Tras visitar a Ceferino Raffles, seguimos nuestro particular tour por la 13, Rue del Percebe. Esta vez toca el turno a sus convecinos de rellano: los niños terribles. Se trata de un número indefinido de infantes cuya crueldad dejaría al mismísimo Atila en pañales. Decimos que el número es indefinido porque aunque en un principio eran cinco (uno de ellos era un bebé), la cantidad va oscilando hasta llegar a tres. Suponemos que la acumulación de nuevas series hizo que Ibáñez redujera el número, algo de lo que no se resiente la tira, ya que la personalidad de los pequeños era idéntica e indiferenciable.
Si bien se puede afirmar que todos los personajes de 13, Rue del Percebe recogen arquetipos de la Escuela Bruguera, tal vez sea este el caso más evidente. Los antecedentes de los chiquillos no hay que buscarlos en los Zipi y Zape de Escobar, cuya peligrosidad partió desde el principio de una cierta inocencia, sino en los brutotes y cafres niños que Manuel Vázquez solía incorporar en su universo, tan del agrado de Ibáñez, así como en la misma tradición del humorismo gráfico.
En un principio, los pequeños inquilinos aparecían acompañados de su hermana, una rubia estilizada que no conseguía novio precisamente por la desafortunada intervención de los niños. Esta ansia de matrimonio entronca con las primitivas hermanas Gilda, también de Vázquez, con la diferencia de que aquí la joven casadera no está exenta de atractivo, y es la familia de la novia la que provoca el arrepentimiento de los pretendientes. Con el tiempo, este personaje desapareció de escena (¿encontraría marido y partiría del hogar materno con dos de sus hermanos?), tal vez por motivos de censura. Tanto el diseño gráfico de la muchacha como sus ansias de compañero pudieron no gustar a los censores, aunque el hecho de que su desaparición de la serie fuera progresiva nos hace pensar que el verdadero motivo pudo ser el mayor juego humorístico que ofrecían las gamberradas de los niños, no circunscritas únicamente a sus futuros cuñados.
Completa la serie la madre, usa santa señora que oscila entre la regañina leve y la resignación. Aunque en la gran mayoría de las páginas los niños se refieren a ella como “mamá”, hay una en la que hablan de la tía Enriqueta, refiriéndose al personaje (¿nuevo intento censor de convertir la familia en una asociación de primos, sobrinos y hermanos?). No obstante, no es este el parentesco que predomina. El padre, aunque aparecerá en un par de páginas, no será relevante para la serie, de forma que será la madre la contraparte preferida de los protagonistas.
No deja de ser curioso que en la caracterización de estos se observe una cierta evolución. Así, pasan de lucir una sonrisa maquiavélica y una expresión cerril digna del pueblo de Gila a ser más inocentones que malévolos, siguiendo la estela de otros niños del cómic español, como Zipi y Zape, tal vez por las mismas indicaciones censoras o por la evolución misma de la serie.
Al igual que en las otras viviendas, encontramos unos esquemas más o menos fijos que, combinados, dieron vida a esta casilla durante años. Insistiendo en que no es la única clasificación posible, proponemos la siguiente:
Si bien se puede afirmar que todos los personajes de 13, Rue del Percebe recogen arquetipos de la Escuela Bruguera, tal vez sea este el caso más evidente. Los antecedentes de los chiquillos no hay que buscarlos en los Zipi y Zape de Escobar, cuya peligrosidad partió desde el principio de una cierta inocencia, sino en los brutotes y cafres niños que Manuel Vázquez solía incorporar en su universo, tan del agrado de Ibáñez, así como en la misma tradición del humorismo gráfico.
En un principio, los pequeños inquilinos aparecían acompañados de su hermana, una rubia estilizada que no conseguía novio precisamente por la desafortunada intervención de los niños. Esta ansia de matrimonio entronca con las primitivas hermanas Gilda, también de Vázquez, con la diferencia de que aquí la joven casadera no está exenta de atractivo, y es la familia de la novia la que provoca el arrepentimiento de los pretendientes. Con el tiempo, este personaje desapareció de escena (¿encontraría marido y partiría del hogar materno con dos de sus hermanos?), tal vez por motivos de censura. Tanto el diseño gráfico de la muchacha como sus ansias de compañero pudieron no gustar a los censores, aunque el hecho de que su desaparición de la serie fuera progresiva nos hace pensar que el verdadero motivo pudo ser el mayor juego humorístico que ofrecían las gamberradas de los niños, no circunscritas únicamente a sus futuros cuñados.
Completa la serie la madre, usa santa señora que oscila entre la regañina leve y la resignación. Aunque en la gran mayoría de las páginas los niños se refieren a ella como “mamá”, hay una en la que hablan de la tía Enriqueta, refiriéndose al personaje (¿nuevo intento censor de convertir la familia en una asociación de primos, sobrinos y hermanos?). No obstante, no es este el parentesco que predomina. El padre, aunque aparecerá en un par de páginas, no será relevante para la serie, de forma que será la madre la contraparte preferida de los protagonistas.
No deja de ser curioso que en la caracterización de estos se observe una cierta evolución. Así, pasan de lucir una sonrisa maquiavélica y una expresión cerril digna del pueblo de Gila a ser más inocentones que malévolos, siguiendo la estela de otros niños del cómic español, como Zipi y Zape, tal vez por las mismas indicaciones censoras o por la evolución misma de la serie.
Al igual que en las otras viviendas, encontramos unos esquemas más o menos fijos que, combinados, dieron vida a esta casilla durante años. Insistiendo en que no es la única clasificación posible, proponemos la siguiente:
-) Travesuras varias. Desde colocar un cañón en la puerta hasta inundar el piso, pasando por agujerear las paredes o cortar en pedazos a los padres…En fin, pequeñas futesas infantiles.
-) Maltrato al visitante. Una variante del anterior, pero personalizando las consecuencias. En un principio, las víctimas eran los citados novios de la hermana mayor, pero el espectro se fue ampliando. Así, vemos que los pequeños son capaces de encerrar a las visitas en un baúl, usar la barba del abuelito como tobogán, cortar cabelleras, jugar al fútbol con un señor bajito como pelota, disfrazarse de espanto ante un enfermo del corazón, etc.
-) Mantener a raya a los niños. Y es que no siempre se pueden salir con la suya. En ocasiones, las visitas vienen preparadas, ya que la fama de los niños los precede. Así, acuden desde enfundados en una jaula hasta montados en un tanque. Sin olvidar a aquellos que los hacen colgar por el hueco del ascensor, al albañil que los enyesa, al señor gordo que se les sienta encima, o los que acuden acompañados de animales tan variopintos como un fiero can o un pulpo.
-) Objetos encontrados. A veces, los pequeños encuentran en la calle objetos diversos que alimentan su faceta destructiva, para desesperación de la madre. Dichos objetos van desde un casco de policía a una lámpara mágica, pasando por farolas, arañas gigantes, iguanas, dragones…
-) Los amiguitos. Y si los objetos son peligrosos, los amiguitos no se quedan atrás. Entre ellos podemos encontrar desde un extraterrestre hasta brutotes que son la horma de su zapato.
-) Los reclamantes. La señora madre no gana para disgustos, pues es frecuente que los damnificados por las travesuras de sus hijos acudan en busca de reparación. A destacar el señor a quien enyesan su perrito, las víctimas de las hojas de afeitar o el mismísimo capitán del Queen Mary (efectivamente, hundido).
-) Consecuencias de la travesura. En ocasiones, el gag que nos muestra Ibáñez no radica tanto en la travesura en sí como en las consecuencias de la misma, de gran impacto visual: los niños cubiertos de barro, de tinta o las paredes destrozadas por la manía infantil de arañarlas.
-) Precauciones maternas. Como no hay quien conozca a los hijos como la madre que los trajo, a veces nuestra sufrida señora tiene que tomar una serie de medidas preventivas, como colgarse del techo cuando sus hijos llegan del colegio, prepararles una jaula para la misma ocasión o sacarlos a la calle con correa y bozal.
-) Maltrato al visitante. Una variante del anterior, pero personalizando las consecuencias. En un principio, las víctimas eran los citados novios de la hermana mayor, pero el espectro se fue ampliando. Así, vemos que los pequeños son capaces de encerrar a las visitas en un baúl, usar la barba del abuelito como tobogán, cortar cabelleras, jugar al fútbol con un señor bajito como pelota, disfrazarse de espanto ante un enfermo del corazón, etc.
-) Mantener a raya a los niños. Y es que no siempre se pueden salir con la suya. En ocasiones, las visitas vienen preparadas, ya que la fama de los niños los precede. Así, acuden desde enfundados en una jaula hasta montados en un tanque. Sin olvidar a aquellos que los hacen colgar por el hueco del ascensor, al albañil que los enyesa, al señor gordo que se les sienta encima, o los que acuden acompañados de animales tan variopintos como un fiero can o un pulpo.
-) Objetos encontrados. A veces, los pequeños encuentran en la calle objetos diversos que alimentan su faceta destructiva, para desesperación de la madre. Dichos objetos van desde un casco de policía a una lámpara mágica, pasando por farolas, arañas gigantes, iguanas, dragones…
-) Los amiguitos. Y si los objetos son peligrosos, los amiguitos no se quedan atrás. Entre ellos podemos encontrar desde un extraterrestre hasta brutotes que son la horma de su zapato.
-) Los reclamantes. La señora madre no gana para disgustos, pues es frecuente que los damnificados por las travesuras de sus hijos acudan en busca de reparación. A destacar el señor a quien enyesan su perrito, las víctimas de las hojas de afeitar o el mismísimo capitán del Queen Mary (efectivamente, hundido).
-) Consecuencias de la travesura. En ocasiones, el gag que nos muestra Ibáñez no radica tanto en la travesura en sí como en las consecuencias de la misma, de gran impacto visual: los niños cubiertos de barro, de tinta o las paredes destrozadas por la manía infantil de arañarlas.
-) Precauciones maternas. Como no hay quien conozca a los hijos como la madre que los trajo, a veces nuestra sufrida señora tiene que tomar una serie de medidas preventivas, como colgarse del techo cuando sus hijos llegan del colegio, prepararles una jaula para la misma ocasión o sacarlos a la calle con correa y bozal.
-) Atribución errónea de travesuras. Y es que no hay nada como criar mala fama. Así, en ocasiones los pequeños han sido acusados de delitos que no han cometido, como cuando el edificio se dio la vuelta por completo o estalló por una bomba de plutonio robada por el vecino de al lado.
-) Lugares comunes de la infancia. Hay una serie de tópicos relacionados con el mundo infantil que Ibáñez no podía desaprovechar para estos chistes. Situaciones comunes como dar portazos, levantarse de la mesa sin terminar de comer, las primeras letras escritas en las paredes, la desesperación paterna ante las vacaciones de verano o la huida a la hora del baño…se encuentran también hiperbólicamente reflejadas mediante los personajes que estamos analizando.
Dichos personajes, al igual que el resto, volvieron a aparecer en la página especial que Ibáñez hizo de la serie en 2002, siendo tal vez la vivienda donde el paso del tiempo ha roto más el encanto y la inocencia. Así, el autor no duda en presentarnos a los sufridos padres (la madre no se parece en nada) padeciendo las “travesuras” propias de la edad actual de los niños: la música estridente, el rollete con la novia en pleno salón, la moto circulando por la casa e incluso el consumo de pastillas de éxtasis…Desencanto ibañezco en estado puro.
A pesar de que estos personajes son sumamente característicos de esta inolvidable sección, no parecen ser los preferidos de Francisco Ibáñez, quien no los reversiona en su 7, Rebolling Street y únicamente les concede un cameo de fondo en El 35 aniversario (1992). En El estrellato (2002) ni siquiera aparecen, al contrario que otros vecinos del inmueble. Tal vez esto se deba a que su carácter arquetípico los convierte en una creación menos personal para el autor. Sea como fuere, inmortalizadas quedan sus barrabasadas en las antiguas páginas de 13, Rue del Percebe, para lectores de todas las edades.
4 comentarios:
Aunque siempre me han encantado todos los pisos de 13 Rue del Percebe, este de los ninyos era el que me parecia menos original, aunque la imaginacion de Ibanyez siempre encontraba buenos gags.
Por cierto, esa pagina especial dibujada en 2002, sabrias si viene publicada en algun superhumor?
Estoy de acuerdo contigo, Don Guri. Tampoco Ibáñez parece tenerles un especial cariño.
El Super Humor en cuestión es el 35,dedicado exclusivamente a 13, Rue del Percebe.
Gracias!
He ido inmediatamente a por el 35 y... Que bruto soy! Pues no me habia saltado justamente esa pagina cuando me lo lei? (>_<)
Me ha sorprendido que aunque todos los inquilinos no han cambiado o se ven algo mas decadentes, Don Senen ha prosperado y su colmado es ahora un supermercado ;)
Bueno...al ladrón tampoco le ha ido mal.
De todas formas, cuando hablaba de decadencia, me refería a la crudeza del paso del tiempo que se observa en los niños cuando crecen. Real como la vida misma.
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