sábado, 28 de julio de 2007

LOS MERCENARIOS



El presente álbum de Mortadelo y Filemón se publicó en los números comprendidos entre el 244 (28-7-75) y el 254 (6-10-75) de la revista Mortadelo, según la información aportada en El mundo de Mortadelo y Filemón, de Miguel Fernández Soto. Nos encontramos justo en medio de la década dorada de los personajes: los años setenta. Las historietas de este periodo son fácilmente reconocibles por la estructuración de las planchas en cinco tiras cada una y éste álbum no es una excepción. Mortadelo se encuentra ya en sus topes más altos de popularidad, por lo que el personaje es sometido a un ritmo de producción industrializada que impide que sea el propio Ibáñez quien entinte sus historietas.

Precisamente el entintado constituye uno de los puntos débiles de este álbum. Lejos queda ya la nitidez de la impecable labor de Martínez Osete. Si bien es cierto que las proporciones aparecen ahora más cuidadas, la premura de la labor de los ayudantes desluce la brillantez del dibujo de Ibáñez. No obstante, tenemos que hablar de cierta irregularidad en las tintas (lo cual nos permite deducir la presencia de varias manos en las mismas). Así, por ejemplo, encontramos páginas (como la 41 y 42) mejor acabadas, que, si se hubiera prodigado más, habrían elevado el nivel gráfico de la obra.

En cuanto al argumento, cabe resaltar que nos encontramos ante un álbum inusual y parcialmente original. En esta ocasión, la T.I.A encarga a los agentes que se presenten en la República de Percebelandia para ponerse a disposición de su presidente, Chirmoyo II, el cual encarga a los protagonistas que eliminen a unos mercenarios a sueldo que Cefalapodia, el país vecino (gobernado por Higochúmbez III), ha contratado para invadirles. Si lo consiguen, los protagonistas recibirán cien mil percebos, que, al cambio, serían un millón setecientas veintiocho mil ciento cuarenta y nueve con quince (toda una fortuna para la época). Encontramos aquí un detalle que merece la pena destacar. Aunque enviados por la T.I.A., desde el momento en que Mortadelo y Filemón aceptan una recompensa directamente de manos del presidente de Percebelandia, se convierten ellos mismos en mercenarios. El final del álbum demostrará la escasa lealtad que los agentes muestran por la organización a la que pertenecen.

Como todos los de la época, el álbum se estructura en once episodios de cuatro páginas cada uno. Se puede hablar de una cierta vacilación inicial en algunos aspectos por parte del autor. Así, mientras que en los primeros episodios desarrollados en Percebelandia el gag inicial (o “entradilla”) está relacionado con el sueño de los agentes y la brusquedad con la que Cachomúlez (jefe de la policía del país) los despierta (asumiendo parcialmente el rol del Súper), pronto la entradilla recurrente estará relacionada con las incomodidades que encuentran los protagonistas para dormir (Mortadelo ya conoce algo de este tipo de incomodidades desde el álbum En la Olimpiada [1972]), para pasar después a estar relacionada con los peligros que ciertos escondites implican para los agentes ( al igual que los implicaban para el profesor Von Nassen de El elixir de la vida [1973]).

En realidad, el hecho de que nuestros personajes estén “abandonados” en el campo para cumplir su misión (sin los secundarios ya recurrentes) nos recuerda, al igual que ocurría en el álbum El antídoto (1973), a aquellos tiempos de la “Agencia de información” en los que los dos protagonistas, con algún extra ocasional, se bastaban y sobraban para desarrollar los gags. La ubicación de la pareja en la naturaleza conlleva una cierta desnudez en los fondos, alejados ya del ambiente urbano al que Ibáñez nos tiene tan acostumbrados. Si tradicionalmente se ha admirado (con justa razón) la habilidad de Vázquez para desarrollar numerosas historietas en lugares tan desolados como el desierto, Ibáñez se encuentra aquí con un reto humorístico nada desdeñable, del que consigue salir airoso.

En este ambiente, Mortadelo y Filemón vienen a simbolizar la lucha desnuda del hombre con los elementos naturales. Así pues, nuestros patéticos urbanitas tendrán como principales enemigos a los animales campestres de toda índole (lechuzas, cabras, vacas, víboras y pirañas causarán daños por igual) e incluso a los mismos accidentes geográficos (ríos, pendientes y enormes rocas). El elemento humano también aparece despersonalizado, pues el único contacto posible se establece con los mercenarios, con los que mantienen una actitud de enfrentamiento. Incluso el ser humano aparece, pues, como enemigo.



A pesar de la ya tan citada desnudez del argumento, se saca un enorme partido a la historia, que muestra una gran variedad de situaciones a pesar de la aparente escasez de posibilidades iniciales. En cuanto a la estructura, vemos que el primer capítulo responde al planteamiento, a la presentación de la historia y de los personajes. En el segundo, los agentes tratarán en vano de cruzar la frontera, algo que conseguirán en el tercer episodio, tras sortear a un peculiar centinela. Ya en este capítulo se produce la primera toma de contacto (nefasta, por descontado) con los mercenarios. En el cuarto capítulo, los agentes de la T.I.A. intentan formar parte de las filas de los mercenarios para atacarles desde dentro, pero la estupidez de Mortadelo pondrá en evidencia su condición de agentes infiltrados, eliminando así cualquier posterior intento de acercamiento con estos soldados.

Partiendo de esta situación, en el quinto episodio Mortadelo y Filemón intentarán librarse del jefe del campamento. Tras sus intentos fallidos, querrán eliminar en el episodio sexto a los distintos mercenarios que han salido en su busca. En el capítulo séptimo, decidirán introducirse en el fuerte de sus enemigos vía subterránea, lo cual es un mero pretexto para que los agentes caven una serie de hoyos que únicamente servirán para perjudicarse mutuamente (recurso parecido fue utilizado ya en ¡A las armas! [1974]). Más radicales se muestran en el octavo episodio, en el que intentarán arrasar el campamento mercenario con una gran roca, aunque sus esfuerzos serán tan vanos como los que harán en el siguiente capítulo para intentar detener un tanque enemigo. En el capítulo décimo se repite el recurso consistente en intentar atrapar a distintos mercenarios, pero la nota diferenciadora se encuentra en que ahora los gags se articulan basándose en los numerosos disfraces que los agentes utilizan para conseguir sus objetivos.




El último capítulo corresponde al desenlace de la historia. Tras una antológica entrada-relámpago de Mortadelo en el campamento de los mercenarios, descubre que éstos ya han partido hacia Percebelandia. Con pasmosa simplicidad, la historia se resuelve cuando el camaleónico agente decide cambiar el sentido de las señales que han de dirigir a sus enemigos hacia su destino, por lo que éstos acaban bombardeando al presidente de Cefalapodia, el país que los contrató. Sospechando una traición, Higochúmbez III, manda destruir a los mercenarios, con lo que se inicia una batalla “a cañonazo limpio” con la que concluye la misión de los agentes. El simbólico cambio del sentido de las señales que hace Mortadelo refleja irónicamente el oficio del mercenario, que, ajeno a cualquier ideología, se vende al mejor postor. Los esquemas generales ya señalados se resuelven con gags sumamente divertidos e ingeniosos que mantienen el buen nivel del álbum. Llama la atención el gag “del chichón peligroso” (pág. 30), de un tipo de surrealismo relativamente inusual en nuestro autor. También los diálogos resultan hilarantes la mayor parte del tiempo y la acumulación de desgracias en contra de los agentes se resuelve con una innegable maestría, reveladora de un Ibáñez en plena forma. Menos acertada parece la inclusión de alguna cartela totalmente prescindible (como la que encontramos en la página 26, refiriéndose a las avispas caníbales), si bien se puede decir en defensa del autor que este recurso es escasamente utilizado en su obra, de ahí que lo reseñemos como una irregularidad muy puntual.

Desde el punto de vista ideológico, en este semillero de antihéroes que es la pluma de nuestro autor no nos puede extrañar que sus propios protagonistas (convertidos paradójicamente en mercenarios al aceptar el dinero de Percebelandia) actúen de la misma manera que los enemigos a los que combaten. La recompensa por parte del presidente Chirimoyo II consiste en cien mil percebos y las llaves de la ciudad (las cuales acaban colgadas de la nariz del dirigente, quedando manifiesta así la actitud materialista de nuestros protagonistas). Al creerse ricos, tiran al Súper por la ventana (en su única aparición en este álbum) y deciden establecerse por su cuenta (¿Por qué dejarían entonces su Agencia de información?). No obstante, el destino, siempre enemigo de estos superagentes, se muestra adverso en forma de devaluación, reduciendo el valor de su recompensa a diecisiete con cincuenta. Indignados, Mortadelo y Filemón concluyen el álbum reclutando en plena calle mercenarios para invadir “la Percebelandia esa”.

La frágil moral de los personajes se ejemplifica en este gesto de venganza y deslealtad. La idea que Ibáñez tiene de todo mercenario queda irónicamente reflejada en la ilustración que acompaña al título del álbum (página 1), en la que un Mortadelo ataviado como “soldado de fortuna” muestra carteles que lo equiparan a un taxi que se puede usar siempre y cuando se lleven monedas para hacerlo arrancar. El hecho de que en la última viñeta de la obra aparezca Mortadelo con el mismo disfraz otorga un carácter cíclico a la misma y reafirma lo dicho anteriormente. Como dato jocoso, aparece también en esta última viñeta un gangster recién fugado que se alista al ejército mercenario con el único objetivo de escapar de la justicia (nuevamente se pone de manifiesto la calaña de este tipo de “profesionales”).

Sin embargo, la crítica que hace Ibáñez no es fruto de una indignación desgarrada ni va acompañada de un lamento evidente. Es, como se ha mencionado, jocosa, divertida, desenfadada. Sabiamente, el autor no juzga aquí a sus personajes, sino que más bien nos los muestra desde su perspectiva de lúcido Demiurgo que censura y perdona las flaquezas de condición humana. No hay que olvidar que el mismo Ibáñez y todos sus compañeros de Editorial Bruguera fueron, en cierta forma, unos mercenarios del cómic. Un grupo de currantes que trabajaba por dinero y que se sometía a las directrices de una omnipotente dirección. Eso sí, para regocijo de todos nosotros, cambiaron las armas por los lápices y la matanza por un humor sano, perspicaz y comprensivo, heredado de las vivencias de una época de la historia española en la que quien más y quien menos venía siendo un mercenario a manos de la supervivencia. Y si no, démosle un repaso a El verdugo, de Berlanga. A todo se acostumbra uno…

10 comentarios:

Chespiro dijo...

Aquí os dejo el que sería otro de los artículos para el fanzine mortadelero. Para más información sobre este álbum, consulten el blog de Mortadelón, sección "Historietas".
Saludos.

Kaximpo dijo...

Más que exhaustivo repaso... ¡casi me parece estar leyéndolo! No es que sea de los mejores pero me reía mucho leyéndolo. ¿Es en esta aventura en la que, perdidos en la oscuridad, plantan la tienda en medio del campamento de los mercenarios XD ? O a lo mejor me estoy confundiendo.

Mortadelón dijo...

Esta historieta la he releído infinidad de veces, y para mi de lo mejor de Ibáñez.
Además el final, con los agentes despedidos de la TIA... Cuando la descubrí hace la tira de años, intenté buscar la reanudación donde volvían a admitir a los agentes de la TIA, que resultó no existir, inocente de mi.
Saludos.

Chespiro dijo...

La escena que dices se da en este álbum, pero donde aparecen los agentes es en medio de una tribu de indios motilones.
Mortadelón, no te preocupes, de pequeños todos hemos buscado ilusamente algún rasgo de continuidad en la serie.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
El shendee dijo...

Madre mía la de jugo que le has sacado a esta historieta. Yo alucino.
Con respecto al comentario de Mortadelón, para mí esa falta de continuidad es uno de los peores aspectos de MF. Muy a menudo se echa en falta. Ibáñez no ha empezado a ponerla hasta hace poco tiempo, para mi gusto demasiado tarde.

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Que historieta mas interesante de hecho yo soy fanatico de coleccionar historietas, pero yo nunca había leído algo como esto.

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Clauskywalker dijo...

yo tengo ganas de leer algo parecido por que es buena pero hay mejores

Anónimo dijo...

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