Para cualquiera de nosotros resulta difícil precisar cuándo se produjo el primer encuentro con un mito colectivo: los molinos de viento de Don Quijote, la silueta de Charlot y los colmillos de Drácula dan la sensación de “haber estado siempre ahí”. Lo mismo ocurre con Mortadelo y Filemón, auténticos iconos de la cultura de nuestro país (y de otros), leídos por, prácticamente, la totalidad de los españoles, aunque pocos puedan fijar el momento exacto en que entraron en su vida.
Yo no soy una excepción. Recuerdo las figuras de los sempiternos agentes de la T.I.A. desde antes de que supiera leer. Las buenas lenguas dicen que por aquella época solía inventarme los textos, todavía indescifrables, de las viñetas. Efectivamente, como buen mito colectivo, también Mortadelo y Filemón “habían estado ahí” desde siempre para mí. Tampoco podría recordar con precisión en qué momento dejé de “ver” a Mortadelo para empezar a “leer” sus historietas. Lo que sí puedo fijar es la adquisición del primer volumen de sus aventuras, que haría que mi ya por entonces creciente afición por la obra de Ibáñez se convirtiera en vehemente devoción.
El que suscribe tenía siete años y zascandileaba por la casa, en una tarde de invierno sin, aparentemente, nada reseñable. Todavía puedo ver la figura de mi padre sacando de entre los dobleces de una vieja gabardina el tomo número once de la colección “Super Humor”. Hasta el momento, yo únicamente había tenido contacto con las clásicas revistitas semanales y con los álbumes de “Olé”. Un “Super Humor” no era para mí otra cosa que un anuncio en la contraportada de dichas publicaciones, un objetivo interesante pero sin muchas perspectivas reales de conseguirse.
Pero ahora tenía en mis manos trescientas diez páginas exclusivas de Mortadelo y Filemón (no había “impurezas” de otros personajes, ni siquiera del propio Ibáñez”). Las historias que contenía el tomo eran (agárrense): ¡A la caza del cuadro!, En la Olimpiada, Los inventos del profesor Bacterio, El elixir de la vida y El antídoto. Todas ellas realizadas entre 1971 y 1973, con un Ibáñez en su mejor forma y todo un universo de posibilidades cómicas por explotar. Yo no entendía demasiado de fechas por aquellos tiempos, pero lo que empecé a sentir por ese volumen podría describirse como “fascinación”.
Yo no soy una excepción. Recuerdo las figuras de los sempiternos agentes de la T.I.A. desde antes de que supiera leer. Las buenas lenguas dicen que por aquella época solía inventarme los textos, todavía indescifrables, de las viñetas. Efectivamente, como buen mito colectivo, también Mortadelo y Filemón “habían estado ahí” desde siempre para mí. Tampoco podría recordar con precisión en qué momento dejé de “ver” a Mortadelo para empezar a “leer” sus historietas. Lo que sí puedo fijar es la adquisición del primer volumen de sus aventuras, que haría que mi ya por entonces creciente afición por la obra de Ibáñez se convirtiera en vehemente devoción.
El que suscribe tenía siete años y zascandileaba por la casa, en una tarde de invierno sin, aparentemente, nada reseñable. Todavía puedo ver la figura de mi padre sacando de entre los dobleces de una vieja gabardina el tomo número once de la colección “Super Humor”. Hasta el momento, yo únicamente había tenido contacto con las clásicas revistitas semanales y con los álbumes de “Olé”. Un “Super Humor” no era para mí otra cosa que un anuncio en la contraportada de dichas publicaciones, un objetivo interesante pero sin muchas perspectivas reales de conseguirse.
Pero ahora tenía en mis manos trescientas diez páginas exclusivas de Mortadelo y Filemón (no había “impurezas” de otros personajes, ni siquiera del propio Ibáñez”). Las historias que contenía el tomo eran (agárrense): ¡A la caza del cuadro!, En la Olimpiada, Los inventos del profesor Bacterio, El elixir de la vida y El antídoto. Todas ellas realizadas entre 1971 y 1973, con un Ibáñez en su mejor forma y todo un universo de posibilidades cómicas por explotar. Yo no entendía demasiado de fechas por aquellos tiempos, pero lo que empecé a sentir por ese volumen podría describirse como “fascinación”.
Recuerdo perfectamente que no llegué a leérmelo entero aquella tarde-noche, ni mucho menos. Pero también tengo la vaga sensación de haber permanecido horas hojeándolo, observándolo, deleitándome vislumbrando lo que el tomo que acariciaba me prometía. Estos momentos son los que hacen que los mitos colectivos pasen a convertirse en personales, adoptando la forma de los recuerdos más cálidos. Es entonces cuando determinadas imágenes quedan grabadas en la memoria y aparecen indisolublemente unidas a los recuerdos de infancia.
Así pues, penetré con Mortadelo y Filemón en domicilios privados con el único objeto de mirar detrás de un cuadro de estrambótico título, participé en las Olimpiadas de Gatolandia, probé mil y un inventos del profesor Bacterio, presencié atónito cómo los objetos inanimados cobraban vida y viajé hacia Bestiolandia en busca del Hierbajus Apestosus Repelentus. Literalmente me sumergí en las páginas del maestro Ibáñez, y una serie de escenas imborrables impactaron especialmente mi mente infantil: Mortadelo disfrazado de baldosa o volando a lomos de una aspiradora, el Monstruo de Frankestein cantando “Mi carro” (yo me inventaba el tono de la canción, pues por aquella época no conocía más Escobar que el de Zipi y Zape), Mortadelo disfrazado de niño llevando a un ingrávido Filemón cual si de un globo se tratara, etc. En definitiva, una enorme cantidad de de situaciones inolvidables que Ibáñez había creado para nosotros sin poner cortapisa alguna a su imaginación, ayudando, a su vez, a estimular la nuestra. Recuerdo haber aprendido muchas cosas con aquellas historietas. Entre ellas, quedan para mi acervo particular palabras como “aguacero”, “potingue” o “elixir”. También aclaré el concepto de “extranjero”, pues yo pensaba que era el gentilicio de un país en particular.
Pero aprendí algo más con estas aventuras, aprendí que Mortadelo y Filemón eran mis amigos y que lo serían siempre. Mis héroes de papel y yo firmamos un pacto de humor que ha permanecido inalterable hasta nuestros días. Han pasado ya muchos años. Este tomo, hoy un tanto remendado, está ahora acompañado de otros (unos mejores, otros peores) y fue únicamente el primero de una lista interminable. Dicho volumen se encuentra, digo, algo deteriorado en su aspecto, pero, al fin y al cabo, yo tampoco soy igual. Abandonada la infancia, las alegrías se van espaciando y adquieren, por desgracia, formas cada vez más superfluas, vanas y exigentes. Como cualquier hijo de… vecino, no siempre he podido escapar de los reveses del destino (muy generoso conmigo, todo hay que decirlo), pero Mortadelo y Filemón siempre han estado ahí.
Desde aquellas tempranas lecturas, comprendí que, a partir de ese momento, los batacazos no me los iba a dar yo solo. Mortadelo y Filemón siempre iban a acompañarme, llevándose el chichón más gordo. Dos espías que se expiaban a sí mismos para paliar mis malos momentos. He tenido la fortuna de crecer con estos dos clowns particulares que, en mi caso, no se resignaron a ser “personajes de la infancia” y me han perseguido insistentemente obligándome a partirme de risa incluso en aquellos momentos en que alguien te arroja un yunque a la cabeza. Aquí han estado de forma ininterrumpida y aquí siguen, ahora que los problemas son más trascendentes que cuando tenía siete años, porque saben que es cuando más falta hace ponerle un disfraz a la realidad.
Por ello, cuando necesito vitaminas de esas que no se venden en las farmacias, sigo acudiendo a mi pequeña parcela de Paraíso en forma de tebeo, allí donde el profesor Ibáñez me da a probar sus mil y una fórmulas imposibles. Entonces, guardo en un cajón a Cervantes, Tolstoi y Shakespeare y vuelvo sin remordimiento alguno a mis siete años para renovar un pacto de tinta, sentado en una butaca, al lado de Mortadelo y Filemón, muy cerquita de la felicidad…
Disfruten del blog
17 comentarios:
Esas sensaciones también las tuve yo. Y cada vez que abro un Mortadelo me pasa lo mismo... Y que dure.
Felicidades por el blog, habrá que seguirlo con atención.
Gracias por el comentario, Mortadelón.
No me dirán que el inaugurador no es de lujo, dado el tema que tratamos,¿no?
Y sí, el componente sentimental influye mucho a la hora de seguir las aventuras de este par de acémilas silvestres
¡Bienvenido de nuevo! Ya te he añadido a la lista de portada de 13 Rue Bruguera. Magnífico relato de los recuerdos de todos.
Hombre Chespiro, por fin vuelves, me alegro que hayas sacado el tiempo para un proyecto de estos, desde luego Ibañez no podrá quejarse de sus fans y Mortadelo y Filemón en la vida han estado tan bien acompañados.
Suerte con todo esto.
Os doy las gracias por la bienvenida. Espero que esta vez me quede más tiempo.
Aquí tienen su casa para lo que gusten o disgusten.
Bueno, Chespiiro, me alegro de tu retorno por la puerta grande, y que dure, que el tema Ibáñez da para mucho, más aún en vísperas de la celebración del primer medio siglo de MyF
Precioso relato. Todos nos identificamos un poco con esas vivencias infantiles junto a un tebeo. Que dure el pacto, que dure.
Abrazos orondos
Gracias, amigos.
Migsoto,y a mí que me da la sensación que el medio siglo de los personajes va a verse empañado por la segunda película de los mismos...Esperemos que no sea así, y que los medios se centren en los cómics del autor.
Gordito, no hay por qué preocuparse, la última renovación del pacto la hice anoche mismo.
Hombre, lo que me gustaría, independientemente de que la peli sea buana o mala, (mejor no entremos en detalle) es que B editara un buen libro sobre los personajes, pero no caerá esa breva, ¿verdad? el libro del cincuentenario deberiamos escribirlo nosotros, los aficionados que de verdad apreciamos el arte del maestro.
¿Reeditar el que hizo Bruguera en el 83 no sería un "homenajazo"?
¿Y completarlo con otro tomo 1983-2008?
Aunque me temo que opten por refritos del material del Super Humor 35 aniversario y del de Su vida privada.
Después del libro de Migsoto, la verdad es que el listón está por las nubes en cuanto a teoría. En cuanto a historietas ojalá hagan un buen y variado compendio cronológico que permita observar la evolución del artista a lo largo del tiempo. Y si incluye comentarios suyos, mejor que mejor.
Ediciones B: estoy dando ideas...
Muchas peras le pedimos al olmo, Gordito.
Bueno, Migsoto,¿y qué tal una versión corregida y aumentada de El mundo de Mortadelo y Filemón?
Eso, eso...
Yo aún me atrevería a pedir más, los maravillosos tebeos de los 50 y los 60, en glorioso bitono, lujosamente encuadernados. Una especie de orígenes de autores y personajes clásicos.
Saludos.
Hombre, Chespiro, sí que lo he pensado, pero a ver quien se aventura a publicarlo. No se si B dejaría hacerlo en un año como el de la celebración del 50º. De todas formas, si se hiciera, me gustaría que fuera entre todos: el foro de la TIA, tú, Mortadelón, Tausiet... se ha demostrado suficientemente que los aficionados a MyF tienen mucho que decir.
Han explotado ya tanto los orígenes de los personajes en distintas reediciones que,ciertamente, los que podemos aportar algo nuevo somos los aficionados...
¿O creéis que algún comentarista de Ediciones B podría hacerlo mejor que muchas de las personas que han firmado en esta y otras páginas?
El caso es que alguna editorial que no sea Ediciones B podría encargarse de tan fantástica edición. Y sin ningún color farrangoso, las páginas tal como fueron creadas. Un integral cronológico de esos que hace cualquier editorial, vamos.
No he tenido contacto con el tomo de Mortadelo del 83, pero al parecer estaba bien currado. Estaba visto que la gente de Bruguera cuidaba las ediciones más que en B ahora (e incluso en la etapa B 1987-1996).
Bienvenido, Salovo bill.
La verdad, andamos ya algo quemados con Ediciones B. Ojalá se rediman.
Respecto a ese especial del año 83 yo sólo tengo algunos de los álbumes de la colección Olé que lo conforman. Dicen los expertos que no está mal.
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