Hoy, 20 de enero de 2008, es un gran día para todos nosotros. Los personajes de cómic más longevos del panorama de la historieta española cumplen cincuenta años desde que el gran Francisco Ibáñez Talavera los publicara por primera vez en el número 1394 de la Revista Pulgarcito, de Editorial Bruguera. Nadie podía predecir en aquel momento que Mortadelo y Filemón se convertirían en dos iconos de la cultura popular en España y otros países.
Dicha etiqueta está más que justificada, ya que nuestros personajes favoritos no cumplen sus bodas de oro apolillados entre telarañas. No señor; lo hacen en activo, viviendo nuevas aventuras y saltando de un medio a otro con la misma facilidad con la que Mortadelo se disfraza. De hecho, dentro de cinco días se producirá el estreno de la segunda película con actores de carne y hueso basada en los agentes de la TIA: Mortadelo y Filemón. Misión: Salvar la tierra, de Miguel Bardem.
Vigencia y actualidad son, por tanto, dos características aplicables a la figura de Mortadelo y Filemón hoy por hoy, ya casi al final de la primera década del siglo XXI. ¿La clave del éxito? Probablemente, si alguien la supiera ya habría vendido la fórmula, pues compradores no le faltarían. Independientemente de dónde esté el quid del “fenómeno Ibáñez”, quiero aprovechar este aniversario de su máxima creación para reflexionar acerca de los elementos que llevaron a las criaturas de Ibáñez a encabezar el Top Ten de mis pasiones y aficiones, sentimientos que, con matices, supongo compartirán muchos de los devotos lectores que han colocado a Ibáñez en su merecido pedestal de reconocimiento popular.
Recuerdo a Mortadelo y Filemón desde siempre. Antes de saber leer, ya me inventaba sus historietas basándome en los dibujos y, poco después de aprender “La Cartilla”, pasé a aplicar mis conocimientos sobre las aventuras de estos dos merluzos. Tan lejana es mi relación con ambos personajes que recuerdo haberlos dibujado antes de entrar en Primaria. Dibujos constantes, repetitivos, siempre buscando una perfección que parecía no llegar. Tan chiquitajo sería que solía dibujar los dos pelos de Filemón tiesos, como antenas; luego, miraba un original de Ibáñez y notaba que no era igual, pero mi mente infantil no era capaz de dilucidar dónde radicaba la diferencia.
Mis queridos personajes me acompañaron durante toda mi niñez, proporcionándome algunos de los mejores momentos de la misma. Mi interés por ellos llegó a la fascinación, a una no disimulada pasión que fue la primera de las que habría de encontrar en la vida. Pasión sincera, eufórica, vehemente, no disimulada, como solo puede ser la pasión. Difícil es que algún compañero de la temprana infancia se acuerde de mí sin que le venga a la mente la imagen de Mortadelo y Filemón, mi pequeño vicio confesable.
Recuerdo perfectamente cómo en una tutoría de 3º de EGB el maestro contó a los padres que uno de sus alumnos había dibujado a los Apóstoles y a la Virgen con la cara de Mortadelo y Filemón. El sonrojo de mi madre no se hizo esperar, ni tampoco las miradas y dedos acusadores de los progenitores de mis amigos. Por supuesto, no había mural, dibujo o trabajo de Plástica en el que yo no incluyera a los agentes de la TIA. No se me debía de dar demasiado mal eso de dibujarlos, pues los profesores siempre me decían que me subirían la nota si incluía un Mortadelo en alguno de mis trabajos.
No hay que decir que también en casa pintarrajeaba toneladas de papel con rústicas historietas e ilustraciones de los personajes. Años más tarde, estas modestas historietitas llegaron a ser álbumes de 44 páginas, de los cuales llegué a hacer seis completitos, con dibujo y guion propios (pero personajes ajenos, claro): Las diez pruebas de Mortadelo y Filemón, El caso de los anglicismos, ¿Quién espía en la TIA?, Historia de una democracia…con pitorreo y con gracia, Conflicto pesquero y El cacharro del psicoanálisis.
La escasa calidad de los mismos era correlativa al mermado auditorio que tenían (mi padre y mi madre), pero llegaron a ser un buen ejemplo de hasta qué punto Mortadelo y Filemón influyeron en mí, de hasta qué punto fueron ellos (Ibáñez) el motor de la imaginación de muchos niños, el punto de apoyo de futuros dibujantes y guionistas, la llama que, además de mi pobre ingenio, debió prender el de mentes mucho más preclaras.
Agarrado de la mano de Ibáñez me he sumergido en universos de fantasía en los que todo era posible. He visitado países reales e imaginarios sin moverme del sillón, he probado inventos increíbles, he luchado contra villanos delirantes, presenciado ajetreadas carreras e inocuos golpes y porrazos. He montado en barco, en tren, avión, lancha, submarino, globo… ¡hasta en burro! Padecí al Bacterio, me vengué del Súper, soñé con la señorita Irma y me burlé de la Ofelia con la inocencia con la que solo un niño puede burlarse…tal vez sólo para ver cómo se enfadaba conmigo y emprendíamos otra de esas absurdas carreritas que le dan salsa a la monotonía de lo cotidiano.
Casi todas las cosas importantes de la vida las aprendí de la mano de Ibáñez y de Mortadelo y Filemón. Con ellos descubrí lo que era un radiador, un obús, un hotentote, un soplete, una bragueta (sí, sí, esas dos rayitas que tiene Filemón en el pantalón), un potingue y un ungüento; con ellos aprendí que tarde o temprano, acabaremos perseguidos por el Súper o por el jefe, a pesar de que nuestra intención no era mala; aprendí que todos tenemos derecho a fallar, a tropezar veinte veces con la misma piedra, a equivocarnos, aunque la sociedad invite a un triunfalismo malsano y casi siempre ficticio; aprendí que la vida es un equívoco macabro, una confusión de algún super-intendente que piensa que “tiene gracia” que hayamos sufrido tanto para nada; aprendí que son más importantes los desarrollos que los finales; aprendí que, por muy de negro que vista nuestra enlutada realidad, siempre podemos ponerle un disfraz; aprendí a reponerme de los chichones en una viñeta; y, sobre todo, aprendí a reír.
Todo ello de la mano de dos personajes que han estado a mi lado en los buenos y en los malos momentos. Que hicieron por mi ánimo lo que ningún terapeuta podría hacer jamás. Que demostraron ser más reales y leales que muchas personas de carne y hueso. Mortadelo y Filemón han sido, pues, y son, mi lectura, mi escritura, el motivo de las carcajadas más puras que puede emitir una persona (que son aquéllas que se emiten con espíritu de niño), el tema de innumerables conversaciones con los mejores amigos, la chispa de no pocos destellos creativos, el bálsamo de algunas cicatrices del alma, el HUMOR con mayúsculas…la vida.
Y de todo esto sólo tiene la culpa un señor, alguien que se coló en mi espíritu sorpresivamente, como el Bacilón, y me hipnotizó, cual Magín el Mago, con las mil y una ocurrencias que salían de su mente, de una prominente calva de la que, cual sombrero de Chapeau “el Esmirriau”, brotaban las más divertidas escenas cómicas. Este señor, que se adueñó de mis sueños infantiles como si de Freddyrico Krugidoff se tratara, me hizo feliz rociando lo mejor de mí mismo con un Sulfato engrandecedor que sólo él sabe preparar.
Dicha etiqueta está más que justificada, ya que nuestros personajes favoritos no cumplen sus bodas de oro apolillados entre telarañas. No señor; lo hacen en activo, viviendo nuevas aventuras y saltando de un medio a otro con la misma facilidad con la que Mortadelo se disfraza. De hecho, dentro de cinco días se producirá el estreno de la segunda película con actores de carne y hueso basada en los agentes de la TIA: Mortadelo y Filemón. Misión: Salvar la tierra, de Miguel Bardem.
Vigencia y actualidad son, por tanto, dos características aplicables a la figura de Mortadelo y Filemón hoy por hoy, ya casi al final de la primera década del siglo XXI. ¿La clave del éxito? Probablemente, si alguien la supiera ya habría vendido la fórmula, pues compradores no le faltarían. Independientemente de dónde esté el quid del “fenómeno Ibáñez”, quiero aprovechar este aniversario de su máxima creación para reflexionar acerca de los elementos que llevaron a las criaturas de Ibáñez a encabezar el Top Ten de mis pasiones y aficiones, sentimientos que, con matices, supongo compartirán muchos de los devotos lectores que han colocado a Ibáñez en su merecido pedestal de reconocimiento popular.
Recuerdo a Mortadelo y Filemón desde siempre. Antes de saber leer, ya me inventaba sus historietas basándome en los dibujos y, poco después de aprender “La Cartilla”, pasé a aplicar mis conocimientos sobre las aventuras de estos dos merluzos. Tan lejana es mi relación con ambos personajes que recuerdo haberlos dibujado antes de entrar en Primaria. Dibujos constantes, repetitivos, siempre buscando una perfección que parecía no llegar. Tan chiquitajo sería que solía dibujar los dos pelos de Filemón tiesos, como antenas; luego, miraba un original de Ibáñez y notaba que no era igual, pero mi mente infantil no era capaz de dilucidar dónde radicaba la diferencia.
Mis queridos personajes me acompañaron durante toda mi niñez, proporcionándome algunos de los mejores momentos de la misma. Mi interés por ellos llegó a la fascinación, a una no disimulada pasión que fue la primera de las que habría de encontrar en la vida. Pasión sincera, eufórica, vehemente, no disimulada, como solo puede ser la pasión. Difícil es que algún compañero de la temprana infancia se acuerde de mí sin que le venga a la mente la imagen de Mortadelo y Filemón, mi pequeño vicio confesable.
Recuerdo perfectamente cómo en una tutoría de 3º de EGB el maestro contó a los padres que uno de sus alumnos había dibujado a los Apóstoles y a la Virgen con la cara de Mortadelo y Filemón. El sonrojo de mi madre no se hizo esperar, ni tampoco las miradas y dedos acusadores de los progenitores de mis amigos. Por supuesto, no había mural, dibujo o trabajo de Plástica en el que yo no incluyera a los agentes de la TIA. No se me debía de dar demasiado mal eso de dibujarlos, pues los profesores siempre me decían que me subirían la nota si incluía un Mortadelo en alguno de mis trabajos.
No hay que decir que también en casa pintarrajeaba toneladas de papel con rústicas historietas e ilustraciones de los personajes. Años más tarde, estas modestas historietitas llegaron a ser álbumes de 44 páginas, de los cuales llegué a hacer seis completitos, con dibujo y guion propios (pero personajes ajenos, claro): Las diez pruebas de Mortadelo y Filemón, El caso de los anglicismos, ¿Quién espía en la TIA?, Historia de una democracia…con pitorreo y con gracia, Conflicto pesquero y El cacharro del psicoanálisis.
La escasa calidad de los mismos era correlativa al mermado auditorio que tenían (mi padre y mi madre), pero llegaron a ser un buen ejemplo de hasta qué punto Mortadelo y Filemón influyeron en mí, de hasta qué punto fueron ellos (Ibáñez) el motor de la imaginación de muchos niños, el punto de apoyo de futuros dibujantes y guionistas, la llama que, además de mi pobre ingenio, debió prender el de mentes mucho más preclaras.
Agarrado de la mano de Ibáñez me he sumergido en universos de fantasía en los que todo era posible. He visitado países reales e imaginarios sin moverme del sillón, he probado inventos increíbles, he luchado contra villanos delirantes, presenciado ajetreadas carreras e inocuos golpes y porrazos. He montado en barco, en tren, avión, lancha, submarino, globo… ¡hasta en burro! Padecí al Bacterio, me vengué del Súper, soñé con la señorita Irma y me burlé de la Ofelia con la inocencia con la que solo un niño puede burlarse…tal vez sólo para ver cómo se enfadaba conmigo y emprendíamos otra de esas absurdas carreritas que le dan salsa a la monotonía de lo cotidiano.
Casi todas las cosas importantes de la vida las aprendí de la mano de Ibáñez y de Mortadelo y Filemón. Con ellos descubrí lo que era un radiador, un obús, un hotentote, un soplete, una bragueta (sí, sí, esas dos rayitas que tiene Filemón en el pantalón), un potingue y un ungüento; con ellos aprendí que tarde o temprano, acabaremos perseguidos por el Súper o por el jefe, a pesar de que nuestra intención no era mala; aprendí que todos tenemos derecho a fallar, a tropezar veinte veces con la misma piedra, a equivocarnos, aunque la sociedad invite a un triunfalismo malsano y casi siempre ficticio; aprendí que la vida es un equívoco macabro, una confusión de algún super-intendente que piensa que “tiene gracia” que hayamos sufrido tanto para nada; aprendí que son más importantes los desarrollos que los finales; aprendí que, por muy de negro que vista nuestra enlutada realidad, siempre podemos ponerle un disfraz; aprendí a reponerme de los chichones en una viñeta; y, sobre todo, aprendí a reír.
Todo ello de la mano de dos personajes que han estado a mi lado en los buenos y en los malos momentos. Que hicieron por mi ánimo lo que ningún terapeuta podría hacer jamás. Que demostraron ser más reales y leales que muchas personas de carne y hueso. Mortadelo y Filemón han sido, pues, y son, mi lectura, mi escritura, el motivo de las carcajadas más puras que puede emitir una persona (que son aquéllas que se emiten con espíritu de niño), el tema de innumerables conversaciones con los mejores amigos, la chispa de no pocos destellos creativos, el bálsamo de algunas cicatrices del alma, el HUMOR con mayúsculas…la vida.
Y de todo esto sólo tiene la culpa un señor, alguien que se coló en mi espíritu sorpresivamente, como el Bacilón, y me hipnotizó, cual Magín el Mago, con las mil y una ocurrencias que salían de su mente, de una prominente calva de la que, cual sombrero de Chapeau “el Esmirriau”, brotaban las más divertidas escenas cómicas. Este señor, que se adueñó de mis sueños infantiles como si de Freddyrico Krugidoff se tratara, me hizo feliz rociando lo mejor de mí mismo con un Sulfato engrandecedor que sólo él sabe preparar.
No soy tan ingenuo como para pensar que los millones de lectores de Mortadelo y Filemón de todo el mundo sienten unas emociones tan intensas como las mías respecto a estos personajes y a su autor, pero sí estoy seguro de que hoy, 20 de enero, somos muchos los que, con distinta intensidad pero con la misma honestidad (honestidad de niños que no han crecido del todo), decimos:
¡Muchas gracias, Señor Francisco Ibáñez !
¡Feliz primer Cincuenta Aniversario, queridos Mortadelo y Filemón!
20 comentarios:
Enhorabuena por el aniversario y por la entrada y por tu visita a mi blog... Un abrazo gordo.
Vaya, menuda historia, casualidad muy parecida a la mía, yo también era de los que en todas partes metía a MyF, mi afición llegó a tal que en 6º de primaria las maestras me regalaron un cómic de Mortadelo que había en la biblioteca.
Gracias a los dos por el comentario.
Es que el Mortadelo cala hondo,la verdad.
Lo de que casi todo lo importante lo aprendiste con MF es interesante. La cantidad ingente de vocabulario que aparece en esos tebeos es apabullante.
Gracias por esta emotiva entrada, que me parece un gran homenaje a Mortadelo y Filemón en su glorioso cumpleaños. ¡A seguir disfrutando con ellos!
Fenomenal entrada.
Me recuerda como yo, a los 7 an~os, firmaba mis cuadernos de la escuela como "Mortadelo Pi", en vez de con mi nombre (^^)
Por cierto, sobre esas historietas que dibujabas... No habria alguna posibilidad de verlas? Me interesaria.
Gracias a todos por los comentarios.
Posibilidad, hay, don guri. Otra cosa es que me avergüencen enormemente...a pesar del atenuante de la edad.
Emotivísima entrada. Bravo. Me uno a la petición de Don Guri de ver esos dibujos tuyos (además ya sabes que tienes pendiente uno para el Mortadelo visto por....
Jaja, tomo nota, Mortadelón. Será por Mortadelos dibujados por el menda...
Me sumo al coro de felicitadores: por la entrada, por Mortadelo, Filemón, Ibáñez y que el centenario nos pille a todos vivos...
Es un poco injusto que Mortadelo y Filemon se lleven todo el exito y la atencion y todos los demas personajes Bruguera injustamente olvidados y nunca reeditados.Justicia para todos ellos!!Y por cierto tambien se ha cumplido el 50 aniversario de Los Pitufos....
Bueno, eso de que es injusto es bastante relativo, ¿no crees?
Si el resto de personajes bruguerianos (que admiro, leo y estudio) hubieran conseguido cincuenta años de éxito consecutivo y mantener la atención del público durante medio siglo, seguramente les hubiera dedicado un post igual.
Pero no ha sido así.
No obstante, tampoco entiendo por qué reivindicar el éxito de unos se interpreta como ahondar en el olvido de otros, cuando no tiene nada que ver.
Nombrabas a los Pitufos, Taradete. Pues bien, seguro que por ahí hay algún lector franco-belga que piensa que numerosas series secundarias al margen de los Pitufos merecen reconocimiento...pero los personajillos azules son los que llevan cincuenta años de innegable impacto social.
Aunque tengas razon, yo me referia a que grupo Z siempre ha ido a lo seguro y facil y no se ha molestado mucho en recuperar los otros personajes...
Felicidades por el post, la verdad es que me ha emocionado y me he sentido identificado. Tengo 25 años, y hace ya tiempo que dejé atrás los Mortadelos, pero aun tengo en la estanteria una enorme colección, los Olé antiguos y los "nuevos" (los de las portadas en relieve), unos 20 super humor y no se cuantos de los de tapa dura, unos de bruguera y otros de ediciones B.
Yo tmbien aprendi a dibujar con Ibañez, cuantisimas viñetas habré copiado y nunca logré dibujar bien la nariz de Filemón...
El principal problema que le veo a Ibañez es que, si bien ha conseguido crear un lenguaje propio muy fuerte, deberia haber desarrollado más el "universo" de los personajes, es decir, creando más secundarios de peso que dieran más variedad a las tramas, o escenarios reconocibles.
Porque hay que reconocer que la estructura de los Mortadelos es brutalmente repetitiva.
Tambien me hubieran gustado más historietas trabajadas como la del sulfato atómico, que coincidirás conmigo que es la mejor...la otra que yo conozca es la de Valor y al toro, en plan trabajada y con una trama seguida, no de 8 páginas y persecución.
Bueno, no me enrollo más que estoy muy espeso y no quiero abrrir.
Saludos!
Estoy de acuerdo con ambos. Ediciones B, Taradete, no aprovecha su ingente fondo editorial y solamente lo recupera con cierta timidez en la colección clásicos.
COn respecto a lo que Anónimo nos dice, hubiera estado bien ese gusto por el detalle por parte de Ibáñez, pero las circunstancias editoriales no lo permitían.
Que bueno, felicidades por el aniversario, la verdad que yo soy fiel seguidor de este blog porque es muy ocurrente y siempre me hace reir. Mortadelo y Filemon son una gozada de la buena y deben de cotinuar con este trabajo.
mortadelo y filemón siempre me hacen reír a carcajadas! definitivamente los más exitosos del comic español!
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Creo que no miento si digo que mucho desearíamos ver esas historietas
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