no será menor de 20o 30, y no me refiero sólo a episodios "de descanso" (donde el malo va a casa de Mortadelo y Filemón en su día de fiesta).
Tomo el guante, amigo Magín.
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